José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

miércoles, agosto 14, 2024

«El vino de mi sombra»: celebración de la vida más allá de su inexorable finitud



            La poesía es un espacio comunitario en el que la palabra hilvana la diversidad de voces del mundo y va construyendo una colcha de versos que arropa la desnudez interior del ser humano ante la vida. La poesía se alimenta de poesía y la voz poética es una amalgama de voces que, paradójicamente, nos permite aquella confrontación tan temida con nosotros mismos y nuestra soledad. Y, la poesía es la habitación personalísima del yo y su estremecimiento frente a sí, el otro y al mundo.

Sonia Manzano, que conoce los placeres y sinsabores de la escritura, define su quehacer poético con imágenes sorprendentes, sensorialmente extrañas y cargadas de sensualidad. Así, en «Escribo»[1], la poeta define su escritura como un salirse de sí misma para contemplar «al hombre que incendia el horizonte / con un clavel mojado en gasolina», y para sostener entre sus brazos «una piedra que lacta en mi pecho / el flujo lunar de la nostalgia». Definido el quehacer poético como una tarea que se realiza en todo momento y bajo las circunstancias más disímiles, la poeta desafía la lógica racionalista para envolvernos con el manto sensual de lo irracional:

 

Escribo

guardando el equilibrio

en una sola pierna

acostada en la tapa

de un gran piano de cola

mientras un gato lame

las teclas insonoras de mi cuerpo (62)  

 

La relación intertextual que establece la poeta atraviesa el poemario, que se inaugura con «Tiempo, me has vencido» en diálogo con César Dávila Andrade y su célebre poema «Espacio, me has vencido», que da cuenta de la contundente derrota del ser humano ante la inmensidad del universo. En el poema de Manzano, el inexorable transcurrir del tiempo es asumido con serenidad, desprovisto de dramatismo y con pinceladas de humor en medio de la gravedad del asunto. ¿Cuál es esa espada «fraguada en ocio lento» (11)? El disfrute de la vida persiste y, a pesar del tiempo, sigue escuchándose, bajo tierra, «el violín fosilizado del deseo» (13). Así, la cercanía de la muerte que corona la victoria del tiempo no impide que la poeta confiese, con ironía, el carácter de su máscara victoriosa, en una estrofa cuya imprecación inicial se resuelve con un macabro sentido del humor:

 

Ay, Tiempo

me has tirado de bruces

sobre la imagen y semejanza

de mi creación más perfecta

esa que calza en mis zapatos

esa que usa el mismo vestido

con el que asisto al recital

que brinda cada año

la Sociedad Secreta de los Poetas Muertos (12)

 

            El poema concluye con la muerte del poeta, en parte porque la vida es poesía en movimiento, en parte porque la muerte es la clausura de ese texto finito que es la existencia del ser humano. Así, la muerte es la que concluye el poema de la vida: «La mano de la muerte / arrancó de la mano del poeta / la pluma que apretaba / y concluyó el poema con un verso / de su propia autoría» (17). Pero esa muerte no es cualquier muerte, pues en la última estancia del poema resuena, como un signo de todo poeta, la invocación a García Lorca: «Cuando ya su inocencia había sido fusilada / llegó la orden de suspender la ejecución / Eran las cinco en punto de la tarde». (20)

            En la siguiente sección, la poeta invoca a Walt Whitman a través del célebre verso de su poema dedicado a Abraham Lincoln: «Oh, capitán, mi capitán». Si en el texto primero, el tiempo ha vencido, en este poema la nostalgia de lo que fue y no volverá se acumula en un sitio solitario en donde la poeta quiere levantar morada. La invocación no está exenta de la ironía característica de la voz poética: «No mastico hojas de hierba / de haberlo hecho / hace mucho hubiera escrito / un demencial canto a mí misma» (25). Hay un anhelo de volver a la palabra original, concebida como nostalgia inédita a través del paso del tiempo. Luego de una imagen, tan inesperada como surreal, «una botella en llamas / con un náufrago adentro» (28), la invocación al poeta Whitman, convertido en el capitán de su poema a Lincoln, clama por la liberación del poema que aletea: «entre los dientes / de una rosa carnívora».

            La tercera estancia del poema se cierra con una paradoja: la imagen de la imposible perennidad del ser consuma en su epitafio se contrapone a la perennidad de la poesía por sobre la lógica implacable de la muerte: «escribir sobre la arena / un epitafio en verso / tan bello y doloroso / que no habrá espuma alguna / que se atreva a borrarlo». Belleza y dolor de la poesía que anhela escribir la poeta detenida en ese lugar solitario al que ha llegado al final de la vida, igual que la profesora de piano, del poema final, espera frente a su instrumento en una habitación con fragancia de nardos.

            Esa soledad es también el espacio de la libertad definitiva que simboliza el mar. La poeta se aleja del capitán y decide enfilarse hacia su confrontación con la muerte. En los últimos versos que invocan a Safo, la poeta suicida, hay una tácita sororidad: la voz poética se autoimpone la misión de encontrar el peñasco de la isla de Léucade de donde Safo se arrojó para alimento del mar y la de cubrir con la túnica de aquella los restos que el mar devuelve «a la playa tantas veces recorrida / por sandalias suicidas». Es en esa soledad, en esa muerte, en ese naufragio personal, en donde la voz poética encontrará el sitio deshabitado, según clama: «uno en el que mi sombra / encuentre la luz que la proyecte». (25)

            Las sombras carecen de cuerpos. El poema que da título al poemario invoca a la música de jazz y sus versos crecen con el símil musical. El vitalismo del jazz y la bohemia de sus músicos van desgranándose en los versos. Una anciana, símbolo del paso del tiempo y de la acumulación de vida, canta Summer Time «con el mismo dolor con que lo haría / una mujer que acaba de parir / un pájaro sin alas» (56). Ese dolor intenso que se nos queda grabado en la retina mientras el pájaro palpita extraño entre los versos del poema. La anciana recibe una propina de hojas muertas: es la música que queda atrás. ¿Qué son aquellas hojas muertas que la sombra se saca del escote? El pasado, la vida que ya no es y, sin embargo, continúa porque «debajo de la almohada / el vino de mi sombra / esconde una hoja muerta / aún con vida». (57)

            Las sombras son también memoria del duelo. La madre que acompaña y protege a la sombra de la voz poética es invocada para que permita que la vida fluya con cada muerte a cuestas. Hay un reconocimiento sereno de la finitud y, por tanto, un ruego a la madre protectora: «no salves lo insalvable». Cada uno espera la muerte que le toca porque es inevitable, porque la flecha que habrá de aniquilarnos no espera; la voz poética proclama, entonces: «la que me corresponde / ya viene silbando por los aires» (41). La madre en, que nos dio la vida, no podrá protegernos de la muerte inexorable.

            En esta esfera de duelos, dos sombras se proyectan ya sin sus cuerpos: la de la hermana y la del hermano. Bellos y conmovedores poemas de duelo y nostalgia. Esa tristeza por la hermana querida que no está es el reconocimiento de que lo que fue un cuerpo vivo que ya no es más que una ausencia definitiva. La imagen de la contemplación de esa ausencia por parte de la sombra que regresa a la habitación en la que alguna vez fue sombra de un cuerpo vivo es estremecedora:

 

La sombra de mi hermana

contempla largamente

la ausencia del cuerpo de mi hermana

y solo se retira

después de que le dice entre sollozos

que la extraña (43)

           

En similar sentido, la sombra del hermano es evocada con la desesperada necesidad de evitar la partida de aquel que se fue en un caracol con ruedas, «cuya cajuela guarda / los vagidos de un mar que aún no nace» (53). Ese extrañamiento es un llamado desde el lugar de la muerte, ahí donde habitan todas nuestras nostalgias. Cuando el hermano enciende el coche y acelera: «Se rompe la barrera del sonido / con un silencio sordo que revienta / los tímpanos de todo el universo / Se rompe el dique que contiene / las aguas de todos mis océanos» (53). La voz poética nos abandona a la ausencia de un hermano, que también es el nuestro, el de hermano difunto que todos llevamos en nuestra tristeza.

Solo somos sombras, parece decirnos la poeta, sombras sin cuerpos, proyecciones platónicas. Una sombra chinesca es la metáfora sobre la brevedad de la vida: apenas somos «la sombra de un instante» (44). La sombra es también la prolongación del cuerpo en la aventura de estar vivo. ¿Qué es el cuerpo que se busca a sí mismo? Es cuerpo finito y la sombra es prolongación de la memoria, símbolo de la poesía que continúa viviendo cuando el cuerpo ya no es: «Yo soy la sombra / de mi sombra / ambas buscamos / un cuerpo que escapó / mientras las dos dormíamos» (46). ¿Qué es entonces una sombra sin cuerpo sino la existencia del ser prolongada en el desierto indescriptible de la muerte?

Entre las sombras, las hay aquellas que son perversas, violentas y que se extienden en versos tremendistas. El préstamo del título «Catedral salvaje», de Dávila Andrade, le permite a Sonia Manzano trabajar una reinterpretación metafórica: las resonancias telúricas del poema daviliano son reemplazadas por la dureza criminal del asunto; así, ante la sombra del cura que sermonea a una feligresía embelesada, «solo el niño / que canta alabanzas a la Virgen / sabe que los ojos pederastas / están inyectados / con la sangre blanca y pegajosa / que eyaculan en secreto / los demonios» (40). La inocencia es la víctima de una catedral salvaje, símbolo de la institución eclesial católica, que permite y encubre la pederastia.

 En esta línea, están la desgarradora imagen del niño hidrocefálico que se alimenta del pezón reseco de su madre y la visión de la mujer adicta que abre la caja de Pandora con la ampolleta de droga; están la niña afgana que es vendida por su padre a un viejo que perpetúa el poder patriarcal sobre el cuerpo de la niña, y la agonía angustiosa de George Floyd que repetía «no puedo respirar / no puedo respirar / no puedo respirar / hasta que su último clamor / fue el de un ruiseñor estrangulado / por el guante racista de la asfixia» (66). Poesía tremendista, cargada la indignación frente a la injusticia del mundo, en medio de un dolor inenarrable, descarnado.  

            Al cerrar el libro leemos «La maestra de piano», un conmovedor texto cargado de verdad vivencial. Esa maestra, que «sumerge su plumaje de cisne hembra / en el lago en el que flotan / los ojos dorados de un anfibio» (70), es la que toma el brazo que la ayuda a caminar y acepta con estoicismo la presencia de «el pájaro senil del deterioro» (70); es la que vive sola y repara su alma rota con la música, que es también poesía: «El piano es su único psiquiatra / solo él conoce / la inocua intrascendencia de sus traumas / El piano es la piedra del sol en que restriega / el curtido ropaje de sus culpas».

La maestra de piano quiere celebrar el final de la vida con el demente frenesí de la música hasta que queden «sus dedos convertidos / en cenizas de sangre» (73). La maestra de piano queda a la espera de que el primero de sus cuatro alumnos           irreales «aparezca / en su sala olorosa a nardos agrios», esa fragancia de nardos de reminiscencias bíblicas y evangélicas. Los nardos del Cantar de los Cantares, el bálsamo de nardo que una mujer derrama sobre la cabeza de Jesús, en Betania; el nardo de la espera, la espera de esa sombra que va con nosotros y que, en un día sin recuerdo, se encontrará vagando extraviada sin el cuerpo que fuimos.

El vino de mi sombra, de Sonia Manzano, es poesía que dialoga con otros textos poéticos y sus poetas, con una escritura que está cargada de ironía, imágenes deslumbrantes e indignación, al tiempo que, de forma permanente, celebra la existencia más allá de la inexorable finitud de la vida.



[1] Sonia Manzano, El vino de mi sombra (Guayaquil: Cadáver Exquisito Ediciones, 2024), 61-62. Los números entre paréntesis indican el número de página en esta edición. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.


lunes, agosto 05, 2024

Imane Khelif: un pretexto para que se desate la transfobia mundial

Composición del portal digital Volcánicas sobre una imagen de Imane Khelif.

La nota de BBC Sport dice que la boxeadora italiana Angela Carini, que, el jueves 1 de agosto, abandonó la pelea contra la argelina Imane Khelif, a los 46 segundos, quiere disculparse con su oponente por no haberle dado la mano luego de la pelea. Carini dijo que estaba muy enojada en ese momento porque las Olimpíadas habían terminado para ella. Asimismo, Carini añadió que, si se volvía a encontrar con Khelif de nuevo, «la abrazaría». Las disculpas de Carini son importantes en medio de la ola de bulos cargados de transfobia que se desató luego del triunfo de Khelif en contra de la boxeadora argelina. En realidad, la transfobia, a nivel planetario, se disfrazó de una supuesta preocupación por las condiciones de igualdad durante las competencias deportivas en la categoría de mujeres.

En primer lugar, hay que aclarar que Imane Khelif no es una mujer trans ni podría serlo en Argelia, un país en donde la homosexualidad está penalizada. Aunque la International Boxing Asociation, IBA, presidida por el ruso Umar Kremlev —que hizo declaraciones homofóbicas respecto al IOC y la ceremonia inaugural—, la descalificó el año pasado por no calzar en sus criterios de elegibilidad para participar en la competencia de mujeres, Imane Khelif es mujer. Ella compite en la categoría de mujer y ha sido reconocida como mujer atleta por el International Olympic Committee, IOC. «La boxeadora argelina nació mujer, fue registrada mujer, vive su vida como una mujer, boxea como una mujer, tiene pasaporte de mujer», dijo el viernes pasado Mark Adams, vocero del IOC. Como reconoció Carini: «Toda esta controversia me da tristeza. Lo siento por mi oponente, también. Si la IOC dice que ella puede pelear, yo respeto tal decisión». Amy Broadhurst, la irlandesa que derrotó a Khelif en la final del campeonato del mundo de boxeo, en 2022, posteó en X-Twitter, en defensa de la argelina: «Mucha gente me ha enviado mensajes de texto sobre Imane Khelif. Personalmente, no creo que haya hecho nada para “engañar”. Creo que así es como nació y que eso está fuera de su control. El hecho de que haya sido derrotada por nueve mujeres antes lo dice todo».

En segundo lugar, se ha dicho a lo largo de la discusión que hay deportistas cuyas características biológicas los vuelven únicos. Así, se habla de la altura de la basquetbolista china Yao Ming (2.29m), el tamaño inusual de las extremidades del nadador estadounidense Michael Phelps, que padece el síndrome de Marfan, o la capacidad pulmonar del atleta jamaiquino Usain Bolt. Al parecer, Imane Khelif —y otras atletas africanas como Caster Semenya y Christine Mboma o la española María José Martínez Patiño— tiene una condición biológica llamada hiperandrogenismo que hace que su cuerpo genere altos niveles de testosterona, lo que la convierte en una mujer intersexual, algo que no garantiza su triunfo. Hay que recordar que Khelif tiene una vida personal y una carrera deportiva de superación: fue eliminada en el mundial de boxeo de 2018 y de 2019 en la primera ronda; en las Olimpiadas de Tokio (2020) fue eliminada en cuartos de final y, recién en 2022 llegó a la final del campeonato mundial de boxeo y fue derrotada. En síntesis, la discusión debería centrarse en si ciertas condiciones biológicas de los seres humanos constituyen ventajas determinantes o no en las competiciones deportivas, pero al parecer, en la red social X-Twitter pueden más los prejuicios de los líderes conservadores y homofóbicos del planeta que azuzan a quienes odian la diversidad de los seres humanos.

          Finalmente, el primer triunfo de Khelif[1] desató una ola de transfobia gratuita porque, en un comienzo, se “acusó” a la boxeadora argelina de ser una mujer transgénero. Estos ataques transfóbicos estuvieron encabezados por el multimillonario dueño de X-Twitter, Elon Musk, y aglutinaron a la escritora J. R. Rowling, al presidente argentino Javier Milei, la primera ministra italiana Georgia Meloni y Agustín Laje, entre otros, quienes lideraron los bulos y el discurso de odio a través de dicha red social. Según el portal Volcánicas, que adelantó una amplia investigación periodística al respecto, hubo más de 10.000 trinos transfóbicos coordinados que atacaron a Imane Khelif en X: «Lo que parecía una reacción de indignación orgánica no lo fue. Fue un ataque coordinado. Volcánicas, con ayuda de DFRLab, rastreó el inicio del bulo transfóbico y encontró más de 10 mil trinos en la red social “X” que replicaron el mismo mensaje de odio»[2]. Amnistía Internacional ha publicado un extenso informe sobre los casos de homofobia en el mundo que merece nuestra atención.

            Lo sucedido con Imane Khelif, además de la transfobia, da cuenta de los prejuicios contra las mujeres racializadas que no se ajustan al estereotipo femenino europeo. Y el debate, que no se ha centrado sobre las condiciones biológicas de cualquier persona que pudiesen generar ventajas injustas en competiciones deportivas, se ha diluido en un discurso transodiante que no tiene sentido ya que Imane Khelif es mujer biológica. Las personas trans no son peligrosas ni borran a nadie como sostiene el feminismo transexcluyente; en cambio, el odio contra las personas trans provoca crímenes horrendos que, generalmente, quedan en la impunidad.

 

P.S: La foto de Imane Khelif, de niña fue posteada por Amy Broadhurst.



[1] Al cierre de este post, Imane Khelif ya pasó a semifinales y aseguró al menos una medalla de bronce, luego de derrotar por decisión unánime a la húngara Anna Luca Hamori (5-0), que, antes de la pelea, se había sumado a la ola de ataques contra Khelif en la red social X-Twitter, respaldada por su federación deportiva. No obstante, luego del combate, Luca Hamori aceptó la derrota y le dio la mano a Khelif, que se acercó a ella para saludarla. Khelif se enfrentará el martes 6 a la tailandesa Janjaem Suwannapheng.

[2] «Más de 10.000 trinos coordinados. Así fue el ataque contra Imane Khelif en X», Volcánicas, 2 de agosto de 2024, acceso 2 de agosto de 2024


lunes, julio 29, 2024

Los placeres de la investigación


           Experimento un profundo placer en el momento en que descubro algún elemento de la investigación en la que estoy trabajando y que no conocía. Es el placer de quitarle un velo más a mi monumental ignorancia; el placer de comprobar lo que intuía, en términos interpretativos, o de acercarme a aquello cuya existencia solo conocía por los libros. A veces, la carrera universitaria y los congresos académicos convierten a la investigación y su escritura, dada la obligatoriedad y mecanización, en una tediosa tarea para ascender en el escalafón; pero, si investigamos con vocación en campos que nos apasionen, el escalafón no será un instrumento temido sino un efecto de algo que hacemos con afecto. Investigar es indagar la validez de una idea para que no quede en el desván de las ocurrencias; es también encender algo de luz sobre el objeto que aguarda por nuestra mirada; y, sin duda, es disfrutar de los hallazgos culturales a plenitud.

            Cuando investigaba para mi tesis doctoral algunos textos de Simón Bolívar me satisfizo enormemente el haberme topado con una versión temprana de «Mi delirio sobre el Chimborazo» que se encontraba en un libro de 1830: Documentos relativos a la vida pública del Libertador de Colombia y del Perú Simón Bolívar para servir a la historia de la independencia de Suramérica, tomo vigésimo primero (Caracas: Imprenta de G. F. Devisme, 1830). El ejemplar del libro que encontré fue digitalizado por la Biblioteca de la Universidad de Harvard y catalogado el 12 de marzo de 1892. En las páginas 243 y 244, las últimas antes del índice, estaba ese texto de prosa lírica sobre el que publiqué una entrada en este blog «200 años de “Mi delirio sobre el Chimborazo”: acción y estado del alma del héroe romántico». Un libro de 1830, el año de la muerte de Bolívar, me entregó el documento preciado: una versión primera de la prosa lírica de un guerrero con los elementos neoclásicos y el alma romántica de un poeta. El placer de experimentar el delirio del guerrero poeta.

            Antes de investigar sobre su obra, Jorge Isaacs era solo el autor de María (1867) y, con ello, más que suficiente para su sitio en nuestra historia literaria. No obstante, durante la investigación, descubrí facetas que me lo revelaron como un intelectual paradigmático de lo que fueron los románticos de nuestra América en el siglo diecinueve. A medida que leía sobre él, lo descubría como poeta y dramaturgo; como el Superintendente de Educación Pública del Estado del Cauca que defendió los principios de la educación laica de la Constitución de 1863; como el guerrero que participó victorioso en la batalla de los Chancos, el 31 de agosto de 1876; como aquel que encabezó un golpe de Estado y se proclamó Jefe Civil y Militar del Estado de Antioquia, entre el 30 de enero y el 6 de marzo de 1880, cuyo testimonio quedó en La revolución radical en Antioquia (1880); como el secretario-explorador de la segunda misión corográfica de Colombia que nos legó Estudios sobre las tribus indígenas del Estado del Magdalena (1886); como el que tuvo que vender las propiedades familiares para cancelar las deudas de un padre ludópata y padeció estrechez económica por siempre. Por eso, cuando me topé con una estampilla de Correos de Colombia que lo celebraba como uno de los «Pioneros del petróleo», por haber descubierto las hulleras de Aracataca y Fundación, en el occidente del Magdalena, no pude menos que disfrutar del hallazgo que ahora comparto con ustedes. El placer de compartir vida intensa de un poeta.

          ¿Qué otros elementos me han provocado un enorme placer cuando me topé con ellos? En abril de 2018, visité la Biblioteca del Congreso, en Washington D.C. días antes de que empezara a dictar un curso monográfico sobre el Quijote en el pregrado de la Universidad de las Artes, de Guayaquil. En dicha visita, viví mi encuentro con un ejemplar de la edición príncipe de la obra central de nuestro canon y, al hojear sus páginas y leer en voz alta el párrafo inicial y el soneto con el diálogo entre Babieca y Rocinante sentí esa exaltación de los sentidos ante lo sublime sobre la que escribieron los románticos. El placer de ojear el libro fundacional de una tradición literaria de más de cuatrocientos años y sentir que, por un instante, he tocado el mismo objeto que tuvieron en sus manos quienes disfrutaron de la lectura del Quijote en el siglo XVII. El placer de tocar un talismán literario.

Una emoción similar, atenuada por la cercanía en el tiempo, la tuve cuando, en una visita dominical al Museo Nacional de Colombia, en Bogotá, me topé con el liqui-liqui que utilizó Gabriel García Márquez para recibir el premio Nobel, en 1982. En una entrevista para Televisa, semanas antes de la ceremonia, GGM había dicho: «El traje obligatorio es el frac, pero en la Academia Sueca aceptan que los hindúes vayan con su traje nacional. Yo estoy dispuesto a demostrar que la guayabera es el traje nacional del Caribe y que tengo el derecho de ir vestido así. Con tal de no ponerme frac, soy capaz de aguantar el frío». Al día siguiente usaría el frac, superando la pava, en una cena con el rey de Suecia, pero en la ceremonia de entrega del premio estableció una seña de identidad continental. Pues, ahí estaba exhibido, en una vitrina del museo, el traje con el que GGM, con un gesto identitario, reforzó simbólicamente el sentido político de su discurso «La soledad de América Latina». El placer que provoca la cercanía de ciertos artefactos culturales que son, al mismo tiempo, hitos históricos

            La hemeroteca de El Telégrafo, que está en la Biblioteca de las Artes, en Guayaquil, es un sitio que me conecta con la vida de la ciudad y me lleva a cada momento de su historia como si estuviera leyendo el periódico del día siguiente de los sucesos. En sus páginas revisé algunas crónicas de Medardo Ángel Silva, las noticias alrededor de su muerte y, emocionado, me topé con la publicación de su novelina María Jesús, que apareció en cuatro entregas, del domingo 26 al miércoles 29 de enero de 1919. La página del diario estaba carcomida por el tiempo, pero conservaba el espíritu de aquella novelina modernista del amor romántico, que, meses después, provocó un flirteo epistolar entre el poeta y una incógnita lectora. El placer de encontrar un documento de nuestra tradición literaria.

La alegría de toparse con un libro, un documento o un objeto cultural es una de las motivaciones que, para mí, hace de la investigación un trabajo placentero. Es como si exprimiera la vivencia de un momento del pasado más allá de la realidad del tiempo y aquello provocase ese instante luminoso de la emoción excelsa, igual que cuando al contemplar las cataratas del Niágara experimenté en mí aquel sublime terror que se siente al leer el poema de José María Heredia: «[…] Niágara undoso, / tu sublime terror solo podría / tomarme el don divino, que ensañada / me robó del dolor la mano impía».

 

 
(11 de julio de 2024)