|
(Foto
Raúl Vallejo, 2022)
|
Los microrrelatos son textos
caracterizados por narrar historias de ficción de manera concisa; trabajan con
la intertextualidad y aprovechan el conocimiento previo de quien lee pues la
referencialidad cultural economiza explicaciones; los personajes son descritos
a grandes rasgos y pocas palabras sirven para retratarlos; la ambigüedad de la
trama enriquece el sentido de los textos y los mismos demandan una lectura
espaciada, toda vez que quien lee debe estar en permanente diálogo con quien
escribe. La argentina Ana María Shua ha planteado los límites del microrrelato
desde la invención geográfica: al norte, el territorio del cuento que empieza
después de las 300 palabras; «al sur, el país del chiste. Al este, las vastas
praderas un poco monótonas del aforismo, la reflexión y la sentencia moral,
algunos con sus pozos de autoayuda espiritual incluida. Al oeste, el paisaje
bello y atroz, siempre cambiante, de la poesía».
La tradición del microrrelato es
antigua, aunque el género no haya tenido la visibilidad teórica de la que hoy
goza por sí mismo. Si bien el célebre microcuento «El dinosaurio», de Augusto
Monterroso, es cita obligada al hablar del género, debemos anotar que Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares publicaron en 1955 la antología Cuentos
breves y extraordinarios en donde recopilan y reescriben cuentos y
fragmentos de diversas épocas y tradiciones literarias para elaborar una
memorable colección de microrrelatos. Luisa Valenzuela, escritora ella misma de
microcuentos en, por ejemplo, Libro que no muerde (1980) o Aquí pasan
cosas raras (1976), habla de los cultores del microrrelato que, como toda
secta, tienden a la purificación, iluminación y reintegración: «una buena dosis
de iluminación es imprescindible para captar esa chispa que generará la mini
historia. Imprescindible también es la purificación del lenguaje, nadie puede
negarlo. Y la reintegración ahí cada cual pondrá su granito de arena».
Una secta que, en nuestra
América, tiene un cofrade primigenio en el mexicano Julio Torri (1889-1970)
que, en 1917, publicó Ensayos y poemas; en 1940, De fusilamientos;
y que, en 1964, los reunió junto a Prosas dispersas en el volumen Tres
libros.
Los textos de Torri, que ingresó como miembro de número a la Academia Mexicana
de la Lengua en 1953, son micro ensayos, aforismos, poemas en prosa y
verdaderas gemas del microrrelato que poseen todas las características del
género. En 1917, Torri ponderaba el ensayo corto: «El horror por las
explicaciones y amplificaciones me parece la más preciosa de las virtudes
literarias»
y, al mismo tiempo, nos entregaba piezas breves cargadas de humor como
«Fantasías mexicanas» y de ironía como «A Circe», en donde el marinero decidido
a perderse decide no hacerse atar al mástil frente a la isla de las sirenas:
«¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba
resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí».
En nuestro país, el microrrelato se
expresó, en un comienzo, sin plena consciencia de su condición genérica. En
1918, Medardo Ángel Silva publicó, en las revistas Ilustración y Patria,
textos breves que bordean la frágil línea divisoria de la prosa lírica y el
microrrelato. No obstante, hay algunos que tienen la narratividad suficiente
como para que podamos hablar de un microcuento. El mundo clásico griego es el
escenario de las historias del tríptico «Tanagras», las nostalgias del amor que
es ausencia es asunto de «Parque vesperal» o «Las miradas», o las historia en
que la Muerte se presenta ante el narrador para anunciarle la visita definitiva
según la anécdota de «El viaje» o «La visita de la muerte», que cito:
La muerte vino a
visitarme la otra noche. La anunció en la casa desierta un lento escalofrío que
alargó, como suspiros de oro, las llamas rojas de las lámparas.
—Emperatriz vestida de
sombras —dije— mi vida es como un fruto harto en sazón para tu cosecha. Terminé
mi labor amargamente y nada espero. Mándame y seré contigo.
—Vengo por un niño y
una novia —me respondió—.
Y sus pasos alados se
oyeron en la noche.
Asimismo, hay dos textos de Pablo
Palacio que están al comienzo y al final de Un hombre muerto a puntapiés
(1927): el del comienzo dice: «Con guantes de operar, hago un pequeño bolo de
lodo suburbano. Lo echo a rodar por esas calles: los que se tapen las narices
le habrán encontrado carne de su carne»; y, el del final, dice así: «Después de
Todo: a cada hombre hará un guiño la amargura final. Como en el cinematógrafo
—la mano en la frente, la cara echada atrás—, el cuerpo tiroides, ascendente y
descendente, será un índice en el mar solitario del recuerdo». Al parecer, solo en la
primera edición del cuentario de Pablo Palacio constan estos dos textos en el
índice con títulos individuales como si fueran dos cuentos más; no así en las
ediciones posteriores en donde, por lo general, estos dos textos aparecen como
exergo y colofón del libro.
Esta es una parte de la tradición
que antecede a Jorge Dávila Vázquez y sus contemporáneos cultores del
microrrelato como Oswaldo Encalada Vásquez, con Los juegos tardíos y La
muerte por agua (ambos de 1980) y Abdón Ubidia, con Divertiventos
(1989) entre otros. Más adelante, se incorporan los nombres de Huilo Ruales
Hualca, con Smog. Cien grageas para morir de pie (2006), Marcelo Báez
Meza, con Bonsais (2010) y la segunda parte de Lienzos y camafeos
(2011), Edgar Allan García, con 333 micro-bios (2011), y Solange
Rodríguez Pappe, con Balas perdidas (2010) y Levitaciones (2019),
a quienes nombro porque han trabajado libros de microrrelatos. Además, para
quienes gustan del género, pueden encontrar en la Antología del microcuento
ecuatoriano (2019), editada por Luis Aguilar Monsalve, un muestrario que da
cuenta de un género cultivado de manera significativa en nuestra literatura
contemporánea.
PS:
Este artículo es un segundo extracto del discurso de recepción
que ofrecí con motivo de la incorporación de Jorge Dávila Vázquez como Miembro
de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el viernes 17 de junio, en
el Aula Magna, de la Universidad de Cuenca. En esta entrega me he concentrado
en algunas notas sobre el microrrelato en tanto género literario.