Ha sido maestra desde siempre y su
magisterio en la literatura ha dado frutos en la obra de algunas escritoras y
escritores de hoy, entre los que me cuento, y, por supuesto en una infinidad de
lectoras y lectores. Anima la fiesta de la lectura y el libro desde su asesoría
académica en los contenidos de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil.
Ha difundido las novedades literarias en sus columnas de reseña en revistas y
periódicos del país. Y, asimismo, es una voz autorizada y lúcida en el ámbito
de la crítica literaria del Ecuador. Me refiero a Cecilia Ansaldo Briones
(Guayaquil, 1949), que acaba de publicar una recopilación de sus trabajos críticos
con el sugerente título de Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana,
un libro que se convertirá en páginas de consulta indispensable para quienes
estudian nuestra literatura.[1]
En esta recopilación de los textos críticos de Cecilia Ansaldo encontramos su amplio, acucioso y profundo recorrido sobre el cuento ecuatoriano desde sus orígenes hasta las publicaciones contemporáneas. Los estudios que Cecilia ha llevado a cabo a través de algunos años dan cuenta de una las más completas lecturas críticas de la producción cuentística del país. La mirada crítica incluye una reflexión continua sobre la teoría del cuento, en tanto género literario con identidad propia al marcar distancia con la formulación de Wolfgang Kayser —que decía que este no era un género en sí— y sostener lo contrario: «creemos que es criatura con plena independencia y con tal venerable antigüedad, que la discusión se da —a estas alturas de la ciencia literaria— por descartada». Cecilia, que dice que «el cuento es arte para la sugerencia», lo describe así:
Al elegir como material narrativo un suceso, una situación, una experiencia; su estructura descansa en una condensación de elementos que lo vincula a los efectos de intensidad y casi temporalidad pura de la poesía; la organización de estos elementos, aunque no fijada preceptivamente, tiene su carácter propio de asociación y correlación cerrada. (52-53)
Un señalamiento obligado para la construcción de nuestro canon lo encontramos en el prólogo de su antología Cuento contigo (1993), en el que rescata del olvido a la escritora guayaquileña Elysa Ayala (1879-1956), cuyas obras desperdigadas en revistas y periódicos no habían sido recogidas antes en ninguna otra antología. Sobre Ayala dice: «… los tres cuentos de ella que he podido leer acusan las más claras características del género cuentístico, y la temática que cultivó en ellos la identifican como escritora en la línea del futuro realismo» (104).
En esta recopilación de los ensayos de Cecilia Ansaldo también encontramos su recorrido por algunos clásicos de nuestro canon que incluye un estudio sobre a faceta de narrador de Medardo Ángel Silva, ahondando en su novelina María Jesús; otro sobre la novelística de Alfredo Pareja Diezcanseco, de quien, además de su extensa obra novelística, destaca el sentido experimental y contemporáneo de Las pequeñas estaturas y La Manticora; un lectura analítica que ilumina el cuento «Chumbote», de José de la Cuadra; una mirada al Jorgenrique Adoum poeta, novelista y articulista; y a la literatura de Rafael Díaz Ycaza. A este último, de quien se conmemora en este 2025 el centenario de su natalicio, le dedica un amplio estudio, de una obra que abarca varios géneros, sobre la que sintetiza lo siguiente: «Poeta buceador del mar, narrador de su ciudad, articulista agudo, estas y otras facetas convergen en Rafael Díaz Ycaza, escritor que ha dedicado toda su vida al indeclinable oficio de volcar en la palabra tanto el testimonio como los sueños, su enorme sensibilidad de hombre solidario así como su necesidad de convertir en ficciones sus constantes luchas con la realidad» (199).
Raúl Serrano Sánchez, a quien le debemos el prólogo, la selección y las notas de Apuestas críticas, dice que, en los años ochenta, cuando él todavía vivía en su natal Arenillas, le pedía a su padre que le comprara la revista Vistazo en sus viajes a Guayaquil. La razón del pedido era su avidez por leer la sección en donde Cecilia Ansaldo comentaba libros de literatura ecuatoriana y latinoamericana, y recuerda, agradecido, de qué manera estos artículos de Cecilia estimularon al lector en formación que entonces él era. Y es que otra labor permanente de Cecilia Ansaldo ha sido la de reseñar las novedades literarias. Además de su columna en Vistazo, Lo hizo también en la revista Tiempo Libre y lo continúa haciendo en su columna de diario El Universo.
Varios textos del arte de la reseña, una escritura que combina el tono de difusión con la profundidad del análisis literario y que Cecilia domina, los encontramos en la sección «Escritoras de lo pequeño y lo grande», en donde comentan libros de Carolina Andrade, «Soy admiradora apasionada de Revista y revuelta (2003), esa colección orgánica concebida como un magazín con historias independientes entre sí» (361); Gabriela Alemán, «Me detengo en el binomio salud-enfermedad [de Humo] que forma parte del núcleo narrativo: la expansión del dolor y de la muerte, como correlato de la guerra también ilustran una capacidad descriptiva elocuente y detalla» (367); Mónica Ojeda, «Nefando es una novela de la oscuridad del ser, una exploración del dolor gratuito, de la sexualidad destructora, de la anarquía que la vida puede seguir teniendo detrás de sus máscaras civilizatorias» (369); Alicia Ortega, «Para el estudioso de la literatura ecuatoriana [Fuga hacia adentro] es una puesta al día de sus asentados conocimientos de un siglo de novela de nuestro país, pero llevándolo de la mano a que haga conexiones y a que integre lo fragmentario de listado de obras y autores, a una visión macro de la historia y los procesos de desarrollo político-sociales del Ecuador» (372); María Fernanda Ampuero, «Fernanda da testimonios [en Sacrificios humanos]. Cuenta sobre su infancia —cuántas niñas y muchachas entre su humanidad literaria—, sobre su familia y barrio, sobre su experiencia migrante y su militancia feminista» (376); Solange Rodríguez, «Otra vez me atrapa la lectura de un buen libro de cuentos [El demonio de la escritura], otra vez son 13 y por repetida ocasión es de una escritora guayaquileña a quien le tengo viva admiración» (379), y Natalia García Freire, «Impresiona el suave pero firme estilo de la escritora para crear un tejido de palabras cargadas de hálito poético y capaces de levantar un copioso simbolismo con reminiscencias clásicas y bíblicas [Nuestra piel muerta]» (382). En este punto destaco el acierto de juntar en este capítulo, la amplia y estimulante visión de Cecilia Ansaldo sobre la literatura actual escrita por mujeres.
En muchos de sus trabajos críticos, Cecilia Ansaldo ha privilegiado la perspectiva feminista para iluminar las obras literarias y ha desarrollado una certera pedagogía para sensibilizar y concienciar a sus lectores al respecto. En su ponencia «Una mirada “otra” a ciertos personajes femeninos de la narrativa ecuatoriana» (1995), explica con claridad algunas premisas generales de la ginocrítica, entre las que cito tres: «[1] El análisis literario no puede ser neutral: es un análisis político que saca a la luz las prácticas del sexismo para concientizar sobre su erradicación. [2] La ginocrítica cuenta con la separación sexo y género y sostiene que toda escritura-lectura está marcada por el género. [3] El apoyo interdisciplinario para el análisis feminista también debe salir de unas ciencias humanas feministas […]» (115).
La ponencia citada arriba analiza el tratamiento que los escritores han dado a los personajes femeninos en La emancipada, de Miguel Riofrío; Cumandá, de Juan León Mera; A la Costa, de Luis A. Martínez; Débora, de Pablo Palacio; La Tigra, de José de la Cuadra; y Baldomera, de Alfredo Pareja Diezcanseco, y, luego de un minucioso trabajo textual, concluye, entre otros puntos: «Que los personajes femeninos que emergen de las obras de los primeros narradores de nuestra literatura no son auténticos personajes de ruptura, a pesar de las intenciones de sus autores. Cada uno de ellos ha sido víctima […] de una reducida, equivocada o simplísima concepción de lo femenino, que los llevó al fracaso o a la muerte» (132). Lo que no significa desconocer el valor literario de las obras mencionadas, pero sí señalar las limitaciones de los prejuicios de su época en la visión sobre la situación de la mujer en la sociedad.
En el prólogo de Cuentan las mujeres. Antología de narradoras ecuatorianas (2001), Cecilia Ansaldo reflexiona sobre la necesidad de posicionar la literatura escrita por mujeres en el seno de una sociedad patriarcal y, con lucidez, plantea que «hay un grave riesgo en la agrupación excluyente de sus obras que consiste en dar la imagen de que las autoras escriben sobre asuntos de mujeres y para mujeres […] que lo universal es masculino […] y que lo femenino se centra en campos tan específicos, tan particulares, que esa perspectiva no es transferible a las vivencias de lo humano» (139). Pero, superado el riesgo, la apuesta por una antología de escritoras es, tanto en su momento como ahora, una necesidad crítica para entender las propuestas literarias de hoy en toda su extensión. En Cuentan las mujeres, Ansaldo combina el género de sus autoras con las propuestas estéticas de sus cuentos y, así como en 1993, ella nos descubrió a Elysa Ayala, en esta antología de 2001, la crítica apuesta por la voz nueva de Solange Rodríguez (1976), la más joven de las antologadas, que hoy es una presencia indiscutible de nuestra narrativa.
La apuesta de Cecilia Ansaldo por la literatura escrita por mujeres incluye, en esta colección de ensayos, dos trabajos académicos de primer orden. El uno, que cierra este libro, es «“Finjamos que soy feliz”: recado de Sor Juana a Juan León Mera», que fue su discurso de ingreso como miembro correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 4 de marzo de 2015; en él, como en una tertulia literaria, Cecilia hace observaciones precisas al trabajo pionero de Mera sobre Sor Juana, que ella pondera, de tal manera que la lectura de la tradición crítica gana en profundidad. El otro es «De la voz armoniosa y profunda: mujer y poesía en la obra de María Piedad Castillo de Leví y Aurora Estrada I Ayala», que fue su discurso de ingreso como miembro de número a la AEL, para ocupar la silla H, el 7 de julio de 2022. Cecilia analiza la poesía de las dos escritoras, ubicada en la tendencia del Modernismo, y, al señalar el poco conocimiento que se tiene sobre la obra de ambas, confronta a la tradición crítica: «He llenado tardíamente mi propio desconocimiento de la literatura con sus obras y culpo a la ceguera de los historiadores, al egoísmo de los críticos y tal vez, peor, a la proverbial misoginia de los estudios literarios. ¿Por qué sus nombres no afloran junto a los modernistas que en las listas se agostan con la Generación Decapitada?» (401-402).Esta recopilación se cierra con una sección en la que se extiende el espacio de los ensayos hacia lo iberoamericano: un ensayo sobre José Martí, en la celebración del sesquicentenario de su natalicio, de quien dice que «fue un intelectual y un prócer, un artista y un activista político. Fue, en pocas palabras, un ser humano extraordinario» (435). Y, no podía faltar, una exquisita reflexión sobre El Quijote, del que Cecilia es una lectora especializada, a partir de los objetos simbólicos del hombre de La Mancha: aquellos con los que se arma como caballero, y aquellos otros que dan paso a las aventuras, como la bacía que por fantasía del Quijote se convierte en el yelmo de Mambrino y otros; también aborda la cuestión de los lectores que existen en la novela de Cervantes y, sobre todo, el juego metatextual que ocurre en la segunda parte: «Creo que en esta elección —de las infinitas que le suponen a un narrador componer una novela— Cervantes lleva el objeto libro a la cumbre de sus capacidades de objeto de arte y cultura: es medio de representación, ingresa a la vida concreta como entretenimiento, enseñanza y simbolización; al desprevenido lector, engaña; al ágil y dialogante, revela y completa. Libro fetiche, libro caja de Pandora, libro que abre cuevas con otra clase de mundos» (455).
He dejado para el final, por modestia y pudor, la mención del capítulo que Cecilia dedica a mi literatura: desde la aparición de Solo de palabras (1992), pasando por Acoso textual (1999), un estudio general sobre la presencia de lo erótico en mi narrativa, El alma en los labios (2003), El perpetuo exiliado (2016), hasta Gabriel(a) (2019). En este punto, solamente me queda agradecer a la crítica, con emoción y afecto, por la lectura generosa con la que acompañado el desarrollo de mi obra.
Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, de Cecilia Ansaldo Briones, es un libro que estábamos esperando con ansia en el campo de los estudios literarios, por cuanto reúne los textos fundamentales, que hasta hoy había aparecido de manera dispersa, de una estudiosa cuyo nombre es referencia obligada en el mundo académico. Y, no está por demás decirlo, las apuestas críticas de Cecilia Ansaldo Briones son de referencia imprescindible en nuestra tradición crítica, así como una contribución indiscutible a la difusión de la literatura ecuatoriana.
[1] Cecilia Ansaldo Briones, Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, prólogo, selección y notas de Raúl Serrano Sánchez (Cuenca: Casa Editora Universidad del Azuay, 2025). El cuidado de la edición estuvo a cargo del poeta Cristóbal Zapata.


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