La pastora Marcela, durante el entierro de Grisóstomo, del sevillano Manuel García, conocido como Hispaleto, 1862. |
Pero
hay que entender que la literatura da cuenta del espíritu vital de su tiempo y,
los prejuicios de la sociedad patriarcal suelen estar en ella; por tanto, el
machismo de ciertos personajes responde a su condición cultural y no,
necesariamente, a una intencionada representación del poder patriarcal por
parte del autor. El cuento «Al subir el aguaje», de Joaquín Gallegos Lara,
enfrenta al Cuchucho y la Manflor, en un desafío signado por el
deseo sexual y la defensa del cuerpo. La
Manflor gana el duelo a machete y el Cuchucho
se retira respetando su palabra. Cuchucho
representa la violencia y el ansia sexual machistas; y la Manflor es una disidencia, no solo porque vive alejada de la
comuna sino porque es lesbiana. A pesar del mundo en que se mueve el cuento, Gallegos
Lara logra, mediante la narración sustantiva, que sea la persona que lee, y no
el autor, quien emita una valoración moral respecto del suceso.
Macondo,
de Cien años de soledad, es una
sociedad patriarcal. Sin embargo, García Márquez se dio modos para construir,
en medio de personajes femeninos de variada gama, dos personajes fuertes, que
hacen que las cosas sucedan, aunque representen opuestos: Úrsula Iguarán, la
institucionalidad; y Pilar Ternera, la marginalidad. Úrsula pone sensatez en
las desmesuras de José Arcadio y la decadencia de la casa de los Buendía es
evidente cuando ella ya no puede gobernarla. Pilar Ternera, que conoce el secreto
de las barajas y espanta con su risa a las palomas, logra que los Buendía
ejerzan la libertad sexual que está reprimida en su hogar. El ejercicio de la
prostitución es la expresión de la complejidad de su espíritu libre y su
muerte, a los 145 años, es otro de los signos de la decadencia de Macondo.
La literatura es una
expresión del ser y el mundo de quien escribe. No se puede escribir ni de lo
que no se conoce, ni de lo que no se es. Todavía vivimos en una sociedad
patriarcal, clasista, sexista, homofóbica y, frente a ella, quienes escribimos
literatura debemos ser conscientes y ejercer la crítica y la autocrítica, sobre
tales prejuicios, en la escritura de nuestras ficciones. Lo más importante, en
todo caso, no es escribir sin ser machista; sino perseverar para evitar el ser
machista, aunque no se escriba nada.
Publicado en Cartón Piedra,
suplemento cultural de El Telégrafo,
el 14.09.18