La película empieza con la voz en off de un joven desconocido que, en tono de plegaria, se autoimpone una tarea vital: «Cuando mi padre falleció, yo no quería nada más que la felicidad de mi madre, porque, ¿qué clase de hombre habría sido yo si no ayudaba a mi madre? ¿si yo no la salvaba?». El poder del perro (The Power of the Dog, 2021), dirigida y escrita por Jane Campion (Wellington, 1954), basada en la novela homónima (1967) de Thomas Savage (1915-2003), tiene actuaciones memorables y despliega una mano maestra en la fotografía (Ari Wegner), tanto de los planos generales que hacen del paisaje un estado del espíritu del ser humano y la representación de su intrascendencia frente a la grandiosidad de la naturaleza como de los planos íntimos que nos conducen al mundo interior de cada personaje y la música (Jonny Greenwood) minimalista que acompaña la imagen, los modos anímicos y la acción de la película en íntimo encabalgamiento.
Aparece un gran plano general con cowboys conduciendo ganado; de pronto, se escucha la orden de que alejen al ganado del lugar en donde yace una vaca muerta por causa del ántrax. La cámara se cierra a un plano americano y nos presenta a dos de los personajes que conversan: los hermanos Phil y George Burbank (Benedict Cumberbatch y Jessy Plemons), dos ganaderos acaudalados de Montana, en 1925, que tienen opuestas miradas sobre la vida: el uno, locuaz, espartano y rudo; el otro, silencioso, doméstico y cortés. Su amor fraternal se verá quebrado al momento en que George se casa con Rose Gordon (Kirsten Dunst), la viuda de un alcohólico y suicida.
En seguida, una toma subjetiva de Peter Gordon (Kodi Smit-McFee), el joven de la voz en off, que está recortando papel para hacer las flores que entrega a Rose, su madre, para adornar la mesa en la que los vaqueros que conducen el ganado comerán pollo frito a la noche. Esta presentación se cierra con una bellísima e íntima toma de Peter, solitario en el cementerio, depositando media docena de flores de papel frente a la lápida de su padre, John Gordon, fallecido cuatro años antes. Así, los elementos dramáticos están expuestos en este western particular en el que la masculinidad del cowboy es cuestionada desde la represión afectiva de los personajes varones y en el que la intertextualidad bíblica, a partir del Salmo 22, recogerá al final de la película los silencios y las soledades que atraviesan el filme.
El primer versículo del Salmo 22 está en íntima relación con la muerte de Cristo en la cruz puesto que es una de las siete frases de su agonía: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Al final, con sabiduría cinematográfica, nuevamente, la directora amplía los sentidos de la película: lo que venía siendo el western sobre un tipo rudo y su débil hermano, se transforma en la historia de un joven delicado, estudiante de medicina, que ama y defiende a su madre de un macho reprimido. Antes, a la mitad de la película, ya le había dado un nuevo derrotero al filme: el rudo cowboy se baña desnudo en un recodo secreto del río y nos enteramos de su afecto por Bronco Henry, mentor de los hermanos Gordon, fallecido veintiún años atrás. Bronco Henry una presencia del pasado que ha marcado la vida de Phil y que hace de él lo que es en el presente narrativo del filme. El Salmo 22 nos ofrece una lectura entretejida en la historia de Peter: igual que en el versículo inicial, su vida está marcada por la muerte del padre, y, por tanto, por su abandono, aunque sea involuntario, y también por el sometimiento al abuso del mundo de machos recios en que debe sobrevivir cuando su madre se casa con George. El salmo continúa dándonos elementos significativos: «Mas yo soy un gusano, y no hombre; oprobio de los hombres y desprecio del pueblo» (Sal. 22.6).
Hay una escena en que Peter está jugando con el perro de Phil; el cowboy llama al perro y Peter es rodeado por los cowboys, al mando de Phil, que, montados en sus caballos, acosan a Peter, rodeándolo y se burlan de él. La letra del Salmo se cumple en la imagen del filme: «Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies» (Sal. 22.16). Más adelante tendremos el acercamiento entre Phil y Peter y la contemplación de la montaña: Peter se muestra como un joven excepcional capaz de ver lo que Bronco Henry y Phil veían: un perro con las fauces abiertas. Y aquí me detengo porque no quiero destripar una película que va mostrando de a poco, con planos detalle de objetos simbólicos —un pañuelo escondido, el cigarrillo que se comparte o el implacable como definitivo lazo de cuero que Phil está tejiendo para regalárselo a Peter— los intersticios del alma de sus personajes.
Lo que sí quiero señalar, finalmente, es el plano detalle del versículo 20 del Salmo 22, que Peter está leyendo en la última secuencia del filme: «Libra de la espada mi alma, del poder del perro mi vida». Con esa lectura final de Peter, que es también una lectura compartida con el espectador, y luego, al asomarse a la ventana y contemplar el abrazo amoroso de Rose y George, el punto de vista de la película añade una nueva línea narrativa al filme y las palabras iniciales de la voz en off adquieren la plenitud de sus múltiples sentidos. Es como si el aprendiz de cowboy concluyera su oración con el último versículo: «Vendrán, y anunciarán su justicia…» (Sal. 22.31). Jane Campion, la directora, nos ha conducido, desde la atormentada interioridad de sus personajes, a donde ella se planteó hacerlo desde un principio; es decir, desde cuando la voz en off de Peter nos dijo aquello que había definido como un deber esencial de su vida. El Salmo del aprendiz es una lección moral para todos.