José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, agosto 15, 2022

Estancias, de Alicia Ortega: meditaciones sobre el tránsito vital en tiempos de duelo y de fiesta


            ¿De qué manera la escritura contribuye a que tomemos conciencia de nuestra fragilidad en medio de una pandemia? ¿Cómo, en medio de un confinamiento, sobrellevamos el duelo llevándolo en la palabra? ¿Qué tiene la escritura que hurga en el dolor que provoca la separación de quienes se aman como una manera de sanar heridas? ¿Cuál es el proceso textual mediante el cual se transforma la experiencia personal en un motivo de meditación junto al prójimo? ¿Cuánta experiencia vital necesitamos para escribir sobre la vida y la manera como hemos habitado sus distintas estancias? Confrontamos al yo que vemos en la proyección de nosotros mismos, desde el yo que somos al momento de la escritura y lo volvemos en la palabra un nosotros comunitario. Estancias, de Alicia Ortega, es una estremecedora experiencia de escritura andrógina que, en la complicidad que generan sus lecturas, nos permite transitar, desde la cotidianidad de la autora y su yo, en nuestra propia experiencia de vida.

            La autora enmarca la escritura de la vivencia en la estancia del confinamiento y una ruptura amorosa: «Esta es una escritura de duelo. De duelo vivido en confinamiento obligado. La experiencia de duelo acarrea consigo la inacabable sensación de pérdida. Y esa sensación se hace tangible en la experiencia de abandonar la estancia compartida con la amada»[1]. El libro será una muestra de cómo nos vamos quedando en cada estancia, de qué manera vamos dejando la piel y el alma; y, sin embargo, es también un testimonio de cómo nos rehacemos, nos reconstruimos. Alicia Ortega (Guayaquil, 1964) escribe sus meditaciones iluminando lo que ha vivido y las convierte en filosofía de lo cotidiano y sus gestos. Así, ella medita: «Porque la escritura no es sino siempre un acto de apropiación y reescritura, una provocación, una ofrenda, un encuentro con la palabra ajena, un divertimiento, una forma de la felicidad, un cobijo para la lengua que susurra sus secretos a una oreja».[2]

            Estancias tiene una escritura que propone una estética de la palabra finamente enhebrada; palabra destinada a conmover, a estremecer, a comunicarse con quienes leen desde los afectos y en ello reside su belleza: la experiencia personal de la autora se convierte en la referencia para meditar sobre la vida y esa meditación nos alcanza a quienes leemos. Alicia Ortega teje, desde lo anecdótico, relaciones de mujeres cercanas a sus afectos: su madre, su hija, su amada. Ella parte de un rosal, como símbolo de la partida y la vuelta y en este proceso una caída en el pozo de la muerte y un renacimiento en la palabra vital, una reconstrucción de sí misma en el texto de la vida: «A los pocos días, pude distinguir los círculos interiores que formaron sus pétalos. Círculos que se abrían de adentro hacia fuera, apuntando al sol. La fuerza de esa sola rosa pobló de hojas sus ramas cada vez menos desguarnecidas. Fue ella quien supo contagiarme de su rojo mirar»[3]. En este sentido, la narración anecdótica se convierte en una enseñanza de vida, pero no en el sentido de consejo moral sino en el de una lección de aprendizaje compartido entre quien ha vivido la experiencia y la escribe y quien la equipara a una propia y la disfruta en la lectura.

             Escritura del yo, pero no desde el narcisismo sino desde la mirada cómplice de la sororidad, que transita en los espacios del duelo y la fiesta. Escritura andrógina que se sitúa entre el testimonio autobiográfico y el ensayo, entre la auto ficción y la filosofía, entre el diario de viaje y la cartografía personal. Así, cuando habla de la afición de la madre a la colección de fotografías, nos entrega esta profunda y hermosa meditación sobre el tiempo:

 

Me descoloca el paso del tiempo cuando se vuelve tangible. Cuando el tiempo transcurrido me incumbe. Cuando el tiempo es el mío. El de los míos. El tiempo ajeno es tiempo detenido. Es historia. Es tiempo acontecido. Puedo hacer una pausa y mirarlo. Puedo mirarlo y admirarlo. El tiempo propio transcurre, está en movimiento, es una cosa y otra a la vez. Es tiempo vivido. Es tiempo del acontecer. Y el horizonte de todo tiempo en devenir es la muerte, la ausencia, la pérdida, el vacío.[4]

 

Estamos ante un texto que, escrito en el tiempo del confinamiento, reflexiona sobre las travesías vitales y reconstruye la memoria de los trayectos espirituales de la autora. «No hay ficción. Hay escritura. Es literatura. Quiere ser leído como un libro andrógino»[5]. Estancias, de Alicia Ortega, es un libro de escritura andrógina en cuya palabra fluyen la vida y sus verdades, el amor y sus vicisitudes, el duelo y sus dolores, la felicidad y sus instantes; una bella y deslumbrante escritura por su calidad literaria, su meditación filosófica sobre lo cotidiano de la existencia y por su conmovedora fuerza vital.



[1] Alicia Ortega, Estancias (Quito: Severo Editorial, 2022), 17.

[2] Ortega, Estancias…, 84.

[3] Ortega, Estancias…, 67.

[4] Ortega, Estancias…, 188.

[5] Ortega, Estancias…, 18.


domingo, noviembre 11, 2018

La novela ecuatoriana en el siglo XX, revisitada por la crítica Alicia Ortega Caicedo


           
Alicia Ortega Caicedo, autora de una obra monumental: Fuga hacia adentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX. (Foto de Carina Acosta, El Telégrafo)
En 1948, Ángel Felicísimo Rojas publicó La novela ecuatoriana, un ensayo que marcó no solo la visión de la literatura producida hasta entonces, sino también el camino de la crítica sociológica. Sus juicios, inscritos en la disputa entre una visión liberal y otra conservadora, atravesados por militancia socialista del propio Rojas, fueron referentes obligados para el estudio de nuestra novelística.
En 2018, Alicia Ortega Caicedo ha publicado Fuga hacia dentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX. En su libro, Ortega se interesa por la compleja relación entre literatura y crítica: «Lo que está en juego es una forma de comprender la construcción del sujeto en el lenguaje: el sujeto que lo enuncia y el sujeto referido en él. Lo que está en juego es el lugar del sujeto en el mundo que ese lenguaje construye en el relato, así como el lugar del sujeto en el mundo que hace posible ese lenguaje».
Ortega evita la visión panorámica y, desde una posición arriesgada pero necesaria, selecciona textos que, a su criterio, marcaron hitos en el devenir de nuestra novelística. Dicha selección es una decisión crítica que, sin proponérselo, construye un canon literario que posibilita nuevas lecturas. Al mismo tiempo, ella implementa un discurso que dialoga con otros ensayistas que, a lo largo del siglo veinte, han sido parte de nuestra tradición crítica.
            El segmento final «¿Desde dónde nos leemos?» es una lúcida revisión de lo que significa leer nuestra literatura como un proceso que se inserta en una tradición. Ella señala que esta construcción se ha dado con debates intensos, como el de Gallegos Lara y Palacio en referencia a las tareas políticas del escritor y la noción de literatura, concluyendo que «la mirada de ambos corresponde a la del ‘expositor’, para quien la realidad es ‘repelente’».
            Ortega ajusta cuentas con aquella tendencia crítica de los noventa que se pretende “extraterritorial”, incrustada en las “ilusiones de la globalización”. Dicha tendencia se ancla en un discurso excluyente en el que lo local y la tradición son categorías vistas como negativas mientras que lo cosmopolita y la modernidad es lo deseado. Ortega desnuda el sentido maniqueo de tal planteamiento: «Asimila toda referencialidad al país como una tarea de instrumentalización de la literatura, así como toda perspectiva subjetiva es leída como ‘voluntad estilística’ y ‘acabamiento formal’». Además, demuestra que los postulados de dicha tendencia se anclan en los treinta como si nada más hubiese ocurrido en nuestra literatura durante el siglo.
            Fuga hacia adentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX, de Alicia Ortega, es una obra monumental que reflexiona y pasa revista a la producción novelística del Ecuador durante el siglo pasado. El ensayo de Ortega, por la seriedad de su investigación, por la fuerza de sus argumentos, y por su escritura diáfana y fluida, está llamado a convertirse en la continuidad y superación de la obra de Rojas, para entender la novela del siglo veinte en Ecuador.