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Estudio de Hemingway en Finca Vigía, Cuba. |
«Pero,
esta vez, escribió acerca de la piedad: acerca de algo, en alguna parte, que
los hacía a todos: al viejo que tenía que atrapar al pez y después perderlo; al
pez que debía ser atrapado y después perdido; a los tiburones que debían
robarle al viejo su pez: los hizo a todos y los amó a todos y se compadeció de
todos», anotó William Faulkner en una reseña sobre El viejo y el mar para la revista Shenandoah. Para 1952, Ernest Hemingway era visto como un escritor destruido, un creador que ya no tiene
nada más que decir. Igual que Santiago, el viejo de su novela, Hemingway «estaba,
definitiva y rematadamente salao, que
es la peor forma del infortunio».
El
viejo no había pescado nada bueno en ochenta y cuatro días, y Hemingway había
publicado A través del río y entre los
árboles (1950) que, en el momento de su aparición, recibió aproximadamente un
centenar y medio de reseñas negativas. Santiago se lanza al mar, en el día ochenta
y cinco, y dos días después captura a un enorme marlín. En esta lucha, el duelo
entre la vida del hombre y la muerte del animal es un ejemplo de los ciclos y
equilibrios de la naturaleza. Santiago considera que el pez es un hermano, pero,
para que él pueda vivir, debe matar al pez en una confrontación en la que la
dignidad del pez queda como un elemento, al mismo tiempo, heroico y amoroso.
Los
tiburones son los depredadores, las fuerzas destructivas de la naturaleza, y
aquellos son el obstáculo para que Santiago recupere su gloria de gran
pescador. En esa lucha desigual, el pez es engullido por los tiburones y, en
paralelo, el viejo se siente destrozado. Pero Hemingway resalta, en cada uno de
los actores, su condición de ser vivo que lucha por su propia vida, que tiene
dignidad y que es parte del equilibrio de la naturaleza. Santiago sabe que va a
perder el pez cuando aparecen varios tiburones, pero decide luchar hasta el
final para defender su dignidad y la de su pez; entonces dice para sí: «Un
hombre puede ser destruido, pero no derrotado». [A la derecha, la máquina de escribir de Hemingway en su casa de Finca Vigía, en Cuba]
La
novelina está atravesada por una ética vitalista que pone a prueba la
integridad del ser humano. El viejo es un hombre que actúa según sus principios
y por ello consigue la admiración y el cariño del lector. Santiago nos enseña
que es bueno tener suerte, «pero yo prefiero ser exacto. Así, cuando viene la
suerte, estás dispuesto»; que hay que perseverar en medio del dolor, sin
quejarse; que hay que mantener la humildad en la victoria, la piedad para con
el otro, siempre. El viejo sueña con leones como símbolo de su juventud, pero
también como la imagen de su propio valor.
En la reseña ya
citada, Faulkner dice: «El tiempo demostrará que es la mejor pieza de
cualquiera de nosotros, quiero decir, de mis y sus contemporáneos». Cuando
publicó la novelina, Hemingway demostró que podía estar destruido, pero que no había sido derrotado, y venció a las palabras que luchan por no dejarse
capturar como un marlín que se ha tragado el anzuelo, y a los críticos, que son
despiadados como tiburones.
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Detalle del escritorio de Hemingway en Finca Vigía, Cuba. |
Publicado en Cartón Piedra,
revista cultural de El Telégrafo,
17.08.18