José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, enero 20, 2025

X y Meta: libertad para los discursos de odio

            No estoy diciendo nada nuevo al señalar que los multimillonarios del planeta están utilizando la palabra libertad como una muletilla para gobernar a la humanidad. X y Meta no quieren hacerse responsables ni de la proliferación de perfiles falsos ni de la desinformación ni de los discursos de odio que se distribuyen en sus redes en nombre de la libertad. Hace pocos días, Marc Zuckerberg anunció que la corporación Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp, Messenger Live, Threads y otros) abandonaba la política de moderación de contenidos o verificación de información porque, según Zuckerberg, es restrictiva de la libertad, imitando la política de X, desde que Elon Musk compró Twitter. Los analistas señalan que Zuckerberg busca acercarse a Donald Trump que, el año pasado, había calificado a Facebook como “enemigo del pueblo”. Recordemos que Facebook reforzó controles, luego de la comparecencia de Zuckerberg en el Senado de EE. UU., para evitar las filtraciones de datos de los usuarios después del escándalo de Cambridge Analítica, la empresa que manipuló ochenta y siete millones de perfiles en favor de la candidatura de Trump en 2016. Al eliminar la verificación de información, no solo que Meta se descarga de la responsabilidad empresarial de moderar tales contenidos trasladándola a la “comunidad de usuarios”, sino que, bajo el paraguas de la palabra libertad y el argumento de que así se evita la censura, abre la puerta para que se instalen libremente los bulos y la consecuente desinformación, la incitación al suicidio, la misoginia, los discursos de odio sobre la inmigración y la identidad de género, etc. Claro que es difícil guardar el equilibrio entre los contenidos dañinos controlados por una corporación y el negocio de la redes sociales instalado como un mercado de libre concurrencia de ideas. De todas maneras, las corporaciones controlan los contenidos con la manipulación de los algoritmos y de la ideas e información que se difunde en las redes: recordemos que Musk es el mayor difusor de bulos en su propia red. X, de Musk, se niega a eliminar las granjas de troles y a obligar a los usuarios a una debida identificación, también bajo el paraguas de la libertad. Musk, que se convertirá en funcionario gubernamental con Trump, no ha dudado en utilizar su red para los intereses propios y para los multimillonarios como él. «Siendo dueño de la mayor plaza pública del planeta, dio rienda suelta al odio, el racismo, el machismo, las ideas negacionistas y los bulos que favorecen a la extrema derecha. No sólo las permitió, sino que el algoritmo de Twitter promueve que sean esos mensajes los que más se difundan», ha señalado el periodista y comentarista económico Yago Álvarez Barba. Recientemente, Elon Musk declaró su apoyo a la candidata alemana Alice Weidel, del partido ultra-derechista Alternativa para Alemania, AfD, y en una entrevista que le hizo para su red social, estuvo de acuerdo con ella cuando dijo que “Hitler era comunista”. Por supuesto que se trata de una mentira y una deformación de la Historia, pero difundir un bulo de esta naturaleza es introducir un debate absurdo para crear un margen de duda que permite al neofascismo lavarse la cara: “nosotros, los libertarios de hoy no somos como el Hitler del ayer, que era un comunista igual a los comunistas de hoy”, incluso sabiendo que el membrete de “comunista” se lo pegan a los socialdemócratas, que se han vuelto asustadizos de sus propios postulados de justicia social. Claro que el asunto es más complejo porque Weidel es lesbiana y, dada su orientación sexual, Musk concluye, falazmente, que ella no puede ser fascista y que “solo laAfD puede salvar a Alemania”. Musk se ha convertido en un influencer político a escala planetaria que apoya, sin reparos, propuestas neofacistas que se parapetan tras la palabra libertad. Los discursos de odio, que son el sustento del fascismo, continuarán instalándose sin ningún control en nombre de la libertad.


lunes, enero 13, 2025

Notas de lectura II

Monólogo del dolor sin tregua

 

Mi pe(o)rversión, de Marialuz Albuja, es una novela breve, dura y dolorosa, que no da respiro, estructurada como una puesta en escena en el que una hija protagoniza una diatriba contra la madre y, al mismo tiempo, se ve a sí misma en una encrucijada vital. Por su lado, la madre confronta con su propia voz a la hija en un enfrentamiento despojado de piedad. Los reclamos de ambas están cargados de odio: la hija, que resiente lo que considera el abandono de su madre; la madre, que juzga como un fracaso toda la vida la de su hija. El lenguaje de la novela está marcado, en momentos climáticos, de una intensa como desgarradora poesía con el que la narradora protagonista explora la culpa propia, su infelicidad, el fracaso amoroso y la conflictiva relación con su madre. La dureza sin matices atraviesa el texto de principio a fin. Al comienzo de la novela, la hija contempla a su madre, que ha muerto, con una mirada cruel frente a la mujer que no fue capaz de pronunciar el nombre de la hija con amor: «Mamá con los ojos desorbitados y el vómito sobre la túnica escogida para la muerte. Majestuosa, grotesca, mamá, pintura medieval para el desgarramiento. Dos bolas blancas sus ojos […] Yo el peso muerto que la arrastró a fondo de agua»[1]. A la protagonista la envuelve el fracaso de una vida triste, sin alivio: odia a la madre, sus relaciones de pareja terminan mal, no concluye sus estudios, su vida laboral es precaria, el cáncer la amenaza, ella misma está envuelta por el caos de la depresión. Esta novela de tan dolorosa trama, conectada con la poesía de su autora[2], se sostiene en el esplendor de su escritura, en la meditación a la que obliga a sus lectores: «Y en el fondo hay silencio. Es allí donde el mundo se vuelve lenguaje» (60).

 

 

Una indagación sobre la vida de Kafka

 

Las palabras del aire vacío, de Jeovanny Benavides, es una novela biográfica sobre Franz Kafka en la que la oposición de la vocación literaria del protagonista se enfrenta a los rígidos cánones familiares, la esencia burocrática del mundo del trabajo y a la dificultad para la vida feliz con las parejas amorosas. En la novela, que ganó la I Bienal de Narrativa Eliécer Cárdenas Espinosa, la vida de Kafka está signada por una interrogante que también atraviesa su obra literaria: «¿Y si todo lo que vivimos es una ficción, un gran teatro del absurdo recreado en las pesadillas de un Dios loco y enfermo?»[3]. El autor confronta el fracaso de las relaciones amorosas de Kafka con la necesidad de realizar su vocación literaria y la literatura, entonces, se convierte en la excusa para su incapacidad de construir relaciones de pareja: «Cada vez que comprometía el corazón dejaba de escribir. ¿No era acaso a señal que tanto esperaba para saber que no estaba hecho para el amor?» (149). Lamentablemente, las mujeres que amaron a Kafka, en esta biografía novelada, pasan por su vida como personajes secundarios y planos. La omnipresencia del padre en la vida de Kafka está bien lograda en el texto de Benavides y su relación conflictiva y cargada de odio llega a un momento climático cuando Kafka, en la estación de Praga, vomita sangre encima de su padre. Al verlo bañado de pies a cabeza le dice, repitiendo las palabras que, minutos antes, Hermann le había dicho luego de reprocharle su relación con Milena: «¡Mírate ahora, pobre infeliz, mírate cómo estás! Adiós, padre mío» (155). La novela, que da cuenta de una valiosa investigación bibliográfica, tiene un tono narrativo fluido y es de lectura placentera, aunque la propuesta biográfica que desarrolla es tradicional y mantiene los tópicos ya conocidos de la vida y obra de Kafka.

 

 

Historia de amor y desamor en una sociedad patriarcal y homofóbica

 

Corazón en bandolera, de Silvia Vera Viteri, es una novela breve sobre el amor y el desamor que desarrolla situaciones conflictivas sobre la ruptura de la pareja; está enmarcada en los prejuicios sociales ante el amor lésbico y en la existencia de una estructura de justicia patriarcal alrededor de la institución del matrimonio. La novela cuenta la historia de Tamara que, casada con Xavier, que ha sido su enamorado desde los años colegiales, termina su matrimonio al encontrar un amor diferente y libre con Muriel, una exitosa empresaria española. Tamara se rompe anímicamente cuando Xavier la acusa de abandono del hogar y pretende quitarle la custodia de sus dos hijos Adrián y Juliana. Tamara, por tanto, se tiene que enfrentar a la incomprensión familiar, al abandono de los amigos y a un juicio de divorcio en donde tiene todas las de perder, aunque cuenta con aliados como su hermano Antonio, un par de amigos y la militancia feminista de su abogada. La novela, cuya verosimilitud es consistente, está narrada con una voz narrativa omnisciente que cuenta la historia de un modo tradicional y que, algunas veces, se excede en la explicación de los sucesos con información de referencia que no contribuye al conflicto novelesco. La primera parte se abre con un momento intenso de la trama que es la audiencia de mediación, pero luego la tensión narrativa se diluye al describir la historia familiar y otros acontecimientos que poco contribuyen al conflicto novelesco. La segunda parte, en cambio, concentra el conflicto y eleva la tensión novelesca, aunque a ratos el tratamiento asume el lenguaje del melodrama. La cortísima tercera parte, casi un epílogo, es un cierre equilibrado del conflicto y un final esperanzador. Tamara ha reflexionado, capítulos atrás sobre su amor por Muriel: «Mi amor por Muriel es intenso, dulce, profundo. La vida por propia que sea no la hacemos solos, somos entre todos hacedores de nuestras vidas, en ese espacio soy un ser renacido. La libertad que hoy conozco iluminó su amor. Soy libre por eso la amo»[4]. Corazón en bandolera, título tomado de un verso de una vieja canción de Salvatore Adamo, es la historia de una mujer que expone su espíritu, sus sentimientos y su sexualidad y afronta las consecuencias de su libertad para amar.

 


[1] Marialuz Albuja, Mi pe(o)rversión (Guayaquil: UArtes Ediciones, 2024), 12.

[2] Me refiero a la sección «Autorretrato» de su estremecedor y hermoso poemario Doble filo (Sevilla: Editorial Renacimiento, 2023). Un texto que se comunica directamente con la voz narrativa de la novela dice: «esta que quiere envenenar a las palomas / soy / la peorversión de mis versiones / única forma de salvar lo que se pueda / aunque después nadie me invite a su banquete / porque escupí en la perfección del día» (23).

[3] Jeovanny Benavidez Bailón, Las palabras del aire vacío. La novela de Kafka (Cuenca: UCuencaPress, 2024), 143.

[4] Silvia Vera Viteri, Corazón en bandolera (Quito: El Ángel Editor, ¿2024?), 115.


lunes, enero 06, 2025

La revictimización de los cuatro niños de Guayaquil

Cortejo fúnebre de los cuatro menores de Las Malvinas, el 1 de enero de 2025. (Captura de pantalla del video de la periodista de Karol Noroña en su cuenta en X)

           
El 24 de diciembre, la jueza Tanya Loor declaró desaparición forzada el caso de los cuatro menores afrodescendientes del sector de Las Malvinas, en Guayaquil: Josué e Ismael Arroyo Bustos, de 14 y 15 años; Saúl Arboleda Portacarrero, de 15, y Steven Medina Lajones, de 11. Ese mismo día, se encontraron en las inmediaciones de la Base Aérea de Taura cuatro cadáveres calcinados y con señales de torturas. El 31 de diciembre, la Fiscalía informó que los restos encontrados pertenecían a los cuatro menores y formuló cargos contra dieciséis militares de la Fuerza Aérea acusados de haber perpetrado el crimen y un juez ordenó su prisión preventiva. El 1 de enero, más de mil personas, entre el desgarrador reclamo de justicia y el cántico del chigualo, acompañaron el cortejo fúnebre de los niños rumbo al Cementerio del Suburbio Ángel María Canals, en Guayaquil.

A los cuatro menores afrodescendientes les dieron muerte de varias formas. La primera fue con la captura, tortura, ejecución y cremación de sus cuerpos. Un crimen que fue posible de determinar por las evidencias abrumadoras del momento de su captura por parte de los militares, de su traslado en una camioneta de las FAE, el descubrimiento de los cuerpos quemados en los alrededores de la Base Aérea de Taura y la posterior identificación de sus restos. Esta ejecución cruel y el ánimo de desaparecer los cuerpos comprometen al Estado y al gobierno con la búsqueda de la verdad, el enjuiciamiento de todos los responsables, la reparación a las familias y a la comunidad, y la garantía de no repetición. Jan Jarab, representante para América del Sur del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, según el portal electrónico de la ONU, declaró que la investigación de tan grave atropello debe ser independiente, sin presiones políticas y exhaustiva, abordando las eventuales responsabilidades del mando. Asimismo, subrayó que el fatal hecho «debe marcar un punto de inflexión en la forma de conducir la política de seguridad pública en el país».

Después del 8 de diciembre, desde el momento mismo en que los padres y los organismos de Derechos Humanos denunciaron la desaparición de los cuatro menores, el discurso del odio que se instaló en las redes sociales asesinaba a la par el buen nombre y la memoria de las víctimas. Cuando ya fue evidente que los militares se los habían llevado, la versión oficial decía que los menores fueron capturados luego de haber cometido un robo, cosa que el propio Fiscal desmintió durante la formulación de cargos. En las redes sociales, básicamente X-Twitter y las infames cadenas de WhatsApp, se desataron los mensajes de odio acusando falsamente a los menores de pertenecer a bandas criminales y trucaron fotos que presentaban a uno de los menores con tatuajes y armas. De manera infame, se tachó a los padres de negligentes y se dijo que todo era un complot político para denigrar a las Fuerzas Armadas. El crimen y la narrativa contra los cuatro menores de Las Malvinas, además, evidencia el racismo estructural de nuestra sociedad. Como dijera, en una entrevista para el programa The View, el 14 de julio de 2018, el actor afroamericano D. L. Hughley: «El lugar más peligroso para vivir para los negros es la imaginación de los blancos».

La narrativa para justificar el crimen de los militares ha sido consistente en deshumanizar a las víctimas asumiendo que, por su lugar de origen, su condición social y su color de piel, eran delincuentes o prospectos de sicarios. No satisfechos con esta narrativa racista y clasista, se quiso presentar el cortejo de los habitantes de Las Malvinas camino al cementerio como si fuera un acto de grupos delincuenciales: ni siquiera respetaron la ceremonia fúnebre y volvieron a darle muerte a los muertos. Enfrentando a esta narrativa de la granja de troles, la periodista Karol Noroña, que cubrió el entierro, escribió en su cuenta de X-Twitter: «Escoltadas con vecinos motociclistas, el retumbe de petardos —no armas—, música —y no amenazas—, las madres y los padres, las hermanas y los hermanos se fundieron en lágrimas y aplauso de quienes los acompañaron cantando chigualos de resistencia. El adiós afro a los angelitos».

  Y seguirán matándolos, aún después de muertos; seguirán revictimizando a las familias en la medida en no exista un proceso que permita verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, en el sentido en que señala la ONU en su portal electrónico. El crimen y la narrativa contra los cuatro menores de Las Malvinas, además, evidencia el racismo estructural de nuestra sociedad. Pero, resuena un canto en la voz del poeta Antonio Preciado: «Hoy saqué de la arena / un hueso que me ha pertenecido […] Pues bien, / me haré una flauta, / compondré una canción a mi asesino, / y la saldré a tocar / todas las lunas / a lo largo de todos los caminos»[1].



[1] Antonio Preciado, «Hallazgo», De sol a sol (Quito: Libresa, Colección Antares # 86), 142.