José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, mayo 26, 2025

El mural «La imagen de la patria», de Guayasamín, y el nombre de la CIA

Detalle del mural Imagen de la patria, de Oswaldo Guayasamín, 1988. (Foto de Jorge Medina, 2021)

El pasado fin de semana, algunos tuiteros orgánicos de la derecha, secundados por su ejército de troles, desataron un repentino ataque en X-Twitter contra el mural La imagen de la patria, de Oswaldo Guayasamín, instalado en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, antes Palacio Legislativo, desde 1988. Convertidos en exquisitos del arte, aquellos tuiteros, con vocación de rastacueros, tacharon al mural con los peores epítetos de la crítica gástrica pidiendo al presidente de la Asamblea que desmonte el mural para dizque superar supuestos complejos y resentimientos del pasado. Pero nosotros sabemos que el recuerdo de las luchas de los pueblos es fundamental porque no hay una noción de patria sin verdad, sin justicia y sin reparación históricas.

El mural La imagen de la patria es parte de la memoria de nuestro Ecuador. En él, se plasman capítulos y personajes protagónicos de la lucha contra la dominación colonial y la ingerencia neocolonial, de la resistencia de los trabajadores del campo y la ciudad, y de los pueblos originarios ante la violencia estructural que ha impuesto la dominación oligárquica. Por supuesto que a las élites y sus acólitos les fastidia esta historia y quieren borrarla porque retrata la iniquidad de su dominación politica y la acumulación originaria de su riqueza. A esas élites, que veneran a los patriotas muertos como reliquias vaciadas de sentido, las incomoda el pensamiento vivo de Eugenio Espejo que consta en el mural: «Un día resucitará la patria».

Si la ignorancia es atrevida, la ignorancia de la tuitería trolera no solo es atrevida, sino también desvergonzada. Esa turbamulta vocinglera, azuzada por la oligarquía dominante, pretende borrar los símbolos de la resistencia de los sectores populares para que nos olvidemos de la historia de la opresión, como si los horrores de la guerra y el fascismo desaparecieran escondiendo el Guernica, de Pablo Picasso. Además, la tuitería, haciendo gala de su pereza mental, ni siquiera valora la tradición plástica de nuestro país que tiene en Guayasamín un artista reconocido por la historia del arte del mundo. Un ejemplo de este reconocimiento lo tenemos en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas, en España, en cuyas entrada y salida encontramos sendos murales de Guayasamín, de 60 metros cuadrados cada uno, cuya temática es la relación de América y España.

El mural de Guayasamín en la Asamblea es una representación estética de esta patria nuestra llamada Ecuador, que vive una historia atravesada por una herida equinoccial que no se sana intentando borrar el pasado, sino contruyendo una patria digna para toda su gente, un país plurinacional signado por la justicia social y la libertad. El mural La imagen de la patria, instalado en la sede de la Asamblea, es un recordatorio permanente para quienes legislan en nombre del pueblo de que las leyes deben procurar que el ser humano y la naturaleza prevalezcan por sobre el afán de lucro. Así, la palabra de la líder indígena Dolores Cacuango, grabada en el mural, se erige como un testimonio de la resistencia de los pueblos originarios en la construcción histórica de la patria plurinacional que nos habla a todos: «Somos como la paja del páramo que se la arranca y vuelve a crecer».

 

 

 

El nombre de la CIA

 

«Mural molestó a Schultz». El diario Hoy publicó la noticia en la primera plana del 11 de agosto de 1988: «No me agrada» el mural de Guayasamín, pues contiene «un mensaje de insulto a los Estados Unidos», dijo el secretario de Estado norteamericano George Schultz, en una improvisada rueda de prensa sostenida tras su visita al presidente Rodrigo Borja.[1]

            Años más tarde, el presidente Borja recordará la conversación en Recovecos de la historia. El secretario de Estado norteamericano le pidió una cita un día antes de asumir el mando y le dijo que «ese mural era ofensivo contra su país y su Gobierno porque en él había un casco nazi que representaba a la CIA». Al parecer la visita estuvo destinada a presionar al presidente electo para que interviniera de tal forma que el mural fuese modificado. Al recibir la negativa a cualquier censura de la obra artística, el secretario de Estado le dijo que, en esas circunstancias, lamentaba no estar presente en la ceremonia del día siguiente. Rodrigo Borja dio por concluida la audiencia y, antes de que se marchase el secretario de Estado, le dijo: «Piénselo dos veces, señor Schultz, porque su ausencia hará famoso el mural en el mundo entero».

            La imponencia del mural y las declaraciones de Schultz desataron los rencores atávicos contra Guayasamín, el indio comunista. «[…] la decadencia del autor es evidente. […] ¿Qué ayuda en todos estos campos tiene el de haber pintado en el muro principal del Salón de Honor del Congreso un insulto, realmente efectivo, pues ya lo reconoció así el señor Schultz?» (Alejandro Carrión, en El Comercio, 16 de agosto de 1988). «Es la propaganda stalinista la que descubre a este querube stalinista, dueño de la oscuridad y señor de la falsía. […] El mural es inicuo. No es nuestra historia. Más que ataque a la CIA fantasmal, es vilipendio a nuestra nacionalidad» (Francisco Tobar García, en El Telégrafo, 28 de agosto de 1988).

El poeta Fernando Artieda escribió en Hoy, el 3 de octubre de 1988, al comentar un programa de televisión dedicado al mural: «Ahí se lo atacó de regionalista, se lo tachó de indio, se lo imputó de comunista, cínico, millonarios, mal pintor, evasor de impuestos y renegado». El 29 de septiembre de 1988, el editorialista Alfredo Pinoargote reflexionó en El Universo: «Pocas veces he visto insultar a alguien con tanto ahínco como a Oswaldo Guayasamín, a causa del mural en el Congreso Nacional». El escultor Alfredo Palacio, desde su voz de artista, dijo en El Telégrafo, el 15 de octubre de 1988: «No olvidemos que el “Guernica” estuvo proscrito durante mucho tiempo. Guayasamín es una realidad rotunda, gloria de nuestro país y de nuestro pueblo, ejemplo del papel que juega el arte, cuando es verdadero, en el desarrollo positivo de la sociedad de nuestro planeta».

El embajador de los Estados Unidos, Richard Holwill, amenazó con la suspensión de la cooperación de EE. UU. si no se modificaba el mural, según denuncia de Wilfrido Lucero, presidente del Congreso, quien, además, declaró que mientras él estuviera al frente del legislativo, «el mural se mantendrá íntegro».

La conmoción política venía desde antes porque, en el boceto original del mural, el casco nazi tenía pintada una bandera de los Estados Unidos de Norteamérica. Guayasamín, escuchando el consejo de sus allegados, cambió la bandera por las siglas de la CIA. En términos simbólicos, el cambio evitó una ofensa al pueblo norteamericano mediante la denigración de un símbolo patrio, y concentró su crítica en una institución estatal que ha operado de manera directa o encubierta en las invasiones y la mayoría de los golpes de Estado que hemos padecido en nuestra América.

Casi un año después del incidente, el 21 de junio de 1989, la Corte Suprema de los Estados Unidos, en el juicio Texas vs Johnson, 491 U.S. 397, con una decisión de cinco votos contra cuatro, dictaminó que la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos garantizaba la plena libertad de expresión y que, por lo tanto, el acto de quemar la bandera, u otro acto simbólico similar, no constituía delito alguno. «El gobierno no habrá de prohibir la expresión, verbal o no verbal, de una idea solamente porque la sociedad encuentra esta idea ofensiva o desagradable, aun cuando nuestra bandera esté involucrada». De esta forma, quedaron sin efectos las leyes de 48 de los 50 Estados que prohibían la profanación de la bandera. El dictamen de la Corte Suprema, ciertamente, fue radical en la defensa de la libertad de expresión como no lo fue la posición política e imperial del señor Schultz.

 

José Félix Silva, Ecuador. Frustración y esperanza

(Quito: Congreso Nacional del Ecuador, 1988), 233.

 

Al mural se le pueden hacer muchas críticas, como a todo objeto artístico. Yo mismo se la he hecho en lo que tiene que ver con su visión histórica de corte ideológico liberal-comunista. En el mural, por ejemplo, no consta Juan León Mera como uno de los forjadores de la patria, seguramente porque Mera fue conservador y correligionario de García Moreno. Lo que no se debe es, luego del debate de la coyuntura, descalificar una obra de arte de esa magnitud y desarrollo estético con insultos que nada tienen que ver con la obra en sí, sino con las discrepancias ideológicas frente a un trabajo de arte signado por la política. Es el riesgo que todo artista sabe que corre cuando trabaja, sobretodo, con la política como sustancia de su obra.

Para Oswaldo Guayasamín, el mural es un grito de rebeldía y esperanza del pueblo ecuatoriano y de los pueblos de América Latina por un mañana mejor. […] La aspiración de las dos manos que con cierta angustia tratan de llegar al sol, es decir de recoger otra vez, de retomar lo que fue tan violentamente cortado por los españoles.

La CIA continúa operando y el mural perdura: el arte, tal vez, contribuye a que no lo olvidemos.


[1] Capítulo de Poéticas de Guayasamín (Quito / Guayaquil: Fondo de Cultura Económica / Universidad de las Artes, 2022).


lunes, mayo 19, 2025

Reflexiones alrededor de un «manvscrito»

Para quienes no tienen acceso al libro físico, ya que no están en Ecuador o Colombia, y leen en Kindle, este es el vínculo para obtenerlo: Edición Kindle de Manvscrito de vna corónica inconclvsa

Julio Cortázar solía hablar de los literatos ebúrneos, esos para quienes los asuntos que aluden a la realidad histórica —aquellos en los que se evidencia la opresión y la inequidad, y la lucha de los pobres del mundo por una vida digna— no son temas literarios. Los literatos ebúrneos pretenden que la literatura viva encerrada en torres de marfil, convirtiendo en ficción todo aquello que no incomode al poder. Pero la realidad es tozuda y se introduce en el lenguaje, por lo que, para horror de los ebúrneos, la literatura no es un arte para la complacencia espiritual, sino de confrontación del ser humano consigo mismo y con las miserias del mundo, y también un espacio de disputa política. Así se entiende este poema del palestino Marwan Makhoul (al-Boquai’a, Alta Galilea, 1979): «Para escribir una poesía​​ / que no sea política / debo escuchar a los pájaros. / Pero para escuchar a los pájaros / hace falta que cese el bombardeo»[1].

            Recientemente, presenté Manvscrito de vna corónica inconclvsa en Cuenca y Loja[2], y quienes me acompañaron dieron pie para estas reflexiones incómodas alrededor de mi novelina. La poeta cuencana Ángeles Martínez Donoso me preguntó: «¿Es esta obra, como sospecho, un confesionario que ha marcado acaso tu existencia y tu reflexión política y humana?». Y es que, como bien sospecha Ángeles Martínez, esta novelina es, en un sentido político y humano, una toma de partido desde la memoria de aquellos que, en la historia del Ecuador, fueron los vencidos, es decir, los despojados de la tierra y reprimidos por las fuerzas del orden establecido por las clases dominantes.

Lamentablemente, Ecuador, nuestro país, no ha podido construir una Estado democrático, pluricultural, equitativo y de bienestar para todos. Si revisamos la cronología del poder político, constataremos que, desde la fundación de la república hasta hoy, dicho poder ha sido ejercido por las oligarquías criollas, con excepcionales interregnos en los que los sectores medios, con todas sus contradicciones, irrumpieron como una anomalía en el gobierno del Estado: la revolución Alfarista (antes del asesinato de Alfaro); los militares de la revolución Juliana; la asonada de la llamada Gloriosa (antes de que Velasco Ibarra echara a la izquierda del gobierno), el gobierno de Rodríguez Lara y el de la Revolución Ciudadana. Por ello, esta novelina es un confesionario sobre aquello que veo en la construcción de nuestra patria: la violenta historia de una herida no resuelta.

            La comunicadora lojana Ana Karina Castro me preguntó sobre los sucesos recientes que recoge la obra y lo que aquello implica. El manuscrito, que es el narrador de la novelina, inicia su relato a través de una Escribiente, historiadora, madre de una niña y cabeza de familia, que ha perdido un ojo en las manifestaciones de octubre de 2019. Obviamente, el punto de vista narrativo es el de los indignados que participaron en aquel estallido social. Esto, por supuesto, molestará a quienes se sienten satisfechos con la versión oficial del poder de turno, a quienes repiten los dicterios de la prensa hegemónica y del ejército de troles de las redes sociales contra del movimiento social. Las preguntas que la palabra literaria se hace incomodan: ¿Qué significa, en términos humanos y simbólicos, que las fuerzas represivas, cumpliendo una consigna del poder, le arrebaten un ojo a quienes protestan por una vida digna? ¿Cuánto de racismo y clasismo conlleva la criminalización de la indignación y la protesta populares?

 

Oswaldo Encalada y Ángeles Martínez, en Cuenca.
Por supuesto que ha existido violencia en los estallidos sociales, en las sublevaciones indígenas, en la huelgas obreras y en las movilizaciones estudiantiles; no obstante, hasta un conservador del siglo diecinueve como Juan León Mera reconoce los orígenes de dicha violencia social. El narrador de Cumandá (1879), al hablar de las sublevaciones de Columbe y Guamote, dice: «Con frecuencia hacían los indios estos levantamientos contra los de la raza conquistadora, y frecuentemente, asimismo, la culpa estaba de parte de los segundos, por lo inhumano de su proceder con los primeros»[3]. Más adelante, al caracterizar al personaje del terrateniente José Domingo Orozco, padre de Carlos y Cumandá, lo tacha de «cruel tirano con los indios» y describe sus dos naturalezas: la de buen esposo y padre tierno y la del inhumano y feroz heredero del conquistador Francisco de Carvajal. Su explicación, en el cuerpo de la novela, es una lúcida interpretación de la injustica estructural de la sociedad ecuatoriana:

 

Arraigada profundamnte en europeos y criollos, la costumbre de tratar a los aborígenes como gente destinada a la humillación, la esclavitud y los tormentos, los colonos de más buenas entrañas no creían faltar a los deberes de la caridad y de la civilización con oprimirlos y martirizarlos. (104)

[…]

Si las razas blanca y mestiza han obtenido inmensos beneficios de la independencia, no así la indígena: para las primeras, el sol de la libertad va ascendiendo al cenit, aunque frecuentemente oscurecido por negras nubes; para la última comienza apenas a rayar la aurora. (105)

 

              Ángeles Martínez también inquirió sobre la cartografía de personajes literarios imbricados en la realidad ecuatoriana a través de la historia. Quise también que la novelina fuera un espacio de diálogo intertextual con algunos personajes de nuestra tradición literaria. Así, he incorporado, como si se tratatse de cameos cinematográficos, al ya nombrado Domingo Orozco; a Baldomera, la vendedora de muchines; al panadero Alfredo Baldeón; aparecen también las poetas Dolores Sucre y Rita Lecumberri; y existe un nutrido diálogo intertextual con Dolores Veintimilla, Miguel Riofrío, Hugo Salazar Tamariz, César Dávila Andrade, Fernando Artieda, Ileana Espinel, Jorge Velasco Mackenzie, y varios poetas de la tradición latinoamericana como Roque Dalton, Xavier Haraud y Paco Urondo. Por supuesto que todo esto tiene que ver con escoger un punto de vista desde donde hablar. En esta era del trumpismo rampante y ascenso del neofascismo, mi opción es la de escribir y hablar desde el punto de vista de quienes, con su resistencia social y cultural, incomodan la hegemonía de un capitalismo guerrista, depredador del planeta, cada vez más concentrador de riqueza y hegemónico en términos políticos y culturales.

 

           

Ana Karina Castro y Lenin Paladines, en Loja.
El escritor y académico Oswaldo Encalada Vásquez me preguntó sobre el lenguaje literario y el tratamiento de la violencia a través de la historia. La novelina es una escritura compleja en la medida en que entreteje diversas voces en distinto tiempo. De ahí que, en su escritura, he buscado un decir literario que se acerque a los modos textuales de cada época y que, al mismo tiempo, fluya para una lectora y un lector contemporáneos. Así, hago una recreación del lenguaje de la crónica de la conquista y colonial, de la textualidad romántica y del realismo social, así como de la crónica periodística contemporánea, según cada uno de los escribientes. El lenguaje de la novelina, en sus variantes textuales, expresa con cierta crudeza las formas de la violencia de las luchas populares confrontadas con la violencia estructural durante, como lo llamó Agustín Cueva, el proceso de dominación política del Ecuador.  

Para Lenin Paladines, que fue miembro del jurado que premió la novelina, la estructura del libro y la presencia de la voz de los vencidos son dos asuntos fundamentales. La estructura está construida a partir de fragamentos: varios escribientes contribuyen, en un proceso de escritura colectiva, a la textualidad de la corónica. Yo dije que me interesa la aproximación oblicua sobre algunos momentos álgidos de la lucha social de tal forma que los escribientes/coronistas dan cuenta, desde el punto de vista de quienes han sido parte del movimiento popular, de la herida histórica que atraviesa a nuestra patria. En este sentido, el verso del poeta Humberto Vinueza cobra una enorme actualidad crítica: La patria no es una, sino dos que están en guerra.

 Manvscrito de vna corónica inconclvsa es una novela en la que hago un ejercicio de memoria que confronta la versión oficial de los hechos, que seguramente molestará a los literatos ebúrneos de los que hablaba Cortázar, y que construye, desde la verdad de la ficción, una visión literaria sobre algunas luchas sociales que han marcado la historia de nuestro país.



[1] Círculo de poesía, Muestra de poesía palestina (16 de octubre de 2023).

[2] Raúl Vallejo, Manvscrito de vna corónica inconclvsa (Bogotá: Editorial Planeta / Seix Barral Biblioteca Breve, 2025). Ver noticia: «Manvscrito de vna corónica inconclvsa en Cuenca y Loja».

[3] Juan León Mera, Cumandá o un drama entre salvajes, Estudio preliminar y edición crítica de Trinidad Barrera (Sevilla: Ediciones Alfar, 1998), 104.

lunes, mayo 12, 2025

«Desaprender para volver a ser»: el desafío académico de Michael Handelsman:


Un libro que es en sí mismo un desafío intelectual y político; un libro que, desde el aparato académico, es una provocación a la rigidez de la academia; un libro escrito como un proceso crítico y autocrítico del propio quehacer de los estudios literarios. Desaprender para volver a ser (2024), de Michael Handelsman (Weehawken, New Jersey, 1948), es un libro que, desde una perspectiva decolonial, explora con agudeza algunos textos literarios contemporáneos escritos por autoras y autores afro del Ecuador y Colombia.

            Handelsman se hace una pregunta esencial y provocadora: «¿Qué significaría pensar afro sin ser afro?»[1]. La sencillez que asume el crítico se concentra en su enunciado: «Lo mío […] ha de entenderse como un muy modesto intento por dejarme atravesar por las resonancias de las múltiples voces afro siempre protagonistas de historias que han sido silenciadas y hasta borradas, pero nunca apagadas o ausentes de la memoria colectiva a lo largo y ancho de la diáspora afroamericana» (23). Esta problematización inicial no es menor, pues implica un proceso de deconstrucción de sí mismo para asumir una posición intelectual que ya no piensa sobre la plurinacionalidad, sino que prefiere pensar desde la representación con el anhelo de hacer un camino para pensar con las voces afro, en un diálogo sin jerarquías, y asumir su propio proceso afrobetización, al decir de Juan Montaño.

Tampoco es menor la asunción de la «x» como marca de género inclusivo en la escritura de su libro que desafía la norma explícita de la RAE,[2] más aún cuando Handelsman es miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Este desafío, por supuesto, no es únicamente gramatical o académico, sino político, pues la «x», a lo largo del libro, es una marca integradora de mujeres y hombres y, al mismo tiempo, una marca que nos recuerda, cada vez que aparece, la condición patriarcal de la sociedad. Así, Handelsman señala que en este nuevo libro él se encuentra «[…] (re) tejiendo algunos de aquellos hilos sueltos de (re) pensar, (re) imaginar, (re) accionar y (re) aprender».

El primer capítulo «Literatura e interculturalidad. Una propuesta para posibles lecturas otras» plantea que vivimos un analfabetismo intercultural y que es necesario un (re) aprendizaje para leer (nos) con gramáticas otras. Así, Handelsman se nutre de las enseñanzas del Abuelo Zenón: «volver a ser donde no habíamos sido». En este sentido, siguiendo a Catherine Walsh, queda en entredicho, más que el lugar de la universidad, el sentido de la universidad como el lugar de quien quiere pensar la interculturalidad desde categorías distintas a las de la racionalidad occidental. Sorteando al peligro de caer en el esencialismo, el libro da cuenta del lugar de la enunciación para entender el porqué de la necesidad de especificar la condición afro de los textos acompañados por el crítico.

En este capítulo, Handelsman va de la mano con Antonio Preciado y su «Poema para ser analizado con carbono 14», para el que propone una lectura intercultural y decolonial del texto y señala su «búsqueda del sentido de las palabras que las historias oficiales se han negado a escuchar y que las mismas comunidades afro en no pocos casos han olvidado» (35). En su conclusión —siempre en ciernes, poniendo énfasis en un proceso que es histórico y no meramente literario—, insiste en que «hay que desaprender las bases epistémicas que sostienen cada enunciación nacida de la ubicua y omnipresente matriz de la Modernidad-colonialidad junto con sus rancias enseñanzas, ora patentes, ora latentes, de racismo, sexismo, clasismo, fundamentalismo, extractivismo, homofobia y un largo y doloroso etcétera» (41-42).

En el capítulo 2, Handelsman desarrolla un doloroso y conmovedor diálogo entre el pensamiento de Juan Montaño Escobar, el jazzman, en su artículo «¿Las vidas negras importan?», y los 8 minutos 46 segundos que duró el asesinato de George Floyd Jr. y su agónico «I can’t breathe [no puedo respirar]», aquel 25 de mayo de 2020, perpetrado por el policía blanco Derek Chauvin, en medio del encierro en el que se hallaba el mundo por la pandemia de Covid-19. Montaño, citado por Handelsman, dice: «el racismo está presente cuando no puedes caminar en tu ciudad o en tu barrio sin ser visto como sospechoso o sospechosa; está cuando puedes ser atacado, golpeado y humillado sin que nadie haga nada; o incluso puedes ser asesinado, asesinada; todo esto solamente por el color de tu piel». Y yo recuerdo a los cuatro adolescentes de Las Malvinas: Josué e Ismael Arroyo (14 y 15), Saúl Arboleda (15) y Steven Medina (11), secuestrados, torturados y quemados por una patota de dieciséis militares, y luego revictimizados por una sociedad racista capaz de justificar el crimen. Más tarde, en el capítulo 4, la obra de ficción de Montaño es leída junto al camino de memoria, historia y literatura que el jazzman ha emprendido en ella.

La lectura de algunas poetas afrocolombianas, en el capítulo tres, parte de la pregunta que Sojourner Truth (Isabella Baumfree), ex esclavizada en EE. UU., hiciera en su improvisado discurso en el congreso de los Derechos de las Mujeres, en Ohio, en 1851: «Ain’t I a woman?» [¿No soy una mujer?]. Handelsman dialoga con Betty Ruth Lozano Lerma, que, al criticar el proceso de deshumanización de las mujeresnegras, señala que «las mujeresnegras no tienen género, tienen raza y las mujeres blancas no tienen raza, tienen género» (75). Asimismo, Handelsman contrasta la condena al estrato subhumano de los africanos que se desprendería de poema «Ñam-ñam», de Luis Palés Matos, con la rebeldía y la resistencia presentes en «África grita», de Lucrecia Panchano: «En efecto, esta tensión entre una África que gruñe ñam-ñam y una propia que grita “para impulsarnos a seguir adelante / para que nuestra identidad no se vaya al abismo” […] pone de manifiesto el carácter insurgente de la creación artística y el pensamiento afro a través de su historia en las Américas, por no decir en todo el mundo» (77). Así, va analizando diversos textos para entender que «recuperar esa alma desde la cual África sigue gritando requiere, cuando no reclama, un sentipensar de parte de nosotrxs, lxs lectorxs que no somos afrodescendientes» (89).

El capítulo final está dedicado a la obra de Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992). En él, Handelsman hace un recorrido por los poemarios Sovoz (2016) Canciones desde el fin del mundo (2020) y Cuadernos del imposible retorno a Pangea (2021) y la novela Fiebre de carnaval (2022). Handelsman recorre el camino de la palabra de la escritura con la lectura de la obra de Yuliana Ortiz como «un complejo entretejido de historias y experiencias en permanente reconstrucción de la memoria ancestral, la misma que entiende como un sitio de lucha […]» (201-202). Él sostiene que, desde su primer poemario, ella, como mujernegra, ha asumido su responsabilidad de Fight the Power. En este sentido, cita a Yuliana Ortiz, que dijo, en un sentido similar a lo señalado por Juan Montaño: «Yo siento que lo negro es visto como una amenaza y en ciudades como Guayaquil, aún más. En esa ciudad, la gente negra está arrinconada, apalencada, en las afueras de la ciudad […] Yo quiero problematizar las identidades esclavizadas en la contemporaneidad poscolonial» (178).  

En el caso de Fiebre de carnaval estamos ante una novela del gozo y la sensualidad que provoca la escritura de la fiesta y, al mismo tiempo, ante una novela en la que el cuerpo de la mujernegra es sometido a la violencia patriarcal frente a la que desarrolla su resistencia. El duelo y su ritual, la música como cimarronaje y la palabra viva que rompe el silencio de la dominación son otros elementos que hacen de esta novela un texto heredero que continúa, con una narración deslumbrante y vitalista, la tradición de la literatura afro del Ecuador. Para Handelsman, es «novela, testimonio, lamento y celebración que Yuliana ha estado escribiendo y entretejiendo, consciente o inconscientemente, desde la publicación de su primer poemario, en 2016» (204).

           

Con Michael Handelsman y Yuliana Ortiz durante la presentación del libro en la Biblioteca de las Artes, de Guayaquil, el 23 de abril de 2025.

Hoy, en la era del trumpismo, el sistemático ataque a los espacios académicos críticos, a las políticas sociales inclusivas y al reconocimiento de la diversidad del mundo, ha creado las condiciones políticas para la insurgencia y posicionamiento del neofacismo, por lo que la misoginia, el clasismo y el racismo se manifiestan desvergonzadamente. De ahí que, el comentario del humorista D. L. Hughley en una entrevista con Woopy Goldberg, citado por Handelsman, cobra actualidad: «El lugar más peligroso para que los negros vivan es en la imaginación de los blancos»[3] (16).

Desaprender para volver a ser, de Michael Handelsman, es un trabajo crítico desarrollado con la lucidez de quien asume, mediante su propio proceso de pensar (se), el desafío de lecturas-otras para, desde el poder del lenguaje, enfrentar al lenguaje del poder y acompañar las obras literarias de varias poetas mujeresnegras colombianas, del intelectual Juan Montaño Escobar, el jazzman, y de la escritora Yuliana Ortiz Ruano, autores afro del Ecuador. En este libro, el aparato crítico de la academia es puesto en tensión con las formas de la escritura que son objeto de la lectura-otra, desde un proceso de desaprendizaje por parte del académico para no hablar sobre, sino hablar con las voces afro que nos permiten asumir nuestra propia afrobetización como «un lugar de lucha por libertad la plenitud de nuestra colectiva (re) existencia y volver a ser» (208).



[1] Michael Handelsman, Desaprender para volver a ser. Apuestas decoloniales desde y con voces afro del Ecuador y Colombia (Quito: Ediciones Abya Yala, 2024), 23.

[2] Real Academia Española, (@RAEInforma), «#RAEconsultas. El uso de la letra “x” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario (e impronunciable), pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de oposición de género», Twitter, 23 de diciembre de 2019.

[3] D. L. Hughley, The View (entrevista con Goopy Goldberg), 14 de Julio de 2018: «The most dangerous place for black people to live is in the white’s people imagination».