José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, febrero 14, 2022

El Salmo del aprendiz en «El poder del perro»

           


La película empieza con la voz en off de un joven desconocido que, en tono de plegaria, se autoimpone una tarea vital: «Cuando mi padre falleció, yo no quería nada más que la felicidad de mi madre, porque, ¿qué clase de hombre habría sido yo si no ayudaba a mi madre? ¿si yo no la salvaba?». El poder del perro (The Power of the Dog, 2021), dirigida y escrita por Jane Campion (Wellington, 1954), basada en la novela homónima (1967) de Thomas Savage (1915-2003), tiene actuaciones memorables y despliega una mano maestra en la fotografía (Ari Wegner), tanto de los planos generales que hacen del paisaje un estado del espíritu del ser humano y la representación de su intrascendencia frente a la grandiosidad de la naturaleza como de los planos íntimos que nos conducen al mundo interior de cada personaje y la música (Jonny Greenwood) minimalista que acompaña la imagen, los modos anímicos y la acción de la película en íntimo encabalgamiento.

            Aparece un gran plano general con cowboys conduciendo ganado; de pronto, se escucha la orden de que alejen al ganado del lugar en donde yace una vaca muerta por causa del ántrax. La cámara se cierra a un plano americano y nos presenta a dos de los personajes que conversan: los hermanos Phil y George Burbank (Benedict Cumberbatch y Jessy Plemons), dos ganaderos acaudalados de Montana, en 1925, que tienen opuestas miradas sobre la vida: el uno, locuaz, espartano y rudo; el otro, silencioso, doméstico y cortés. Su amor fraternal se verá quebrado al momento en que George se casa con Rose Gordon (Kirsten Dunst), la viuda de un alcohólico y suicida.

            En seguida, una toma subjetiva de Peter Gordon (Kodi Smit-McFee), el joven de la voz en off, que está recortando papel para hacer las flores que entrega a Rose, su madre, para adornar la mesa en la que los vaqueros que conducen el ganado comerán pollo frito a la noche. Esta presentación se cierra con una bellísima e íntima toma de Peter, solitario en el cementerio, depositando media docena de flores de papel frente a la lápida de su padre, John Gordon, fallecido cuatro años antes. Así, los elementos dramáticos están expuestos en este western particular en el que la masculinidad del cowboy es cuestionada desde la represión afectiva de los personajes varones y en el que la intertextualidad bíblica, a partir del Salmo 22, recogerá al final de la película los silencios y las soledades que atraviesan el filme.

 

 

            El primer versículo del Salmo 22 está en íntima relación con la muerte de Cristo en la cruz puesto que es una de las siete frases de su agonía: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al final, con sabiduría cinematográfica, nuevamente, la directora amplía los sentidos de la película: lo que venía siendo el western sobre un tipo rudo y su débil hermano, se transforma en la historia de un joven delicado, estudiante de medicina, que ama y defiende a su madre de un macho reprimido. Antes, a la mitad de la película, ya le había dado un nuevo derrotero al filme: el rudo cowboy se baña desnudo en un recodo secreto del río y nos enteramos de su afecto por Bronco Henry, mentor de los hermanos Gordon, fallecido veintiún años atrás. Bronco Henry una presencia del pasado que ha marcado la vida de Phil y que hace de él lo que es en el presente narrativo del filme. El Salmo 22 nos ofrece una lectura entretejida en la historia de Peter: igual que en el versículo inicial, su vida está marcada por la muerte del padre, y, por tanto, por su abandono, aunque sea involuntario, y también por el sometimiento al abuso del mundo de machos recios en que debe sobrevivir cuando su madre se casa con George. El salmo continúa dándonos elementos significativos: «Mas yo soy un gusano, y no hombre; oprobio de los hombres y desprecio del pueblo» (Sal. 22.6).

            Hay una escena en que Peter está jugando con el perro de Phil; el cowboy llama al perro y Peter es rodeado por los cowboys, al mando de Phil, que, montados en sus caballos, acosan a Peter, rodeándolo y se burlan de él. La letra del Salmo se cumple en la imagen del filme: «Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies» (Sal. 22.16). Más adelante tendremos el acercamiento entre Phil y Peter y la contemplación de la montaña: Peter se muestra como un joven excepcional capaz de ver lo que Bronco Henry y Phil veían: un perro con las fauces abiertas. Y aquí me detengo porque no quiero destripar una película que va mostrando de a poco, con planos detalle de objetos simbólicos —un pañuelo escondido, el cigarrillo que se comparte o el implacable como definitivo lazo de cuero que Phil está tejiendo para regalárselo a Peter— los intersticios del alma de sus personajes.

           

Lo que sí quiero señalar, finalmente, es el plano detalle del versículo 20 del Salmo 22, que Peter está leyendo en la última secuencia del filme: «Libra de la espada mi alma, del poder del perro mi vida». Con esa lectura final de Peter, que es también una lectura compartida con el espectador, y luego, al asomarse a la ventana y contemplar el abrazo amoroso de Rose y George, el punto de vista de la película añade una nueva línea narrativa al filme y las palabras iniciales de la voz en off adquieren la plenitud de sus múltiples sentidos. Es como si el aprendiz de cowboy concluyera su oración con el último versículo: «Vendrán, y anunciarán su justicia…» (Sal. 22.31). Jane Campion, la directora, nos ha conducido, desde la atormentada interioridad de sus personajes, a donde ella se planteó hacerlo desde un principio; es decir, desde cuando la voz en off de Peter nos dijo aquello que había definido como un deber esencial de su vida. El Salmo del aprendiz es una lección moral para todos.


lunes, febrero 07, 2022

Pedro Gil (Manta, 1971-2022): Un poeta irreverente, furioso contra el mundo

           

La portada de Paren la guerra de que yo no juego (1989), primer poemario de Pedro Gil, fue diseñada por el artista Joaquín Serrano. El libro fue publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, siendo su presidente Miguel Donoso Pareja, maestro del poeta.

«La inmortalidad consiste en morirse», pero ¿quiénes tendrán que recordarlo para que sea posible la inmortalidad del poeta?; si «los que leen libros son gente inútil»[1], quien escribe libros de poesía es ese engendro peligroso que crea la suma inutilidad de lo inútil en el mundo de las mercancías. Pedro Gil (Manta, 1971-2022) se construyó a sí mismo con la imagen de un poeta marginal, imbuido en las drogas, el alcohol y los prostíbulos, a quien la muerte siempre anduvo rondando; su obra es un intenso y deslumbrante poema único en el que el hablante lírico es irreverente y está furioso contra el mundo. Poesía desgarradora en función de la verdad vital que la escritura de Pedro Gil ha transformado en verdad poética: «Un bosque hermosísimo / en las miradas de pánico. / Pánico en el fondo de mis ojos / hermosísimo el bosque / en el fondo de mis ojos más pánico / una mirada de pánico / pánico de mí mismo»[2].

            El hablante lírico de la poesía de Gil es desenfadado y arremete contra las instituciones del mundo. «Todavía me pertenezco. / Los emperadores de la tierra somos los pobres y yo / que nos debemos demasiadas lágrimas: no lo niego / La decepción del hombre está presente […] La pureza humana está ausente, no por culpa de nosotros / ¿Cómo es la jugada conmigo lerdos al garrote? / Paren la guerra que yo no juego»[3]. Sin embargo, en la base de su ira, reside la melancólica e irremediable soledad de quien solo se tiene a sí mismo: «entiendan señores / esta soledad lo vuelve a uno suspicaz / entenado de la cólera / un hijo de perra […] para que Dios ni la Muerte / me delaten / lloro sobre mis hombros»[4].

            Están también la pobreza familiar y el duro entorno marginal en donde creció: su experiencia vital, según confesión propia, se alimentó de prostitutas, borrachos y ladrones; una madre depresiva, un padre alcohólico y varios hermanos fallecidos. Para todos ellos, sus marginados, el hablante lírico reserva la ternura y el amor, como en el estremecedor poema al padre: «Mi padre se sentó a beber / y no se levantó hasta la muerte […] Al día siguiente moría / junto al ataúd de un niño […] ¡Mi padre fue un gran libro! […] Solo un hombre duro puede reposar en una tumba de niño»[5]. Y, desde su propia condición marginal, también le canta al hijo, en un poema en donde se reconoce con todos sus defectos y un incondicional amor filial, pero que carece de responsabilidad paterna: «hay ocasiones / en que almas inocentes / demasiado inocentes / se trastornan / por sus errores, / se trastornan por sus horrores. / soy libre como tú. / con lágrimas fracturé mi libertad. / sé bueno con los buenos, / lucha solo o con ellos, / sé mucho más bueno con los malos, / pero aléjate, hijo, aléjate. / buen viaje»[6].  

            La voz poética encuentra la imagen que deslumbra y descoloca a quien lee, como si una mano fantasmagórica le remeciera la cabeza agarrándolo de los pelos. «Mi tierra está frente al mar / y ni un pez juega conmigo          mientras tanto / los chanchos se volvieron reaccionarios / niegan / que la tortuga sea más veloz que la bala»[7]. Esta constante insolencia frente a lo establecido le permite al hablante lírico construirse una imagen de iconoclasta, que para muchos fue la del poeta maldito —aunque Gil la rechazara—: alcohólico, drogadicto, desagradecido y misógino. Ajusta cuentas con escritores de estética distinta; con la vida cotidiana y las instituciones (el matrimonio o el psiquiátrico) a las que siente como una impedimenta para sus excesos. Pero, en medio de la caída, siempre están presentes el amor y la bondad que emanan del alma del poeta: «ruiseñor sin risa / reposa, reposa mi hermano no te toca / 17 puñaladas no son nada. / no puedo conceder tu petición / de fallecimiento, / no puedo / susurra mi hermana muerta / mientras cobija mi sueño / cobija mi agonía»[8]. Después de todo, el odio solo produce mala poesía; en cambio, el amor, aún desde lo más abyecto, siempre ilumina la palabra.

            La poesía tiene diversas estéticas. Pedro Gil se inscribe en la tradición de Fernando Nieto Cadena y Agustín Vulgarín, comparte espacios más jóvenes como Dina Bellrham, y ha reelaborado a Bukowski. Sus poemas sobre Poe, Vallejo, Baudelaire, Medardo Ángel Silva, Dávila Andrade y Toulouse-Lautrec dan cuenta de su propia imagen en el reflejo poético que reproduce desde la complicidad de su mirada. Pedro Gil —más allá de las anécdotas de su vida sufrida, adicciones y depresión—[9], es un poeta de palabra auténtica que sobrevive en el poema: «mujer: / única indestructible bandera mía, / si vuelvo a cruzar la línea fronteriza, / si vuelo a la oscuridad / vuelvo a enfermar / e irremediablemente muero. / lo acepto. / soy demasiado poeta para morir»[10].



[1] Pedro Gil, «La vida no es sueño», en Paren la guerra que yo no juego (Guayaquil: Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, 1989), 21-22.

[2] Pedro Gil, «Pánico en el bosque de las agujas», en Crónico (Manta: Editorial Mar Abierto, 2012), 35.

[3] Gil, «Los pobres y yo», en Paren la guerra…, 15-16.

[4] Pedro Gil, «Solitario en Guayaquil», en 17 puñaladas no son nada, antología personal (Manta: Editorial Mar Abierto, 2010), 111.

[5] Gil, «Lucky El Indomable», en Crónico, 21-24.

[6] Pedro Gil, «Damián, hijo de Pedro Gil», en Sano juicio. Healthy judgement, edición bilingüe, traducción Bahieh Mondavi S. (Guayaquil: Archivo Histórico del Guayas, 2003), 80-82.

[7] Gil, «Entre Marx y un cigarrillo de marihuana», en Paren la guerra…, 46.

[8] Gil, «17 puñaladas no son nada», en 17 puñaladas…, 176.

[9] «Réquiem por Pedro Gil», de Damián De la Torre, es un homenaje que retrata la humanidad del poeta, cuya lectura recomiendo: https://www.labarraespaciadora.com/culturas/requiem-por-pedro-gil/

[10] Gil, «Sano juicio», en Sano juicio…, 110.


domingo, enero 30, 2022

Políticas públicas necesarias para el retorno seguro a las clases presenciales en las escuelas

             

Un estudio de UNICEF sostiene que «en 9 de cada 10 hogares, los niños han mejorado su estado anímico con el retorno a clases, y en 8 de cada 10 familias, los niños se sienten más motivados a aprender».  (Foto tomada del sitio de UNICEF, 2021, Rivas)

He leído algunos comentarios en Tuiter, de personas bienintencionadas, que claman por el regreso a las aulas y se lamentan de las pérdidas de todo tipo que la pandemia ha ocasionado en el estudiantado. Unicef señaló, si bien antes del pico de contagios producto del Ómicron, que «la evidencia demuestra que las escuelas no son un foco de contagio si se siguen los protocolos de bioseguridad»[1]. Sin duda, existe acuerdo en que el cierre del sistema educativo, en todos sus niveles, perjudica los aprendizajes. Este perjuicio se agudiza en situación de pobreza o de desplazamiento y también para habitantes de zonas urbano-marginales y rurales, particularmente, indígenas. En general, «el no acudir a clases presenciales genera pérdida de aprendizaje para todos los niños, niñas y adolescentes, amplía la brecha entre quienes tienen recursos para continuar con la educación a distancia y quienes no, además, supone menores posibilidades de desarrollar habilidades sociales y repercute en mayor medida en la salud mental»[2].

            Así, el retorno a las aulas debe tener en cuenta lo que ha sufrido la población vulnerable y, por lo tanto, implementar planes y programas de recuperación y continuidad de los aprendizajes. Sin embargo, no bastan ni la buena voluntad ni los postulados teóricos en los que casi todos coincidimos para regresar a las aulas, puesto que, para el regreso seguro a las aulas y la movilización que este conlleva, se requiere de una política pública que vaya más allá de la esfera escolar.

            Fue acertada la decisión de la ministra de Educación, en junio de 2021, de realizar un censo educativo para evaluar la deserción y el impacto que el cierre de las escuelas durante la pandemia había ocasionado en el estudiantado. Lamentablemente, después de aquel primer anuncio, no hay ninguna información en la página web del ministerio sobre el censo, sus características y, si ya están tabulados, sus resultados. En todo caso, es urgente tener información actualizada sobre:

            a) conectividad de las escuelas y de las familias del estudiantado;

            b) el nivel de acceso a radio y televisión, con la información disgregada en zonas rurales, urbano marginales y urbanas;

            c) el resultado, tanto cualitativo como cuantitativo, en la comunidad educativa del Plan Educativo Covid-19 y del «Currículo priorizado 2020-2021»; y

            d) el impacto psicológica y socioemocional de la comunidad educativa, pero, sobre todo, del personal docente y administrativo de las unidades escolares y los efectos que el trabajo desde la casa ha tenido en su desempeño laboral y su vida familiar, toda vez que los espacios de trabajo y convivencia familiar se mezclaron.

            Me parece que la mayoría de los especialistas, tanto educativos como de salud, estamos de acuerdo en la necesidad de regresar a las aulas, pero, para lograrlo con los protocolos de bioseguridad de los que habla Unicef, sugiero el cumplimiento de, al menos, las siguientes tareas, sobre todo, en el sector público[3]:

            a) que la totalidad del profesorados y personal administrativo de las instituciones educativos esté vacunado, al menos, con las dos dosis; este requisito ya estaría casi cumplido pues el programa de vacunación ha sido exitoso;

            b) que la infraestructura escolar sea atendida de manera urgente para garantizar distanciamiento, ventilación y servicios básicos adecuados; esta tarea se facilita durante las vacaciones del régimen Costa, que termina en pocos días;

            c) que exista acceso universal y gratuito a las pruebas PCR o similares en las instituciones mejor dotados de los circuitos escolares fortaleciendo las enfermerías ya instaladas que atiendan a todas las instituciones del circuito y/o proveyendo de los insumos necesarios, destinados al sistema educativo, a los centros de salud existentes;

            d) que las enfermerías de las instituciones educativas sean dotadas de mascarillas NK95 o similares, preferiblemente sin costo, para uso del profesorado y estudiantado en casos necesarios;

            e) que el sistema de transporte escolar se amplíe e implemente protocolos de bioseguridad, y que el cuerpo docente pueda utilizarlo, preferiblemente, sin costo;

            f) que el sistema de salud, en conjunto con el sistema educativo, active respuestas inmediatas en casos de contagio que incluyan acceso a la atención médica gratuita de todo tipo para docentes, administrativos y estudiantado.

 

Según un estudio de UNICEF, el 95 por ciento de los hogares encuestados conoce los protocolos y alrededor del 90 por ciento aseguró que se ha implementado el uso de la mascarilla, el distanciamiento físico, y el lavado de manos con agua y jabón. (Foto tomada del sitio de UNICEF, 2021, Pintado)

            Asimismo, es indispensable que los ministerios de Educación y Economía transparenten las cifras de contracción de la inversión en el sector educativo durante la pandemia. Esta información nos permitirá, como país, formular las políticas públicas que se requieren para recuperar la inversión en el sector educativo, regresar, por lo menos, a los niveles de 2019, y ejecutar políticas públicas que compensen las pérdidas adicionales en el sector educativo que fueron producto de la pandemia.

            Finalmente, una vez superada la etapa crítica de la pandemia, pero reconociendo que debemos convivir con la Covid-19 durante algunos años más, hay que considerar la implementación de modelos híbridos, que combinen lo presencial con lo telemático, para su aplicación en todos los niveles del sistema educativo. En tal sentido, es necesario que desde ya las instituciones educativas diseñen planes de refuerzo de la modalidad presencial con acceso a plataformas y programas de educación a distancia.

            En síntesis, para retornar a las aulas, más allá del voluntarismo tuitero, hay que crear, de manera urgente, las condiciones para el retorno a las aulas que señalan los protocolos internacionales de bioseguridad y exigen las necesidades particulares de nuestro sistema educativo. Como afirma el representante de Unicef en Ecuador, Juan Enrique Quiñónez: «El riesgo de que los niños no asistan presencialmente a clases es demasiado alto y se agrava cada día que pasa, en especial para los más vulnerables, quienes están más expuestos a trabajo infantil, violencia y explotación»[4].



[1] Unicef, «Es lamentable que se posponga la nueva fase de reapertura de escuelas», Comunicado de prensa, 1 de diciembre de 2021, acceso el 28 de enero de 2022, https://www.unicef.org/ecuador/comunicados-prensa/es-lamentable-que-se-detenga-la-nueva-fase-de-reapertura-de-escuelas-afirma

[2] Ibidem.

[3] En el sector privado, el Ministerio de Educación debe, como lo está haciendo hasta ahora, revisar las condiciones de bioseguridad de las instituciones educativas y exigir que se cumplan los protocolos respectivos; y así, sin más trámites burocráticos, autorizar las clases presenciales bajo la responsabilidad de quienes dirigen tales establecimientos.

[4] Unicef, «Es lamentable que se posponga…».