José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, agosto 10, 2020

Matavilela, el cóctel


Cóctel «Matavilela»: servir en vaso corto y adornar con media rodaja de limón amarillo y cereza.
            Llegar a Matavilela es un viaje hacia el tiempo de un Guayaquil que ya no existe más, pero es semilla de un espíritu que se ha esparcido por toda la ciudad.[1] «Hacia la izquierda, siguiendo recto por la calle Colón, aparecía aquel callejón intrincado con sus salones oscuros que olían a grifa y aguardiente, bares donde según iba oscureciendo, las paredes manchadas los volvían más tétricos»[2]. La fragancia dulzona del aguardiente de caña impregnaba las mesas de madera lustrosa, las sillas patulecas, la música de la Wurlitzer que invadía la noche en «El rincón de los justos». Matavilela es hoy un barrio hecho de memorias por la palabra del maromero.

           

Jorge Velasco Mackenzie, en la "Parrillada del Río", 09.08.20.
 
Narcisa Martillo Morán es la Virgen de Nobol, pero también es la mesera de la cantina. Fuvio Reyes la llevó en sí para la eternidad, como la aparición de una fantasma en medio de una tropilla de caballos por el fondo de los ojos. «Nadie como yo se acuerda de que la Martillo Moran y tú fueron dos mujeres distintas, pero con iguales nombres. A ti te veía todos los días sirviendo tragos en ‘El Rincón de los Justos’ y a la otra metida en la urna de vidrio de la iglesia de San Alejandro el Grande»[3].

            En el puerto se esparcían los olores del cacao y el café, el rumor de los cañaverales. Guayaquil, la capital montuvia, acogía a la gente de los campos, inmigrantes de las calles del centro que se desplazaron hacia el sur, allá en los Guasmos, donde construyeron otra historia de sobrevivencias. En homenaje a Matavilela, el barrio de El rincón de los justos, la novela emblemática del Guayaquil de los 70 y 80, de Jorge Velasco Mackenzie, he creado este cóctel con ingredientes que recogen las fragancias y los sabores que nos cobijan:

 

            Cóctel «Matavilela» 

 

Ingredientes:

1 ½ oz de aguardiente Caña manabita, faja negra.

½ oz de crema de café

½ oz de crema de cacao

½ oz de zumo de limón amarillo

2 oz de Ginger Ale

 

Preparación:

Mezclar todos los ingredientes en coctelera con hielo, excepto el Ginger Ale.

Agitar por 30”.

 

Presentación:

Servir en vaso corto, 1/2 lleno de hielo.

Añadir no más de 2 oz de Ginger Ale por vaso.

Adornar con rodaja de limón amarillo, una cereza en el borde del vaso y pajilla.

 

             En el malecón Roberto Gilbert Elizalde, de Durán, frente a la isla Santay, queda la «Parrillada del río», bar-restaurante, un rincón acogedor atendido por su propietaria Cristina Velasco, la hija mayor del escritor. Un cóctel «Matavilela» como aperitivo, mientras contemplamos Guayaquil, en la otra orilla de la ría, siempre será un tan buen comienzo como el apoteósico final de El rincón de los justos: «Quien la respira se ahoga, quien la camina la huye, quien la busca la encuentra, quien la escucha la oye, quien la mira la ve y ya no podrá olvidarla nunca, porque quien la vive la ama como a una mujer perdida en la calle»[4].

 

 Jorge Velasco Mackenziem autor de El rincón de los justos, y su hija Cristina, en la «Parrilla del Río», julio de 2020.


[1] Este artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «Matavilela, el cóctel». Acoso textual (blog). 10 de agosto de 2020.

[2] Jorge Velasco Mackenzie, El rincón de los justos (Quito: Editorial El Conejo, 1983), 65-66.

[3] Jorge Velasco Mackenzie, «Caballos por el fondo de los ojos», en Raymundo y la creación del mundo (Babahoyo: Universidad Técnica de Babahoyo, 1979), 25.

[4] Velasco, El rincón…, 176.

lunes, julio 20, 2020

José de la Cuadra y la novela montuvia

           

Portada de la primera edición.
En un tuit que respondía a uno mío, en el que enlazaba mi artículo  «El montuvio ya se instaló con nombre propio en el Diccionario de la Lengua Española», la cuenta de la Real Academia Española explicó: «“Montubio” se registra en los diccionarios académicos, de acceso público, desde la edición del Diccionario manual de 1927 y la variante “montuvio” desde el Diccionario de americanismos de 2010».[1] Esta información confirma dos asuntos: a) Que, cuando los escritores del 30 escribían «montuvio», ni la Academia Ecuatoriana de la Lengua ni la RAE se enteraron; y b) que, si bien entró entre americanismos en 2010, la presencia plena de «montuvio», como dijimos en el artículo de marras, se da en el diccionario de 2014. En 1934, José de la Cuadra publicó Los Sangurimas, con el subtítulo: «novela montuvia ecuatoriana», en editorial Cenit, de Madrid. En esta novela, así como en «Banda del pueblo» y «La Tigra», encontramos la realización, en su narrativa, del concepto identitario novela montuvia, cuyas características están descritas en El montuvio ecuatoriano.

            Los Sangurimas se abre con la «Teoría del matapalo»: «El matapalo es árbol montuvio. Recio, formidable, se hunde profundamente en el agro con sus raíces semejantes a garras. […] El pueblo montuvio es así como el matapalo, que es una reunión de árboles, un consorcio de árboles, tantos como troncos»[2]. Para De la Cuadra, la estructura de la novela montuvia es como el matapalo, entendido lo real maravilloso y simbólico de la cultura montuvia: el tronco añoso, para referir la historia del patriarca Nicasio Sangurima; las ramas robustas, para hablar de los hijos que protagonizarán la novelina; torbellino en las hojas, para situar el conflicto entre hijas e hijos, nietos todos, de Ño Sangurima; y el epílogo “palo abajo”, para indicar la caída del matapalo. La tradición oral del pueblo montuvio se explicita en la canción del río de los Mameyes: «Esta canción la hacen sus aguas al rozar los pedruscos profundos»[3]. La novelina está cargada de decires; de esta forma, la verosimilitud es, al mismo tiempo, duda y afirmación: así, cuando se habla del engaño que Ño Sangurima hizo al diablo, al esconder el documento firmado con sangre de «doncella menstruada» en un cementerio donde el diablo no puede entrar, los montuvios sentencian: «—Pero Ño Sangurima está muerto por dentro, dicen. —Así ha de ser, seguro»[4].

    

            «Banda del pueblo», que apareció en Horno (1932)[5], es una novelina que prefigura el tipo de la novela montuvia. El relato se va armando de la misma manera como se va formando la banda del pueblo: a partir de las historias particulares de cada uno de los músicos, tal como se construyen los relatos orales montuvios. De la Cuadra asume en ella, toda la realidad: al contar la historia de los hermanos Alancay, por ejemplo, desenmascara la explotación económica y la opresión social del concertaje; al describir el repertorio de la banda nos ofrece una antología de música popular; y, al resolver el drama que atraviesa la banda, da cuenta de la celebración vital de la relación padre e hijo, a partir de la muerte del padre, y concluye con un homenaje a Ramón Piedrahita a través de la música.

            La novelina que cierra esta trilogía montuvia es «La Tigra», que apareció en la segunda edición de Horno, la argentina de 1940. «La Tigra» también está contada desde la tendencia mítica de la oralidad montuvia: «Los agentes viajeros y los policías rurales no me dejarán mentir —diré como en el aserto montuvio»[6]. El nacimiento de la Tigra se da mediante un hecho de sangre: ella ajusticia a los cinco asesinos de su papá y su mamá, la misma noche en que aquellos irrumpen en la casa familiar. El decir mítico de la oralidad montuvia se refuerza con la presencia de Masa Blanca, de quien los montuvios dicen que tiene tratos con “el Colorao”, aunque él aclara: «Yo soy médico de curar. Puedo dañar, claro; pero no daño. Así es»[7]. La Tigra es vista por los montuvios como una mujer económica, social y sexualmente poderosa: es una terrateniente, como ño Sangurima, que dispone de la vida y los cuerpos de los hombres que habitan su fundo, «Las tres hermanas». En esta novelina, De la Cuadra introduce paratextos como los telegramas, que le permiten narrar la historia desde afuera, en paralelo al desarrollo de la historia tal como se cuenta desde los decires montuvios.

           

En El montuvio ecuatoriano (1937) encontramos, convertidas en un ensayo teorético, las reflexiones de José de la Cuadra sobre el mundo montuvio, a partir de sus propias observaciones, que antes las había escrito como ficción. «En la narrativa es donde la impulsión artística del montuvio alcanza expresiones insignes. Su innata tendencia mítica, que señalamos más adelante, halla aquí cauce amplio. […] La tendencia mítica de nuestro campesino, sobre ser fuerte, es irrefrenable. De ahí su panteísmo. De ahí su constante fabricación de héroes»[8]. Esa tendencia mítica, —que ha sido estudiada a profundidad por Humberto Robles[9]— está presente en los textos comentados arriba: los cuentos de los montuvios sobre Nicasio Sangurima y su pacto con el diablo, su conversación con el difunto Ceferino, y el Génesis y Apocalipsis que, como en la tradición profética, pesan sobre «La Hondura», la hacienda de Ño Sangurima. Todo ellos son ejemplos de las formas narrativas de las que se alimenta la novela montuvia.

            La novela montuvia, que entrelaza historias como se entrelazan las raíces que construyen el tronco del matapalo, está narrada de manera similar a como se articula la oralidad del pueblo montuvio. Las historias surgen desde lo real maravilloso de una realidad, contada a partir del amplio cauce narrativo de tendencia mítica de la cultura montuvia. En la novela montuvia se cumple lo que De la Cuadra pedía para la literatura de tendencia: «Solo la realidad, pero nada más que la realidad»[10], tal como él mismo lo expresara en su silueta sobre Enrique Gil Gilbert.[11]



Trailer de versión cinematográfica de La Tigra (1990), dirigida por Camilo Luzuriaga. Esta película  fue galardonada como Mejor película en el 29no. Festival de Cine de Cartagena.    

            

[1] Real Academia Española (@RAEinforma), «#RAEconsultas ‹Montubio› se registra en los diccionarios académicos…», 17 de julio de 2020, 05h59, https://twitter.com/RAEinforma/status/1284080215065604097?s=20

[2] José de la Cuadra, Obras completas (Guayaquil: Publicaciones de la Biblioteca de la Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil, 2003), 449. Los editores de esta lujosa edición, sin ninguna explicación, suprimieron el subtítulo original de Los Sangurimas: «novela montuvia ecuatoriana».

[3] De la Cuadra, Obras…, 464.

[4] De la Cuadra, Obras…, 458.

[5] El título en Horno (1932) es «Banda del pueblo»; en ediciones posteriores, por descuido de los editores la «Banda del pueblo» se convirtió en una simple «Banda de pueblo». La edición de la Biblioteca Municipal de Guayaquil tampoco corrige este error que modifica el sentido que De la Cuadra le dio a su banda del pueblo: un editor prolijo hubiese cotejado el texto que quería publicar con la edición original.  

[6] De la Cuadra, Obras…, 419,

[7] De la Cuadra, Obras…, 444.

[8] De la Cuadra, El montuvio…, 868 y 870.

[9] Humberto Robles, Testimonio y tendencia mítica en la obra de José de la Cuadra, Quito: Casa de la Cultura, 1976.

[10] De la Cuadra, Obras…, 787.

[11] Este artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «José de la Cuadra y la novela montuvia». Acoso textual (blog). 20 de julio de 2020. http://acoso-textual.blogspot.com/2020/07/jose-de-la-cuadra-y-la-novela-montuvia.html

lunes, julio 13, 2020

El montuvio ya se instaló con nombre propio en el Diccionario de la Lengua Española

           
Cantares del pueblo ecuatoriano, p. 106.
Al parecer, una boutade de Miguel Donoso Pareja se convirtió en una frase célebre. Él explicó en su prólogo a Los Sangurimas, de José de la Cuadra,[1] que los escritores de la Generación del 30 escribieron «montuvio», con «v», en vez de «montubio», con «b», porque prefirieron la idea de montuvio = monte + vida, y no la de montubio = monte + biología. Esta formulación tiene dos debilidades: la primera, que bio significa, justamente, vida y no biología (que, además, para contradecir a Donoso, es el estudio de la vida); y, la segunda, que Donoso no investigó la tradición del uso de la palabra montuvio y se limitó a lanzar una ocurrencia. La palabra montuvio, con «v», tiene una tradición que puede rastrearse en el siglo XIX y recién, desde 2014, está aceptada por la RAE en la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Lengua Española, DLE.
            En Cantares del pueblo ecuatoriano, Juan León Mera registra la palabra montuvio, via, como sinónimo de montañés, con la siguiente definición: «Dase en la costa el nombre de montuvio al habitante de los campos y selvas. Equivale al chagra de la sierra» [2]. He ilustrado esta entrada de mi blog con la página 106 de Cantares en donde aparece tal definición, a propósito de la llamada a una nota al pie que el propio Mera hace sobre el vocablo montuvia:

Yo le dije a una montuvia
Que se dejara querer,
Y, no sé por qué sería,
No me quiso responder.

            Paulo de Carvalho-Neto, en su Diccionario del Folklore Ecuatoriano, mantiene las dos escrituras de la palabra, pero desarrolla su estudio bajo la forma montuvio. Para montubio anota: «Variante gráfica de montuvio», y añade: «Según [Justino] Cornejo, la grafía b fue fijada por la Academia de Madrid», aunque no dice cuándo. Carvalho-Neto cita la Semántica o ensayo de lexicografía ecuatoriana (1920), de Gustavo Lemos, que explica la etimología de montubio: «Seguramente se formó este vocablo del sustantivo monte y la partícula griega bio, que significa vida, cambiando únicamente en u la vocal de enlace e, tal por vez por eufonía. Montubio, equivaldría, pues, a mont-u-bio, esto es, que vive en el monte».[3]
El montuvio ecuatoriano, 1937.
            Los escritores de la Generación del 30 establecieron en sus obras el uso de montuvio. Así, el subtítulo de Los que se van (1930), de Demetrio Aguilera Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert, es «Cuentos del cholo i del montuvio»; José de la Cuadra subtitula Los Sangurimas como «novela montuvia ecuatoriana», y a su lúcido ensayo sobre la identidad cultural del campesino de la costa, lo llamó El montuvio ecuatoriano (1937). No se conoce que alguno de ellos haya explicado el porqué de la escritura montuvio con «v».
            Hasta su vigésimo segunda edición (2001), el DLE, registraba montubio y lo definía así: Montubio, bia. adj. Am. Dicho de una persona: Montaraz, grosera. U.t.c.s. 2. m. y f. Col. y Ecuad. Campesino de la costa. Finalmente, en su vigésimo tercera edición (2014), actualizada en línea a 2019, el DLE tiene una nueva entrada: Montuvio, via. m. y f. Ec. Campesino de la costa. La inclusión de montuvio en el DLE, como de uso en Ecuador, se dio por solicitud de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, según lo cuenta en el artículo «Montubio, no: montuvio» la ensayista Susana Cordero de Espinosa, su actual directora: «Usted [Ángel Loor Giner] me habló con énfasis de esta preocupación [que, en el DLE, aparecía el vocablo montubio, con una connotación negativa, y no montuvio, con la definición que ahora consta en él] a la que pude dar curso personalmente, en calidad de coordinadora lingüística de nuestra Academia Ecuatoriana, en una de tantas reuniones a que asistí en Madrid o en otra capital de habla española».[4]
            Finalmente, Humberto Robles, en el prólogo a su edición crítica de El montuvio ecuatoriano, plantea que el origen «quizás, remitía a una etimología latina igualmente persuasiva, y, a lo mejor, hasta aun más ilustrativa: monte y río (fluvius). Montuvio sería entonces el genuino habitante de esa “zona… de la costa del Ecuador regada por los grandes ríos y sus numerosos tributarios” [concluye, citando a De la Cuadra]»[5]. Una aproximación bastante más rigurosa que la ocurrencia de Miguel Donoso[6] que ha sido, y, de cuando en cuando, sigue siendo, desaprensivamente, repetida. Lo cierto es que el montuvio de la costa ecuatoriana llegó y se instaló con nombre propio en el DLE de la península ibérica.[7]


[1] José de la Cuadra, Los Sangurimas, Colección Joyas Literarias, novelas breves del Ecuador, prólogo de Miguel Donoso Pareja (Quito: Editorial El Conejo, 1984), 10.
[2] Juan León Mera, Cantares del pueblo ecuatoriano (Quito: Academia Ecuatoriana, 1892), 106, (en cursiva, en el original).
[3] Paulo de Carvalho-Neto, Diccionario del Folklore Ecuatoriano (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1964), 298-299 (en negrita, en el original).
[4] Susana Cordero de Espinosa, «Montubio, no: montuvio», El Comercio, 11 de enero de 2015, https://www.elcomercio.com/opinion/columna-susanacorderodeespinosa-opinion-idioma-montubio.html
[5] Humberto Robles, «Introducción», a José de la Cuadra, El montuvio ecuatoriano, edición crítica de Humberto Robles (Quito, Libresa / UASB, 1996), IV-V.
[6] El propio Donoso Pareja, años más tarde, suprimió dicha ocurrencia, cuando reprodujo los doce prólogos de la Colección Joya literarias, ya citada, en Novelas breves del Ecuador (Quito: Editorial El Conejo, 2008). Lastimosamente, en esa edición, los editores se decidieron por el vocablo montubio en el texto de Donoso y, sin ningún criterio que lo respalde, también en las citas de la novela De la Cuadra.  
[7] Este artículo puede ser reproducido, total o parcialmente, siempre que se solicite autorización al autor y se cite su fuente: Vallejo, Raúl. «El montuvio ya se instaló con nombre propio en el Diccionaio de la Lengua Española». Acoso textual (blog). 13 de julio de 2020. http://acoso-textual.blogspot.com/2020/07/el-montuvio-ya-se-instalo-con-nombre.html

domingo, mayo 10, 2020

Tres madres en mi vida


Mamá Aída, abuela María, tía Maruja (c. 1960)



Evocación

¿A qué olía tu pelo de hilo fino?
—Rosedal del jardín que florecía dentro de ti.
¿Cuán suave era la caricia de tu mano tibia?
—Algodón del ceibal de nuestro pueblo.
¿Cómo tocaban tus palabras mi alma niña?
—Lágrima que resbala con el reloj detenido.


Rosario de resignación

Blanca de nube, mirada de cielo, viuda con una niña, ella se rindió hechizada ante el sombrero jipijapa. Dos hembras y un varón, todos suaves como el pan de dulce, parió mi abuela. Ella, mango de chupar y pecado, pasó la vida, esperando el retorno de aquel sombrero de paja toquilla que voló, cometa de infinito en vientos playeros.
—Si el sombrero no vuelve, rosario de resignación, ¿cómo la abuela habrá de proteger su blancura de ensueño?


Mi tía Maruja

¿Han tenido una tía Maruja? ¿Han tenido un alma que reparte alegrías y consejos de la misma forma que su mano repartió las golosinas de infancia? ¿Han tenido una cascada que riega el espíritu cuando yace sediento? Yo tuve a mi tía Maruja: mirada fresca sobre el rostro compungido; palabra de bálsamo para el corazón estrujado; sonrisa de campanario repicando en días soleados.
En su casa, yo aprendí que la infancia puede ser un juego feliz para el espíritu niño; aprendí que alrededor de la mesa familiar se comparte no solo el pan por el que a diario damos gracias sino el pedazo de existencia sobre el que dejamos nuestra huella; aprendí que la fe no está llena de aspavientos sino de una fuerza interior que se traduce en el alma generosa con el prójimo; aprendí que hay que mirar al mundo con piedad y verter en él nuestra constancia.
Recordar a una mujer que cocinó la alegría cotidiana de ese mundo privado que es el hogar, es sentir que la vida florece en la plenitud de la entrega de cada persona y que no existe muerte capaz de marchitarla. Ahora que ella es memoria, tengo a mi tía Maruja con su rostro de luna sonriente, y su blancura tibia como una canción de cuna en la almohada adulta.