El Registro Civil lo tiene asentado como
Ycaza; sin embargo, para el homenaje por el centenario de su natalicio, su hija
Bertha Díaz Martínez recuperó el apellido Icaza, originalmente con I latina,
que, por motivos burocráticos, terminó con la Y griega que todos conocemos y
que su padre usó durante toda su vida.[1] Conmemorar a Rafael Díaz
Icaza (Guayaquil, 1925-2013) es celebrar la trayectoria de un intelectual que
fue un generoso gestor cultural, un narrador de ruptura y un poeta de personalísima
voz, a quien es necesario releer para profundizar y ampliar, con una mirada
contemporánea, nuestra tradición literaria. Después de todo, este homo
poeticus pertenece a una especie animal en extinción, como él lo dijo: «Somos,
aunque nos pese, / animales extraños / alimentados de papel impreso».[2]Ángel Emilio Hidalgo y Bertha Díaz
Recuerdo que quienes conformamos Sicoseo hicimos de la irreverencia una actitud literaria y vital. Más que ser parricidas, que es una cíclica rebeldía generacional, decíamos que la oposición a la generación anterior era por razones ideológicas y políticas. Disquisiciones aparte, lo que quiero señalar es que, en medio de la confrontación, Rafael Díaz Icaza que, entonces era presidente del núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, no solo publicó en sus talleres editoriales el único número de la revista Sicoseo (abril 1977), sino que dio cabida en la colección Letras del Ecuador, a Fernando Nieto Cadena, Jorge Velasco Mackenzie y Fernando Artieda, entre otros. Así, mostró su espíritu generoso, amplio y tolerante y su vocación por la promoción de la literatura de los jóvenes.[3] Vale recalcar que la colección Letras del Ecuador, creada y dirigida por él, es uno de los más importantes programas editoriales de los 70 y 80.[4]
Cuando a Rafael Díaz Icaza le concedieron el Premio Eugenio Espejo (2011), yo publiqué un estudio sobre su obra cuentística, así que en este párrafo únicamente diré que el encasillamiento que se hizo de su narrativa como epigonal del realismo social solo cabe para sus dos primeros libros. A partir de su novela Los prisioneros de la noche (1967) y su cuentario Tierna y violentamente (1970) estamos ante un narrador que abandona los temas del realismo social y ahonda en la problemática existencial de los individuos e incursiona en lo fantástico. Su cuentario Prometeo el joven y otras morisquetas (1986, Premio Aurelio Espinosa Pólit) es un libro antológico de nuestra narrativa corta: lenguaje sensual, desacralización atravesada por el humor, asunción de lo fantástico como elemento de la realidad, reflexión sobre el oficio de escribir. «Morisqueta IV (Prometo el Joven)» es una joya del ars narrandi, un metatexto sobre la dificultad de la escritura, el proceso creativo y la vocación literaria. El hombre que se enfrenta a la máquina de escribir y al lápiz como instrumentos que manipulan su escritura con la repetición, se da cuenta de su temor para introducirse en lo nuevo y persiste en su oficio: «Aunque pudiera durar muchos años, el hombre mantenía en su interior, cual secreta encomienda, la voluntad de volver a escribir».[5]
Jorgenrique Adoum, en su prólogo a
la antología poética Bestia pura del alba (2007), nombra una trilogía de
grandes poetas ecuatorianos que emergieron de llamada Generación Madrugada: César
Dávila Andrade, Efraín Jara Idrovo y Rafael Díaz Icaza.[6] Su poesía abarca los
grandes temas del mundo: el horror de la guerra, la heroicidad de los vencidos,
la soledad del individuo, la confrontación con la muerte, la búsqueda de la poesía
en todo; y, en ella, la ternura siempre presente. Su «Credo», de Zona
prohibida (1972) es una declaración de amor al ser humano y la naturaleza:
«Creo en vosotros, animales y plantas / microorganismos y hombres / tranquilos
elementos / dioses sin pectorales y sin mitras / ángeles errantes / sin varas
de poder ni bastones de mando» (223). Adoum cita el pensamiento de Díaz Icaza sobre
su quehacer poético: «En cada cosa, en cada retrato, en cada paso en que el ser
humano va dejando algo de sí, queda la impronta de su sufrimiento o de su júbilo,
y la Poesía no es otra cosa, para mí, que la más cara, más pura y más honrada
suma de experiencias y tránsitos» (16 y 17). Díaz Icaza, entendió, desde la profundidad
de su verdad poética, que somos seres de transición en medio de la crueldad del
mundo, exploradores del amor, esencialmente solitarios, que estamos
irremediablemente condenados a la muerte, pero que debemos resistir en nombre
de la vida:Rafael Díaz Icaza lee sus poemas
Tenías todos los ases y figuras
pero no era tu mesa. Tenías todos los dados
y estabas, sin embargo, condenado a perder.
[…]
Pero jamás dijiste estoy vencido.
Devuelvan a su sitio mis pupilas.
Quiten las ancas, porque quiero vivir.
Tú no sabías perder
a pesar de las trampas de la muerte. (32 y 33)
En el homenaje por los cien años de su natalicio, Sonia Manzano planteó la necesidad de que se publiquen las obras completas de Rafael Díaz Icaza. Me parece que es una tarea pendiente del Municipio de Guayaquil y la Casa de la Cultura Ecuatoriana que tienen la obligación de honrar a quien sirvió a la institución y, en su literatura, retrató con pasión a su ciudad. En estas líneas, yo quiero recordarlo con la voz juvenil de su primer poemario Estatuas en el mar con el que, a los 21 años, ganó el premio de la Academia Literaria del Instituto Nacional de Santiago de Chile porque da cuenta del amor por el mundo que atraviesa su obra: «¡Yo soy, yo soy la Tierra! ¡Yo soy la eterna madre! / Soy el grito primero que lanzaron los hombres. / Yo sé que un día mis hijos romperán las cadenas / reclamando lo suyo. / ¡Porque yo soy la Tierra!».[7]
[1] El homenaje a Rafael Díaz Icaza se llevó a cabo en el auditorio del Museo de Antropología y Arte Contemporáneo, MAAC, el jueves 2 de octubre de 2025 y participaron en él Sonia Manzano, Ángel Emilio Hidalgo y Bertha Díaz. En este artículo, me atendré a la propuesta de su hija y escribiré el Icaza con I latina, salvo en la citación de sus obras en la que, por razones de exigencia bibliográfica, mantendré la Y griega.
[2] Rafael Díaz Ycaza, Mareas altas. Canciones y elegías (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1993), 17.
[3] Yo publiqué Daguerrotipo (1978), número 73 de la colección Letras del Ecuador, con el generoso auspicio de Rafael Díaz Icaza.
[4] El primer libro de Letras del Ecuador fue Crónica del hombre que aprendió a llorar, de Walter Bellolio (1930-1974) y apareció en octubre de 1975.
[5] Rafael Díaz Ycaza, Prometo el Joven y otras morisquetas (Quito: PUCE, 1986), 71.
[6] Rafael Díaz Ycaza, Bestia pura del alba. Antología poética (Quito: Ediciones Archipiélago, 2007), 8-9.
[7] Rafael Díaz Ycaza, “Soy la tierra”, de «Estatuas en el mar» (1946), en Señas y contrasueñas (Guayaquil: Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo del Guayas, 1978), 232.