José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, enero 19, 2019

Los senos maravillosos: la escritura como una forma de sanación


           
Los senos maravillosos, de Karina Sánchez, (Quito, Editorial Festina Lente, 2018)
           
«Estoy en el hospital. Es de noche. Hay una paciente al lado de mi cama. A través de la cortina veo que lee un libro. […] Llega un hombre y empieza a hablar con la paciente en un idioma que desconozco […] La mujer tiene que tomar un medicamento, luego de probarlo le dice a la enfermera que parece agua de mar, pero espesa. Es una descripción muy bella, pienso. […] Hoy he perdido mi seno derecho». Así es la revelación: desdramatizada, como si se tratara de un suceso más de la vida. Y, sin embargo, qué fuerza en la verdad del dolor que dicha revelación encierra. La pérdida de una parte del cuerpo lleva a un duelo particular pues se trata de la muerte de una parte de nosotros mientras seguimos vivos. La escritura es una manera de llevar ese duelo, una forma de sanación del dolor que nos inflige toda pérdida.
¿Qué pueden decir las palabras de la crítica frente a la verdad del testimonio personal? Si el testimonio es un texto de lectura privada, no creo que pueda decir nada. Si el testimonio es publicado en forma de libro para circulación y consumo de lectores anónimos, entonces, dicho testimonio deja de ser una reflexión privada y se convierte en un texto público, en una propuesta estética de escritura, independientemente del ropaje verdadero o ficcional con el que se presente. No obstante, la lectura crítica de un texto testimonial debe asumir no solo el registro genérico de dicho texto sino también los sentidos ético y vital que subyacen en él.       
Estrella de Panamá
Los senos maravillosos, de Karina Sánchez, es una texto testimonial, de bello tono intimista, profundamente auténtico y conmovedor, que nos descubre el sentido sanador de la escritura y la reflexión intelectual, sobria y sin aspavientos de falsa erudición, frente a la enfermedad y el duelo por el cuerpo cercenado.
Para entender la pérdida originada por el cáncer de mama, la autora recurre a sus recuerdos de infancia, como cuando su madre la envió a la escuela con una Flor de Panamá y sus compañeras habían llevado rosas: «Y este recuerdo de la leche de las flores derramándose entre mis dedos ahora resulta una temprana revelación…»; al relato de sus sueños y la problematización de su significado en diálogo con los lectores: «Veo a ‘mis hombres’ haciendo fila a las afueras de una iglesia por un plato de comida, la encarnación de la imposibilidad, de la pérdida, de la desgracia»; a la investigación sobre libros que tratan sobre senos o leche y a los mitos construido al respecto; recurre a imágenes místicas y profanas. «Cuánto consuelo en la delicadeza de esos saberes». Todo es pertinente: su “aparato teórico”, sus historias, el tono íntimo de su diáfana escritura ayudan a entender la pérdida, la proximidad de la muerte, el cuerpo cercenado: «El corazón, su ímpetu, el ímpetu de su centro, el ímpetu solar».
Los senos maravillosos es un libro que nos conmueve no solo por la verdad de su testimonio sino también por la pertinencia de los elementos utilizados en la construcción de su relato y la calidez de su escritura.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 18.01.19

domingo, enero 06, 2019

El patriarcado: una estructura económica y social de dominación

Las diez personas más ricas del mundo, según Forbes, son hombres. (Bolsa de Valores de Londres, 1891).

            Mujeres y hombres fuimos educados y crecimos en una sociedad patriarcal. Hombre y mujeres nos acostumbramos a un modelo de familia imaginado con el padre en la cabecera de la mesa. Nos dijeron: «los chicos no lloran», «las chicas deben ser buenas esposas y madres»; más tarde, elemento de modernidad, le añadieron el término «profesionales». Nos dijeron que teníamos que ser vencedores y nos lanzaron a la lucha violenta por la conquista del poder en todas las esferas. Hombres necios que jamás se rinden ni muestran debilidad alguna; incansables como los héroes de bronce: nos educaron con una visión binaria de la sexualidad. El machismo fue engendrado en nosotros.
Pero el patriarcado no es solo una ideología, sino una estructura económica y social que requiere de dicha ideología para reproducirse. El poder del capital es una estructura masculina: las mujeres ganan menos que los hombres y su capacidad de ascenso en las corporaciones es limitada. Los dueños del capital, básicamente, son hombres; y, si no me creen, créanle a Forbes, cuya lista de las diez personas más ricas del mundo está, desde el año 2000, poblada en su casi totalidad de nombres de hombres. La excepción de la regla son dos herederas de la fortuna de Sam Walton, fundador de Wal-Mart.
Los grandes medios alimentan el imaginario machista de la sociedad. Los titulares de los diarios de crónica roja son un ejemplo violento: los asesinatos pasionales y los crímenes debido a la conducta o a la vestimenta de la mujer, perpetúan la violencia machista contra las mujeres y la peregrina idea de que la mujer víctima es culpable de su desgracia. La publicidad mediática que exhibe a la mujer como objeto sexual es inherente a la sociedad de consumo del capitalismo: la erotización del mercado apela a la mujer, en tanto objeto del deseo: la compra del producto ofertado satisface el imaginario erótico de posesión de la mujer del anuncio. Hoy, en menor escala, la cosificación se ha extendido al hombre, pero desde la misma ideología patriarcal: la oferta del deseo de todo cuerpo, sin importar ni su sexo ni su género, es utilizada como estrategia de venta.

En la crónica roja, la "pasión amorosa" encubre el feminicidio.
   El patriarcado es inequitativo con las mujeres y deshumaniza a los hombres. En términos laborales, al feminizar las tareas del hogar, la economía patriarcal vuelve invisible el valor monetario del trabajo doméstico y, por tanto, no lo suma al justo precio de la fuerza de trabajo. Una consecuencia es la extensión natural de la jornada laboral de las mujeres. Otra, es la definición del hombre como un proveedor, cosa que nos convierte en patriarcas locales en nuestra pequeña parcela de dominación. Y otra más, que, en el campo laboral, la mujer que realiza el trabajo doméstico como tarea remunerada lo hace en condiciones precarias y de explotación salarial.
El patriarcado que nos oprime a mujeres y hombres —a las mujeres, sobre todo—, es la norma cultural de un sistema económico y social que solo persigue la reproducción del capital sin que le importe el ser humano.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 04.01.19

domingo, diciembre 09, 2018

La procacidad y la violencia del lenguaje en tuiter


           
Detalle de "El jardín de las delicias" (1500 - 1505), El Bosco
Una escritora, para comentar una noticia —de una homofobia asquerosa—, no ha tenido mejor expresión de desagrado que escribir W(hat) T(he) F(uck), así, en inglés, porque me imagino que le suena cool. Un abogado, que suele dictar cátedra de derecho y todología moralista, no duda en empezar una frase sentenciosa con la muletilla: «En este país de mierda…». Una educadora, inteligente y sensata, simplifica la filosofía de la vida con ese viejo lugar común de los borrachitos de barrio: «no hay que joder, ni dejarse joder». Alguien reflexiona, indignado contra el machismo, utilizando la misma simbología machista del «pipí que se achica». Y, como si estuviésemos en un capítulo de Black Mirror, todos ellos obtienen centenares de likes y retuits.
La llamada mala palabra en la literatura cumple la función de un detonante que, dependiendo del contexto, deviene una subversión del bien decir, que, las más de las veces, encubre las variadas formas de la opresión política y social, como en el caso de los cuentos del cholo y el montuvio en Los que se van, clásico de la literatura ecuatoriana. Asimismo, permite al autor arribar a un clímax expresivo y liberar vitalmente a un personaje como sucede en el Quijote (I, 52), cuando el cabrero se burla del Caballero de la triste figura y le dice que tiene «vacíos los aposentos de la cabeza». A esta ofensa, don Quijote responde: «Sois un grandísimo bellaco, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió». Como el diálogo era frente a frente y no por tuiter, el cabrero entabló tal pendencia con don Quijote que «del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre como del suyo».
El insulto directo o la mala palabra gratuita son gérmenes del lenguaje violento y, cuando se dicen en las redes sociales, son la antesala de la escalada de agresividad entre internautas. Estos últimos tienen una identidad cotidiana; con aquella, a muchos les costaría decir, frente a frente, aquel «MVV» que escriben sin más, en el mundo virtual. No me refiero a la manada de troles, que existen para boicotear cualquier postura de un “enemigo” en cualquier campo (político, religioso, deportivo, sexual, etc.). Me refiero al común de la gente que se siente autorizada para utilizar un lenguaje soez por el solo hecho de navegar en la red, como si la realidad fuera únicamente su ser y el teléfono móvil. ¿Si figuras públicas, destacadas, utilizan la violencia verbal para definir sus posiciones, por qué las personas comunes no pueden expresarse de igual manera?
Vivimos un continuo intento de escandalizar al buen burgués, en la búsqueda de likes, y, así, pervertimos la calidad artística de la mala palabra. Don Quijote le comenta al Caballero del Verde Gabán (II, 16), mientras reflexiona sobre poesía y poetas: «…la pluma es la lengua del alma: cuales fueran los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos…». ¡Cuánto revelamos acerca de nuestra alma en cada tuit que publicamos!

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 07.12.18