José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, julio 02, 2012

Acoso textual en el C.C. García Márquez, Bogotá


¿Una? ¿Un? estudiante universitario explora su identidad inventando múltiples personalidades virtuales e intercambiando correos electrónicos con curiosos personajes, virtuales ellos también, alrededor del mundo. Así, banano@wam.umd.edu en ocasiones se presenta como un romántico en busca del amor, en otras es una posgraduada de ciencias políticas que problematiza las utopías socialistas del siglo xx, o se convierte en un explorador del placer del sexo virtual. Para cada uno de sus interlocutores cibernéticos tiene un género, un interés y una personalidad distintos. Es un ser andrógino como el lenguaje.

Ahora, banano@wam.umd.edu debe enfrentarse a sus propias preguntas: ¿Debo matar a las personalidades ficticias para encontrar mi identidad verdadera? ¿Debería convertir mis relaciones virtuales en realidades físicas? ¿Qué valor tiene la palabra virtual?

Acoso textual, novela pionera en la literatura hispanoamericana en el uso de correos electrónicos para relaciones epistolares, nos ubica en un espacio virtual en que las personas se construyen a sí mismas con las palabras que van y vienen a través de Internet.

miércoles, marzo 14, 2012

"Rumba y sicoseo de poetas", en Hispamérica

La revista Hispamérica, dirigida por el crítico y académico argentino Saul Sosnowski, cumplió 40 años de fundación el año pasado.

En el número 119 de la revista, apareció el cuento "Rumba y sicoseo de poetas", un texto de ficción que es, al mismo tiempo, un homenaje literario a toda una generación y su propuesta estética: el grupo Sicoseo, de Guayaquil, que fue muy activo a fines de los 70 y comienzos de los 80, y que tuvo a la cabeza a los escritores Fernando Nieto Cadena, Jorge Velasco Mackenzie y Fernando Artieda. El cuento comienza así:

Ronco Bronco, el bacán del verso, ha muerto del todo. Venía muriendo de a poco, apagándose, convirtiéndose en polvo; olvidándose de estar, dejando de ser. La última vez que lo vi parecía un muñeco descuajeringado; Sandra III, su quinta mujer, lo llevaba por la avenida de la Independencia, exhibiéndolo impúdicamente por los alrededores de la Caleta de las Artes, como para que todos los que frecuentábamos ese antro de cultos nos acordáramos del poeta que había sido. El iba en su silla de ruedas, con la baba que le chorreaba por la comisura izquierda de sus labios y me quedó viendo con una mirada cargada de vacío que recorrió mi miedo a ser nada; me vio como si yo no existiera ni hubiera existido nunca en su mundo de farras ebrias y coitos fáciles, y su boca permaneció chuecamente quieta sin que emitiera un gruñido siquiera, pues sus palabras ya estaban enterradas para siempre, mucho antes de que su cuerpo se convirtiera en bíblico polvo.

Para leer el cuento puedes visitar mi página web:

www.raulvallejo.com

en la sección Noticias, en la entrada Revista Hispamérica encontrarás la versión en pdf del cuento.

domingo, enero 22, 2012

Crónica sobre el estreno de Leña de soledades en La Habana

Por Emmanuel Tornes, crítico cubano

El viernes 13 de enero, en el cine Infanta, de La Habana, tuvo lugar el estreno del telefilme Leña de soledades, producido por el Instituto Cubano de Radio y Televisión, basado en el cuento homónimo del ecuatoriano Raúl Vallejo, con guión del cubano Pedro Luis Rodríguez.

La sala estaba bien nutrida con personas del mundo de la TV, el cine, la cultura y las letras. Como cortina musical, remontándonos a la década prodigiosa con sus hermosas canciones, Los Beatles. El director Marlon Brito López hizo las palabras de presentación; llamó al escenario a los protagonistas, Carlos Enrique Almirante y Laura Moras, y al resto del equipo que hizo el trabajo, entre ellos, Angelita Casanova, fina asesora de la TV y de este telefilme.

Minutos después, comenzó la proyección. No exagero si digo que asistí a una hermosa historia telefílmica. Realmente disfruté las muy buenas actuaciones de la pareja de jóvenes actores, las tomas con buen gusto y equilibrio de los close-up para captar al vuelo los fugaces tránsitos psicológicos. Las escenas muy bien logradas, sobrias, precisas, tanto en los exteriores como en los interiores. Carlos Enrique mostró su tremenda versatilidad actoral (él es hijo de uno de los más grandes actores que tuvo la televisión, el cine y la animación cubanos, Enrique Almirante, ya desaparecido). Laura Moras también mostró su rica coloratura, estuvo muy bien, quizá al inicio le faltó un poquito de soltura en el discurso, pero pronto lo moduló a sus anchas.

Los juegos musicales apoyaron el desarrollo dramático con fineza, evitando recargar las escenas para no distraer al espectador de lo esencial, más bien contribuyendo a enriquecer la lectura de la trama. Las tomas y planos revelan una mano muy profesional, y con gran sensibilidad para registrar las sinuosidades emotivas. El erotismo está contenido, es alusivo, subyace en las palpitaciones de los protagonistas. Esto responde a una cuidadosa interpretación dramatúrgica, a un celo para que el producto artístico no perdiera otro de sus logros inobjetables: el equilibrio visual y dramático de las escenas. El lenguaje de la imagen y los sonidos gana más sugiriendo, especialmente cuando se contaba con un tiempo limitado.

En fin, pudiera seguir hablando de muchos otros detalles que a mi modo de ver contribuyen a que este nuevo telefilme de la TV Cubana, sea un producto que van a agradecer de manera especial los telespectadores. He visto numerosos telefilmes de la TV cubana basados en cuentos de autores nacionales y foráneos. Sin duda alguna este está entre los más bellos de manera integral que he visto, y pienso que se debió a la sólida unidad alcanzada por el guión, la esmerada asesoría, el trabajo de dirección y el poder de persuasión dramática de estos talentosos actores. Los aplausos prolongados hablaron por sí mismos.

Fue una tarde espléndida, tanto que nos motivó a ir a brindar por la belleza de la vida en un bello restaurant de Miramar... Y de paso a esperar la noche, para quemar las soledades.

jueves, enero 12, 2012

Estreno de "Leña de soledades", en Cuba



El telefilme "Leña de soledades", producido por el Instituto Cubano de Radio y Televisión, basado en el cuento homónimo del escritor ecuatoriano Raúl Vallejo, se estrena en La Habana, el viernes 13 de enero de 2012, en el multicine Infanta.

El telefilme, dirigido por Marlon Brito, con guión de Pedro Luis Rodríguez, está protagonizado por Laura Moras y Carlos
E. Altamirano. El cuento de Raúl Vallejo pertenece a su libro de cuentos Fiesta de solitarios (Premio "75 años de Diario El Universo", 1991; Premio Joaquín Gallegos Lara, 1992).

Se trata de una historia de amor truncada en dos épocas entre
un ecuatoriano y una cubana, con la música de los Beatles como protagonista. Una historia de encuentro y desencuentro donde la soledad es una flor, un loto abriéndose en el corazón de los protagonista
s.

Sobre el libro de Raúl Vallejo, la escritora española Begoña Huertas Uhagón, Premio Casa de las Américas, ensayo 1993, ha dicho: "El dominio en las técnicas del cuento y la diversión que se intuye en su escritura es la impresión que emana de Fiesta de solitarios. Es una propuesta de juego, de laberinto a través de conflictos humanos lo que envuelve al lector y le engancha a la lectura desde el principio."



Basado en una nota de Claudia Alonso, del Portal de la Televisión Cubana:
http://www.tvcubana.icrt.cu/informaciones/373-premiere-del-telefilme-qlena-de-soledadesq

viernes, diciembre 02, 2011

Incorporación a la Academia de la Lengua


El embajador ecuatoriano en Bogotá disertó sobre la obra del poeta guayaquileño José Joaquín de Olmedo en su discurso de ingreso como Miembro Correspondiente de la Academia de Ecuatoriana de la Lengua, en el Centro Cultural Benjamín Carrión de Quito, el miércoles 30 de noviembre. La lectura que destacó al autor estuvo a cargo de Juan Valdano.

Redacción Cultura de El Telégrafo, viernes 2 de diciembre de 2011

La ceremonia fue sencilla para escuchar a un escritor disertar sobre José Joaquín de Olmedo, con tanto rigor académico. Eso aumenta el espíritu y aleja ese mercantilismo en el que han convertido ciertos actos culturales los intereses comerciales y hasta los políticos.

Mientras que Raúl Vallejo hablaba sobre el “Primer Cantautor de la Patria”, refiriendo todo el complejo e intrincado poema Canto a Bolívar, no muy lejos del Centro Cultural Benjamín Carrión, muchos medios de comunicación y connotados opositores del actual Gobierno acompañaban al secretario ejecutivo de la Aedep, quien lanzaba una recopilación de sus editoriales, en uno de los hoteles cinco estrellas de la capital. Y Vallejo se lució: mostró todo el rigor de su pensamiento y la prosa de su escritura.

Con esa disertación, Vallejo se incorporó como miembro correspondiente de la Academia de Lengua, de Ecuador (“la segunda fundada en América Latina, como se encargó de subrayar tres veces su presidente, Jorge Salvador Lara).

De entrada sorprendió a todos cómo Olmedo, tras ser un enorme e inteligente admirador del Libertador, escribe, dos años antes de morir, un texto en el que degrada a Bolívar, lo coloca en un lugar político distinto al que provocó e inspiró el gran poema, valorado por muchos como uno de los mejores escritos en el siglo XIX.

Durante su disertación, el ex ministro de Educación de tres gobiernos, y actual embajador en Bogotá, tuvo momentos de ensoñación al transcribir oralmente las cartas entre Bolívar y Olmedo y cómo ellos “gozaron” del poema épico cuando estaba por hacerse, durante su redacción y posterior publicación, allá por el año 1825. En sus ojos se observaba la emoción de trasladar a un público atento y cordial una de sus reflexiones recurrentes: el oficio de escribir en medio de los trajines de la gestión pública.

De hecho, debe haber pensado Vallejo muchas veces en sí mismo cuando habrá leído las cartas de dos estadistas y al mismo tiempo intelectuales de una época convulsa, compleja, pero no violenta, si la comparamos con la presente, a pesar de las luchas y tensiones de la etapa emancipadora del Ecuador.

La ceremonia terminó cuando Vallejo lucía una bella medalla en el pecho, convertido en un “viejo sabio” de las letras ecuatorianas.

http://www.eltelegrafo.com.ec/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=22509&Itemid=30

domingo, mayo 29, 2011

Tercera edición de El alma en los labios


Acaba de salir la tercera edición, corregida y definitiva, de El alma en los labios, en la colección Cochasquí, auspiciada por el Gobierno de la Provincia de Pichincha. La primera fue publicada por editorial Planeta (2003) y la segunda por el M.I. Municipio de Guayaquil (2007). En esta edición he corregido un anacronismo importante que había pasado por alto y que una amiga querida me hizo ver, modifiqué alguna puntuación defectuosa y limpié de basurilla al texto. Mi gratitud a Raúl Pérez Torres por acoger la novela en dicha colección y a Antonio Correa por el cuidado editorial.

Para los seguidores y visitantes del blog, reproduzco el “Epílogo” de la novela, que está narrado por Jean d’Agreve, seudónimo utilizado por Medardo Ángel Silva, y que en la novela convertí en uno de los personajes de la misma. Jean d’Agreve, que estaba visitando a la prostituta Gardenia Guerra en el momento en que Silva se suicidó, quedó como un fantasma vagabundo ya que no tuvo cuerpo a donde regresar. Por esa razón sobrevive hasta los sucesos que él narra en el epílogo. Avril d’Agreve es la hija que se rumora tuvo Silva y que en la novela aparece como hija de Medardo Ángel Silva / Jean d’Agreve y Gardenia Guerra, personaje de la ficción.


EPÍLOGO

Es cerca de la medianoche del jueves 9 de febrero de 1978. La voz del más popular de los locutores guayaquileños, Carlos Armando Romero Rodas, había anunciado a las nueve y doce minutos, a través de la frecuencia de Radio Cristal que, en la clínica Domínguez, acababa de fallecer Julio Jaramillo.

En el “Rincón de los Justos”, emblemática cantina de Matavilela, barrio de rameras y cachineros donde cualquier día en sus calles es día de ocio, una cofradía de escritores jóvenes ha sembrado, sobre la mesa que comparten cada noche, un tupido bosque de vidrio, botellas vacías del oro líquido ofrendado en memoria del cantante. Los cofrades, que han estado bebiendo desde que escucharon el anuncio mortuorio, están agrupados alrededor de Sicoseo, una más del infinito número de torres de marfil que se desmoronan luego de la publicación del número único de su revista literaria.

Junto a ellos, en una mesa solitaria, una anciana de aproximadamente ochenta años bebe en silencio el aguardiente de caña manabita que le sirve Narcisa Martillo, renacida flor voluptuosa del dulce pecado. Narcisa es la mesera del salón, la hembra diligente a la que el poeta mayor, Fernando Nieto Cadena, invoca como esa mujer que busco, encuentro y pierdo a cada rato... qué me podrá decir de los agravios... qué del amor... qué del adiós en todos mis fracasos.

A la anciana la recuerdo joven, en el Cementerio de Guayaquil durante el entierro del bardo Medardo. Es Gardenia Guerra buscándome en vano, indiferente a la mirada despectiva de alguna asistente que, sin reconocer la viga en el ojo propio, tuerce en lindo mohín la boca roja y exclama indignada: ¿Habráse visto? Ya no puede salir una dama a la calle que no tropiece con esta bazofia.... Yo agitaba mis brazos para que me viera pero, carente de cuerpo que me albergara, me había convertido en un soplo invisible y todos mis intentos por llamar su atención fueron inútil aleteo de albatros escarnecido por marineros de corazón vicioso.

Tampoco en esta noche me alcanza a ver Raúl Vallejo, aprendiz de flacos huesos en medio de aquella hermandad de sicoseadores de la palabra. Él implora al aire con voz de enamoradizo impenitente: “déjame yacer contigo paloma de blanco vuelo, déjame amar tu plumaje, paloma, tu misterio”. Y mientras eleva su plegaria, sostenido en un hálito de nostalgia, palpita el recuerdo de su adolescencia cautivada por los ojos felinamente aceitunados y la piel de sedosa miel de Susana Orellana Villegas, sobrina nieta de Rosa Amada.

En aquel crepúsculo, cuando enterramos a mi poeta, Gardenia Guerra ya cargaba en su vientre, aún sin saberlo, el germen de la que bautizaría con el nombre de Avril d’Agreve. Avril abandonó el claustro materno el 8 de marzo de 1920 y, para mi orgullo de padre, todavía trabaja como reportera cultural de France Press, en París. A pesar de los años transcurridos, ella continúa inocentemente ignorante de su origen pues fue dada en adopción el día 23 del mes siguiente a su nacimiento. Para Gardenia, Avril es un dolor en el vientre herido por donde se desangra sin tregua.

Con su sapiencia rocolera, el novelista Jorge Velasco Mackenzie se dirige a la trajinada Wurlitzer del salón y selecciona una serie de canciones interpretadas por J.J. Después de los acordes iniciales a cargo de los violines y el requinto de Rosalino Quintero, la voz del ídolo fallecido empieza a cantar cuando de nuestro amor, la llama apasionada... Julio Jaramillo utiliza el mismo tono melancólico que usara Francisco Paredes Herrera cuando cantó su pasillo por primera vez el 22 de junio de 1919.

El domingo anterior a esa fecha, Paredes había entrado a la peluquería “La Elegancia” cerca del mediodía. Al leer El Telégrafo, que dedicó la página 4 de la edición del día 15 a mi poeta, recién se enteró el joven músico de la muerte de Medardo. Leyó el poema que aparecía en el diario y, prendado por el sentido trágicamente premonitorio de los versos, se dedicó durante la semana siguiente a componer la canción que estrenó ante sus contertulios, Alfonso Estrella, Alberto Andrade y Víctor Sarmiento, esa noche dominical en la que andaban de copas.

El cuarteto deambulaba por la ciudad de Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca que ya dormía y cuyos vecinos reclamaban silencio a gritos detrás de las celosías de madera de sus conventuales casas. Se detuvieron en el parque, frente a la Catedral, y Paredes empezó a tocar su guitarra que rasgó la mística nocturnidad del cielo cuencano. Cuando terminó de cantar se abrieron las ventanas de las casas aledañas y los vecinos aplaudieron, olvidados de su desvelo, con los ojos enrojecidos e hinchados por causa de penas antiguas y secretas.

A esos chapoteos humanos para salvar la Vida del naufragio del Olvido también contribuye aquel monumento esculpido en bronce y piedra por Alfredo Palacio que fuera inaugurado a las once de la mañana del domingo 10 de junio de 1973 en la Plaza de San Agustín. Cuatro años más tarde, frente a la escultura en la que se ve al Poeta y a la Muerte intercambiando las miradas seductoras de su indómito idilio, Miguel Donoso Pareja maestro de vida y literatura que, interrumpiendo un exilio de 13 años, había llegado de México con Aralia López, su compañera de esa época, una rutilante freudiana ortodoxa leyó, en una tarde de banca de parque, ante una audiencia integrada por los sicoseadores de la existencia: Y en el aire se va la muerte cierta, la de vivir, que no es morir siquiera, y la piedra nos trae la vida muerta, sin ir al bosque aquel donde cortaron la cabeza dolida del ahorcado... porque la piedra está en el aire y vive en esta soledad en que morimos.

Mientras la canción, grabada por J.J. para el sello Ónix, suena en la rocola, Gardenia Guerra gime como un animal que se lame heridas de ausencia en una cueva abandonada. Avril es el recuerdo más cruel. Jean d’Agreve, una pena perenne. Cuando la voz de Julio Jaramillo está concluyendo la canción ...para expresar mi amor solamente me queda rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda dejar mi palpitante corazón que adora..., Gardenia revienta en llanto como si las lágrimas se le hubiesen acumulado durante el transcurso de sus grises años.

Los cofrades de Sicoseo la observan acongojados y el poeta Fernando Artieda se levanta de su silla y tiene un vaso de cerveza derritiéndose en su mano y declama con la musicalidad de su ronquera crónica y es un homenaje a la anciana ebria, para escribir un bolero no es necesario estar sentimental... para escribir un bolero no es necesario sentirse deprimido... no es necesario escribir... esta ciudad es un bolero en ciernes... es un bolero.

Ninguno de aquellos poetas, que repiten los ritos bohemios e iconoclastas de todas las cofradías de todos los tiempos como si fuesen actos fundacionales, alcanza a percibir el dolor de vida que se ha instalado en la mesa de la anciana. De golpe, Gardenia recuerda la tarde lluviosa de ese 30 de enero de 1919 cuando le llevé como regalo de cumpleaños una copia del poema “El alma en los labios” manuscrita por el propio Medardo. Inmediatamente después de que mi poeta me entregó la hoja con los versos, les añadí debajo del título, hacia el margen derecho de la página, con letra muy parecida a la de Medardo, la discreta dedicatoria que también mi poeta escribiría meses más tarde y que hasta hoy conserva el poema: Para mi Amada.

domingo, mayo 08, 2011

Una muestra con traje de feria

En febrero de este año, almorzando con Leonel Giraldo, gerente de Planeta en Bogotá, nació la idea de preparar una muestra de la literatura ecuatoriana destinada a la promoción de nuestros escritores frente al público colombiano. Con ese objetivo preparé este libro que reúne a 13 cuentistas, 15 poetas y 6 ensayistas ecuatorianos de distintas generaciones y corriente estéticas. Ayer se presentó en el auditorio Jorge Enrique Adoum de la XXIV Feria Internacional del Libro de Bogotá. Para armar la muestra conté con la colaboración desinteresada de los autores que aparecen en ella y de Jorge Velarde cuyo cuadro “Anabela leyendo” (óleo sobre lienzo, 145 x 200 cm, 1994, colección del autor) ilumina la portada: a todos ellos mi gratitud por su respuesta generosa al momento de aportar con sus textos en la construcción de este muestrario. A continuación, un fragmento del prefacio que escribí.

Hay quienes piensan que el Ecuador es tan solo una línea imaginaria e incluso se solazan con el enunciado teorético de que nuestro país no existe. Tal vez no existe como ellos hubiesen querido que el país sea: intelectuales que reniegan del lugar en donde nacieron porque —vanidosos que se avergüenzan de su patria igual que el nuevo rico de la madre que no terminó la secundaria—, imaginan que su obra tendría mejor suerte si hablaran francés o español con escupitajos madrileños. Nos tocó el destino de ser nominados por causa de nuestra ubicación geográfica pero las tierras del Ecuador encierran una cultura signada por la diversidad, un espacio que conjuga maneras diferentes de ser y estar en el mundo. Y, a pesar de las lucubraciones, la línea imaginaria existe: atraviesa la conciencia de nuestra nación plural.

En esa gran patria que es la lengua habitan nuestras patrias chicas, aquellas que compartiendo el territorio del español tenemos formas expresivas y acentos propios como propia es la historia y la cultura múltiple que encierran el territorio que nos define como Estados. Porque, si bien es cierto, pertenecemos al inmenso ámbito de la literatura escrita en español también formamos un territorio más pequeño que continúa, como en los tiempos de la colonia, distante de la metrópoli porque en esta globalización del tránsito libre de los capitales se han erigido, cruel paradoja, las mayores barreras para el paso libre de las personas. Y, aunque compartimos la patria de la lengua, padecemos para la obtención de nuestros visados y una vez allá somos motejados sudacas.

Existimos como cultura de variada expresión, como territorio de la diversidad, como historia particular que nos ha hecho ser lo que somos, como nación múltiple que se construye a sí misma de manera permanente, como una identidad contradictoria, múltiple y mutante. Existimos con nuestras señas particulares, con una vida propia al margen de ese mundo global del que somos discriminados por un pasaporte motivo de sospecha en las aduanas de la segregación y el miedo a nuestra piel. Existimos con una identificación marcada en el rostro que nos vuelve una comunidad en cualquier punto del planeta que habitemos.

Es como si las palabras de la tribu se perfumaran de cacao de aroma o de café de altura, se vistieran de sombreros de paja toquilla de Montecristi o de poncho otavaleño, se presentaran en el sabor único de nuestros langostinos, se musicalizaran en la dulce voz atenorada de Julio Jaramillo o en el rítmico carnaval de la marimba esmeraldeña, se divirtieran en el fútbol entusiasta y pundonoroso de nuestra selección nacional, se fundieran en la naturaleza biodiversa de la Amazonia o las islas Galápagos.

Y nuestra literatura —no por su color local sino por la tradición cultural en la que está embebida— es una de las tantas expresiones que nos diferencia de y nos acerca a las otras patrias chicas. Se trata de una literatura más bien desconocida entre los habitantes de la patria de la lengua española pero también de una literatura que, embebida de la tradición literaria del país, se alimenta sin complejos de la tradición de la lengua y del mundo. Una literatura que da cuenta de la diversidad que constituye esa unidad de formas múltiples y disímiles llamada Ecuador.