Retrato de Tula, de Antonio María Esquivel, 1840 |
En Sab, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814 – 1873), Tula, subvierte
los valores ideológicos de la sociedad esclavista que, pese a los tratados
entre España e Inglaterra para prohibir el tráfico de esclavos y las ideas reformistas
de Domingo del Monte, subsiste como modelo económico de los terratenientes
cubanos. Sab es, ante todo, una
historia de amor imposible: Bernabé, esclavo mulato conocido como Sab, está
enamorado de Carlota, su dueña, un espíritu sentimental que, en cambio, ama al
comerciante Enrique Otway. Este no le corresponde a Carlota con igual intensidad
y considera al matrimonio como otro negocio del que hay que lucrar.
Sab, el esclavo, erotiza a
Carlota —su ama blanca, que, por enredos de la intriga, resulta su prima
hermana—, al hacerla su objeto amoroso. Y es Teresa, una prima pobre de
Carlota, quien, al convertirse en confidente del esclavo y el amor por su ama, reconoce
la valía moral de Sab. Una escena decidora, al comienzo de la novela, es cuando
Carlota recibe un beso agradecido de parte de Sab, por ella haberle concedido
la libertad: «Pero la mano huyó al momento y Carlota sintió un ligero
estremecimiento: porque los labios del esclavo habían caído en su mano como una
ascua de fuego». Al final, Carlota, ya casada y conocedora por confesión de
Teresa del amor del esclavo, visita todas las noches, durante tres meses, la
tumba de Sab. La autora, que envía a su personaje a vivir en Londres con su
marido, se hace la pregunta con que cierra la novela: «¿habrá podido olvidar la
hija de los trópicos, al esclavo que descansa en una humilde sepultura bajo
aquel hermoso cielo?».
Ese amor está adherido a la vida
de Carlota, cuyo destino es comparado con la esclavitud del propio Sab. En una larga
carta que el mulato escribe a Teresa, mientras agoniza, dice: «¡Oh las mujeres!
¡pobres y ciegas víctimas! Como los esclavos, ellas arrastran pacientemente su
cadena […] sin otra guía que su corazón ignorante y crédulo eligen un dueño
para toda la vida.» La novelista pone esta descarnada reflexión en boca de Sab,
que también alega que el esclavo puede comprar su libertad, pero la mujer no
puede hacerlo; Tula, la que se burla de quienes la señalan porque «no sabía
planchar, ni cocinar, ni calcetear y no lavaba los cristales, ni hacía las
camas, ni barría». Corrigiendo a Bretón de Herreros: ¡Mucha mujer, esta mujer!