Blog cultural de Raúl Vallejo.
Artículos escritos con inteligencia natural.
José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos. (De El perpetuo exiliado, 2016).
Entrevista realizada en Bogotá, el jueves 23
de enero de 2014
Candidato a doctor de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, embajador de
Ecuador en Colombia, Raúl Vallejo ha trashumado en la narrativa ecuatoriana
jugando siempre con el erotismo. Según sus propias palabras, Vallejo se
compromete “con la estética y la ética de un tiempo en que el arte lucha por no
convertirse en mercancía y la ética por sobrevivir al cinismo, asesino de
utopías desde la pragmática del mercado”.
Raúl Vallejo deja de lado el traje,
la corbata, abre las puertas de su casa, acaricia el lomo de sus perros
diametralmente opuestos en su tamaño —un Gran Danés Boston y un Shih Tzu—, le
da un beso a su esposa, se sienta en su estudio y responde…
¿Qué estás
leyendo, Raúl?
Ahora estoy trabajando en el siglo
XIX, por lo tanto mis lecturas principales se sitúan en textos de aquella época.
Estoy haciendo una investigación que va de comienzo del siglo hasta finales
para desarrollar una idea: el XIX es un siglo básicamente romántico en el que
la idea del héroe como patriota y como amante está presente no solamente en los
personajes de la literatura sino también en los personajes que han sido parte
de la historia. He hecho, para el primer capítulo de mi tesis, una
investigación sobre las cartas de Manuela Sáenz y Bolívar y cómo esa relación
afectiva está atravesada por la lucha patriótica, por la política.
Recientemente, acabo de leer El progreso del amor, de Alice Monroe —pero
todo el mundo parece que está leyendo sus cuentos desde que ganó el Premio
Nobel—; también terminé la Trilogía de
Nueva York, de Paul Auster.
¿Cómo es ese
momento en que Raúl Vallejo se enfrenta al papel en blanco?
La escritura es un proceso sui géneris y me imagino que cada
escritor tiene sus ritos, sus maneras de vencer el miedo… hay un temor que
tiene que ver con la posibilidad de encontrar la forma expresiva de lo que uno
quiere decir: me parece que cuando se tiene una idea de qué es lo que se quiere
escribir el temor más grande es si el tono en el que uno lo está diciendo, es el
tono adecuado, si es el tono que posibilitará la comunicación con el lector.
Creo que el problema, en mi caso en particular, no es tanto la historia que uno
quiere contar. Primero, uno se pregunta si esta historia le interesará a
alguien. Segundo, si quiero que le interese a alguien cómo la tengo que contar,
cómo la tengo que decir. Y, luego, hacer que ese “cómo” se plasme en la
escritura. Creo que esa es toda la historia de los miedos y el temor.
Obviamente, el trabajo de la escritura es muy silencioso, muy privado. Yo tengo
mis ritos: oigo música, dependiendo de lo que esté escribiendo la música
difiere. Al mismo tiempo, requiero de un espacio en el que esté rodeado de
libros, silencioso, íntimo y, sobretodo, necesito estar exento de los ruidos de
las llamadas redes sociales. Me parece un contrasentido —aunque para otros
puede ser una forma de liberarse de ese miedo— pero andar tuiteando lo que uno
escribe me parece que es parte de una cultura del espectáculo a la que no
pertenezco y a la que no quiero pertenecer tampoco.
Eres un
escritor que ha vivido entre dos siglos, ¿qué queda del Raúl Vallejo de Ópera prima en el de Pubis equinoccial?
Bueno, en realidad no son dos
siglos, son milenios (risas). Obviamente, sí hay cosas que cambian
culturalmente, incluso culturalmente en la manera de escribir. Yo me acuerdo
que escribía a mano, luego se pasaba a máquina de escribir; de esa máquina de
escribir se corregía y luego se volvía a pasar a máquina. Hoy en día, en
particular escribo a mano básicamente apuntes es decir, uno escribe
directamente en el computador por una razón, porque en la computadora uno
escribe un párrafo y le da diez vueltas y termina corrigiendo y eso vuelve al
proceso de escritura algo totalmente distinto. La tecnología instrumental ha
modificado sustancialmente la actitud hacia la escritura. Creo que todos
finalmente tenemos nuestra libreta de apuntes. Esta libreta de apuntes puede
ser, efectivamente, una libreta de apuntes o puede ser la función de notas del
celular. Yo veo que los instrumentos van modificando lo formal pero tal vez lo
que queda de manera permanente es la actitud atenta que normalmente tiene un
escritor o una escritora.
Breves respuestas para
cuestiones cotidianas
¿Una ciudad?
Yo escogería una ciudad del mar…
Manta, porque es de mar, es la ciudad donde nací, es una ciudad donde yo
quisiera regresar.
¿Cómo
enfrentas el tema de la muerte?
La verdad es que no pienso en ella.
Tal vez no tengo la edad para pensar en ella y eso hace que sea algo distante
más allá de que uno la sufre cuando los seres queridos fallecen. La muerte no
es una preocupación, creo que más es una preocupación para mí la vida antes que
la muerte como tal.
¿Un libro?
El Quijote
¿Un
escritor?
Heinrich Böll
¿Una
película?
Casablanca
¿Una
canción?
“Hoy mi deber”, de Silvio Rodríguez
¿A qué le
temes, Raúl?
Le temo a no ser consciente de los
errores, de la soberbia, a la incapacidad de ser autocrítico con uno mismo
¿Una mujer?
La verdad es que no hay una mujer,
no creo en eso, no creo que hay la mujer. Creo que hay distintas mujeres que se
ubican en la vida de uno, de diferente modo y son mujeres en particular.
¿Cuál es tu
mejor texto?
Espero que sea el que está por
venir.
Conversatorio sobre "Literatura y erotismo", a propósito de Pubis equinoccial, con Andrés Grillo, crítico literario de la revista Soho, en la librería del Fondo de Cultura Económica, en Bogotá, el 22 de agosto de 2013.
El erotismo atraviesa toda su narrativa. Recuerda
como anécdota que mi primer libro, un libro de colegial que se llamó Cuento
a cuento cuento que fue acusado de ser pornográfico, y fue un libro escrito a los 16
años. Para él, el tema del eros, del amor erótico ha estado siempre presente en
su narrativa.
¿Cuál es la
línea de frontera entre lo erótico y lo pornográfico en Pubis equinoccial?
Lo que pretende Pubis Equinoccial es mostrar múltiples
perspectivas sobre lo erótico en un libro. Es un libro en el que todos los
cuentos están atravesados por el sentido de lo erótico, en general del eros y
en donde el lenguaje es una provocación llevada al extremo, ese extremo en el
que se funde lo erótico, lo obsceno, lo pornográfico y eso determina un severo
cuestionamiento a la interioridad del ser humano. Yo creo que Bogotá no ha
influido en eso para nada. Digamos que las ciudades de mar, las ciudades
calientes tienen fama de ser más eróticas que las ciudades frías, digo, es
fama. El eros pertenece al ser humano y puede darse en un iglú, puede darse en
la selva Amazónica, no creo en la condición geográfica.
Hay algo muy claro: lo erótico
siempre es la sexualidad conflictuada, siempre implica necesariamente que hay
una pregunta sobre esa esfera íntima del ser humano. Lo pornográfico es la
genitalidad obvia. Entonces, en lo pornográfico no importa el conflicto lo que
importa es mostrar la genitalidad en la gimnasia sexual. En lo erótico no. En
lo erótico lo principal es de qué manera esta esfera del ser humano influye o
es parte de su espíritu, influye en sus relaciones y de qué manera lo
conflictúa frente al otro. Creo que aquí hay una línea muy clara de división de
lo uno y lo otro.
Para Raúl Vallejo, embajador de Ecuador en Colombia desde enero de 2011, el acuerdo que terminó con el proceso
internacional derivado de las aspersiones en la frontera es una muestra
del buen momento de las relaciones. / Foto Luis Ángel
Por Diego Alarcón Rozo (El Espectador, octubre 2, 2013)
El embajador de Ecuador en Colombia, Raúl Vallejo, todavía lamenta la
muerte de Álvaro Mutis: “Se fue, pero nos dejó a Maqroll el Gaviero”,
dice, como quien rescata la inmortalidad de los escritores a través de
sus personajes. El embajador ha leído muchas páginas y escrito otras
tantas, pero esta vez, sobre la mesa de la oficina en la que recibió a ,
permanecen dos carpetas. Una corresponde al acuerdo que firmaron los
gobiernos de Bogotá y Quito para cesar el litigio en la Corte
Internacional de Justicia; la segunda contiene toda la información del
caso Chevron, la disputa legal que sostiene su país con la poderosa
petrolera.
El primer caso quedó resuelto después de que su
gobierno accediera a retirar la demanda que había elevado al tribunal
por el tema de las aspersiones con glifosato en la zona de frontera. No
obstante, en el segundo caso no hay solución a la vista. El embajador
Vallejo conversa sobre estos asuntos, así como de la nueva Ley de Medios
en Ecuador, del plan de explotación petrolera en la reserva amazónica
de Yasuní y el caso del fundador de Wikileaks, Julian Assange, quien aún
está refugiado en la embajada de Quito en el Reino Unido.
La
posición de Rafael Correa frente al tema de las aspersiones con
glifosato fue muy dura contra Colombia. ¿Por qué primó un acuerdo entre
países sobre el proceso que estaba en curso en la CIJ?
Desde
el momento en que se reanudaron de manera plena las relaciones, se ha
venido construyendo un clima de confianza. Hay un refrán que dice que el
mejor juicio es aquel en el que las partes se ponen de acuerdo. Supimos
que hay que combinar el combate contra el crimen transnacional con lo
principal, que es el cuidado de nuestra gente, y ese espíritu nos llevó a
retirar la demanda. El acuerdo está destinado a fortalecer y cuidar a
las comunidades de la línea de frontera con un protocolo en el que se
detallan aspectos como la composición química del elemento que va a ser
rociado, que no puede tener más de un porcentaje definido de glifosato, y
el respeto de una línea que puede variar, según el caso, entre 2 y 10
kilómetros hacia adentro de la frontera, en Colombia.
El
pacto incluye el pago de US$15 millones por parte de Colombia, aunque el
gobierno colombiano afirma que no se trata de una indemnización...
El
documento dice: “Colombia entregará a Ecuador una contribución
económica equivalente a US$15 millones, la cual estará orientada al
desarrollo social y económico en las áreas de frontera”. En las partes
primeras del acuerdo se señala que el gobierno de Colombia “lamenta que
las aspersiones realizadas en territorio colombiano hayan llegado
ocasionalmente a territorio ecuatoriano”.
Cambiando de tema, ¿por qué Ecuador terminó involucrado en el caso Chevron, cuando era un proceso entre particulares?
Es
un juicio de miembros de las comunidades de la provincia de Sucumbíos y
otros de sectores mestizos, quienes hicieron la demanda. En 1993
plantearon un proceso en una corte de Nueva York. Durante nueve años,
hasta 2002, Texaco hizo todo lo posible para que el proceso fuera a
Ecuador. Hizo 14 pedidos al juez solicitando que el juicio se radicara
en la provincia de Sucumbíos, porque la justicia ecuatoriana era nítida y
transparente. Y desde 2002 hasta 2011, cuando salió la sentencia,
Chevron-Texaco ha empezado a desprestigiar a las cortes ecuatorianas
diciendo que son focos de la corrupción. Chevron-Texaco tiene que
responder a los demandantes porque ganaron el juicio. La sentencia está
en firme y Chevron tiene la obligación de indemnizar a estos demandantes
por la suma de US$19.000 millones. Derramó cerca de 70 millones de
metros cúbicos de desechos durante 28 años. Chevron en Ecuador dice que
no paga porque ese país tiene el peor sistema judicial. Eso no tiene
ningún sentido, más que la arrogancia y el poder que tienen las
transnacionales, que actúan en nuestros países sin el respeto por ningún
tipo de normativa.
¿Qué acciones tomar en ese caso?
La
estrategia de Chevron ha sido tratar de involucrar al Estado
ecuatoriano. Ha puesto una demanda contra Ecuador en el Tribunal de
Arbitramento de La Haya, en la que alega que no se ha cumplido un
tratado de protección de inversiones firmado entre Ecuador y Estados
Unidos. Pero resulta que el tratado entró en vigencia en 1997, cinco
años después de que Texaco dejó de operar en Ecuador, cuatro años
después de la demanda y casi 30 años después de todo el período de
operación. Un tratado no es retroactivo, en ninguna parte del mundo.
Pero el tribunal condenó a Ecuador a pagar US$97 millones. Es decir,
ellos contaminan, no quieren cumplir la sentencia y, encima, el Estado
ecuatoriano tiene que pagarles. Las transnacionales son empresas muy
poderosas. Chevron es la segunda petrolera en Estados Unidos, su paquete
accionario supera en siete veces el presupuesto del Estado de Ecuador
en un año. Esa es la lucha entre David y Goliat.
¿No
resulta paradójico que, paralelamente a este caso, Ecuador haya aprobado
un plan para la explotación petrolera de la reserva amazónica de
Yasuní?
No. No tiene que ver lo uno con lo otro,
aunque sean dos sucesos relacionados con la industria extractivista. En
el caso del Yasuní, la propuesta que Ecuador le hizo al mundo fue muy
clara: nosotros requerimos la corresponsabilidad y requerimos
financiamiento para no explotar el Yasuní. Si no había financiamiento,
íbamos a tener que explotar los pozos petroleros. Lamentablemente el
mundo no respondió a esta propuesta y dimos inicio a un plan en el que
se ha vinculado a la comunidad y se tienen previstos los más altos
estándares ambientales. Además, lo que se va a explotar es el 1x1.000
del total de la reserva. Ecuador necesita la explotación de esos
recursos porque requiere más escuelas, hospitales, carreteras, trabajo
en las comunidades... El problema no es que Texaco haya explotado
petróleo, sino que lo hizo de la peor manera.
¿Cómo evoluciona el caso Julian Assange?
La
postura de Ecuador sigue siendo la misma: el Reino Unido debe darle a
Assange un salvoconducto para que pueda viajar a Ecuador. Si el fiscal
de Suecia quiere entrevistarlo, que vaya a la embajada, no es nada del
otro mundo. Finalmente, siempre vale la pena recalcar que el señor
Assange tiene lo que se llama una indagación previa, ni siquiera un
juicio.
Cómo contraargumentar a los que dicen que Ecuador
defiende por un lado la libertad de expresión en casos como el de
Assange y por otro aprueba una ley de medios acusada de condicionarla?
En
Ecuador no hay periodistas desaparecidos, no hay nadie preso por haber
emitido una opinión, no hay una radio clausurada por emisión de
opiniones políticas, no hay un periódico censurado o clausurado. Es más,
la Ley de Medios tipifica como una falta grave el que exista censura
previa. La Ley de Medios no coarta la libertad, lo que hace es regular
administrativamente, no penalmente. Ahora, que ciertos medios no quieran
ser regulados, eso es otra cosa. Las quejas vienen de quienes han hecho
de la prensa un espacio político. Hoy en día hay cierta prensa
mercantil que se dice objetiva e independiente. Ángela Merkel acaba de
ganar por tercera vez las elecciones en Alemania y yo no he visto que la
prensa hable de populismo, ni de una intención de eternizarse en el
poder, de lo antidemocrático que resulta. Pero cuando ganaba Chávez o
ganaba Correa, era justamente lo contrario. Ese es el sesgo político.
Existe total libertad para decir lo que se quiera decir, pero hay lo que
se llama responsabilidad ulterior: puede opinar lo que quiera, decir
que no está de acuerdo con algo, pero otra cosa es hacer acusaciones
infundadas.
¿Son grandes las multas? ¿Podrían acabar con un medio?
No.
Primero hay que decir que la ley garantiza la rectificación y, segundo,
que fija topes a las multas que puedan generarse. La multa máxima está
alrededor del 10% de la facturación de un medio en un mes.
"Me resistía a publicar poesía”, confiesa Raúl Vallejo (Manta, 1959), “Pero fui encontrando temas que tenían como vehículo expresivo este género”, agrega. Ese es el origen de Missa solemnis, su más reciente poemario.
El actual Ministro de Educación se inició como narrador en la década del 70 con Cuento a cuento cuento (1976). Desde ahí, su actividad literaria se desplegó en ese género con relativo éxito.
En 1992 obtuvo el premio 70 años de Diario El Universo por el volumen de relatos Fiesta de solitarios; luego, en 1999, su novela Acoso textual recibió los premios Joaquín Gallegos Lara y el Nacional del Libro; y, en el 2000, Huellas de amor eterno, fue premiada con el Aurelio Espinosa Pólit en la categoría de cuento.
Eso confirma que su trayecto en las letras ha sido largo, pero su incursión en la poesía es relativamente reciente. Cánticos para Oriana, su primer poemario, se editó en el 2003; y Crónica del mestizo, un poema con referentes históricos, fue publicado en el 2007.
Con Missa solemnis (Editorial Planeta, 2008) Vallejo pretende rendir un homenaje a la vida. Por eso escribió una Misa y no un Réquiem, a pesar de que fue un fallecimiento, el de su madre, en el 2004, lo que dio pie a la concepción de esta nueva obra.
...Una breve pausa en sus ocupaciones del Ministerio que dirige, permite a Vallejo recordar que inició la escritura de este libro cuando encontró el tono poético.
“Quiero entender al ser humano en su libertad, a partir de su expulsión del paraíso”
“El tono vino de dos descubrimientos: imaginar a María que acepta ser madre del Mesías y recuperar la oración tradicional bíblica”, explica.
La presencia de la mujer -no solo de María, sino también de Magdalena- y las citas que extrae de la Biblia son dos constantes en el texto.
Otra singularidad es la concepción del poema como un concierto de Música Sacra. “El magnificat”, también conocido como la ‘Anunciación a María’, un tema de música religiosa que se interpreta antes de las misas, es la apertura del poemario.
Le siguen el Kyrie, palabra que de origen griego y significa Señor, que es una canción que representa una parte invariable en la liturgia; la Gloria, el Credo, el Sanctus, el Padrenuestro, el Agnus Dei (en latín, Cordero de Dios), continúan. Sigue después con Las siete palabras de Cristo en la Cruz, el Stabat Mater (en latín, Estaba la Madre) y se cierra con la Resurrección y Ascensión de Cristo, además de una reescritura moderna del salmo 150.
“He trabajado en relación con los tópicos de la música sacra, reinterpretados a través de la palabra poética”, explica el autor de este libro.
“Busco construir una suerte de oración contemporánea”, reflexiona Vallejo, con respecto a la obra.
El autor, graduado en Letras en la Universidad Católica de Guayaquil, y Master en Artes por la Universidad de Maryland, dice que lo que él busca es “entender al ser humano en su libertad, a partir de su expulsión del paraíso”.
El escritor reconoce que ha sido complejo estructurar esta clase de poesía, porque tradicionalmente ha sido escrita solo por religiosos; además, en la literatura regular ha sido predominante el carácter heterodoxo y el sentimiento anticlerical.
Para el Ministro de Educación, el misticismo de este poema se expresa en el ritual mediante el cual se encuentran la voz poética con la divinidad. “Esta redención se logra mediante el sacrificio del Salvador en la Cruz”, precisa Vallejo, quien escribió la Resurrección y Ascensión a partir de los evangelios apócrifos de María Magdalena, comenta.
Dicen los versos de esta parte final:“¿Cómo quieres que crean sin tocar las huellas/ de la crucifixión en tus manos y pies/ si sólo son hombres que deben/apacentar tus corderos huérfanos?/ Dirán de mí que soy la meretriz arrepentida/del placer que tomaron de un cuerpo de mujer/ los mismos hombres que la condenan y lapidan/ pero soy la que siguió el rastro de tu palabra hasta la hora del calvario”.
David Guzmán dguzman@telegrafo.com.ec Reportero - Quito
Camisa diseñada por Alicia Cisneros para Raúl Vallejo
Las cosas que le dan miedo
Las alturas
Tengo vértigo: no me puedo arrimar a las barandas de los balcones y me es imposible subirme a una montaña rusa; en ese sentido, para mí, “el gusanito” ya es siniestro.
Ser secuestrado
La víctima de un secuestro queda en total indefensión; depende del humor de sus captores para sobrevivir; y la familia se siente tan cautiva como el secuestrado.
Muerte violenta
La muerte no me asusta sino la forma de morir. La peor para mí es una muerte violenta en la que alguien me acuchille el cuerpo, me degüelle o me asesine a machetazos.
Las cosas que lo enojan
Lidiar con borrachos
Sencillamente nos los soporto. Me molestan las estupideces que dicen, la impertinencia con la que se comportan, el estado en el que se desnuda la miseria humana.
Las poses intelectuales
Sobre todo la de aquellos que se las dan de “atormentados”, o “malditos”; o la de quienes creen que sólo se puede ser escritor o artista si se vive fuera del país.
La prepotencia
La de los políticos que abusan del poder; la de quienes consideran inferiores a los que no leen lo que ellos leen; o la de los periodistas que se creen la estrella de un reportaje.
Los papelones en su vida
Viuda feliz
Había fallecido el papá de un amigo y, como me pongo nervioso en los velorios, me acerqué donde la mamá de mi amigo y, al abrazarla, le dije: “¡Felicidades, señora!”.
Confianzudo
Trabajé unos meses como reportero y tenía mi primera entrevista con el alcalde Bolívar Cali. Cuando empezó la entrevista me dirigí al alcalde diciéndole: “Don Bolo…”.
Desafinado
En un programa de TV, la Caja de Pandora, canté a capella “La barca”. El productor puso la música después. El resultado fue una versión musical como para el naufragio.
Portada de la primera edición de Madame Bovary, de Gustav Flaubert. Si quiere ver la portada en tamaño natural, vaya a: http://books.google.com.eg/books
1.¿Cuáles son los tres títulos de la literatura universal a los que se acerca constantemente a releerlos?
Me gusta releer al azar de tanto en tanto algún capítulo de El Quijote, sobre todo de la segunda parte, y en cada ocasión el caballero de la triste figura se me reafirma como el símbolo del anhelo humano de vencer el cinismo de la realidad; otro libro es Cien años de soledad, con él descubro una escritura tan sentimental como los boleros, tan profunda como la filosofía, tan sostenida en la construcción de la frase como si la palabra emanara voluptuosidad; y con Madame Bovary asisto sin dejar de asombrarme a la exactitud matemática de la construcción del personaje y al drama de la gente común convertido en testimonio de la condición humana. 2.¿Qué haría por obtener un ejemplar de la primera edición de algún libro famoso de la literatura y Cuál sería ese título?
No haría nada. Ningún libro, por famoso que sea, merece ser víctima del fanatismo religioso de los coleccionistas. Detesto la caza de reliquias de cualquier tipo. Pero si quiere una respuesta afirmativa le digo que buscaría en google y pegaría la carátula en mi blog! 3.¿En qué libro ha encontrado su definición de “Vida”?
Como todo en la existencia, el concepto de “vida” que uno asume también varía. Cuando tenía 23 años, me identificaba con una frase de Truman Capote en el capítulo “Una hermosa criatura” de su libro Música para camaleones que dice: “¿Por qué la vida tiene que ser tan jodidamente podrida?”. No es que haya abandonado esa visión pesimista de la vida, pero ahora siento que la existencia es breve y por ello la vitalidad del instante se vuelve indispensable: en uno de sus famosos robaiyyat, Omar Jayyam escribe: “La esencia de esta vida y el ser del mundo son / un sueño, una quimera, un engaño, un instante” y en otro, concluye: “si todo en este mundo dejará de existir, / tú, supón que no existes; y ya que existes, goza.” 4.¿Qué historia de amor de la literatura le hubiera gustado vivir?
En general las historias de amor de la literatura son tan dolorosas que las personas seríamos incapaces de vivirlas con todas sus consecuencias. Sin embargo, la relación amorosa de Pablo y Lulú, en Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, es una historia que me hubiera gustado vivir por la manera cómo la experiencia de la sexualidad llevada al límite, devela el poder del amor vivido en la plenitud de la libertad. 5.¿Qué obra de la literatura le gustaría ver en el cine?
Rayuela, de Julio Cortázar, por el desafío que implica su traslación de sentidos y de su propuesta de lectura al lenguaje cinematográfico. 6.¿Con qué autor de la literatura le hubiera gustado conversar y compartir en una velada bohemia?
Con Henry Miller, por su espíritu vitalista; con Henrich Böll, por su compromiso ético; con Julio Cortázar, por su inteligencia serena. 7.¿A qué autor de la literatura universal considera injustamente olvidado?
En la historia literaria existen propuestas estéticas dominantes en cada periodo y por ello algunos autores pasan a segundo plano; después de cierto tiempo, esos mismos autores son retomados por una nueva generación de escritores y vuelven a convertirse en iconos del chismorreo del mundo literario. Considerando este marco fatal, siento que Dostoievski es un autor que no se está leyendo con la intensidad con la que merece ser leído por todas las generaciones, sin que importe cuál sea su propuesta estética. 8.¿A qué autor de la literatura universal considera sobre valorado por la crítica y el tiempo?
No me atrevo a descalificar a nadie que haya sobrevivido al paso implacable del tiempo y de la crítica, pues mi descalificación únicamente sería expresión de la insolente soberbia del gusto. 9.¿Qué personaje de la literatura le hubiera gustado que exista, efectivamente?
Ignatius Reilly, de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. 10.¿En qué personaje de la literatura se ha visto reflejado en virtudes y defectos?
En Hans Schnier, el narrador protagonista de Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll. 11.¿Cuáles son las cinco palabras que utiliza con obsesión en su literatura?
Con Gabriel García Márquez en La Habana, en 1985, en la Casa de las Américas
—“Me han pedido 61 entrevistas en las últimas 48 horas”, —comentó García Márquez mientras transcurría aquella fresca tarde de diciembre de 1985 y los comensales platicábamos de libros, de esto y lo otro, y devorábamos algunas langostas cubanas recién sacadas de la parrilla. Tuve que bajarme casi un vaso de cerveza Atuey para que me pasara el trozo de langosta atorado en la garganta seca después de escuchar su frase. Yo era entonces un audaz escritor y periodista de 26 años que comía con un apetito de adolescencia prolongada. Había sido invitado al II Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de Nuestros Pueblos y la jefa de la revista en donde trabajaba —Vistazo, la más importante de Ecuador— me dio permiso para el viaje a La Habana con la condición de que regresara con una entrevista al premio Nobel que, dicho sea de paso, yo había asegurado que estaba prácticamente concedida. El adverbio me sostendría la vida al regresar a Guayaquil si la entrevista fracasaba. Una fascinante mujer llamada Trini Pérez, de la que los escritores solían enamorarse sin que ella diera más motivo que la cautivante amabilidad de sus iluminados ojos, conocía de mis tribulaciones laborales. Como alta funcionaria de Casa de las Américas tuvo la generosa idea de colocarme en un grupo de trabajo donde estábamos Frei Betto, Chico Buarque, Eduardo Galeano, Roberto Fernández Retamar, Osvaldo Soriano, García Márquez, y yo. Me sentí como la canción–acertijo de Plaza Sésamo: “hay una cosa que no pertenece a este lugar”. El problema para mí era que desde el comienzo del encuentro, García Márquez, que acudía a las sesiones cuando el grupo ya había empezado a trabajar y se retiraba discretamente antes de que concluyera, se quejaba sin remedio de esa desmesura cotidiana que viene junto a la fama: “Cada vez que camino por los corredores hay alguien que quiere hacerme una entrevista”. Luego de oír la frase sobre el número de entrevistas sentí que era la descortesía más deplorable del Caribe el que yo arruinara un almuerzo de langostas con alguna impertinencia; después de todo, habíamos pasado algunos días trabajando juntos en la redacción del manifiesto final del encuentro y me daba vergüenza romper ese clima de confianza. Me movía en una paradoja terrible pues entre más cerca estaba del escritor que tenía que entrevistar más lejana era la posibilidad de hacerlo sin que pareciera un abuso de confianza. Pero el tiempo de mi estadía en la isla se acababa y me veía sin trabajo por esas calles de mi ciudad “donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el viento de la desgracia”. Además yo estaba con varias Atuey adentro, había hecho una apología sibarita sobre la langosta cubana celebrada ruidosamente por los comensales y Osvaldo Soriano, que durante esa semana llena de sobresaltos me asesoró acerca de la manera de abordar a García Márquez para que me concediera la entrevista, me golpeó sin disimulo en el hombro para que me decidiese a hablar: —Pues con mi pedido serán 62. —Lo solté de golpe y sin los preámbulos que había repasado frente al espejo de mi habitación del Hotel Riviera y me sentí igual que José Arcadio Buendía cuando anunció a sus hijos que la tierra era redonda como una naranja, “temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de la imaginación”. Afortunadamente, García Márquez y Mercedes Barcha, los anfitriones de aquella mesa de cuatro personas, tuvieron a bien reírse de lo que yo había dicho. A lo mejor vieron en mi azoramiento el destello de “los ojos marítimos y solitarios” de aquellos que, como Ulises, el de padre holandés, se extravían por San Miguel del Desierto. Soriano me tranquilizó con un guiño cómplice y mi miró con el mismo asombro con el que lo había hecho cuando, días atrás, le pedí que firmara mi ejemplar de la edición cubana de Triste, solitario y final. Mercedes me ofreció otro pedazo de langosta y García Márquez habló dirigiéndose a Soriano y a mí: —Las entrevistas son otra forma de la literatura —dijo la frase como una sentencia parecida a la que pronunció Ángela Vicario “cuando el juez instructor le preguntó con su estilo lateral si sabía quién era el difunto Santiago Nasar” y “ella le contestó impasible: Fue mi autor”. Saboreó con los ojos cerrados un bocado de langosta y cuando hubo terminado con él, añadió—: Los periodistas siempre me preguntan lo mismo: sobre la paz mundial, que por qué soy amigo de Fidel y Belisario, que qué significa el color amarillo en mi vida, que no se qué vainas más... y todos quieren tener la exclusiva —bebió media copa de vino blanco y terminó la idea con una nueva sentencia—: es preferible inventarlo todo. Mas yo no quería entrevistarlo para hablar de los mismos temas de siempre cuyas respuestas básicas, por otra parte, ya están en El olor de la guayaba, el libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza; yo quería entrevistarlo acerca de los deslumbramientos que provocaban algunos episodios de sus novelas. García Márquez, por su lado, no quería hablar de otra cosa que no fuera sobre El amor en los tiempos del cólera, la novela que el 4 de diciembre acababa de ser presentada en Bogotá. Como se dio cuenta del laberinto laboral en el que estaba atrapado, me propuso la amistosa salida de que yo lo entrevistaría únicamente si leía la novela para el siguiente día y que si no alcanzaba a hacerlo, entonces tenía libertad para asumir en toda su extensión la fórmula que había expuesto. Puesto que no existía un solo ejemplar de la novela a mi disposición en la ciudad, la propuesta me dejó la misma sensación que la del cuento “La mujer que llegaba a las seis”, cuando a la mujer se le ocurre pedir otro cuarto de hora a José, el hombre detrás del mostrador. Trescientos ejemplares viajaban por los cielos del Caribe y las burocracias aduaneras del capitalismo y del socialismo dejaron que los cajones se extraviaran y que los libros llegasen a La Habana justo cuando los últimos invitados al Encuentro regresábamos a nuestros países. Cuando tomaba el avión de regreso a mi país, el martes 10, yo, que esperé como asunto de vida o muerte la llegada de los libros, me identifiqué enseguida con la angustia de Pietro Crespi que regresó a Macondo “a barrer las cenizas de la fiesta, después de haber reventado cinco caballos en el camino tratando de estar a tiempo para su boda”. Me imagino que todo esto tenía que ver, tal que una maldición gitana, con ese aspecto siniestro de la fama contra el que tanto se queja García Márquez. En aquellos días, copié del Granma una parte de su discurso durante la inauguración del Encuentro en el que contó que “un Premio Nobel de Literatura asegura haber recibido en lo que va del año casi dos mil invitaciones a congresos de escritores, festivales de arte, coloquios, seminarios de toda índole: más de tres diarios en sitios dispersos del mundo entero. Hay un congreso institucional con frecuencia constante y con todos los gastos pagados, cuyas reuniones se suceden cada año en treinta y un lugares distintos, algunos tan apetecibles como Roma o Adelaida, o tan sorprendentes como Stavanger o Yverdon, o en algunos que más bien parecen desafíos de crucigramas, como Polyphénix o Knokke. Son tantos, en fin, y sobre tantos y tan variados temas, que el año pasado se celebró en el castillo de Mouiden, en Amsterdam, un congreso mundial de organizadores de congresos de poesía”. Me consolé del extravío de los cajones con los libros cuando por fin pude leer El amor en los tiempos del cólera el martes 31 de diciembre de 1985, en la playa de Salinas. Fue una galopante lectura de día completo que terminó una hora antes de que empezaran los fuegos pirotécnicos con los que la gente del balneario celebra el Año Nuevo. Tiempo después, en alguna parte que no recuerdo, leí una declaración de García Márquez en la que decía, con su maniática manera de entreverar ciertos paradigmas de la crítica literaria que El amor en los tiempos del cólera era su mejor novela y aquella por la que sería recordado. No coincido con aquella opinión pero de lo que sí estoy seguro es de que esta novela desparrama una enorme sabiduría, pespunteada de manera original sobre la base de un oficio controlado hasta en su mínimos detalles, sobre el eterno tema del amor erótico, que se resume en la enseñanza de Florentino a la viuda de Nazaret: “nada de lo que se haga en al cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor” o en lo que aprende Florentino de su experiencia con Ángeles Alfaro: “que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna”. Cuando llegué a la parte en que América Vicuña toma la iniciativa del amor y arrincona a Florentino Ariza, de tal manera que “lo fue llevando de la mano hasta la cama como a un pobre ciego de la calle, y lo descuartizó presa por presa con una ternura maligna, le echó sal a su gusto, pimienta de olor, un diente de ajo, cebolla picada, el jugo de un limón, una hoja de laurel, hasta que lo tuvo sazonado en la fuente y el horno listo a la temperatura justa”, me acordé de las langostas, aunque éstas eran a la parrilla. A las cinco de la tarde, de aquel domingo 8 de diciembre, después del opíparo almuerzo, los comensales llegamos al Hotel Riviera y lo que sucedió fue como en esas películas de guiones obvios donde los encuentros casuales con algo o con alguien remarcan los deseos y temores de los protagonistas. No bien habíamos entrado al lobby del hotel, García Márquez fue abordado por un periodista del Clarín de Buenos Aires que le espetó sin preámbulo de ningún tipo y con la cancha de los porteños sus ganas de entrevistarlo, en exclusiva, che. García Márquez negó con algo de fastidio tal posibilidad pero enseguida recuperó su sentido caribeño del humor y le dijo: —Mira, estas dos personas también son periodistas —Soriano y yo nos miramos y sonreímos como si fuésemos cofrades de alguna secta secreta y antigua— y andan conmigo porque les he hecho prometer que no habrá ninguna entrevista. ¡Qué puedo decir! Nunca más he vuelto a estar cerca de García Márquez ni creo que él se acuerde de este episodio perdido en el laberinto sin fin de sus azarosos episodios de vida huyéndole a las entrevistas exclusivas. Yo, en cambio, aún conservo conmigo el glorioso sabor de las langostas, la serena hospitalidad de Mercedes Barcha, la discreta complicidad epistolar que mantuvimos con Osvaldo Soriano hasta su muerte y la edición de Casa de las Américas de Crónica de una muerte anunciada, con el autógrafo de su autor: Para Raúl, del patriarca. Gabriel, 85. Por supuesto que me hubiera gustado preguntarle por qué razón se identificó al escribir el autógrafo con el dictador más triste de la literatura, aquel personaje de El otoño del patriarca, de quien dice uno de los narradores de la novela, que es “el anciano más antiguo de la tierra, el más temible, el más aborrecido y el menos compadecido de la patria”. También le hubiera preguntado sobre el final de estilo y sentido simbólico paralelo aunque de resolución anecdótica opuesta de El coronel no tiene quien le escriba: “El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda”, y de El amor en los tiempos del cólera: “Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches: —Toda la vida —dijo”. Finalmente, no pude entrevistar a García Márquez. Hube de inventarlo todo.
Publicado en Gaborio. Artes de releer a García Márquez. Julio Ortega, compilador. México DF, Jorale Editores, 2003: 89-93.
Entrevista para Vanguardia con María Luisa Carrión Enero 4 de 2007
(De izquierda a derecha: Ariruma Kowii, durante su intervención; Raúl Vallejo, el autor; y Marcelo Báez, editor. Durante la presentación del libro el 10 de enero de 2007, en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, durante la inauguración del encuentro de poesía "Ritual de la palabra")
¿De qué se trata Crónica del mestizo? Crónica del mestizo es un poema largo, compuesto por once estancias, en el que el Yo poético, a la manera de un cronista colonial, va recorriendo algunos levantamientos indígenas a lo largo de nuestra historia y tomando conciencia de que el poeta ya no es más “la voz de los que no tienen voz” sino, apenas, voz de su propia soledad, puesto que aquellos que, aparentemente “no tienen voz”, han hablado, con voz propia, a través de sus actos. Al mismo tiempo, el yo poético se interroga acerca del sentido moral que tiene su testimonio en la medida en que habla de sucesos de los que ha estado ajeno, de dolores que no ha sufrido, de luchas políticas en las que no ha participado. El yo poético toma consciencia de sus límites: ya no puede hablar en representación de nadie más que de sí mismo.
¿Por qué abordó esa temática? Hace algunos años, en una conversación con Alejandro Moreano, él me hizo notar el hecho de que los levantamientos indígenas de los 90 en el país no habían suscitado una obra significativa en la literatura—no digamos una producción literaria como, por ejemplo, sucedió con el indigenismo de los 30. La conclusión a la que llegamos, en ese momento, fue que los escritores de hoy estaban tan ajenos a la realidad del país, tan ensimismados en la moda del apoliticismo, que la historia pasaba por su lado sin que la tomaran en cuenta. Después, dándole vuelta a las inteligentes reflexiones con las que Alejandro profundizó el tema, me dije a mí mismo que, en combinación con lo dicho, los actores históricos con su presencia y con su poderosa voz política habían desplazado de la escena pública la voz del poeta que, en los sesenta y parte de los setenta, se consideraba a sí mismo como el que hablaba a nombre de los desposeídos. Entonces decidí escribir sobre el tema de los levantamientos pero también sobre los límites que tiene la representación del Otro por parte del yo poético.
¿Con qué novedades nos encontramos en este libro? Una novedad, con todo el respeto y la admiración que tengo por Neruda, tal vez podría ser el cambio de perspectiva de aquello que heredamos de la voz poética solidaria y comprometida con la que él construye su Canto general y también de la llamada “poesía comprometida” de los sesenta: desde mi punto de vista, los levantamientos indígenas hablan por sí solos, no son voces de muertos sino el grito perenne de una lucha que sobrevive los silencios de la “historia oficial”. Al situarnos en el leit motiv radical del poema, “si se calla el cantor” no pasa nada: la historia sigue, la lucha continúa; los desposeídos de todas las épocas no requieren del poeta para ser, aunque cierta poesía sí requiera de los actores de la historia para existir. De hecho, mi propia Crónica del mestizo no habría existido sin los hechos históricos que testimonia.
¿Alguna experimentación en particular? En el poema cito breves textos de crónicas, manifiestos y los versos de la primera estrofa del “Atahualpa huañuni” (“Elegía a la muerte de Atahualpa”), atribuido a un cacique de Alangasí, y que Juan León Mera señala como el poema fundacional de la lírica ecuatoriana. Estos versos los cito para evidenciar la distancia cultural del hablante lírico con respecto de los seres sobre los que intenta construir un poema puesto que ni siquiera conoce su lengua. Imito el lenguaje de las crónicas, con cierta tonalidad épica, para dar testimonio de la historia y, a su vez, cuando el yo poético se interroga acerca del valor de su presencia en los sucesos de los que da fe, el lenguaje adquiere un tono intimista y dubitativo: el poema se abre y se cierra con este tono pues quise acentuar la actitud lírico del yo poético.
¿Qué tipo de investigación previa hizo para la realización de este poemario? Trabajé, en el campo académico, con la Corónica de Guaman Poma de Ayala, y con los escritos críticos de Juan León Mera; leí sobre los levantamientos indígenas durante la colonia en un imprescindible libro de Segundo E. Moreno: Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia; y, utilicé para los datos de los sucesos recientes la base de mi trabajo Crónica mestiza del nuevo Pachakútik. Ecuador: del levantamiento indígena de 1990 al Ministerio Étnico de 1996, publicado por el Latin American Studies Center de la University of Maryland, College Park.
Cuéntenos de sus hábitos de escritura… Los textos narrativos los escribo directamente en el ordenador, aunque los esquemas los trabajo a mano en un cuaderno de notas; en cambio, los textos poéticos los escribo, en un cuaderno especial, primero a mano, a veces a lápiz, a veces con pluma fuente –antes lo hacía con tinta negra o azul, ahora también con tinta verde (ya sé: igual que Neruda, pero qué le voy a hacer: así escribo). Trabajo en mi estudio que está en una especie de ático de la casa. Asumo cierto ritual: quemo un palo de incienso, escojo un tipo música que considero acorde a lo que escribo, cebo mi mate amargo y requiero que el teléfono sea respondido por el contestador automático. No son sofisticaciones: son muletas necesarias para derrotar el miedo a la ausencia de las palabras. Me gusta dibujar mapas de acciones, esquemas con las ideas básicas del texto, encierro en círculos las relaciones de los personajes, marco de alguna manera los momentos intensos del relato, acomodo algún final ajustado a mi ansiedad por tener resuelta la historia antes de escribirla: todas son manías que me ayudan a escribir y no las expongo como teoría de la escritura sino como testimonio del pánico creativo. Ahora que, si me dejaran en una isla con tan sólo lápiz y papel, de todas maneras escribiría; a lo mejor amontonaría piedritas sobre montículos de arena pero, estoy seguro, también escribiría.
Muchas veces, los escritores sacan ideas de su plano laboral y lo aplican en su producción narrativa. ¿Son las reuniones de gabinete una fuente de ideas, el día a día como ministro tal vez o por lo contrario? No en mi caso. La función pública —también la docencia o la administración escolar— requiere de su propio sistema de “inspiración y transpiración”. Estas tareas están en una esfera muy distinta a la del trabajo creativo y uno tiene que separarlas de manera radical; de lo contrario se corre el riesgo de no cumplir ni con las responsabilidades éticas ni con las estéticas. Sin embargo, el ámbito laboral, así en términos generales, está incorporado a mi producción literaria tanto como lo están otros ámbitos de la vida: las relaciones familiares, las relaciones personales, o la bohemia.
¿Cómo equilibra el tiempo y la vocación entre ser un funcionario público y escritor? De la misma manera como durante toda mi vida he equilibrado las responsabilidades laborales con la necesidad de escribir. En nuestro país, quienes escribimos literatura vivimos de trabajos, a veces cercanos, a veces lejanos, a las letras, pero no por eso dejamos de escribir. Para mí, el logro de ese equilibrio es imposible de explicar. Obviamente, en la función pública que ahora ejerzo, el deber ciudadano que he asumido me obliga a priorizar, siempre, las responsabilidades del ministerio.