Ecuador está entre los diez países del mundo con las peores condiciones laborales, según la Confederación Sindical Internacional. (Marcha del 1 de Mayo de 2022 en Quito, Agencia Xinhua)
Recientemente,
el presidente Daniel Noboa, muy suelto de lengua, dijo que, si los ecuatorianos
trabajasen duro como él y su gobierno, no se estarían quejando de que les
faltan recursos: podrían comer de todo… hasta postre, dijo. No lo dice alguien
a quien, en la lógica del individualismo capitalista, pudiésemos llamar una persona
hecha a sí misma, sino el heredero de la mayor fortuna familiar del país. En
sociedades inequitativas y con una institucionalidad social frágil, el discurso
de que los pobres son pobres porque son vagos y quieren vivir de la caridad
estatal desconoce la necesidad de aplicar políticas públicas destinadas a
cerrar brechas de acceso a educación y salud de calidad, la urgencia de generar
empleo sin precariedad ni explotación laboral, la obligación de aplicar
políticas impositivas cuyo peso recaiga sobre los sectores de mayores ingresos
y las empresas que tienen ganancias extraordinarias. La gente del campo trabaja
duro, los profesionales, obreros y burócratas de la ciudad trabajan duro, el
magisterio y la academia trabajan duro. Quienes escribimos trabajamos duro. Y,
por supuesto, también existen pequeños y medianos empresarios que trabajan muy
duro para que sus negocios crezcan. Lo que no se dice es que hay trabajos que
exigen una mayor calificación que otros y que, por tanto, están mejor
remunerados. El problema, entonces, no es lo que dice esa falsa y repelente
consigna establecida por un capitalismo insaciable acerca de la vagancia de quienes
no poseen más que su fuerza de trabajo. El problema reside en un modelo
económico inequitativo, excluyente y de acumulación basada en la
sobreexplotación de la fuerza de trabajo y en la especulación financiera,
frente al que hablar de justicia social se ha convertido en una propuesta
subversiva y a la que le cae el sambenito de comunista, como si todavía
viviésemos en los años de la Guerra fría. Y ese modelo inequitativo es el que
ha ubicado al Ecuador como el
tercer país en el mundo con las peores condiciones laborales, según el Índice
Global de Derechos, elaborado por la Confederación Sindical Internacional, CSI,
con datos de 2023. Con la lógica presidencial, si quieren comer postre, los
trabajadores del país tendrán que levantarse más temprano aún de lo que ya se
levantan para trabajar duro, muy duro, porque los buses de las seis de la
mañana ya están llenos con los funcionarios de este gobierno y los ricos del
país y sus herederos yendo a sus trabajos.
José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
lunes, febrero 26, 2024
Si quieres postre, trabaja duro, muy duro
lunes, febrero 19, 2024
«Pobres criaturas»: una Bella Baxter deslumbrante en clave hipersexualizada
Una mujer que intenta suicidarse es
rescatada, agónica, por el científico Godwin Baxter (Willem Dafoe) que lleva
adelante bizarros experimentos genéticos, en el Londres victoriano del siglo
XIX. La mujer, descerebrada por la caída, está embarazada y el científico
decide implantarle el cerebro de su propio feto para que sobreviva. Así nace Bella
Baxter (Emma Stone), una mujer con cerebro de niña, que nos recuerda a la
criatura del doctor Frankenstein, en cuyo proceso de maduración, que es un
proceso de liberación, se transformará en una mujer ávida de saber e
hipersexualizada. Pobres criaturas (Poor Things, 2023), de Yorgos
Lanthimos, ocurre en un escenario maravilloso e impredecible, actualiza el
sentido cultural de la criatura del doctor Frankenstein, aunque su crítica a la
hipocresía victoriana tiene un tufo patriarcal.
Las locaciones de la película guardan un perfecto equilibrio visual que combina elementos antiguos y futuristas con un colorido estridente en una atmósfera surrealista. Así, la visión de Lisboa, por ejemplo, es nostálgicamente luminosa: la cantante de fado (Carminho) en el balcón nos entrega uno de los momentos más sensibles de la película. Y la escena de Alejandría es contundente en el develamiento de la riqueza y la pobreza irracionales del mundo, en un plano en el que los ricos están arriba y los pobres abajo, separados por una escalera sin continuidad que los mantiene distanciados por un abismo. La combinación de escenas en blanco y negro en medio del colorido desbordante del filme también resulta un acierto porque comunica los espacios de opresión y de libertad en los que vive el personaje. El hotel, el barco, París o la casa de citas son espacios luminosos, a ratos extravagantes, en función de una fotografía seductora. El vestuario es parte de una estética que vuelve ambigua las nociones de tiempo y espacio en el filme. Así, todo contribuye a que la trama sea una narración, la más de las veces, sorprendente e impredecible.
Frankenstein se humaniza a través de su sensibilización romántica, mientras que Bella lo hace a través del conocimiento racional del mundo. Anárquica, hedonista cínica, realista, Bella se transforma a lo largo del filme en un proceso que la va liberando, de a poco, de la tutela paterna, del sometimiento marital y la convierte en dueña de quehacer científico y vital. Hay un momento de quiebre que es cuando, en el barco, conoce a Martha Von Kurtzroc (Hanna Schygulla) y al nihilista Harry Astley (Jerrod Carmichael) porque con ellos descubre el placer de la lectura y el conocimiento y el cinismo que le permite dejar a un lado la inocencia infantil de su visión sobre el mundo. La actuación de Emma Stone es maravillosa y seductora: ella pasa por distintos estados motrices y emocionales, por representaciones diversas de su cuerpo, por el encumbramiento de su personaje desde sus balbuceos hasta su lógica paradójica impecable, y, al final, por la plena asunción del poder que ha descubierto en la ciencia, el saber de los libros y el disfrute de su sexualidad libre.
De manera paradójica, Pobre criaturas, bajo la envoltura de su deslumbrante cinematografía y su planteamiento ideológico liberal, desarrolla asuntos controversiales. En un principio, Bella atrae por lo que tiene de niña, abriendo un amplio camino de normalización de la pedofilia ya que naturaliza la atracción de sus pretendientes, tanto del alumno y ayudante de su creador, Max Candles (Ramy Youssef), como del abogado dandy Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) que escapa con Bella para mostrarle el mundo, en una especie de versión libertina de Pigmalion. En su proceso de maduración, Bella descubre el placer de la sexualidad y su liberación sexual se maximiza en el ejercicio de la prostitución, bajo la idea, subversiva en tiempos victorianos, de que su cuerpo, del que es dueña, es, al mismo tiempo, su medio de producción; un tema que, más allá de su presentación liberal, hoy puede verse también como un sometimiento a las reglas del poder patriarcal sobre el cuerpo y la sexualidad, más aún si tenemos en cuenta el tiempo de desnudez de Bella en el filme y la hipersexualización que conlleva.
Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, tiene un fascinante despliegue visual y creativo; muestra a una Emma Stone que desarrolla su personaje con un talento desbordante; construye escenarios que deslumbran y arma una trama que respira sensualidad, a pesar de cierta manipulación bajo cánones patriarcales. Una película que cautiva a sus espectadores.
lunes, febrero 12, 2024
Despenalizar la eutanasia evita la inútil prolongación del sufrimiento de una persona
Captura de pantalla de la cuenta de X-Tuiter de Paola Roldán Espinosa. |
Una influencer desubicada dijo, en su cuenta de X-Tuiter, que no entendía cómo la chica [sic] que había pedido la eutanasia —una vez que fuera despenalizada por la Corte Constitucional—, declarase a través de su padre, que seguiría luchando por su vida. La influencer concluía, aparentemente confundida, ¿qué mismo? El caso de Paola Roldán Espinosa, de 42 años, diagnosticada con Esclerosis Lateral Amiotrófica, ELA, ha despertado la admiración y solidaridad de quienes creemos que, frente a una enfermedad terminal y dolorosa y pese a los prejuicios religiosos doctrinarios, debe existir la alternativa de elegir una muerte con dignidad respaldada por la ley y respetada por una ética del cuidado humano.
El catolicismo mantiene una posición doctrinal inamovible frente a la eutanasia, a la que considera un crimen. El padre Eduardo Hayen Cuarón, de México, en su cuenta de X-Tuiter habló del «valor del sufrimiento de Cristo», de que, de aquí en adelante, cualquier persona acudiría al suicidio asistido por motivos menos dramáticos y señaló que el tema generaba una «falsa compasión». La crueldad de esta exposición doctrinaria salta a la vista pues hasta Cristo, ante su inminente sufrimiento, pidió a su Padre: «aparta de mí este cáliz»; claro que Él era hijo de Dios y tenía una misión redentora que no podía evadir. La argumentación del equipo jurídico de Roldán señala al respecto: «Las creencias religiosas aun cuando siendo mayoritarias, no son suficientes en un Estado laico para impedir el ejercicio del derecho a la muerte digna, pues deben considerarse como injerencias indebidas al libre desarrollo de la personalidad». En casos como el de Paola Roldán, la iglesia debería repensar el sentido de la compasión, el cuidado y el amor al prójimo. La piedad cristiana debería hacernos entender y aceptar que el prójimo, ante su dolor incurable y creciente, solicite que alguien aparte ese cáliz y le procure una muerte con dignidad.
Gracias a la lucha emprendida por Paola Roldán, la Corte Constitucional despenalizó la eutanasia el 5 de febrero de 2024 mediante la sentencia 67-23-IN/24. En su acápite 77, la Corte Constitucional señala en referencia a la situación médica de la señora Roldán: «Esta Corte considera que resulta irrazonable imponer a personas en tales situaciones la obligación de mantenerse con vida, sin considerar su angustia y sufrimiento intenso, cuando existen opciones más compasivas a las que podrían acceder para poner fin a su dolor. En estos casos, no es aceptable que terceros obliguen a quienes enfrentan una enfermedad grave e incurable o lesión corporal de esta índole a prolongar su agonía». Más adelante recomienda que el Ministerio de Salud, en un plazo de dos meses, elabore un reglamento para el procedimiento para la aplicación de la eutanasia, que la Defensoría del Pueblo, en un plazo de seis, presente un proyecto de Ley para los procedimiento de aplicación de la eutanasia con los más altos estándares y que la Asamblea Nacional resuelve la Ley, en un plazo de doce. Esperemos que la presión política de los grupos de fanáticos del sufrimiento del prójimo no amedrenten a los asambleístas.
Al presentar la demanda, el equipo jurídico de Paola Roldán argumentó que «la norma impugnada [artículo 144 del COIP] infringe los derechos a: (i) la dignidad; (ii) al libre desarrollo de la personalidad; (iii) al fomento de la autonomía y disminución de la dependencia; (iv) a la integridad física y la prohibición de tratos crueles, inhumanos y degradantes; y (v) al derecho a morir dignamente». No se ha enunciado el problema de la situación social de la persona gravemente enferma, ni los gastos médicos en los que debe incurrir su familia en tratamientos que no curarán la enfermedad sino que prolongarán la agonía, ni tampoco se ha analizado la incapacidad del sistema de salud para procurar una asistencia permanente, prolongada y gratuita. Una ética del cuidado humano nos obliga a respetar la autoridad moral de los individuos para disponer de su vida en los casos de una enfermedad grave e incurable; por ese mismo respeto y compasión, no se debería obligar a nadie a padecer un sufrimiento innecesario. En este marco, el deber de respetar la vida digna no es incompatible con la decisión autónoma e informada de una persona. El cuidado de las personas implica el cuidado de la vida humana en condiciones dignas en todas sus dimensiones. Como ha declarado Paola Roldán Espinosa en una entrevista para la BBC Mundo: «Lo único que merezco es una muerte con dignidad».
Es claro que la eutanasia genera intensos debates por el peligro que conlleva la disposición arbritraria de la vida de las personas, en situaciones médicas de dolor y sufrimiento, por parte de terceros. Pero, también, es claro que la despenalización de la eutansia permite que la persona gravemente enferma tenga la posibilidad, si así lo decide, de terminar con su vida para terminar con una dolorosa agonía. El debate sobre los pro y contra de la eutanasia no se terminará con su despenalización; lo que sí se ha terminado es la inútil prolongación del sufrimiento y el dolor de una persona gravemente enferma contra su voluntad.
lunes, febrero 05, 2024
In memoriam Jorge Aguilar Mora: un intento de descubrir los secretos del aire
Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 9 de enero de 1946 - Bethesda, MD, 5 de enero de 2024). (Foto: Tyrone Maridueña, Guayaquil, 2018). |
En la nota «Al lector» de Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX, Jorge Aguilar Mora, JAM, explica el ambicioso proyecto intelectual en el que se propuso una reflexión de la cultura del siglo XIX, año por año, a través de un testigo anónimo cuyo punto de vista narrativo tenía un límite: «puede dar testimonio de lo que ha ocurrido ese año y relacionarlo con cualquier hecho o suceso del pasado; pero carece del poder de narrar el futuro»[1]. En este y los otros libros de su proyecto existe una mirada lúcida sobre los protagonistas que construyen el espíritu romántico; al exponer las ideas que alumbrarán los tiempos por venir, con la creatividad narrativa de un novelista, JAM presenta el saber de una época como una narración en la que los personajes y sus ideas —Goethe, Humboldt o Madame de Staël— configuran un mapa del saber que nos permite seguir las huellas de su espíritu. Jorge Aguilar Mora (1946-2024) fue un maestro generoso, un ensayista deslumbrante y un creador que no hacía concesiones a sus lectores. La dedicatoria de este libro no es un dato menor porque la intención primigenia del autor era escribirlo como si se lo estuviera contando a su hijo: «Este proyecto nació cuando nació mi hijo Diego, en 1992. El libro es suyo»[2].
En el año lectivo 2006-2007, JAM obtuvo el reconocimiento Distinguished Scholar and Teacher, que otorga la Universidad de Maryland. Como maestro, JAM demostró en cada una de sus clases no solo su amplio y profundo dominio de la materia que enseñaba sino también una habilidad extraordinaria para conseguir que sus estudiantes nos apasionáramos por los temas que trataba. Sus clases eran charlas magistrales durante las cuales el saber fluía como si se tratase de lo que actualmente es un podcast. Además, siempre estuvo presto al trabajo de tutor en generosos horarios adicionales a los ofrecidos normalmente. Él, puntual en sus horarios, en la guía y corrección de trabajos, hizo de cada sesión un espacio esperado por sus estudiantes, dado los desafíos intelectuales que su cátedra planteaba en todo momento. En una carta de julio de 2009, dirigida a sus colegas y estudiantes del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Maryland, cuando se jubiló, dijo sobre su docencia:
Y para mí, enseñar significa simplemente dar señas, señalar, dar signos. No es decir “Miren lo que sé y miren lo que tienen que saber”, sino “Miren los caminos que existen y de los cuales conozco muy pocos, miren cómo yo he recorrido esos caminos y en algunos me he perdido, en otros no sé dónde estoy y otros me han llevado a la felicidad de conocer obras que me acompañarán toda la vida, que son vida y son mi vida. Y no soy, ni me he visto nunca como ejemplo de nada, ni de nadie: soy simplemente un caso, alguien que en soledad, forzosa, se enfrenta a lo que tienen de vital las obras de arte”. Nunca me ha interesado manifestar lo que sé, me ha apasionado siempre mostrar cómo viven las ideas. Como enseñar a volar: no decir cómo mover las alas, sino intentar descubrir los secretos del aire.
El segundo libro sobre el siglo XIX es Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 y en él la historia se mueve hacia nuestra América. El libro se abre con un Goethe enfermo que, «en la madrugada del 5 de enero, comenzó a toser violentamente y a desvariar: hablaba con amigos ya muertos y con Jesucristo»[3]. A través de sus páginas, asistimos a la estrategia conspirativa de Thomas Jefferson para anexar la Luisiana a los Estados Unidos, al viaje de Humboldt y Bonpland de Cartagena a Lima, pasando por Popayán y Quito, con la frustrada asistencia de Francisco José Caldas y la participación apasionada de Carlos Montúfar y todo lo que aquello significó para el estudio de la naturaleza andina. La mirada perspicaz de JAM lo lleva a una reflexión sobre la participación de aquellos que han quedado al margen de la historia a partir del relato de Caldas cuando a punto de perder la vida en el cráter del volcán Imbabura es rescatado por su guía, el indio Salvador Chuquín, sobre quien dice Caldas «es justo nombrarle»:
Era justo nombrarlo, no solo por el mismo Salvador Chuquín, sino por todos los indios que han acompañado a todos estos exploradores y han quedado en la sombra, en el simple y banal olvido o, en raras ocasiones, solo mencionados para burlarse de sus supersticiones y de sus miedos […] No sabemos nada más de Salvador Chuquín; quizás después de salvarle la vida a Francisco José Caldas siguió ganándose la vida recogiendo hielo del volcán para venderlo en las casas de los criollos nobles de la ciudad. Quizás, como muchos otros, un día resbaló en la nieve y cayó a su muerte.[4]
JAM dejó inédito un tercer volumen titulado El verbo del deseo 1804-1804. Junto a los dos anteriores, este libro también es una precisa reconstrucción del mundo intelectual de comienzos de ese siglo diecinueve con una meticulosa puesta en escena de las ideas que han marcado el pensamiento de hoy, imbuida en una narración novelesca que da cuenta de las vicisitudes de sus brillantes protagonistas (Humboldt, Caldas, Goethe, Hölderlin, Madame de Staël, Napoleón, Beethoven, etc.) en el entretejido de sus relaciones personales y el desarrollo de sus ideas frente al surgimiento de una nueva sensibilidad en el mundo. La lectura de los tres libros es uno de esos placeres que se encuentra en el discurso crítico porque su palabra tiene la concentración de la sapiencia de los libros contada con la fluidez de la oralidad de los abuelos; esos abuelos que, en las comunidades rurales, son los que albergan y transmiten el saber y la tradición. Los tres libros son la crónica reflexiva de las ideas que nos han cobijado, a partir de su emergencia en el siglo diecinueve, para marcar su impronta en la sensibilidad contemporánea. Estos libros son un deleite intelectual de la lectura y una lectura para el deleite del intelecto.
Una pérdida atravesaba el espíritu de JAM, un muerto cargaba en su peregrinaje vital e intelectual: ese muerto era su hermano David. «A David Aguilar Mora lo capturó la guardia judicial [de Guatemala] a mediados de diciembre de 1965. No sé la fecha exacta de muerte, pero lo fusilaron en el interior de la base de Zacapa, y sus verdugos fueron el subteniente Carlos Cruz y Cruz, “El serrucho”, y los G2 César Guerra Morales y Rigoberto García, “El gato”»[5]. En Cadáver lleno de mundo, una novela experimental, introspectiva, situacional, con un narrador que entra y sale del texto en el acto mismo de la escritura, la presencia de David es un fantasma que recorre toda la novela. Hacia el final, en una suerte de nota al pie de página que es parte de la estructura narrativa, aparecen las preguntas que acompañarán a JAM durante su vida: «¿Por qué ese afán de ocultar una muerte? ¿Por qué rechazar la petición de esa misma muerte y tergiversarla? […] ¿No era cierto que David sería una presencia obsesionante con solo mencionar su nombre? ¿No, que David era imposible de resucitar, precisamente por su muerte tan rotunda?»[6].
En Los secretos de la aurora, Aguilar Mora construye una ciudad de cuyos dramas quienes leemos nos sentimos partícipes porque la atmósfera del lenguaje que la envuelve nos acerca a la intimidad de los personajes que habitan dicha ciudad. Una intimidad cargada de secretos que se van develando a medida que los personajes se apropian de la ciudad y de su propia historia. La novela deviene paradigma de lo que es la autonomía del texto literario y la creación de mundos de ficción que funcionan en el territorio de la escritura. Un lenguaje de tesitura barroca, con la persistencia de la música en el acontecer de los personajes y un erotismo reflexivo, como cuando Ana y Santiago hacen el amor con la mirada: «El deseo de sus miradas apenas les tocaba la piel con sus dedos de humo […] se olvidaban de sus nombres, se olvidaban de lo que eran y se volvían —como una madeja sin hilo— placer como objeto y acto al mismo tiempo, y se dejaban infinitamente mirar para volverse mirada»[7].
La gente que protagonizó la gesta de la Revolución mexicana fue también una obsesión de JAM. En Una muerte sencilla, justa, eterna, Aguilar Mora indaga el proceso revolucionario desde una voz que es autobiográfica al tiempo que desentraña el proceso de investigación y escritura, e ilumina con la profundidad reflexiva de su prosa cargada de poesía el sentido de los acontecimientos históricos. En este libro, el tema de la muerte es el leit motiv de una cultura en pleno fervor revolucionario: a partir de la narración de los dramas individuales de sus protagonistas se busca el sentido de la historia general, lo que hace del libro un texto con una mirada tan honda como piadosa sobre las vicisitudes del ser humano en medio de sucesos históricos que superan la voluntad de las personas. Esa manera de convertir la historia en narración y reflexionar a partir de ella la encontramos, por ejemplo, en este pasaje:
¿Seguimos esperando con el lenguaje? ¿Esperamos el hecho? El lenguaje estuvo antes, y estará después. Mas he aquí el hecho.
A Santiago Ramírez lo fusilaron en Saltillo. Lo fusilaron en Saltillo. Y cuando le ofrecieron un licorcito, cuando le ofrecieron un cognac, cuando le obsequiaron su última voluntad, muy generosos los verdugos, Ramírez replicó: “No quiero licor, me hace daño al hígado”. Era la naturalidad, era la perfecta naturaleza.
Y luego, cuando ya era inminente el fogonazo, cuando ya lo requería el paredón, se volvió a una señorita de Saltillo que hasta allí lo había acompañado: “No muero como un reo, muero traicionado”, le dijo. Y así murió.
[…]
Para mí, Santiago Ramírez fue el último fusilado.[8]
Es ya un clásico su ensayo La divina pareja. Historia y mito en Octavio Paz, un libro que deconstruye las ideas de Paz sobre la poesía, la historia y la cultura mexicana y desmitifica su apoliticismo. La crítica de JAM reconoce en toda su extensión la valía de la obra de Paz, pero no deja de señalar con dureza sus contradicciones, lo que da cuenta de su espíritu libre en un mundo intelectual lleno de aduladores. Esa dureza se sintetiza en su conclusión: «En el caso de Paz, no hay ningún sistema construido, no hay ninguna elaboración: hay la negación de la historia, hay intentos de gramaticalizarla, hay descripciones constantes de la otredad, del mito, de la analogía, porque en el fondo siempre ha creído que no es necesario demostrar nada»[9]. Ese libro se complementa con su ensayo «La fuga de la identidad. Tres estaciones de Octavio Paz», en el que, décadas después, JAM analiza la ambición secreta del premio Nobel que era, según él, «que el joven Octavio Paz tuviera la lucidez del Octavio Paz maduro, y que este tuviera la frescura de aquel»[10]. La visión de JAM sobre Paz es un ejercicio del criterio desde la admiración a su poesía y sus ideas sobre la poesía, pero desdeñando la adulación hacia el poder intelectual del propio Paz.[11]
En el libro en donde aparece el ensayo sobre Paz, JAM publicó también un texto sobre Rulfo: «Yo también soy hijo de Pedro Páramo». Es un ensayo sobre la muerte y la ubicuidad del muerto, sobre la orfandad y la asunción de la paternidad, sobre Pedro Páramo y sus hijos y sobre Jorge Aguilar Mora y su hijo Diego y la manera como se entrecruzan los afectos filiales. En la escritura de este ensayo dirigido al debate académico aparece otra escritura que está dirigida a su hijo, que es una manera de entender su propia condición de padre de Diego y de hijo de Pedro Páramo: «Querido Diego, si hay algo en lo que Pedro Páramo es un texto para más vivir y para dejar de sobrevivir, ese algo es su prodigiosa singularidad para hacer, en cada lectura, que el encuentro de la literalidad de la vida y de la opacidad del mundo nos permita acceder, en cuerpo y alma, a una realidad de acontecimientos puros y de actos de lenguaje»[12].
No quiero terminar esta celebración de la vida creativa de Jorge Aguilar Mora sin referirme, de manera breve, a dos de sus poemarios. Con el uno compartimos nuestra afición por la música sacra. En Stabat Mater, la figura de la madre doliente frente al hijo – hijo de Dios reivindica todo el sentido terrenal del ser humano frente a la muerte y la imposibilidad del reino de lo eterno. Se trata de un poema extenso que sostiene una plegaria de la humanidad huérfana de la presencia divina, abatida frente a la redención imposible. Ese dolor que no tiene nombre, ese dolor de la madre que pierde a su hijo me duele en estos versos: «Y, al pie de la cruz, estaba la madre. / Estaba la muerte al pie de la huida. / Ese río de lobos era maldiciones, / y alguien de su mano recogió alegría, / recogió la hora, al pie de la muerte»[13].
La bella molinera, que entabla un diálogo intertextual con el ciclo de canciones de Schubert de título homónimo, es un poemario que conjuga las tristezas del amor romántico en la posmodernidad que ha matado la ilusión romántica, con la esperanza en la poesía —embebida de racionalidad—. En el poemario, la poesía es entendida como el espacio de realización del amor contradictorio del molinero y su amada, aceptando los devaneos de la bella molinera con el caminante, con todos los caminantes que le ofrecen una libertad que se atreve a tomar. Este es un poemario que canta a la imposibilidad del amor romántico, al anhelo de libertad, a la sabiduría del sufrimiento y el miedo a ser libre: «Como si tú fueras los frutos y el deseo, / Y yo cantara baladas que nadie escucha / Porque solo la bella molinera sabe que existen»[14], canta el caminante desdeñado.
Jorge Aguilar Mora., en Guayaquil, durante su participación en el III Encuentro de Investigación en Artes, organizado por la Universidad de las Artes, en julio de 2018. (Foto: Tyrone Maridueña) |
El martes 9 de enero de 2024, Jorge Aguilar Mora habría cumplido 78 años. Nos lo arrancó de la vida la ruptura de un aneurisma aórtico abdominal el aciago viernes 5, pero no podrá la muerte arrebatarlo de la memoria de quienes lo queremos y hemos aprendido de su magisterio. Cuando Saúl Sosnowski me dio la noticia, a las 13h20 de aquel día, reventé en llanto. Ya calmado, me acordé de la felicidad que tenía la voz de Jorge cuando me contó, a fines de junio de 2022, que en julio se iría a Los Ángeles, para asistir a un concierto de Kraftwerk, invitado por Diego, que se convirtió en el destinatario de una larga carta para el hijo en la que Jorge quiso que se transformara su escritura. Mientras escribo, escucho el disco The Man-Machine y releo un párrafo de la carta de 2009 ya citada:
No nací para escritor. Nací para ser compositor musical y las circunstancias de la vida me lo impidieron. Me convertí en escritor porque fue la única manera que encontré de sustituir la melodía, la armonía y el ritmo de la música. En cierto sentido, fue un fracaso anunciado porque quise dominar primero las palabras antes de conocer sin miedo a los seres humanos, antes de aceptarlos con sus complejidades, con sus oscuridades, con sus iluminaciones.
Él era un melómano y su afición fue también un saber que compartía con el entusiasmo creativo del que habló Madame de Staël. Y si la vida es un texto que cada uno escribe, quiero imaginar que, en el inconsciente de Jorge, en aquella habitación de hospital en donde agonizaba, sus propias palabras habrían resonado como un eco luminoso, musical y eterno: «Oíamos unos estudios de Liszt y nada nos trascendía. Todo estaba encerrado en ese cuarto y estaba también más lejos. El cielo estaba amorosamente apocalíptico y al fin este texto terminaba»[15]. Son sus palabras que se convierten en nuestras palabras y que, mientras aprendemos a volar con ellas, nos acompañan en el descubrimiento de los secretos del aire.
[1] Jorge Aguilar Mora, Sueños de la razón 1799 y 1800. Umbrales del siglo XIX (México D.F: Ediciones Era, 2015), 11. Este libro obtuvo, en México, el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2015. Las fotografías de los libro que ilustran esta entrada son mías.
[2] Aguilar Mora, Sueños de la razón…, 13.
[3] Jorge Aguilar Mora, Fantasmas de la luz y el caos 1801 y 1802 (Ciudad de México: Ediciones Era, 2018), 14.
[4] Aguilar Mora, Fantasmas…, 317.
[5] Jorge Aguilar Mora, Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra durante la Revolución mexicana (México D.F.: Ediciones Era, 1990), 26.
[6] Jorge Aguilar Mora, Cadáver lleno de mundo (México D.F.: Editorial Joaquín Mortiz, 1971), 274-275.
[7] Jorge Aguilar Mora, Los secretos de la aurora (México D.F.: Ediciones Era, 2002), 377. Está inédita su novela Puentes, de la que su autor, en una suerte de introducción, señala: «El nombre completo de esto que quiere apenas ser un horizonte (abriéndose siempre) es Puentes que atraviesan los peregrinos que se pierden… Son los puentes de una ciudad ocupada por caminantes extraviados; habitantes que abren las puertas, sin saberlo, a todo lo inverosímil, lo absurdo y lo común que define su horizonte. Ellos la hacen, la soportan, la mantienen, la destruyen, la olvidan y la transforman. También la quieren, con una pasión que, como dice el poeta, cuando no se cumple, se vuelve alucinación. La ciudad entonces es la que tolera a sus ocupantes, les cuida sus caprichos, y hasta se los procura. Ellos siguen cruzando los puentes, los numerosos puentes, sin estar nunca seguros de que podrán llegar a la otra orilla. Ni siquiera los puentes estén seguros de que hay otra orilla».
[8] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 399. Su libro El silencio de la Revolución y otros ensayos (México D.F.: Ediciones Era, 2011) aborda estos asuntos analizando la literatura del período y textos claves como los corridos villistas, Cartucho, de Nellie Campobello, las novelas de Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz.
[9] Jorge Aguilar Mora, La divina pareja [1978] (México D.F.: Ediciones Era, 1991), 224.
[10] Jorge Aguilar Mora, La sombra del tiempo. Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (México D.F.: Siglo XXI Editores, 2010), 8.
[11] Esta postura crítica causa confrontación con el coro de aduladores y también con los admiradores de la obra de Paz. Apenas fallecido JAM, un polemista brillante como Christopher Domínguez publicó en Letras Libres —«heredera de la tradición y el ánimo» de Vuelta de Octavio Paz—, una necrología que resultó, más bien, un ajuste de cuentas con Aguilar Morla por su crítica a las imposturas de Paz. Lo definitivo en esta polémica, rotundo como la muerte, es que Jorge Aguilar Mora ya no le puede responder a Domínguez.
[12] Aguilar Mora, La sombra del tiempo…, 126.
[13] Jorge Aguilar Mora, Stabat Mater (México D.F: Ediciones Era, 1996), 52.
[14] Jorge Aguilar Mora, La bella molinera (San Joaquín, Chile: El Juglar, 2011), 16. En Kipus. Revista Andina de Letras, # 33 (I semestre 2013): 173-176, apareció una reseña mía sobre el poemario.
[15] Aguilar Mora, Una muerte sencilla…, 403.