No lo sabían aquellos migrantes catalanes embanderados
con las memorias del Mediterráneo y los campos de genista,
ni sus amigos guayaquileños, en casa de Eutimio Pérez Arumí.
No lo sabían en esa tarde del primero de mayo de 1925
escanciando una damajuana de tempranillo de la Rioja,
que tenía el sabor nostálgico de las soledades y el exilio.
Aún no lo sabían, pero ahí, donde el espíritu aventurero
imagina su arribo a desconocidos puertos en las naves
que habrán de surcar la ola indómita del mar abierto,
ahí, en los pulmones de acero y madera del barrio del Astillero,
en la respiración de las calles de Guayaquil, todavía de luto
por sus trabajadores muertos el 15 de noviembre de 1922,
nacía la pasión luminosa del alma popular; ahí nacía el único
ídolo abrazado al latido dominguero del corazón del pueblo,
nacía el oro y grana del Pacífico: Barcelona Sporting Club.
He leído tantas historias de triunfos en los libros que atraviesan
mi vida, pero en ninguno encontré la explicación de la magia
que envuelve la inagotable pasión popular por el ídolo del Astillero.
Decía mi ñaño Tito que en la cancha de fútbol existen
los futbolistas de la alegría con apenas un toque de pelota
y están aquellos otros ensombrecidos por la gris indiferencia.
Él decía que en la cuna te amamantan con aquel sentimiento
que nos envuelve al solo nombrar esta pasión enraizada
en los barrios del puerto y en las alturas de la cordillera.
Mi hermano, que ya no está, pero existe en mí, decía
que a nuestro equipo se lo sigue y nos acompaña siempre,
porque la pasión de la cancha se agita como un canario en el pecho.
Cómo te cuento, ñaño, que en las calles del país avanza un torrente
de camisetas amarillas celebrando un centenario de gloria:
los cien años de Barcelona resplandecen con el amor de la hinchada.
No lo sabían, pero ahora lo sabemos: en la casa de la intersección
de las calles Concordia e Independencia, tras las ventanas de chazas
a medio abrir y el balcón con balaustres torneados,
en aquella ciudad vespertina envuelta por la brisa del Guayas,
en el mayo de la libertad y las lluvias, catalanes y guayaquileños
sembraron esta centenaria pasión del pueblo que se llama Barcelona.
Con Aengus, en Bogotá, diciembre 2012, celebrando la estrella catorce.