José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, noviembre 25, 2024

Una novela inmersa en dolorosos episodios de la historia nacional en clave de crónica

El pasado 21 de noviembre apareció en el sitio web de Radio Pichincha una entrevista que me hizo Juan Carlos Cabezas con el título «Vallejo se sumerge en los episodios más dolorosos de la historia nacional en clave de crónica» a propósito de que mi novela breve Manvscrito de vna corónica inconclvsa ganara el XII Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío, convocado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, núcleo de Loja.

Para esta entrada de mi blog, he ampliado las respuestas que le di al periodista con el ánimo de describir con mayor precisión algunos aspectos de la propuesta estética que cobija a mi novelina.

Manvscrito de vna corónica inconclvsa estará disponible en librerías a mediados del próximo año.

 

 

Su novela Manvscrito de vna corónica inconclvsa es considerada por el jurado del concurso Miguel Riofrío como un texto atípico, ¿coincide usted con esa apreciación?

            La lectura que ha hecho el jurado de mi novelina es muy acuciosa y desentraña con precisión los elementos significativos del texto. Me siento honrado con el contenido del veredicto y, al mismo tiempo, agradecido por los criterios que el jurado ha vertido sobre mi obra.

Efectivamente, esta novela breve es un texto atípico, en términos de lo que se entiende, de manera convencional, por la estructura de la ficción novelesca, la creación de personajes y el desarrollo de la intriga. He optado por literaturizar ciertos acontecimientos históricos que considero esenciales para entender la violencia estructural que atraviesa a nuestro país, por lo que escogí contar no una sino varias historias imbricadas en la historia general, articular un collage de voces narrativas y asumir como punto de vista de la narración el de la corónica de los vencidos.

En general, en mi obra literaria he buscado que la escritura de mis textos sea atípica. Así, en Acoso textual (1999) ensayé una novela epistolar mediante correos electrónicos y, en ella, una crítica a las máscaras y el aislamiento del individuo en el mundo de la virtualidad cibernética. En El alma en los labios (2003), la novela biográfica sobre Medardo Ángel Silva, trabajé la escritura como un ejercicio de imitación del lenguaje modernista articulado a expresiones narrativas contemporáneas. En Pubis equinoccial (2010) todos los cuentos del libro giran en torno a la experiencia erótica, el deseo liberado de los cuerpos y un lenguaje narrativo que combina lo explícito y lo metafórico en términos sexuales. En El perpetuo exiliado (2016), a la que definí como una novela collage, experimenté con la invención de cartas, diarios personales e interludios de auto ficción, para contar una historia de amor atravesada por cuarenta años de la vida política nacional. En mi poemario Mística del tabernario (2015), propuse con el extenso texto que abre el libro, «Taberna de la cofradía de Chapinero bajo (Conversatorio escénico de la posmodernidad», un poema escénico en el que confluyen las voces de diversos personajes reunidos para celebrar la poesía, la vida y el mundo. O, en Poéticas de Guayasamín (2022), que categoricé como un texto transgenérico y en el que se conjugan la poesía, el microrrelato, la crónica periodista, el ensayo y la fotografía cobijados por la investigación hemerográfica.

Manvscrito de vna corónica inconclvsa está escrita como si fuera una crónica colonial que da cuenta de algunos episodios de violencia social ocurridos en Ecuador desde la conquista hasta hoy. Su organización discursiva es un homenaje a Guaman Poma de Ayala —de ahí que la llamo corónica— y otros cronistas indios y mestizos y, además, está en deuda con investigadores contemporáneos —los coronistas de hoy— de los acontecimientos sociales, a quienes nombro y agradezco expresamente en el mismo texto.

 

Lo atípico viene de la conjunción de voces, ¿cuál es su sentido?

La novelina está armada como un relato testimonial y fragmentado que toma aspectos, puntos de vista e incluye personajes tangenciales y ficcionales que participan en ciertos hechos históricos conocidos. Estos hechos se van hilvanando mediante la construcción del manuscrito, que es una representación alegórica de la Historia. Los escribientes son las voces de la novela.

Asimismo, en la novelina juego en términos intertextuales con la literatura de nuestra América e incluyo fragmentos poéticos que dialogan con mi narración; también me apropio de varios personajes de la literatura ecuatoriana que intervienen, de manera secundaria, en los acontecimientos. Estos personajes literarios aparecen en la novelina como si hicieran un cameo cinematográfico.

La escritura del Manvscrito ha sido un ejercicio de experimentación creativa que propone una forma novelesca anticonvencional que, intencionalmente, pone en tensión las fronteras entre la historia y la ficción literaria. No obstante, hay un respecto irrestricto de los hechos históricos, con una gran libertad para que en ellos intervengan los personajes de la ficción. Esta poética está en función de develar el memorial de agravios que atraviesa la historia de una patria escindida.

 

¿El protagonista es el propio manuscrito?

La novelina está narrada por el propio manuscrito que se va escribiendo, a lo largo de quinientos años, con la participación de diversos escribientes, quienes constituyen un collage de voces. En un sentido simbólico, el manuscrito es el protagonista de un peregrinaje, a través de la historia, en el que los testimonios de los vencidos se juntan para enfrentar y, con su existencia en la memoria de la letra, vencer al olvido.

Ahora bien, los escribientes cuentan algunos sucesos violentos de la historia de la patria, escindida en su origen, desde la mirada de los vencidos, que resisten y desafían al poder. En la estructura novelesca, los protagonistas de la escritura del manuscrito son los varios escribientes que, a su vez, dan cabida a los protagonistas de las varias historias contadas en el mismo manuscrito.

Dicen que la historia la escriben los vencedores; pues bien, en este caso, el manuscrito es una alegoría de la historia escrita por los vencidos.  

 

La mirada de los vencidos como eje de la narración: ¿por qué escogió esa mirada para definir el punto de vista?

Este manuscrito es, en sí mismo, un espacio estético y ético en el que, en términos simbólicos, se enfrentan la memoria del pueblo, que es la permanencia de la vida, y el olvido impuesto por los poderosos, que es la forma definitiva de la muerte.

En estos tiempos en que los poderosos del mundo pretenden deshumanizar al Otro, demonizar a otras culturas, segregar al que no acepta la imposición del heteropatriarcado y, en general, criminalizar a todo aquel que no se someta a la prédica ideológica del dios-mercado, el rescate de la memoria histórica es indispensable.

De ahí que, esta novela tome partido por quienes carecen de poder económico y político; por aquellos cuyo único ejercicio de poder, a lo largo de la historia patria, se ha manifestado en la resistencia política y en la lucha social contra la violencia estructural de una sociedad injusta, clasista y racista.

En síntesis, he pensado la escritura de la novelina como un alegato político y poético sobre la historia de un país atravesado, más que por una línea, por una herida equinoccial que no sana hasta hoy.

 

Finalmente, ¿por qué decidió participar de un concurso como el Miguel Riofrío tomando en cuenta su trayectoria consolidada en el plano de la literatura nacional e internacional?

            Un concurso literario es, siempre, un desafío para cualquier autor porque expone a la consideración de unos lectores atentos y especializados —los miembros del jurado, que son convocados de manera aleatoria— una propuesta estética desarrollada en un texto. Ganar un concurso es una pequeña gran alegría que recompensa los años de trabajo solitario que uno pone en un texto y en algo aplaca las dudas que todo creador tiene sobre su propia obra —yo, el primero, pues tengo una infinidad de dudas ante cada nuevo texto que escribo—. A fin de cuentas, el criterio del jurado es una primera constatación de que, en alguna medida, la propuesta estética del texto funciona.

En particular, el concurso de novela breve Miguel Riofrío es un premio ya consolidado, de mucha seriedad y transparencia en su organización, que lo convoca el núcleo de una provincia con amplia participación en la tradición artística y literaria del país. 


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Comparto con ustedes la tristeza por el fallecimiento de Fernando Miño-Garcés, que en vida fuera colega de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

lunes, noviembre 18, 2024

Postales de una herida equinoccial

Esta es la tercera entrada alrededor de la idea de que nuestro Ecuador es una patria escindida por una herida social y cultural que desde el origen atraviesa su historia.[1] En este marco histórico y cobijada por estas ideas está planteada la escritura de Manvscrito de vna corónica inconclvsa, la novela con la que, recientemente, he ganado el XII Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío

 


 1

 

La revolución liberal que triunfó el 5 de junio de 1895 bajo el mando de Eloy Alfaro evidenció las tensiones de la nación, pues en su seno convivieron la tendencia que se sostenía en la reivindicación popular e indígena y la otra que la constituían las clases dominantes modernizantes, que triunfaron al final, con el asesinato de Alfaro el 28 de enero de 1912. El amplio debate alrededor de la opresora institución del concertaje[2] ocupó las legislaturas y gobiernos liberales y a los intelectuales de la época. En estos debates, se habló de la protección de la raza indígena, considerada como una raza inferior que requería ser tutelada.

Luego de la abolición del concertaje, en 1918, Pío Jaramillo Alvarado, en El indio ecuatoriano (1922), constatando que, a pesar de la ley, la práctica del concertaje seguía viva, propone la necesidad de una reforma sobre la tenencia de la tierra y una consideración diferente para los salarios de los indios, que carecían de un acceso real a la propiedad de la tierra y cuya libertad, en la práctica, estaba restringida.

            Esta situación de los indios es la que Jorge Icaza retrató en Huasipungo (1934), que denuncia la existencia de una triada de la dominación, del trato inhumano y del despojo conformada por el terrateniente, la autoridad civil y el cura.[3] Es la misma situación de sometimiento, de humillación y de explotación de los indígenas por parte de la institucionalidad blanco-mestiza que ya advirtió Juan León Mera en su relato «Historieta», en 1866, y es la misma situación social de la que César Dávila Andrade dio su testimonio estético en Boletín y elegía de las mitas (1959), un poema canónico de la literatura ecuatoriana, cuyos versos finales son tan estremecedores como cargados de la esperanza que genera la redención que nace del propio pueblo:

 

Regreso desde los cerros, donde moríamos

a la luz del frío.

Desde los ríos, donde moríamos en cuadrillas.

Desde las minas, donde moríamos en rosarios.

Desde la Muerte, donde moríamos en grano.

 

Regreso

Regresamos! Pachakamak!

Yo soy Juan Atampam! Yo, tam!

Yo soy Marcos Guaman! Yo, tam!

Yo soy Roque Jadán! Yo tam!

 

Comaguara, soy. Gualanlema, Quilaquilago, Caxicondor,

Pumacuri, Tomayco, Chuquitaype, Guartatana, Duchinachay, Dumbay, Soy!

¡Somos! … ¡Seremos! … ¡Soy![4]

 

El huasipungo y otras formas precarias fueron eliminadas recién en 1964 y 1973 con las leyes de reformas agrarias. Asimismo, en el campo de los avances sociales que se dieron a finales del siglo veinte, tenemos el Seguro Social Campesino, cuyo plan piloto se inició en 1968, y la institucionalización del sistema de Educación Intercultural Bilingüe, en 1988.[5]

 

 

2

 

           El 11 de octubre de este año falleció Baltazar Ushca, un indígena conocido como «el último hielero del Chimborazo» y una nítida representación del ciclo permanente de la pobreza. X-Twitter y otras RR. SS. Se llenaron de mensajes emotivos y fotos que los turistas blanco-mestizos se tomaron, en algún momento, con el hielero. Un sentido homenaje y reconocimiento a un personaje del país, nacido en la provincia donde sucedieron las sublevaciones de Columbe y Guamote, en 1803, y el levantamiento de Fernando Daquilema, en 1871.

Lamentablemente, si el pueblo indígena, al que pertenecía Baltazar Ushca, camina hacia la capital en una manifestación para reclamar derechos, ese mismo pueblo indígena es acusado de terrorista, mariateguista, o se dice, con soltura de huesos, que lo financia el narcotráfico.

Dada la herida original de la que venimos hablando, la figura de Baltazar Ushca ha sido útil para el postureo, para el fingimiento de la aceptación de la pluriculturalidad, porque mientras el pueblo indígena se mantiene en el registro del folclor todo está bien porque nada se altera. Por el contrario, cuando el indio se manifiesta como sujeto político, ya no hay fotos para el postureo, sino que se lo descalifica moral, intelectual y políticamente, y se lo reprime con toda la violencia institucional del Estado.[6]

 

 

3

 


            En noviembre de 1735, llegaron a la sede de la Real Audiencia de Quito los científicos de la Misión Geodésica Francesa, cuyo objetivo era medir la distancia equivalente a un grado de latitud cerca del ecuador, para constatar si la forma de la Tierra era achatada en los polos o en el ecuador terrestre, nuestra línea equinoccial. Desde entonces, en el mundo, lo que fue el Reino de Quito y luego la Real Audiencia de Quito fue nombrado como «las tierras del Ecuador», así que, cuando nos separamos de la Gran Colombia, el 13 de mayo de 1830, nació el Estado del Ecuador.

Nominados por un accidente geográfico, sobrevivimos, intentando la construcción de un país plurinacional y diverso, con la carga de una herida que, desde la mitad del mundo, se abre hacia el planeta. Un pequeño país en búsqueda constante de la visibilidad del mundo, como décadas atrás evocara el poeta Jorgenrique Adoum:

 

Nadie sabe en dónde queda mi país, lo buscan

entristeciéndose de miopía: no puede ser

tan pequeño ¿y es tanta su desgarradura,

tanto su terremoto, tanta tortura

militar, más trópico que el trópico?[7]

 

Un paisito que parece invisible pero que está a la vista de todos. No solo que los ecuatorianos somos la tercera comunidad de migrantes en España, sino que en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, tanto a la llegada como a la salida, los transeúntes del mundo pasan frente a sendos murales, de 60 m2 cada uno, de Oswaldo Guayasamín, pintor ecuatoriano que siempre reivindicó su ascendencia indígena y cuyo apellido significa, en quichua, ave blanca que vuela.[8]

 

 

4

 

            En una reciente entrevista publicada por BBC News, James A. Robinson, ganador del Premio Nobel de Economía de este año, dijo lo que, desde hace décadas, ya han constatado los cientistas sociales de nuestra América: «La pobreza y la desigualdad en América Latina están profundamente arraigadas en el colonialismo y la explotación de los indígenas».

En este marco, vuelvo a recordar lo que, alrededor de 1615, Guaman Poma de Ayala le escribió al rey Felipe III, en aquella extensa corónica que nunca llegó a su destinatario: «Porque cin los yndios, vuestra Magestad no uale cosa porque se acuerde Castilla es Castilla por los yndios»[9].

Así, nacimos y seguimos viviendo como una patria escindida por una herida equinoccial que, tristemente, aún supura racismo y aporofobia, y que seguirá abierta mientras no entendamos que Ecuador es Ecuador también por los indios.



[1] La primera entrada fue: «La elegía inaugural de una patria escindida», y la segunda: «La herida original de la patria».

[2] Según el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, el concertaje es: Contrato mediante el cual un indígena se obligaba a realizar trabajos agrícolas de manera vitalicia, hereditaria y gratuita o con un salario mínimo. El concertaje, o trabajo obligatorio vinculado con la prisión por deudas, fue abolido en el año 1918, después de un largo debate legislativo que registró la prensa de la época.

[3] Según el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, el huasipungo es: Pequeña superficie de terreno que el dueño de una hacienda da al peón trabajador de ella, para que plante su casa y tenga sus animales y cultivos para su propio consumo. El huasipungo suponía la explotación del indio y era modalidad propia de las provincias del centro y norte del país, probablemente derivada de la antigua «encomienda» establecida por las Leyes de Indias. Tanto la institución del huasipungo como las demás formas precarias de trabajo en la tierra fueron superadas y prohibidas por las Leyes de Reforma Agraria de 1964 y 1970. No existen en la actualidad.

[4] César Dávila Andrade, «Boletín y elegía de las mitas» [1959], Obras completas I. Poesía, edición a cargo de Jorge Dávila Vázquez (Quito / Cuenca: Banco Central del Ecuador / Pontificia Universidad Católica del Ecuador, sede Cuena, 1984), 293.

[5] Ilustración: Flagelamiento, 1948, óleo sobre tela, 97 x 138 cm, uno de los 103 cuadros de Huacayñán. Aquí, en la Biblioteca Virgilio Barco, de Bogotá, como parte de la exposición «Los colores de Latinoamérica», que se exhibió del 5 de noviembre al 17 de diciembre de 2015. Tomada de: Raúl Vallejo, Poéticas de Guayasamín (Quito / Guayaquil: Fondo de Cultura Económica / Universidad de las Artes, 2022), 37.

[6] La foto de Baltazar Uscha ha sido tomada de la cuenta de Instagram del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural.

[7] Jorge Enrique Adoum, «Yo me fui con tu nombre por la tierra» [1964], No son todos los que están. Poemas 1949-1979 (Barcelona: Editorial Seix Barral, 1979), 87.

[8] El mural España e Hispanoamérica, 1982, tiene 120 metros cuadrados, repartidos en dos paneles de sesenta metros cuadrados cada uno. La foto del mural de entrada a Barajas fue tomada en noviembre de 2019; ilustra, junto a la foto de la salida del Terminal 4, el texto «Mis hermanos en la madre patria» en Poéticas de Guayasamín, 65.

[9] Guaman Poma de Ayala, El primer nueva corónica y buen gobierno [c. 1615], John V. Murra y Rolena Adorno, eds., traducción del quechua Jorge Urioste (México DF: Siglo XXI Editores, 1992), 900.

Pie de la ilustración:

/961 [975]/ PREGVNTA SV MAJESTAD, RESPONDE EL AVTOR / DON PHELIPE EL

TERZERO, rrey monarca del mundo / Ayala el autor / Presenta personalmente el autor la Corónica a

su Magestad. /

Tomada de: Felipe Guamán Poma de Ayala, El primer Nueva Corónica y Buen Gobierno, 3ra. ed., eds. John

V. Murra y Rolena Adorno (México: Siglo XXI, 1992), 897.


lunes, noviembre 11, 2024

«Las fotos del obrero»: la memoria visual del 15 de noviembre de 1922


Las fotos del obrero es un proyecto del artista Mario Rodríguez Dávila que persigue la construcción de una memoria gráfica y visual de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil, durante el gobierno plutocrático de José Luis Tamayo. Estamos ante un trabajo multidisciplinario que es, a la vez, cinematográfico, fotográfico, performático y sonoro.[1] Para mostrar el trabajo de las diversas aristas creativas de este proyecto, Mario Rodríguez y Bertha Díaz han editado Las fotos del obrero, un breve y revelador libro, en el que quienes participan artísticamente en el proyecto reflexionan sobre su quehacer.[2] Este libro es otra pieza más de un proceso creativo que se inscribe en los trabajos de la recuperación poética y política de la memoria histórica.


            El libro tiene, a manera de exergos interiores, los versos iniciales y finales del poema «Ciudad a oscuras» de César Dávila Andrade, de la época en que vivió en Guayaquil: «Venid a ver esta ciudad a oscuras / y sus tremendas bestias verticales» (20-21) y «Aquí los cementerios, siempre occidentales. / Aquí, muriéndose este nombre mío / y yo, detrás, ya muerto y en tinieblas» (10-11). Estos versos nos muestran a un Dávila Andrade que retrata el espíritu del puerto años después de la masacre, pero el propio poeta en «Canto a Guayaquil» (también de 1944) se encargó de señalar, con imágenes que iluminan la memoria, toda la desgarradora violencia de los hechos en ese proceso poético y político que da testimonio y toma partido:

 

Pasaron muchos años, y fuiste traicionada;

y tus hijos murieron en tu entraña…

Qué día aquel abierto por los sables

bajo la luz del sol, sobre las calles.

Nunca hubo tanto luto en la azucena,

nunca tanta agonía…

Ciegos caballos entraron en tu plaza;

ciegos soldados, tu escalera de algas

subieron espoleados por la furia.

Y tus hijos bajaron a tus aguas

cubiertos de flotantes cruces claras…

 


En este librito, Melina Wazhima Monné reflexiona sobre el montaje fílmico y dice que la película «se constituye en la rebelión gozosa de sus fantasmas que vuelven a la vida para reclamar su verdad a través de otros cuerpos» (15); Juan Pablo Ordóñez trabajó sobre la post-producción fotográfica y dice que, en medio del actual surgimiento de la inteligencia artificial, Las fotos del obrero «es una especie de impulso análogo por recuperar nuestro pasado, una necesidad que insiste en reponer y reconstruir a partir de nuestros cuerpos imágenes extraviadas e inexistentes» (25). Y es que de eso se trata: de construir una memoria visual ahí donde están los hechos y sus muertos, pero no las imágenes. Dice Bertha Díaz en su artículo «La ficción como táctica de remontaje de la historia», aparecido en la Revista Encuentros Latinoamericanos:

 

El proyecto Las fotos del obrero, en sus múltiples pliegues, ofrece una actualización de lo que implica la ficción en varios términos. Por un lado, en la suspensión de las convenciones sobre pasado-presente-porvenir. Por otro, en la pregunta sobre quién tiene derecho a la representación y quién puede prestar el rostro a alguien más. Adicionalmente, en el juego sobre lo original versus lo que es capaz de originar sentidos nuevos, operantes en múltiples direcciones. Y, finalmente, en lo que es capaz como reorganizadora de los relatos.[3]   

 

Según el guion de la película, un obrero, líder sindicalista, encarga a un fotógrafo hacer el registro de la movilización de aquel día; luego de sucedida la masacre, el fotógrafo debe ponerse a salvo a sí mismo y al material fotográfico. Tomás Sandoval, quien da vida al personaje fotógrafo, relata su vinculación al proceso y siente que, en medio del colectivo de la producción, «estamos conectados con seres que no habitan en este plano, pero que están vivos en nuestras memorias, en nuestras emociones, en nuestra piel» (33). Freddy Vallejos tiene el encargo de darle vida sonora a esa ciudad y a ese tiempo reconstruidos por el cine y señala, en términos paradojales: «Quizás la fuerza de esta reflexión sea la contemplación del silencio como una de las mejores herramientas para recuperar nuestra memoria. El miedo que profesa Guayaquil a ese silencio puede ser una forma de huir de sus propios recuerdos» (49).

Luis Franc, en tanto crítico cinematográfico, adelanta su perspectiva sobre lo que será la película, basado en el teaser. La ficción fílmica no es una reconstrucción de los hechos, «sino que toma los acontecimientos de aquel tiempo en función de una construcción ficcional creando un registro fotográfico como si fuesen reales» (36-37), aunque reales son los hechos históricos sobre los que se crea el archivo ficcional.

El fotógrafo Ricardo Bohórquez Gilbert revisita la memoria de un hecho del que existen pocas fotografías. Durante la investigación surgió un dato del que no se tiene mayor constancia y es el de la existencia de un fotógrafo de apellido Washing, que acompañó la movilización obrera de aquel día. Surgió, entonces, la idea de construir un archivo ficcional sobre los hechos. La fotografía es memoria, pero «es mucho más memoria cuando se trabaja con ella específicamente para llenar huecos en el imaginario de nuestra historia que está hecha de olvidos» (18). El archivo ficcional es una manera de acercarse a este momento histórico y construir una memoria visual que no existe de un suceso estremecedor en la historia de las luchas del movimiento obrero.

Las fotos del obrero, de Mario Rodríguez Dávila, es un proyecto artístico que reconstruye la memoria visual, que es un vacío histórico, del 15 de noviembre de 1922 en una confrontación poética y política contra el olvido.

 



[1] Publiqué una entrada en este blog a propósito de la edición de Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, conmemorativa de los cien años de la masacre. En dicha entrada también describí el proyecto «Las fotos del obrero» y presenté algunas de las fotografías para ilustrar el artículo.

[2] Mario Rodríguez y Bertha Díaz, eds, Las fotos del obrero (Guayaquil: Manso Rojo Editores, 2023). Los números entre paréntesis indican la página de la cita en esta edición.

[3] Bertha Díaz Martínez, «Las fotos del obrero: la ficción como táctica de remontaje de la historia», Revista Encuentros Latinoamericanos, Segunda Época, vol. 7, n. 1, enero-junio 2023.