José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, marzo 22, 2021

El oficio de escribir y la profesión literaria


El 23 de octubre de 2020, para la inauguración de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de las Artes, de Guayaquil, dicté la lección inaugural de dicho programa. En el número 167, de marzo de 2021, Agulha. Revista de Cultura ha publicado la lección íntegra. Aquí están los párrafos introductorios de la lección. Al final, ustedes pueden acceder al enlace donde se ofrece la publicación en su totalidad.

            Imaginemos que somos transeúntes de la única calle del barrio de Las Peñas, en Guayaquil; ese empedrado ancestral que recorre las faldas del cerro Santa Ana, aquel cerro cabeza de iguana que se zambulle en las aguas mansas de la ría. Imaginemos que, de adentro de una colorida casa de artista, emerge el runrún de una bohemia que es todas las bohemias como si entre las piedras del piso del recibidor de aquella, y no en la vieja casa de la calle Garay de Buenos Aires, se encontrara el verdadero Aleph, a despecho de Carlos Argentino Daneri: «¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado?»[1]. Imaginemos que estamos en la entrada del barrio, frente al mosaico de azulejos con el retrato del poeta que da nombre a la calle, y leemos:

 

Homenaje de la Junta Cívica de Guayaquil

NUMA POMPILIO LLONA

                        Nació marzo 5 1832 Guayaquil

                                               Murió abril 4 1907 Guayaquil

Patriota e inspirado poeta. Escribió y publicó en español y francés, dramas, cuentos y novelas. Nos representó con singular lucimiento en el Exterior. Obtuvo en París su título de médico, pero su vida Fue por otros caminos, como la Diplomacia y las Letras. Personaje lleno de nobleza y simpatía, su muerte fue muy sentida.[2]

 

            Ahora, imaginemos que es octubre de 1905: estamos leyendo La Mujer. Revista Mensual de Literatura y Variedades y, gracias al artículo «Homenaje y protesta» nos enteramos de que el Congreso acaba de otorgar una pensión vitalicia a la poeta Dolores Sucre y al poeta Numa Pompilio Llona. En dicho artículo se recuerda que, en julio de 1903, ya se pidió el otorgamiento de la pensión para este último: «Escritores ecuatorianos, hagamos una liga de confraternidad literaria y pidamos en coro á los legisladores de 1903 la jubilación de Llona, el decano de nuestros literatos». También se reclama por la suspensión del homenaje a Dolores Sucre, que debía dársele ese octubre en Guayaquil. La autora del artículo, Zoila Ugarte de Landívar, reflexiona: «La vida de estos dos grandes poetas ha sido llena de amarguras; soñadores sempiternos de lo bello, siguiendo la senda luminosa, áspera y difícil de la literatura; inquebrantables en su empeño, llegaron al fin á la cumbre de la gloria, rodeados del prestigio del genio»[3].

            Más de cien años después, en esa senda luminosa, áspera y difícil continuamos caminando quienes nos dedicamos al oficio de escribir: todavía se mezquina desde las diversas instancias del Estado, a nivel nacional o local, el reconocimiento en términos económicos, no solo al oficio de escribir sino también a la profesión literaria. Y, más que nunca, existe la urgencia de formular e institucionalizar una política pública dirigida a fortalecer la producción editorial y la creación de públicos, a reconocer profesionalmente el trabajo de quienes escriben y, en general, a crear mejores condiciones para el desarrollo de la creación literaria y, por ende, de la industria del libro.

            Las pobrezas y dificultades de los oficiantes de la palabra son de vieja data, si no que lo diga don Miguel de Cervantes, quien, diecinueve días antes de morir, ingresó a la Venerable Orden Tercera de San Francisco, con lo que ahorró a los suyos los gastos de su entierro. El licenciado Márquez Torres, en el texto de aprobación de la segunda parte del Quijote, cuenta que el embajador de Francia y su séquito visitaron al obispo de Toledo y luego de alabar la obra literaria de Cervantes preguntaron por este: «Halleme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: “¿Pues a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?”»[4].

            Y tanto España no lo tenía ni rico ni sustentado del erario que, en la dedicatoria de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, firmada el 19 de abril de 1616, «puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte, / gran señor, esta te escribo», todavía agradecía a don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, por la generosidad de su mecenazgo: «Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir […] Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos»[5]. El 23 de abril, al día siguiente de su muerte por diabetes e hidropesía, fue enterrado vestido con el tosco sayal de la orden en el convento de las Trinitarias Descalzas ubicado en la que hoy, por ironía municipal, se llama calle de Lope de Vega. Solo cuatrocientos años después, desde abril de 2016, la gente puede visitar la tumba de Cervantes que, luego del descubrimiento, en 2015, de los que se suponen son sus restos, ha sido instalada en la iglesia de San Ildefonso del convento.

            ¿Qué nos queda pensar del oficio de escribir si del más grande de sus oficiantes en lengua castellana apenas si sabemos dónde fue enterrado y, a pesar de las investigaciones de la tecnología contemporánea, no estamos seguros de que los restos que los turistas visitan sean en realidad sus verdaderos restos? Nos queda, claro está, la lectura del Quijote, el libro central de nuestro canon; nos queda el personaje vivo, a pesar de su muerte, que es el Quijote y también Sancho Panza, su escudero, ansioso de vida pastoril como un pretexto para derrotar a la muerte inevitable de su amo; nos queda reconocer en la imaginación, los desvaríos y la filosofía del Quijote la existencia de un lenguaje literario que nos legó las claves para la escritura de la novela contemporánea imbricada en la tradición de la lengua española. Nos queda, más allá de los huesos de Cervantes y la memoria de su pobreza, la gran aventura de la lengua literaria que es el Quijote.

 

Ir al texto íntegro 



[1] Jorge Luis Borges, El Aleph (Madrid: Alianza Editorial, 1996), 174.

[2] Este mosaico, pintado sobre veinticuatro azulejos, está instalado en la parte superior de la pared de la planta baja de la casa de la entrada al barrio de Las Peñas, en Guayaquil. El mosaico lleva la firma de Carlos López y está fechado en julio de 1973.

[3] Zoila Ugarte de Landívar, «Homenaje y protesta», en La Mujer. Revista Mensual de Literatura y Variedades, No. 6 (1905): 178-179.

[4] Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (Madrid: Real Academia Española, 2004), 540.

[5] Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (Madrid: Real Academia Española, 2017), 11.


jueves, marzo 04, 2021

Notas sobre el Himno Nacional

Escritorio de Juan León Mera en su casa-museo de Atocha, Ambato. El retrato de Mera es obra de César Villacrés, óleo sobre lata, 35 cm x 26 cm , 1906, Municipio de Ambato. (Foto: Raúl Vallejo, 2009)

En su reseña histórica sobre el Himno Nacional, el jesuita Aurelio Espinosa Pólit cuenta que el expresidente conservador Luis Cordero, en 1902, a través de la Revista Cuencana, pide que se convoque un concurso de músicos y poetas para «la composición de un himno más adecuado» ya que «han cesado para siempre los rencores contra España, Madre que, por su pasada grandeza y su presente infortunio, es digna de toda nuestra consideración».

En 1913, el diplomático Víctor Manuel Rendón publicó en Madrid la versión de un «Nuevo Himno del Ecuador», diciendo que estaba «adaptado a la música de Antonio Neumane y propuesto para reemplazar la letra de Juan León Mera, que hoy no debiera ya cantarse por amor y respeto a la madre patria […]»[1]. Y sí que era conciliadora la propuesta de Rendón, poéticamente descargada de la pasión romántica, como se puede apreciar de manera directa en la segunda estrofa. Los opresores de tres siglos, para esa nueva clase dominante de vocación pragmática y neocolonial, se convirtieron en sujetos de veneración filial. España aparecía como la madre benévola y las Repúblicas americanas como las hijas que habían superado el trauma de una infancia cargada de maltratos y que, por lo tanto, tienen necesidad de olvidar el pasado:

 

Cuando evocas la homérica lucha

en tu seno ya no arde la saña

y hoy pronuncias el nombre de España

con amor y respeto filial,

que al romperse los vínculos fieros

no pudieron hacerse pedazos

de una madre y una hija los lazos

estrechados, por libres, aún más.[2]

 

La propuesta no fue inocente de ninguna manera. El mismo Rendón consiguió que en el Congreso de 1922 fuera presentada una moción para cambiar la letra del himno, misma que fue rechazada, aunque se insistió en ella al año siguiente. La debilidad poética y la condición neocolonial de la letra propuesta por Rendón queda aún más en evidencia si la comparamos con la primera estrofa del himno escrito por Mera, estrofa que si bien no se canta en la actualidad —más por costumbre antes que por definición legal— es parte del texto ne varietur que el Congreso declaró intangible el 29 de septiembre de 1948.[3]

 

Indignados tus hijos del yugo

que te impuso la ibérica audacia,

de la injusta y horrenda desgracia

que pesaba fatal sobre ti,

santa voz a los cielos alzaron,

voz de noble y sin par juramento,

de vengarte del monstruo sangriento,

de romper ese yugo servil.

 

El primer verso muestra la condición de rebeldía del alma del pueblo durante la dominación colonial y apela a un sentimiento subversivo. La indignación de los pueblos es una postura política que, en el contexto de escritura del himno, nos recuerda el llamado a la acción política que había significado la lucha por la independencia. La condición colonial es calificada de «injusta y horrenda», el opresor recibe la denominación de «monstruo sangriento», y el llamado a «romper ese yugo servil» es un grito que conlleva todo el sentimiento libertario de los románticos. Esta caracterización sobre la conquista y la colonia es permanente en la obra de Mera. La fuerza de los versos, el apasionamiento de las ideas vertidas, la subversión política que contienen, hacen de esta estrofa una apertura de singular expresividad poética que canta la heroicidad del pueblo. Mera tiene consciencia de que la nación se constituye sobre un pasado reciente y glorioso.

 

Imágenes cargadas de fragor épico como «tras la lid la victoria volaba, / libertad tras el triunfo venía, / y al león destrozado se oía / de impotencia y despecho rugir» (3ra estrofa); o «Cedió al fin la fiereza española, / y hoy, oh Patria, tu libre existencia / es la noble y magnífica herencia / que nos dio el heroísmo feliz» (4ta estrofa); o «Venga al hierro y el plomo fulmíneo, / que a la idea de guerra y venganza / se despierta la heroica pujanza /que hizo al fiero español sucumbir» (5ta estrofa); conducen hacia un final de resonancia apocalíptica como es el expresado en la sexta estrofa en la que el hablante lírico evoca, con toda la fuerza del furor romántico, a la Naturaleza para que todo se destruya antes de que regrese el dominio del opresor español que, por entonces, ya amenazaba con aumentar la escalada guerrerista que, muchos en América, percibían como el inicio de una reconquista que no estaban dispuestos a aceptar:

 

Y si nuevas cadenas prepara

la injusticia de bárbara suerte,

¡gran Pichincha! prevén tú la muerte

de la Patria y sus hijos al fin:

hunde al punto en tus hondas entrañas

cuanto existe en tu tierra: el tirano

huelle sólo cenizas, y en vano

busque rastro de ser junto a ti.

 

  Para Juan León Mera, la memoria histórica, devenida en práctica política de la libertad, era imprescindible para contribuir al proceso de construcción de la nación. Fijar la historia de la heroicidad de la gesta del pueblo que nacía: convertirla en poesía nueva, auténtica, propia; cantarla con fervor cívico en los himnos cargados de patriotismo; descubrirla en la palabra original, en el lenguaje que representaba la Naturaleza americana: estas eran algunas de las tareas de nuestros escritores civiles del siglo diecinueve embriagados por el espíritu del romanticismo. Los versos del himno que contribuyen a la construcción de la nación emergen de un sentimiento auténtico: todo en ello es verdad apasionada, imbricada en la historia. Y, para Mera, la historia es la permanencia en la tradición popular de los sucesos imprescindibles para la libertad. Como él mismo dijo: Los pueblos deben ser generosos pero no desmemoriados.

 

Adaptado del capítulo «Juan León Mera, cantautor de la nación en ciernes», de mi libro Patriotas y amantes. Románticos del siglo XIX en nuestra América, 236-241. Bogotá: Lumen, 2017.



[1] Citado por Aurelio Espinosa Pólit, «Reseña histórica del Himno Nacional ecuatoriano», en Temas ecuatorianos I, [1948] (Quito: PUCE, 1999), 196.

[2] Espinosa Pólit, «Reseña histórica…», 196-197.

[3] El presidente del Ecuador, Galo Plazo Lasso, puso el Ejecútese al Decreto Legislativo el 8 de noviembre de 1948 y éste fue publicado en el Registro Oficial No. 68, el 26 del mismo mes y año.


domingo, enero 03, 2021

El textículo de Bolaño


Fue el novelista ecuatoriano Vargas Pardo, un hombre que no se entera de nada y a quien tenía trabajando como corrector en mi editorial, quien me presentó al susodicho Arturo Belano.

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.

 

 

 

 

Vargas Pardo, Parque del Centenario, Guayaquil, Enero de 2007. El año pasado estuve en Barcelona, buscando editor para una antología de narradoras ecuatorianas, y le comenté al director de Anagrama que Roberto Bolaño, que sufría silenciosamente de verborragia aguda, fue un cultor vergonzante del micro relato. El texto que descubrí estaba escrito a mano en una libretita que, una noche de tapas y vino, compartida en Archimboldi, por octubre de 2000, Bolaño dejó olvidada junto a una cajetilla de Estelada. Begoña Marchena, mesera andaluza cuya mirada de olivar me recordaba algunos versos de García Lora, me la dio días después. No me devolvió los cigarrillos, hombre, que necesitaba aliviar la tensión del trabajo. Antes de regresar a Guayaquil, como un gesto de amistad, le entregué la pequeña libreta a Herralde, no sin primero copiar el textículo para mis archivos:

 

Kim Demarco, NYT
Lo visité en su casa de la colonia Chimalistac, en el DF, a comienzos de junio de 2000. Días atrás le habían avisado sobre el Príncipe de Asturias. Tito me dijo que nunca, ni Cesárea Tinajero, ni ningún real visceralista, ganarían el Asturias; ni el Cervantes, peor el Nobel. Bárbara me hizo un gesto resignado. Yo amo la brevedad de los cuentos de Tito porque es inimitable; pero esa sentencia, sucinta y punzante, fue peor que una pesadilla de Arturo Belano. Cuando despertó, la botella de Don Julio todavía estaba allí. Mas, la ambrosía de amarillo pajizo se había evaporado de la botella, junto con sus matices de limón y paraíso de especias. Era como si la hubiesen dejado bajo la custodia de unos detectives salvajes. Para mí que aquella mañana Tito estaba en pedo; la neta.

 

Con este microrrelato más diez ensayos acerca del mismo, encargados a académicos suramericanos que trabajan en universidades norteamericanas —ahogando la literatura en la cascada estrepitosa de los estudios culturales—, Jorge Herralde, el 28 de diciembre del año pasado, declaró a Babelia que Anagrama publicaría: Bolaño, o el genio de la micrometautoficción.

Herralde se desinteresó de la antología que le propuse, dejó de responder a mis correos electrónicos, y ni siquiera me dio el crédito del hallazgo del textículo de Bolaño. ¡Hay que ver lo que es la ingratitud en el mundo literario! El recuerdo de los ojos de Begoña Marchena al amanecer es mi único consuelo.

 

 

PS: Este cuento apareció en Antología del microcuento ecuatoriano, editada por Luis Aguilar-Monsalve (Quito: Eskeletra Editorial, 2019).


sábado, noviembre 28, 2020

La camiseta del 10 sudaba humanidad

           

El entierro de Diego Armando Maradona (Lanús, 20 de octubre de 1960 - Tigre, 25 de noviembre de 2020) generó una multitudinaria manifestación de luto popular en Buenos Aires.

Sus detractores se apresuraron a descalificarlo por su adicción a las drogas y su vida descalabrada. Algunas feministas lo redujeron, de inmediato, al ídolo que necesita el patriarcado para su permanencia. Los políticos de derecha dijeron que los narcotraficantes habían perdido un cliente y el castro-chavismo un portavoz. Ciertos biempensantes repitieron el lugar común de los fariseos: «fue un excelente futbolista, pero una mala persona». La gente de fútbol, en cambio, le rindió homenaje en todo el mundo. Maradona fue un futbolista excepcional, un ídolo popular cuyo valor simbólico está más allá del deporte y un entresijo de pasiones que abarca el claroscuro del ser humano. Los fanáticos lo llaman «D10S» y lloran su muerte.

            «Fue sin dudas y por lejos el más grande futbolista de mi generación y, posiblemente también, de todos los tiempos», dijo Gary Lineker, que fue parte de la selección de Inglaterra en el Mundial de México de 1986. El célebre partido entre Argentina e Inglaterra llevaba mucha bronca. Es cierto, Argentina no recuperó Las Malvinas después de ganarlo, pero el sabor a revancha de una guerra contra el colonialismo inglés quedó estampado en el imaginario latinoamericano: si a los imperios no les importa hacer trampa para perpetuar la dominación colonialista, ¿por qué habríamos de lamentar un gol con la mano? Y, claro, Maradona también marcó el gol del siglo pasado. «Fue lo más cerca que estuve en mi vida de querer aplaudir el gol de otro», recordó Lineker, ahora comentarista deportivo, en su homenaje a Maradona.

 

Maradona se identificó con las causas populares.
            Conocemos la historia del pibe de las villas que tocó el cielo de la fama y la fortuna. Fue el futbolista que enfrentó a los dirigentes mafiosos del fútbol; fue el que se identificó con las causas populares. Maradona, como le pasa a los héroes de la tradición popular, luchó por sus sueños y los consiguió; luego se perdió, en la cumbre del éxito, y cayó al abismo de la derrota espiritual; después, otra vez, se levantó y volvió a caer. Como en el tango, provoca cantarle: «Garufa, vos sos un caso perdido». Para la cancha, es «un mago sin igual», según dijo Cristiano Ronaldo. A un ícono deportivo incrustado en el corazón del pueblo no se le pide que sea el alumno ejemplar de sexto grado; su relación con las masas está en las emociones dominicales que genera sobre esa grama alienante que es el fútbol. Su muerte lo eleva, definitivamente, por sobre las miserias de la vida: «Nos deja pero no se va, porque Diego es eterno», tuiteó Messi.

 

            Basta ver de dónde provino la moralina conservadora desatada contra la vida de excesos de Maradona apenas murió, para darnos cuenta de qué lado él estuvo y qué odios desató. Y, justamente, porque también fue drogadicto, camorrista y machirulo es que Maradona se acerca a la condición humana de la gente común; quiero decir, a ese amasijo de virtudes y defectos que somos todas las personas. Me recuerda a otro ídolo del descarrío: nuestro Julio Jaramillo. Por lo demás, nadie le está entregando el premio a la buena conducta de los colegios religiosos, sino reconociendo en él al genio del futbolista. La dos veces campeona mundial (2015 y 2019) y capitana del equipo de fútbol de EE. UU., publicó una foto junto al jugador y escribió en su cuenta de Tuiter: «Un gran momento de mi carrera haber podido conocer a Maradona. Un verdadero grande y otra leyenda se nos va demasiado pronto».

            El 10 de noviembre de 2001, en la Bombonera, se enfrentaron la selección de Argentina contra la del Resto del Mundo. Fue el partido de despedida de Maradona y, más allá de los dos goles que hizo en un encuentro que terminó 6-3, nos quedan las palabras de su legado moral: «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha».