«La inmortalidad consiste en morirse», pero ¿quiénes tendrán que recordarlo para que sea posible la inmortalidad del poeta?; si «los que leen libros son gente inútil»[1], quien escribe libros de poesía es ese engendro peligroso que crea la suma inutilidad de lo inútil en el mundo de las mercancías. Pedro Gil (Manta, 1971-2022) se construyó a sí mismo con la imagen de un poeta marginal, imbuido en las drogas, el alcohol y los prostíbulos, a quien la muerte siempre anduvo rondando; su obra es un intenso y deslumbrante poema único en el que el hablante lírico es irreverente y está furioso contra el mundo. Poesía desgarradora en función de la verdad vital que la escritura de Pedro Gil ha transformado en verdad poética: «Un bosque hermosísimo / en las miradas de pánico. / Pánico en el fondo de mis ojos / hermosísimo el bosque / en el fondo de mis ojos más pánico / una mirada de pánico / pánico de mí mismo»[2].
El hablante lírico de la poesía de Gil es desenfadado y arremete contra las instituciones del mundo. «Todavía me pertenezco. / Los emperadores de la tierra somos los pobres y yo / que nos debemos demasiadas lágrimas: no lo niego / La decepción del hombre está presente […] La pureza humana está ausente, no por culpa de nosotros / ¿Cómo es la jugada conmigo lerdos al garrote? / Paren la guerra que yo no juego»[3]. Sin embargo, en la base de su ira, reside la melancólica e irremediable soledad de quien solo se tiene a sí mismo: «entiendan señores / esta soledad lo vuelve a uno suspicaz / entenado de la cólera / un hijo de perra […] para que Dios ni la Muerte / me delaten / lloro sobre mis hombros»[4].
Están también la pobreza familiar y el duro entorno marginal en donde creció: su experiencia vital, según confesión propia, se alimentó de prostitutas, borrachos y ladrones; una madre depresiva, un padre alcohólico y varios hermanos fallecidos. Para todos ellos, sus marginados, el hablante lírico reserva la ternura y el amor, como en el estremecedor poema al padre: «Mi padre se sentó a beber / y no se levantó hasta la muerte […] Al día siguiente moría / junto al ataúd de un niño […] ¡Mi padre fue un gran libro! […] Solo un hombre duro puede reposar en una tumba de niño»[5]. Y, desde su propia condición marginal, también le canta al hijo, en un poema en donde se reconoce con todos sus defectos y un incondicional amor filial, pero que carece de responsabilidad paterna: «hay ocasiones / en que almas inocentes / demasiado inocentes / se trastornan / por sus errores, / se trastornan por sus horrores. / soy libre como tú. / con lágrimas fracturé mi libertad. / sé bueno con los buenos, / lucha solo o con ellos, / sé mucho más bueno con los malos, / pero aléjate, hijo, aléjate. / buen viaje»[6].
La voz poética encuentra la imagen que deslumbra y descoloca a quien lee, como si una mano fantasmagórica le remeciera la cabeza agarrándolo de los pelos. «Mi tierra está frente al mar / y ni un pez juega conmigo mientras tanto / los chanchos se volvieron reaccionarios / niegan / que la tortuga sea más veloz que la bala»[7]. Esta constante insolencia frente a lo establecido le permite al hablante lírico construirse una imagen de iconoclasta, que para muchos fue la del poeta maldito —aunque Gil la rechazara—: alcohólico, drogadicto, desagradecido y misógino. Ajusta cuentas con escritores de estética distinta; con la vida cotidiana y las instituciones (el matrimonio o el psiquiátrico) a las que siente como una impedimenta para sus excesos. Pero, en medio de la caída, siempre están presentes el amor y la bondad que emanan del alma del poeta: «ruiseñor sin risa / reposa, reposa mi hermano no te toca / 17 puñaladas no son nada. / no puedo conceder tu petición / de fallecimiento, / no puedo / susurra mi hermana muerta / mientras cobija mi sueño / cobija mi agonía»[8]. Después de todo, el odio solo produce mala poesía; en cambio, el amor, aún desde lo más abyecto, siempre ilumina la palabra.
La poesía tiene diversas estéticas. Pedro Gil se inscribe en la tradición de Fernando Nieto Cadena y Agustín Vulgarín, comparte espacios más jóvenes como Dina Bellrham, y ha reelaborado a Bukowski. Sus poemas sobre Poe, Vallejo, Baudelaire, Medardo Ángel Silva, Dávila Andrade y Toulouse-Lautrec dan cuenta de su propia imagen en el reflejo poético que reproduce desde la complicidad de su mirada. Pedro Gil —más allá de las anécdotas de su vida sufrida, adicciones y depresión—[9], es un poeta de palabra auténtica que sobrevive en el poema: «mujer: / única indestructible bandera mía, / si vuelvo a cruzar la línea fronteriza, / si vuelo a la oscuridad / vuelvo a enfermar / e irremediablemente muero. / lo acepto. / soy demasiado poeta para morir»[10].
[1] Pedro Gil, «La vida no es sueño», en Paren la guerra que yo no juego (Guayaquil: Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, 1989), 21-22.
[2] Pedro Gil, «Pánico en el bosque de las agujas», en Crónico (Manta: Editorial Mar Abierto, 2012), 35.
[3] Gil, «Los pobres y yo», en Paren la guerra…, 15-16.
[4] Pedro Gil, «Solitario en Guayaquil», en 17 puñaladas no son nada, antología personal (Manta: Editorial Mar Abierto, 2010), 111.
[5] Gil, «Lucky El Indomable», en Crónico, 21-24.
[6] Pedro Gil, «Damián, hijo de Pedro Gil», en Sano juicio. Healthy judgement, edición bilingüe, traducción Bahieh Mondavi S. (Guayaquil: Archivo Histórico del Guayas, 2003), 80-82.
[7] Gil, «Entre Marx y un cigarrillo de marihuana», en Paren la guerra…, 46.
[8] Gil, «17 puñaladas no son nada», en 17 puñaladas…, 176.
[9] «Réquiem por Pedro Gil», de Damián De la Torre, es un homenaje que retrata la humanidad del poeta, cuya lectura recomiendo: https://www.labarraespaciadora.com/culturas/requiem-por-pedro-gil/
[10] Gil, «Sano juicio», en Sano juicio…, 110.