Enero de 1605: Miguel de
Cervantes, finalmente, acarició un ejemplar impreso por Juan de la Cuesta, de
su novela El ingenioso hidalgo don
Quixote de la Mancha. Según el cervantista Francisco Rico, el tiraje estuvo
entre 1.500 y 1.750 ejemplares. Uno de esos se encuentra en la Biblioteca del
Congreso de los EE.UU. y, hace una semana, yo pude hojearlo con la avidez y la
emoción de un heredero menor del oficio de Cervantes. Ojear el libro, pasar sus
páginas con mis propios dedos; leer en voz alta las líneas del prólogo, del dialago entre Babieca y Rozinante, y el
párrafo inicial del primer capítulo, ha sido para mí una inédita experiencia de
mística laica; un momento memorable en el que viví el profundo sentido de lo
sublime kantiano.
El éxito del Quijote fue tal que, a mediados del año,
apareció la primera reimpresión. En el mismo 1605, ya estaba circulando en
Lisboa la inaugural edición pirata
del Quijote, impreso con licencia del Santo Oficio por Jorge Rodríguez, que
también pude ojear y hojear. Esta edición tiene la particularidad de presentar
la primigenia imagen del Quijote y Sancho en la viñeta de portada. Sancho responde
más a la descripción de cuando se lo llama Sancho Zancas: “Y debía de ser que
tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las
zancas largas”, y no al Sancho regordete y paticorto creado por Gustavo Doré a
mediados del siglo XIX, cuya imagen es la que ha prevalecido hasta hoy.
Del 1575 a 1580, Cervantes padeció
su cautiverio heroico en Argel, hasta
que el fraile trinitario Juan Gil pagó los 500 escudos exigidos por su rescate.
La primera edición del Quijote tuvo el
precio de venta de 290,50 maravedíes. El ducado, creado en 1497, equivalía a
375 maravedíes, aunque desde Carlos V se había convertido en moneda de cuenta. Para
la época del rescate el escudo ya había sustituido al ducado en el uso. Por
tanto, manteniendo al ducado como unidad de cambio, el rescate fue de 187.500
maravedíes, igual al precio de 645 ejemplares del Quijote, o de 1.476 gallinas de la época.
Padeció cárcel en 1592 y 1597,
suerte de cautiverio infamante, por
irregularidades burocráticas, en Castro del Río y Sevilla. Se dice que a esta
última prisión de tres meses es a la que se refiere Cervantes cuando en el
prólogo de la primera parte dice: “Y, así, ¿qué podía engendrar el
estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco,
avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de
otro alguno, bien como quien se engendró
en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste
ruido hace su habitación?”
A finales del siglo XVII ya
habían aparecido 53 ediciones (23 en otras lenguas) del Quijote. Rico sostiene que el editor de la edición príncipe tuvo
mucho trabajo con la ortografía y la puntuación de don Miguel, que firmaba Cerbantes. Yo solo puedo dar testimonio
de que mi encuentro cercano con la edición príncipe de la primera parte del Quijote fue exacerbado por el mismo amor
quijotesco hacia Dulcinea, dado por la
mucha hermosura y la buena fama, que es como decir basado en la buena fama
de la novela y lo hermoso de su escritura.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 30.03.18
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