José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, junio 15, 2008

Vallejo sucumbe a la poesía


El Telégrafo, 12 de mayo de 2008

"Me resistía a publicar poesía”, confiesa Raúl Vallejo (Manta, 1959), “Pero fui encontrando temas que tenían como vehículo expresivo este género”, agrega. Ese es el origen de Missa solemnis, su más reciente poemario.

El actual Ministro de Educación se inició como narrador en la década del 70 con Cuento a cuento cuento (1976). Desde ahí, su actividad literaria se desplegó en ese género con relativo éxito.

En 1992 obtuvo el premio 70 años de Diario El Universo por el volumen de relatos Fiesta de solitarios; luego, en 1999, su novela Acoso textual recibió los premios Joaquín Gallegos Lara y el Nacional del Libro; y, en el 2000, Huellas de amor eterno, fue premiada con el Aurelio Espinosa Pólit en la categoría de cuento.

Eso confirma que su trayecto en las letras ha sido largo, pero su incursión en la poesía es relativamente reciente. Cánticos para Oriana, su primer poemario, se editó en el 2003; y Crónica del mestizo, un poema con referentes históricos, fue publicado en el 2007.

Con Missa solemnis (Editorial Planeta, 2008) Vallejo pretende rendir un homenaje a la vida. Por eso escribió una Misa y no un Réquiem, a pesar de que fue un fallecimiento, el de su madre, en el 2004, lo que dio pie a la concepción de esta nueva obra.

...Una breve pausa en sus ocupaciones del Ministerio que dirige, permite a Vallejo recordar que inició la escritura de este libro cuando encontró el tono poético.

“Quiero entender al ser humano en su libertad, a partir de su expulsión del paraíso”

“El tono vino de dos descubrimientos: imaginar a María que acepta ser madre del Mesías y recuperar la oración tradicional bíblica”, explica.

La presencia de la mujer -no solo de María, sino también de Magdalena- y las citas que extrae de la Biblia son dos constantes en el texto.

Otra singularidad es la concepción del poema como un concierto de Música Sacra. “El magnificat”, también conocido como la ‘Anunciación a María’, un tema de música religiosa que se interpreta antes de las misas, es la apertura del poemario.

Le siguen el Kyrie, palabra que de origen griego y significa Señor, que es una canción que representa una parte invariable en la liturgia; la Gloria, el Credo, el Sanctus, el Padrenuestro, el Agnus Dei (en latín, Cordero de Dios), continúan. Sigue después con Las siete palabras de Cristo en la Cruz, el Stabat Mater (en latín, Estaba la Madre) y se cierra con la Resurrección y Ascensión de Cristo, además de una reescritura moderna del salmo 150.

“He trabajado en relación con los tópicos de la música sacra, reinterpretados a través de la palabra poética”, explica el autor de este libro.

“Busco construir una suerte de oración contemporánea”, reflexiona Vallejo, con respecto a la obra.

El autor, graduado en Letras en la Universidad Católica de Guayaquil, y Master en Artes por la Universidad de Maryland, dice que lo que él busca es “entender al ser humano en su libertad, a partir de su expulsión del paraíso”.

El escritor reconoce que ha sido complejo estructurar esta clase de poesía, porque tradicionalmente ha sido escrita solo por religiosos; además, en la literatura regular ha sido predominante el carácter heterodoxo y el sentimiento anticlerical.

Para el Ministro de Educación, el misticismo de este poema se expresa en el ritual mediante el cual se encuentran la voz poética con la divinidad. “Esta redención se logra mediante el sacrificio del Salvador en la Cruz”, precisa Vallejo, quien escribió la Resurrección y Ascensión a partir de los evangelios apócrifos de María
Magdalena, comenta.

Dicen los versos de esta parte final:“¿Cómo quieres que crean sin tocar las huellas/ de la crucifixión en tus manos y pies/ si sólo son hombres que deben/apacentar tus corderos huérfanos?/ Dirán de mí que soy la meretriz arrepentida/del placer que tomaron de un cuerpo de mujer/ los mismos hombres que la condenan y lapidan/ pero soy la que siguió el rastro de tu palabra hasta la hora del calvario”.

David Guzmán
dguzman@telegrafo.com.ec
Reportero - Quito

sábado, abril 19, 2008

Poesía mística


El Universo,
"En escena", abril 19, 2008





Raúl Vallejo presentó su libro Missa solemnis, en Guayaquil

La capilla del colegio San José La Salle se convirtió el pasado miércoles en un espacio para la poesía mística. La lírica al Todopoderoso del escritor mantense Raúl Vallejo, ministro de Educación, predominó con la presentación de su libro titulado Missa solemnis, del cual leyó algunos versos.

La participación del grupo coral de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), bajo la dirección de Byron Sotomayor, se intercaló con la intervención de amigos y conocidos del poeta ecuatoriano, quienes ofrecieron una semblanza de él y hablaron de su poemario.

María Isabel Cabezas, presidenta de la Federación de Establecimientos de Educación Católica (Fedec) de Guayas, resaltó que Missa solemnis es “poesía que encanta a Dios, que logra recoger varios momentos de la misa católica”.

David Samaniego, rector del colegio Ecomundo, describió a Vallejo a partir de los recuerdos del autor ecuatoriano Fernando Balseca, con quien compartió la escuela y el gusto por las letras. Señaló que “era muy aplicado, buen compañero y tenía ideales y el sentido de la responsabilidad”.

El narrador y profesor colombiano Diego Alejandro Jaramillo presentó el poemario. Dijo que en esta obra “se hace una exaltación de cada evento que lleva al hombre a ser partícipe de la muestra de amor más grande que pueda existir”.

Raúl Vallejo indicó que Missa solemnis nació luego de que su madre, Aída Vallejo de Corral, falleciera el 10 de enero del 2004. “La idea era hacer una oración en su memoria, una misa solemne que cantara a la vida”, agregó.

DIEGO A. JARAMILLO:

“Raúl Vallejo rompe con los esquemas tradicionales del misticismo y canta en un estilo libre y moderno”.

viernes, abril 04, 2008

Alart Quartet en La Compañía

Con los integrantes de Alart Quartet, en la Iglesia de la Compañía, el 17 de marzo de 2008


Bajo la bóveda cubierta de pan de oro de la Iglesia de la Compañía, frente al altar principal, paradigma del barroco colonial quiteño, Josep Colomé respiró hondo, alzó sus cejas espesas y agarrando con firmeza el arco de su violín atacó con mucho brío las primeras notas de la introducción de Las siete últimas palabras de Cristo, de Joseph Haydn. El concierto de Alart Quartet, aquella noche del 17 de marzo, en el marco del VII Festival de Música Sacra, en Quito, Ecuador, fue sublime —si es que esta palabra aún conserva el sentido filosófico que le diera Immanuel Kant y que tiene que ver con aquello que habita en el aire, como las notas de este cuarteto de cuerdas, y que logramos definir desde adentro de nuestro espíritu como excelso.

Participé del concierto no solo como espectador sino como la parte verbal de aquel y, por tanto, tuve el privilegio de sentir que ese liderazgo sereno del violín de Colomé incluía a mis palabras. Esa noche leí los poemas sobre las Siete palabras de mi libro Missa solemnis al comienzo de cada uno de los movimientos correspondientes. Me sentí inmerso en la fuerza expresiva que adquiere la música en las cuerdas de estos jóvenes intérpretes que llenaron la iglesia con una expresión cargada del dolor que asumimos en la muerte del Hijo, que “es tan sólo un hombre / íngrimo / dando la cara ante su muerte.”

El maestro rumano Sergiu Celibidache rehusó de por vida a que los conciertos que dirigía apareciesen en discos. Desde esta perspectiva, la música sólo puede ser música en el momento de ejecución de la partitura. Gracias al portal electrónico (www.josepcolome.com) he podido escuchar la Introducción de las Siete últimas palabras grabada por Alart Quartet en el Monasterio de Poblet: tiene la magia de lo perfecto pero carece de esa extraña fuerza que tuvo la interpretación de aquella noche y que le fuera dada por la vehemencia de Colomé: su profunda respiración, su tendencia a marcar el ritmo con el pie derecho, su ligera desconcentración ante un público que no dejaba de aplaudir al final de cada movimiento, los gestos de su cara para imponer el tempo y la tesitura tenue de aquellos momentos dramáticos de la obra de Haydn.

El liderazgo del violín fue claro y, aunque suene paradójico, también fue sutil en cada una de las sonatas. Jamás olvidó —y por el contrario permitió la total armonía del cuartero—, el trabajo de Josep M. Ferrando, en el segundo violín, Josep Puchades, en la viola, y Josep Trescoli, en el violonchelo. Y, aquí, sólo por una debilidad de aficionado, puedo decir que el violonchelo supo trabajar el diálogo con el primer violín en las partes en que fue requerido con ese grave lamento sonoro que la composición requiere del instrumento, sobre todo en el Largo de la Sonata I: “Los hombres son ciegos que coronan la gozosa ebriedad de sus lazarillos / extravío sediento de dioses en la inmensa soledad del Gólgota / coronación de olvido del Dios que sacrifican”, y en el de la Sonata VII, que es el momento en que Cristo encomienda su espíritu al Padre: “triste y solitaria trashumancia del Alma / hambrienta de infinito en los laberintos de lo humano / manumitida por las palabras agónicas del Hijo / que nos convida al ágape imposible en la mesa del Ausente.”

La interpretación de “El terremoto” cerró en un punto muy alto el desarrollo lírico del cuarteto. Unido a la última palabra este movimiento tuvo la fuerza musical necesaria que requiere el suceso: muerto el Hijo, la Naturaleza revienta de dolor y angustia de orfandad. Nuevamente el liderazgo de Colomé se hizo sentir; a ratos, levantándose levemente de su asiento, mientras tocaba, para multiplicar la fuerza que requiere el movimiento, el cuarteto fue impecable e implacable: Kant hubiera entendido que, en ciertas ocasiones, lo sublime —absolute, non comparative magnum, según su propia expresión en Latín— no reside únicamente en la razón del sujeto que observa sino también en la naturaleza del objeto observado: creo que en la noche de las Siete últimas palabras, más allá de nuestra razón crítica, Alart Quartet estuvo sublime.

Playa de Tonsupa, 02.04.08