José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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domingo, abril 15, 2018

Viejas y nuevas inquisiciones


Novelistas malos y buenos (Bogotá, 1910), de Pablo Ladrón de Guevara S.I., es una obra en la que fueron juzgados 2.115 novelistas con el rasero de la moral católica. De la visión inquisitorial del jesuita no se salvó ni María, de Jorge Isaacs: “Es reprensible la morosidad en dar cuenta del baño que á Efraín preparaba María, esparciendo el agua de flores. Pase esto, sin embargo. Lo que no puede pasar es el pasaje de la ida de aquél [Efraín] con Salomé, joven harto ligera, por aquellas soledades del río, con lo demás que allí se cuenta. La sensualidad y peligro aquí nos parece claro, sobrando para los jóvenes lo inquietante y perturbador”. El moralismo para juzgar a la literatura puede causar hilaridad, pero cuando su brazo ejecutor dispone de la hoguera, aquel se vuelve siniestro.

Rosas para Stalin, de Boris Vladimirski, 1949.
El I Congreso de Escritores Soviéticos (1934) definió la estética del estalinismo: “El realismo socialista, método básico de la literatura y de la crítica literaria soviéticas, exige del artista una representación veraz, históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario. Además, la verdad y la integridad histórica de la representación artística deben combinarse con la tarea de transformar ideológicamente y educar al hombre que trabaja dentro del espíritu del socialismo.” Desde entonces, lo que era una corriente literaria se convirtió en doctrina estatal con el objetivo de construir un hombre nuevo, pero que se tradujo en la represión de cientos de escritores y artistas en la Unión Soviética.

Dalton Trumbo, circa 1940.
Con el propósito de defender los valores democráticos de EE. UU. frente al totalitarismo soviético, el Comité de Actividades Antiestadounidenses (1938 – 1975) desató una cacería de brujas —con la persecución a escritores y artistas desatada por el macartismo (1950 – 1956) de por medio. De ella fueron víctimas Bertolt Brech, Dashiell Hammett, Charles Chaplin, entre cientos. Recientemente, la película Trumbo (2015), de Jay Roach, retrata la vida de Dalton Trumbo, novelista y guionista acusado de comunista, y recuerda la pesadilla que era enfrentarse a aquel Comité, definido por el ex presidente Harry Truman, en 1959, como “lo más antiestadounidense que hoy tenemos en el país.”

Auto de fe en la Plaza Mayor de Lima, 1605.
            Los principios morales del catolicismo, la sociedad sin clases del comunismo, la defensa de la democracia Occidental, son las buenas intenciones que han empedrado el camino al infierno de la censura y la persecución de artistas y escritores. Suenan bien al oído; parecería que defienden a la ciudadanía; pero, a pesar de los buenos propósitos, terminan por generar un componente fanático que condena y castiga cualquier disidencia. Hoy día, invocando la corrección política, se está produciendo una nueva cacería de brujas que, en nombre de causas loables, pervierte el sentido básico de la literatura, que suele ser una escritura a contramano de la moral y las buenas consciencias. De hecho, porque la poesía vive en tensión con el conocimiento y la educación es que Platón expulsó de su república a los poetas.


Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 13.04.18