Las diez personas más ricas del mundo, según Forbes, son hombres. (Bolsa de Valores de Londres, 1891). |
Mujeres y hombres
fuimos educados y crecimos en una sociedad patriarcal. Hombre y mujeres nos
acostumbramos a un modelo de familia imaginado con el padre en la cabecera de
la mesa. Nos dijeron: «los chicos no lloran», «las chicas deben ser buenas
esposas y madres»; más tarde, elemento de modernidad, le añadieron el término
«profesionales». Nos dijeron que teníamos que ser vencedores y nos lanzaron a
la lucha violenta por la conquista del poder en todas las esferas. Hombres
necios que jamás se rinden ni muestran debilidad alguna; incansables como los
héroes de bronce: nos educaron con una visión binaria de la sexualidad. El
machismo fue engendrado en nosotros.
Pero el patriarcado no es solo una ideología, sino
una estructura económica y social que requiere de dicha ideología para
reproducirse. El poder del capital es una estructura masculina: las mujeres
ganan menos que los hombres y su capacidad de ascenso en las corporaciones es
limitada. Los dueños del capital, básicamente, son hombres; y, si no me creen,
créanle a Forbes, cuya lista de las
diez personas más ricas del mundo está, desde el año 2000, poblada en su casi
totalidad de nombres de hombres. La excepción de la regla son dos herederas de
la fortuna de Sam Walton, fundador de Wal-Mart.
Los grandes medios alimentan el imaginario machista
de la sociedad. Los titulares de los diarios de crónica roja son un ejemplo
violento: los asesinatos pasionales y los crímenes debido a la conducta o a la vestimenta
de la mujer, perpetúan la violencia machista contra las mujeres y la peregrina
idea de que la mujer víctima es culpable de su desgracia. La publicidad mediática
que exhibe a la mujer como objeto sexual es inherente a la sociedad de consumo
del capitalismo: la erotización del mercado apela a la mujer, en tanto objeto
del deseo: la compra del producto ofertado satisface el imaginario erótico de
posesión de la mujer del anuncio. Hoy, en menor escala, la cosificación se ha
extendido al hombre, pero desde la misma ideología patriarcal: la oferta del
deseo de todo cuerpo, sin importar ni su sexo ni su género, es utilizada como
estrategia de venta.
En la crónica roja, la "pasión amorosa" encubre el feminicidio. |
El patriarcado es inequitativo con las mujeres y
deshumaniza a los hombres. En términos laborales, al feminizar las tareas del
hogar, la economía patriarcal vuelve invisible el valor monetario del trabajo
doméstico y, por tanto, no lo suma al justo precio de la fuerza de trabajo. Una
consecuencia es la extensión natural
de la jornada laboral de las mujeres. Otra, es la definición del hombre como un
proveedor, cosa que nos convierte en
patriarcas locales en nuestra pequeña parcela de dominación. Y otra más, que,
en el campo laboral, la mujer que realiza el trabajo doméstico como tarea
remunerada lo hace en condiciones precarias y de explotación salarial.
El patriarcado que nos oprime a mujeres y hombres —a
las mujeres, sobre todo—, es la norma cultural de un sistema económico y social
que solo persigue la reproducción del capital sin que le importe el ser humano.
Publicado en Cartón
Piedra, revista cultural de El
Telégrafo, el 04.01.19