Blog cultural de Raúl Vallejo.
Artículos escritos con inteligencia natural.
José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos. (De El perpetuo exiliado, 2016).
Cóctel «Matavilela»: servir en vaso corto y adornar con media rodaja de limón amarillo y cereza.
Llegar a Matavilela es un viaje
hacia el tiempo de un Guayaquil que ya no existe más, pero es semilla de un espíritu
que se ha esparcido por toda la ciudad.[1]«Hacia la izquierda,
siguiendo recto por la calle Colón, aparecía aquel callejón intrincado con sus salones
oscuros que olían a grifa y aguardiente, bares donde según iba oscureciendo,
las paredes manchadas los volvían más tétricos»[2]. La fragancia dulzona del
aguardiente de caña impregnaba las mesas de madera lustrosa, las sillas patulecas,
la música de la Wurlitzer que invadía la noche en «El rincón de los
justos». Matavilela es hoy un barrio hecho de memorias por la palabra del
maromero.
Jorge Velasco Mackenzie, en la "Parrillada del Río", 09.08.20.
Narcisa Martillo Morán es la Virgen
de Nobol, pero también es la mesera de la cantina. Fuvio Reyes la llevó en sí
para la eternidad, como la aparición de una fantasma en medio de una tropilla
de caballos por el fondo de los ojos. «Nadie como yo se acuerda de que la
Martillo Moran y tú fueron dos mujeres distintas, pero con iguales nombres. A
ti te veía todos los días sirviendo tragos en ‘El Rincón de los Justos’ y a la
otra metida en la urna de vidrio de la iglesia de San Alejandro el Grande»[3].
En el puerto se esparcían los olores
del cacao y el café, el rumor de los cañaverales. Guayaquil, la capital montuvia,
acogía a la gente de los campos, inmigrantes de las calles del centro que se
desplazaron hacia el sur, allá en los Guasmos, donde construyeron otra historia
de sobrevivencias. En homenaje a Matavilela, el barrio de El rincón de los
justos, la novela emblemática del Guayaquil de los 70 y 80, de Jorge Velasco
Mackenzie, he creado este cóctel con ingredientes que recogen las fragancias y
los sabores que nos cobijan:
Cóctel «Matavilela»
Ingredientes:
1 ½ oz de aguardiente Caña manabita, faja negra.
½ oz de crema de café
½ oz de crema de cacao
½ oz de zumo de limón amarillo
2 oz de Ginger Ale
Preparación:
Mezclar todos los ingredientes en coctelera con hielo, excepto el Ginger Ale.
Agitar por 30”.
Presentación:
Servir en vaso corto, 1/2 lleno de hielo.
Añadir no más de 2 oz de Ginger Ale por vaso.
Adornar con rodaja de limón amarillo, una cereza en el borde del
vaso y pajilla.
En el malecón Roberto Gilbert Elizalde,
de Durán, frente a la isla Santay, queda la «Parrillada del río», bar-restaurante,
un rincón acogedor atendido por su propietaria Cristina Velasco, la hija mayor del
escritor. Un cóctel «Matavilela» como aperitivo, mientras contemplamos Guayaquil,
en la otra orilla de la ría, siempre será un tan buen comienzo como el apoteósico
final de El rincón de los justos: «Quien la respira se ahoga, quien la
camina la huye, quien la busca la encuentra, quien la escucha la oye, quien la
mira la ve y ya no podrá olvidarla nunca, porque quien la vive la ama como a
una mujer perdida en la calle»[4].
Jorge Velasco Mackenziem autor de El rincón de los justos, y su hija Cristina, en la «Parrilla del Río», julio de 2020.
[1] Este artículo puede ser
reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al
autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «Matavilela, el cóctel». Acoso
textual (blog). 10 de agosto de 2020.
[2]Jorge Velasco Mackenzie, El
rincón de los justos (Quito: Editorial El Conejo, 1983), 65-66.
[3] Jorge Velasco Mackenzie, «Caballos
por el fondo de los ojos», en Raymundo y la creación del mundo (Babahoyo:
Universidad Técnica de Babahoyo, 1979), 25.
En un tuit
que respondía a uno mío, en el que enlazaba mi artículo «El montuvio ya se
instaló con nombre propio en el Diccionario de la Lengua Española», la cuenta
de la Real Academia Española explicó: «“Montubio” se registra en los
diccionarios académicos, de acceso público, desde la edición del Diccionario
manual de 1927 y la variante “montuvio” desde el Diccionario de
americanismos de 2010».[1]
Esta información confirma dos asuntos: a) Que, cuando los escritores del 30
escribían «montuvio», ni la Academia Ecuatoriana de la Lengua ni la RAE se enteraron;
y b) que, si bien entró entre americanismos en 2010, la presencia plena
de «montuvio», como dijimos en el artículo de marras, se da en el diccionario de
2014. En 1934, José de la Cuadra publicó Los Sangurimas, con el subtítulo:
«novela montuvia ecuatoriana», en editorial Cenit, de Madrid. En esta novela,
así como en «Banda del pueblo» y «La Tigra», encontramos la realización, en su narrativa,
del concepto identitario novela montuvia, cuyas características están descritas
en El montuvio ecuatoriano.
Los
Sangurimas se abre con la «Teoría del matapalo»: «El matapalo es árbol
montuvio. Recio, formidable, se hunde profundamente en el agro con sus raíces
semejantes a garras. […] El pueblo montuvio es así como el matapalo, que es una
reunión de árboles, un consorcio de árboles, tantos como troncos»[2].
Para De la Cuadra, la estructura de la novela montuvia es como el
matapalo, entendido lo real maravilloso y simbólico de la cultura montuvia: el
tronco añoso, para referir la historia del patriarca Nicasio Sangurima; las ramas
robustas, para hablar de los hijos que protagonizarán la novelina; torbellino
en las hojas, para situar el conflicto entre hijas e hijos, nietos todos, de Ño
Sangurima; y el epílogo “palo abajo”, para indicar la caída del matapalo. La tradición
oral del pueblo montuvio se explicita en la canción del río de los Mameyes: «Esta
canción la hacen sus aguas al rozar los pedruscos profundos»[3].
La novelina está cargada de decires; de esta forma, la verosimilitud es, al
mismo tiempo, duda y afirmación: así, cuando se habla del engaño que Ño Sangurima
hizo al diablo, al esconder el documento firmado con sangre de «doncella
menstruada» en un cementerio donde el diablo no puede entrar, los montuvios sentencian:
«—Pero Ño Sangurima está muerto por dentro, dicen. —Así ha de ser, seguro»[4].
«Banda del
pueblo», que apareció en Horno (1932)[5],
es una novelina que prefigura el tipo de la novela montuvia. El relato
se va armando de la misma manera como se va formando la banda del pueblo: a
partir de las historias particulares de cada uno de los músicos, tal como se
construyen los relatos orales montuvios. De la Cuadra asume en ella, toda la
realidad: al contar la historia de los hermanos Alancay, por ejemplo, desenmascara
la
explotación económica y la opresión social del concertaje; al describir el
repertorio de la banda nos ofreceuna antología
de música popular; y, al resolver el drama que atraviesa la banda, da cuenta de
la celebración vital de la relación padre e hijo, a partir de la muerte del
padre, y concluye con un homenaje a Ramón Piedrahita a través de la música.
La novelina
que cierra esta trilogía montuvia es «La Tigra», que apareció en la segunda
edición de Horno, la argentina de 1940. «La Tigra» también está contada desde
la tendencia mítica de la oralidad montuvia: «Los agentes viajeros y los policías
rurales no me dejarán mentir —diré como en el aserto montuvio»[6].
El nacimiento de la Tigra se da mediante un hecho de sangre: ella ajusticia
a los cinco asesinos de su papá y su mamá, la misma noche en que aquellos irrumpen
en la casa familiar. El decir mítico de la oralidad montuvia se refuerza con la
presencia de Masa Blanca, de quien los montuvios dicen que tiene tratos con “el
Colorao”, aunque él aclara: «Yo soy médico de curar. Puedo dañar, claro; pero
no daño. Así es»[7]. La Tigra es vista por los montuvios
como una mujer económica, social y sexualmente poderosa: es una terrateniente,
como ño Sangurima, que dispone de la vida y los cuerpos de los hombres que
habitan su fundo, «Las tres hermanas». En esta novelina, De la Cuadra introduce
paratextos como los telegramas, que le permiten narrar la historia desde
afuera, en paralelo al desarrollo de la historia tal como se cuenta desde
los decires montuvios.
En El
montuvio ecuatoriano (1937) encontramos, convertidas en un ensayo teorético,
las reflexiones de José de la Cuadra sobre el mundo montuvio, a partir de sus
propias observaciones, que antes las había escrito como ficción. «En
la narrativa es donde la impulsión artística del montuvio alcanza expresiones insignes.
Su innata tendencia mítica, que señalamos más adelante, halla aquí cauce
amplio. […] La tendencia mítica de nuestro campesino, sobre
ser fuerte, es irrefrenable. De ahí su panteísmo. De ahí su constante
fabricación de héroes»[8].
Esa tendencia mítica, —que ha sido estudiada a profundidad por Humberto Robles[9]—
está presente en los textos comentados arriba: los cuentos de los montuvios
sobre Nicasio Sangurima y su pacto con el diablo, su conversación con el
difunto Ceferino, y el Génesis y Apocalipsis que, como en la tradición profética,
pesan sobre «La Hondura», la hacienda de Ño Sangurima. Todo ellos son ejemplos
de las formas narrativas de las que se alimenta la novela montuvia.
La novela
montuvia, que entrelaza historias como se entrelazan las raíces que
construyen el tronco del matapalo, está narrada de manera similar a como se
articula la oralidad del pueblo montuvio. Las historias surgen desde lo real
maravilloso de una realidad, contada a partir del amplio cauce narrativo de
tendencia mítica de la cultura montuvia. En la novela montuvia se cumple
lo que De la Cuadra pedía para la literatura de tendencia: «Solo la realidad,
pero nada más que la realidad»[10],
tal como él mismo lo expresara en su silueta sobre Enrique Gil Gilbert.[11]
Trailer de versión cinematográfica de La Tigra (1990), dirigida por Camilo Luzuriaga. Esta película fue galardonada como Mejor película en el 29no. Festival de
Cine de Cartagena.
[2] José de
la Cuadra, Obras completas (Guayaquil: Publicaciones de la Biblioteca de
la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, 2003), 449. Los editores de esta lujosa
edición, sin ninguna explicación, suprimieron el subtítulo original de Los
Sangurimas: «novela montuvia ecuatoriana».
[5] El título
en Horno (1932) es «Banda del pueblo»; en ediciones posteriores, por descuido
de los editores la «Banda del pueblo» se convirtió en una simple «Banda de
pueblo». La edición de la Biblioteca Municipal de Guayaquil tampoco corrige este
error que modifica el sentido que De la Cuadra le dio a su banda del pueblo: un
editor prolijo hubiese cotejado el texto que quería publicar con la edición
original.
Al parecer, una boutade de
Miguel Donoso Pareja se convirtió en una frase célebre. Él explicó en su prólogo
a Los Sangurimas, de José de la Cuadra,[1]que los escritores de la
Generación del 30 escribieron «montuvio», con «v», en vez de «montubio», con «b»,
porque prefirieron la idea de montuvio = monte + vida, y no la de montubio
= monte + biología. Esta formulación tiene dos debilidades: la primera, que bio
significa, justamente, vida y no biología (que, además, para
contradecir a Donoso, es el estudio de la vida); y, la segunda, que
Donoso no investigó la tradición del uso de la palabra montuvio y se
limitó a lanzar una ocurrencia. La palabra montuvio, con «v»,
tiene una tradición que puede rastrearse en el siglo XIX y recién, desde 2014, está
aceptada por la RAE en la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Lengua
Española, DLE.
En Cantares
del pueblo ecuatoriano, Juan León Mera registra la palabra montuvio,
via, como sinónimo de montañés, con la siguiente definición:
«Dase en la costa el nombre de montuvio al habitante de los campos y
selvas. Equivale al chagra de la sierra»[2]. He ilustrado esta entrada
de mi blog con la página 106 de Cantares en donde aparece tal definición,
a propósito de la llamada a una nota al pie que el propio Mera hace sobre el
vocablo montuvia:
Yo le dije
a una montuvia
Que se
dejara querer,
Y, no sé
por qué sería,
No me quiso
responder.
Paulo de Carvalho-Neto, en
su Diccionario del Folklore Ecuatoriano, mantiene las dos escrituras de
la palabra, pero desarrolla su estudio bajo la forma montuvio. Para montubio
anota: «Variante gráfica de montuvio», y añade: «Según [Justino] Cornejo, la grafía b
fue fijada por la Academia de Madrid», aunque no dice cuándo. Carvalho-Neto
cita la Semántica o ensayo de lexicografía ecuatoriana (1920), de Gustavo
Lemos, que explica la etimología de montubio: «Seguramente se formó este
vocablo del sustantivo monte y la partícula griega bio, que
significa vida, cambiando únicamente en u la vocal de enlace e,
tal por vez por eufonía. Montubio, equivaldría, pues, a mont-u-bio, esto
es, que vive en el monte».[3]
El montuvio ecuatoriano, 1937.
Los escritores de la Generación del
30 establecieron en sus obras el uso de montuvio. Así, el subtítulo de Los
que se van (1930), de Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique
Gil Gilbert, es «Cuentos del cholo i del montuvio»; José de la Cuadra subtitula
Los Sangurimas como «novela montuvia ecuatoriana», y a su lúcido ensayo
sobre la identidad cultural del campesino de la costa, lo llamó El montuvio
ecuatoriano (1937). No se conoce que alguno de ellos haya explicado el
porqué de la escritura montuvio con «v».
Hasta su
vigésimo segunda edición (2001), el DLE, registraba montubio y lo
definía así: Montubio, bia. adj. Am. Dicho de una persona:
Montaraz, grosera. U.t.c.s. 2. m. y f. Col. y Ecuad. Campesino de
la costa. Finalmente, en
su vigésimo tercera edición (2014), actualizada en línea a 2019, el DLE tiene
una nueva entrada: Montuvio, via. m. y f. Ec. Campesino de la
costa. La inclusión de montuvio en el DLE, como de uso en Ecuador, se
dio por solicitud de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, según lo cuenta en el
artículo «Montubio, no: montuvio» la ensayista Susana Cordero de Espinosa, su
actual directora: «Usted [Ángel Loor Giner] me habló con énfasis de esta preocupación [que,
en el DLE, aparecía el vocablo montubio, con una connotación negativa,y no montuvio, con la definición que ahora consta en él] a la que
pude dar curso personalmente, en calidad de coordinadora lingüística de nuestra
Academia Ecuatoriana, en una de tantas reuniones a que asistí en Madrid o en
otra capital de habla española».[4]
Finalmente, Humberto
Robles, en el prólogo a su edición crítica de El montuvio ecuatoriano, plantea
que el origen «quizás, remitía a una etimología latina igualmente persuasiva,
y, a lo mejor, hasta aun más ilustrativa: monte y río (fluvius).
Montuvio sería entonces el genuino habitante de esa “zona… de la costa del
Ecuador regada por los grandes ríos y sus numerosos tributarios” [concluye,
citando a De la Cuadra]»[5]. Una aproximación bastante
más rigurosa que la ocurrencia de Miguel Donoso[6]que ha sido, y, de cuando
en cuando, sigue siendo, desaprensivamente, repetida. Lo cierto es que el
montuvio de la costa ecuatoriana llegó y se instaló con nombre propio en el DLE
de la península ibérica.[7]
[1] José de la Cuadra, Los
Sangurimas, Colección Joyas Literarias, novelas breves del Ecuador, prólogo
de Miguel Donoso Pareja (Quito: Editorial El Conejo, 1984), 10.
[2] Juan León Mera, Cantares
del pueblo ecuatoriano (Quito: Academia Ecuatoriana, 1892), 106, (en cursiva,
en el original).
[3]Paulo
de Carvalho-Neto, Diccionario del Folklore Ecuatoriano (Quito: Casa de
la Cultura Ecuatoriana, 1964), 298-299 (en negrita, en el original).
[5] Humberto Robles, «Introducción»,
a José de la Cuadra, El montuvio ecuatoriano, edición crítica de Humberto
Robles (Quito, Libresa / UASB, 1996), IV-V.
[6]El propio Donoso Pareja, años más tarde, suprimió
dicha ocurrencia, cuando reprodujo los doce prólogos de la Colección
Joya literarias, ya citada, en Novelas breves del Ecuador (Quito:
Editorial El Conejo, 2008). Lastimosamente, en esa edición, los editores se decidieron
por el vocablo montubio en el texto de Donoso y, sin ningún criterio que
lo respalde, también en las citas de la novela De la Cuadra.
[7] Este artículo puede ser
reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente:
Vallejo, Raúl. «El montuvio ya se instaló con nombre propio en el Diccionaio de la Lengua Española». Acoso
textual (blog). 13 de julio de 2020. http://acoso-textual.blogspot.com/2020/07/el-montuvio-ya-se-instalo-con-nombre.html
Blanca de nube, mirada de cielo, viuda con una niña,
ella se rindió hechizada ante el sombrero jipijapa. Dos hembras y un varón,
todos suaves como el pan de dulce, parió mi abuela. Ella, mango de chupar y
pecado, pasó la vida, esperando el retorno de aquel sombrero de paja toquilla
que voló, cometa de infinito en vientos playeros.
—Si el sombrero no vuelve, rosario de resignación,
¿cómo la abuela habrá de proteger su blancura de ensueño?
Mi tía Maruja
¿Han tenido una
tía Maruja? ¿Han tenido un alma que reparte alegrías y consejos de la misma
forma que su mano repartió las golosinas de infancia? ¿Han tenido una cascada
que riega el espíritu cuando yace sediento? Yo tuve a mi tía Maruja: mirada fresca
sobre el rostro compungido; palabra de bálsamo para el corazón estrujado;
sonrisa de campanario repicando en días soleados.
En su casa, yo
aprendí que la infancia puede ser un juego feliz para el espíritu niño; aprendí
que alrededor de la mesa familiar se comparte no solo el pan por el que a
diario damos gracias sino el pedazo de existencia sobre el que dejamos nuestra
huella; aprendí que la fe no está llena de aspavientos sino de una fuerza
interior que se traduce en el alma generosa con el prójimo; aprendí que hay que
mirar al mundo con piedad y verter en él nuestra constancia.
Recordar a una
mujer que cocinó la alegría cotidiana de ese mundo privado que es el hogar, es
sentir que la vida florece en la plenitud de la entrega de cada persona y que
no existe muerte capaz de marchitarla. Ahora que ella es memoria, tengo a mi
tía Maruja con su rostro de luna sonriente, y su blancura tibia como una canción
de cuna en la almohada adulta.