José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, mayo 12, 2025

«Desaprender para volver a ser»: el desafío académico de Michael Handelsman:


Un libro que es en sí mismo un desafío intelectual y político; un libro que, desde el aparato académico, es una provocación a la rigidez de la academia; un libro escrito como un proceso crítico y autocrítico del propio quehacer de los estudios literarios. Desaprender para volver a ser (2024), de Michael Handelsman (Weehawken, New Jersey, 1948), es un libro que, desde una perspectiva decolonial, explora con agudeza algunos textos literarios contemporáneos escritos por autoras y autores afro del Ecuador y Colombia.

            Handelsman se hace una pregunta esencial y provocadora: «¿Qué significaría pensar afro sin ser afro?»[1]. La sencillez que asume el crítico se concentra en su enunciado: «Lo mío […] ha de entenderse como un muy modesto intento por dejarme atravesar por las resonancias de las múltiples voces afro siempre protagonistas de historias que han sido silenciadas y hasta borradas, pero nunca apagadas o ausentes de la memoria colectiva a lo largo y ancho de la diáspora afroamericana» (23). Esta problematización inicial no es menor, pues implica un proceso de deconstrucción de sí mismo para asumir una posición intelectual que ya no piensa sobre la plurinacionalidad, sino que prefiere pensar desde la representación con el anhelo de hacer un camino para pensar con las voces afro, en un diálogo sin jerarquías, y asumir su propio proceso afrobetización, al decir de Juan Montaño.

Tampoco es menor la asunción de la «x» como marca de género inclusivo en la escritura de su libro que desafía la norma explícita de la RAE,[2] más aún cuando Handelsman es miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Este desafío, por supuesto, no es únicamente gramatical o académico, sino político, pues la «x», a lo largo del libro, es una marca integradora de mujeres y hombres y, al mismo tiempo, una marca que nos recuerda, cada vez que aparece, la condición patriarcal de la sociedad. Así, Handelsman señala que en este nuevo libro él se encuentra «[…] (re) tejiendo algunos de aquellos hilos sueltos de (re) pensar, (re) imaginar, (re) accionar y (re) aprender».

El primer capítulo «Literatura e interculturalidad. Una propuesta para posibles lecturas otras» plantea que vivimos un analfabetismo intercultural y que es necesario un (re) aprendizaje para leer (nos) con gramáticas otras. Así, Handelsman se nutre de las enseñanzas del Abuelo Zenón: «volver a ser donde no habíamos sido». En este sentido, siguiendo a Catherine Walsh, queda en entredicho, más que el lugar de la universidad, el sentido de la universidad como el lugar de quien quiere pensar la interculturalidad desde categorías distintas a las de la racionalidad occidental. Sorteando al peligro de caer en el esencialismo, el libro da cuenta del lugar de la enunciación para entender el porqué de la necesidad de especificar la condición afro de los textos acompañados por el crítico.

En este capítulo, Handelsman va de la mano con Antonio Preciado y su «Poema para ser analizado con carbono 14», para el que propone una lectura intercultural y decolonial del texto y señala su «búsqueda del sentido de las palabras que las historias oficiales se han negado a escuchar y que las mismas comunidades afro en no pocos casos han olvidado» (35). En su conclusión —siempre en ciernes, poniendo énfasis en un proceso que es histórico y no meramente literario—, insiste en que «hay que desaprender las bases epistémicas que sostienen cada enunciación nacida de la ubicua y omnipresente matriz de la Modernidad-colonialidad junto con sus rancias enseñanzas, ora patentes, ora latentes, de racismo, sexismo, clasismo, fundamentalismo, extractivismo, homofobia y un largo y doloroso etcétera» (41-42).

En el capítulo 2, Handelsman desarrolla un doloroso y conmovedor diálogo entre el pensamiento de Juan Montaño Escobar, el jazzman, en su artículo «¿Las vidas negras importan?», y los 8 minutos 46 segundos que duró el asesinato de George Floyd Jr. y su agónico «I can’t breathe [no puedo respirar]», aquel 25 de mayo de 2020, perpetrado por el policía blanco Derek Chauvin, en medio del encierro en el que se hallaba el mundo por la pandemia de Covid-19. Montaño, citado por Handelsman, dice: «el racismo está presente cuando no puedes caminar en tu ciudad o en tu barrio sin ser visto como sospechoso o sospechosa; está cuando puedes ser atacado, golpeado y humillado sin que nadie haga nada; o incluso puedes ser asesinado, asesinada; todo esto solamente por el color de tu piel». Y yo recuerdo a los cuatro adolescentes de Las Malvinas: Josué e Ismael Arroyo (14 y 15), Saúl Arboleda (15) y Steven Medina (11), secuestrados, torturados y quemados por una patota de dieciséis militares, y luego revictimizados por una sociedad racista capaz de justificar el crimen. Más tarde, en el capítulo 4, la obra de ficción de Montaño es leída junto al camino de memoria, historia y literatura que el jazzman ha emprendido en ella.

La lectura de algunas poetas afrocolombianas, en el capítulo tres, parte de la pregunta que Sojourner Truth (Isabella Baumfree), ex esclavizada en EE. UU., hiciera en su improvisado discurso en el congreso de los Derechos de las Mujeres, en Ohio, en 1851: «Ain’t I a woman?» [¿No soy una mujer?]. Handelsman dialoga con Betty Ruth Lozano Lerma, que, al criticar el proceso de deshumanización de las mujeresnegras, señala que «las mujeresnegras no tienen género, tienen raza y las mujeres blancas no tienen raza, tienen género» (75). Asimismo, Handelsman contrasta la condena al estrato subhumano de los africanos que se desprendería de poema «Ñam-ñam», de Luis Palés Matos, con la rebeldía y la resistencia presentes en «África grita», de Lucrecia Panchano: «En efecto, esta tensión entre una África que gruñe ñam-ñam y una propia que grita “para impulsarnos a seguir adelante / para que nuestra identidad no se vaya al abismo” […] pone de manifiesto el carácter insurgente de la creación artística y el pensamiento afro a través de su historia en las Américas, por no decir en todo el mundo» (77). Así, va analizando diversos textos para entender que «recuperar esa alma desde la cual África sigue gritando requiere, cuando no reclama, un sentipensar de parte de nosotrxs, lxs lectorxs que no somos afrodescendientes» (89).

El capítulo final está dedicado a la obra de Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992). En él, Handelsman hace un recorrido por los poemarios Sovoz (2016) Canciones desde el fin del mundo (2020) y Cuadernos del imposible retorno a Pangea (2021) y la novela Fiebre de carnaval (2022). Handelsman recorre el camino de la palabra de la escritura con la lectura de la obra de Yuliana Ortiz como «un complejo entretejido de historias y experiencias en permanente reconstrucción de la memoria ancestral, la misma que entiende como un sitio de lucha […]» (201-202). Él sostiene que, desde su primer poemario, ella, como mujernegra, ha asumido su responsabilidad de Fight the Power. En este sentido, cita a Yuliana Ortiz, que dijo, en un sentido similar a lo señalado por Juan Montaño: «Yo siento que lo negro es visto como una amenaza y en ciudades como Guayaquil, aún más. En esa ciudad, la gente negra está arrinconada, apalencada, en las afueras de la ciudad […] Yo quiero problematizar las identidades esclavizadas en la contemporaneidad poscolonial» (178).  

En el caso de Fiebre de carnaval estamos ante una novela del gozo y la sensualidad que provoca la escritura de la fiesta y, al mismo tiempo, ante una novela en la que el cuerpo de la mujernegra es sometido a la violencia patriarcal frente a la que desarrolla su resistencia. El duelo y su ritual, la música como cimarronaje y la palabra viva que rompe el silencio de la dominación son otros elementos que hacen de esta novela un texto heredero que continúa, con una narración deslumbrante y vitalista, la tradición de la literatura afro del Ecuador. Para Handelsman, es «novela, testimonio, lamento y celebración que Yuliana ha estado escribiendo y entretejiendo, consciente o inconscientemente, desde la publicación de su primer poemario, en 2016» (204).

           

Con Michael Handelsman y Yuliana Ortiz durante la presentación del libro en la Biblioteca de las Artes, de Guayaquil, el 23 de abril de 2025.

Hoy, en la era del trumpismo, el sistemático ataque a los espacios académicos críticos, a las políticas sociales inclusivas y al reconocimiento de la diversidad del mundo, ha creado las condiciones políticas para la insurgencia y posicionamiento del neofacismo, por lo que la misoginia, el clasismo y el racismo se manifiestan desvergonzadamente. De ahí que, el comentario del humorista D. L. Hughley en una entrevista con Woopy Goldberg, citado por Handelsman, cobra actualidad: «El lugar más peligroso para que los negros vivan es en la imaginación de los blancos»[3] (16).

Desaprender para volver a ser, de Michael Handelsman, es un trabajo crítico desarrollado con la lucidez de quien asume, mediante su propio proceso de pensar (se), el desafío de lecturas-otras para, desde el poder del lenguaje, enfrentar al lenguaje del poder y acompañar las obras literarias de varias poetas mujeresnegras colombianas, del intelectual Juan Montaño Escobar, el jazzman, y de la escritora Yuliana Ortiz Ruano, autores afro del Ecuador. En este libro, el aparato crítico de la academia es puesto en tensión con las formas de la escritura que son objeto de la lectura-otra, desde un proceso de desaprendizaje por parte del académico para no hablar sobre, sino hablar con las voces afro que nos permiten asumir nuestra propia afrobetización como «un lugar de lucha por libertad la plenitud de nuestra colectiva (re) existencia y volver a ser» (208).



[1] Michael Handelsman, Desaprender para volver a ser. Apuestas decoloniales desde y con voces afro del Ecuador y Colombia (Quito: Ediciones Abya Yala, 2024), 23.

[2] Real Academia Española, (@RAEInforma), «#RAEconsultas. El uso de la letra “x” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario (e impronunciable), pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de oposición de género», Twitter, 23 de diciembre de 2019.

[3] D. L. Hughley, The View (entrevista con Goopy Goldberg), 14 de Julio de 2018: «The most dangerous place for black people to live is in the white’s people imagination».


lunes, diciembre 18, 2023

«Fiebre de carnaval», de Yuliana Ortiz: novela del gozo y la sensualidad

«El carnaval es la puerta abierta hacia el desvarío, la locura y la joda eterna. Como si alguien abriera una llave de farra que no solo nunca se cierra, sino que se rebosa, se sale de los baldes»[1], dice la voz narrativa de Fiebre de carnaval, la ópera prima de Yuliana Ortiz Ruano (Limones, Esmeraldas, 1992), que es una fascinante y conmovedora novela de escritura gozosa y sensual atravesada por la fiesta, la violencia patriarcal y el duelo. Justamente, en la presentación de la novela en la librería Tolstoi, de Quito, el 29 de octubre de 2022, Yuliana Ortiz, en diálogo con la crítica Alicia Ortega, habló de la energía cultural que subyace en el carnaval de Esmeraldas: «El carnaval es una fiesta en donde se puede ser plenamente negro».

Fiebre de carnaval se inscribe en una tradición que la hermana con Juyungo (1943), de Adalberto Ortiz (Esmeraldas, 1914-Guayaquil, 2003). Fiebre comparte con Juyungo el vitalismo que tienen la poesía, la música y el baile en la cultura del pueblo afroecuatoriano. Cada capítulo de Juyungo comienza con un texto de prosa poética titulado «Ojo y oído de la selva» y, por ejemplo, «La marimba de Cangá», el XIV, es uno que tiene el mismo sentido festivo que la novela de Yuliana Ortiz: «Tambor y más tambor, resonando con tanto afán. Bamboleo tras bamboleo. Mi sombrero grande, mi verejú. Que ya viene el diablo, mi verejú»[2]. En Fiebre, la música es intrínseca a la escritura y el baile es una vivencia del cuerpo en estado de liberación. En el espacio celebratorio de una cultura, Fiebre de carnaval es una novela que desde ya ha encontrado su espacio en la tradición literaria ecuatoriana y es un testimonio estético que impide el borramiento del pueblo negro en un país racista como el nuestro. Como dijo la autora en aquella presentación en la librería Tolstoi: «Para mí, lo primero es la consciencia de raza; el género viene después. Los cuerpos negros son públicos, fácilmente exotizables, erotizables».  

La voz narrativa de la novela se ubica a la altura de una niña de ocho años y así, mediante el artificio de la literatura, Yuliana Ortiz nos muestra el mundo afro-esmeraldeño a partir de esa perspectiva. A medida que avanza la novela, en una línea de tiempo que tiene como hecho histórico central el feriado bancario de 1999, asistimos al crecimiento de Ainhoa, la niña-narradora, y su toma de conciencia sobre aquel mundo: «Yo entiendo lo que pasa mi alrededor, pero aún no tengo todas las palabras en mi lengua, por eso hablo en voz alta […]» (109). El tono memorioso de  la niña que narra construye y muestra una comunidad familiar signada por la sororidad: las mamis y las ñañas expresan ese ser-mujer-afro confrontado desde lo cotidiano con la violencia de la estructura patriarcal cuya más cercana expresión es el ritual del enamoramiento que busca la posesión, según el consejo de la ñaña Rita: «[…] hay que cuidarse siempre del amor de los hombres, mija, un hombre enamorado es capaz de hacer cualquier cosa, desde escribir desvaríos cojudos, gritar, amenazar, vigilar… Dios no quiera, mija, Dios no quiera que un hombre se enamore de usted» (39).

Ainhoa nos cuenta la historia de una familia patriarcal con episodios de cruda violencia y represión de la sensualidad de las mujeres de la casa. Ainhoa está explorando siempre lo que no entiende, tentando el límite de lo prohibido y, desde el árbol de guayaba, que es un lugar seguro, ella contempla con lucidez el mundo extraño de los adultos: «Los árboles son los únicos en esta casa que entienden mi desvarío». (111). «Vasenilla», así nombrado con privilegio del habla popular, es un capítulo estremecedor: Ainhoa cuenta, mediante un relato sugerente y doloroso, que es violada por su abuelo Chelo: la lengua literaria habla de lo indecible: «[…] un viejo borracho que sostiene un fierro oxidado, y unos ojos pequeños buscando sin saber para dónde correr. Un viejo borracho que se despapisa para convertirse en una sombra que te hace temblar de manera involuntaria» (103).

La envolvente narración del capítulo “Fiebre” es una suerte de introspección-fluir-de-conciencia que nos permite entender la fuerza irracional de la sexualidad que va apareciendo en Ainhoa y, al mismo tiempo, su entrar y salir del agua de la piscina es un indicio premonitorio de la manera como Ainhoa entiende su liberación: «Recupero el aire pronto, subo hasta el trampolín y me sumerjo otra vez en el vientre clorado que me regresa a la vida» (124). «Sabrosura», que sigue a continuación, habla de un personaje del mismo nombre que ha bautizado a Esmeraldas como «la república independiente del sabor» (128) y en él, Ainhoa nos descubre también la erotización del cuerpo en el carnaval: «La gente del barrio se moja en las veredas bailando durísimo, meneando culos y caderas como si ellos dominaran el camino de la vida, como si los culos y caderas sostuvieran al mundo. ¿O es que las caderas y los culos sostienen ese mundo esmeraldeño de salsa, locura y desvarío carnavalero?» (127). Lo que le toca ver a Ainhoa, en medio del desenfreno carnavalesco, se muestra de manera cruda y se prolonga hasta el siguiente capítulo en el que la niña encuentra refugio, protección y ternura en el abrazo de sus padres ebrios: «Terminaba de latir al fin el carnaval» (146).

Fiebre de carnaval, de Yuliana Ortiz Ruano, es una novela que tiene un lugar propio en la tradición de Juyungo, su lenguaje se expresa con una crudeza sin concesiones y, al mismo tiempo, con una estremecedora belleza poética; una escritura vertiginosa como la música que rompe el silencio de la dominación y una lectura que nos sumerge tanto en el dolor de una niña agobiada por la crueldad de un mundo patriarcal y violento como en el gozo y la sensualidad del carnaval esmeraldeño.



[1] Yuliana Ortiz Ruano, Fiebre de carnaval (Madrid: La Navaja Suiza Editores, 2022), 133. El número junto a la cita indica la página en esta edición. En enero de este año, Yuliana Ortiz recibió, por Fiebre de carnaval, el Premio IESS para la primera novela de latinoamericanos menores de 35 años, otorgado por la IILA, Organización Internacional Italo-Latina Americana, Energheia – Associazione Culturale Matera, Edizioni SUR y Scuola del Libro. Asimismo, en diciembre, le fue otorgado el Premio Joaquín Gallegos Lara a la mejor novela publicada en el año.

[2] Adalberto Ortiz, Juyungo [1943] (La Habana: Casa de las Américas, 1987), 267.