José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, diciembre 18, 2021

El pasillo: patrimonio cultural inmaterial de la humanidad

 

El 1 de octubre, día del nacimiento de Julio Jaramillo, se celebra el Día del Pasillo Ecuatoriano; fue institucionalizado mediante Decreto Ejecutivo Nº 1118 suscrito por Sixto Durán Ballén, en 1993.

          
«
Cuando de nuestro amor la llama apasionada, / dentro tu pecho amante contemples extinguida, / ya que sólo por ti la vida me es amada, / el día en que me faltes me arrancaré la vida». Mientras leen estos versos del poema «El alma en los labios», de Medardo Ángel Silva, tararean la música de Francisco Paredes Herrera y, tal vez, les suene muy adentro de ustedes, la voz ruiseñorosa de Julio Jaramillo. «El pasillo, canción y poesía» es el título del expediente de la candidatura del pasillo que fue recibido por la UNESCO el 31 de marzo de 2020 y cuya incorporación a la lista representativa fue resuelta en la XVI reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, el 14 de diciembre de 2021.

            ¿Cómo se hizo el expediente que permitió a nuestro país presentar la candidatura del pasillo? Estamos ante un proceso de algunos años en el que han participado muchas personas. Esta inclusión del pasillo en la lista representativa del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad es la confirmación institucional del sentido popular que tiene el género, en muchos casos, alimentado por la poesía modernista. El soneto «Invernal», de José María Egas, musicalizado por Nicasio Safadi, nos lo recuerda: «Hay un libro de versos en tus manos de luna, / en el libro un poema que se deshoja en rosas, / tiendes la vista al cielo y en tus ojos hay una / devoción infinita para mirar las cosas».

            El proceso para la nominación del pasillo a la lista representativa se remonta a 2012. Hubo un compromiso binacional con Colombia para promover la inclusión de la marimba y el pasillo. En 2015, la marimba fue incluida en la lista, pero no se pudo concretar la nominación binacional del pasillo por cambios en las directrices técnicas de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, de la UNESCO. La Ley Orgánica de Cultura, de 2016, incorporó los postulados generales de la Convención y, por primera vez, legisló sobre el patrimonio inmaterial en Ecuador. Con este margo legal, en 2017, el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, INPC, comenzó la preparación del expediente con la participación de artistas y gestores vinculados al pasillo: el 26 de noviembre de 2018, mediante Acuerdo Ministerial No. 2108-225, del Ministerio de Cultura y Patrimonio, el pasillo fue incorporado a la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, como paso previo a su candidatura internacional.

            El INPC lideró las tareas académicas y comunitarias que se necesitaban para la elaboración del expediente. Fueron necesarios una investigación histórico-antropológica; talleres, a lo largo del país, con la participación de más de 300 personas entre compositores, artistas, musicólogos, gestores culturales y otros; y la elaboración de un Plan de Salvaguardia. Durante 2019 y 2020, el INPC trabajó el expediente para la postulación en estrecha colaboración con el Museo y Escuela del Pasillo, inaugurado el 3 de diciembre de 2018. Otras instituciones que participaron en este proceso son el Museo de la Música Popular Julio Jaramillo y Escuela del Pasillo Nicasio Safadi, Casa Museo Carlota Jaramillo, Casa de la Música, Fundación Teatro Sucre, Sociedad de Artistas y Compositores Ecuatorianos, SAYCE, Sociedad de Artistas, Intérpretes, Músicos y Productores del Ecuador, SARIME, Asociación de Artistas Profesionales de Pichincha, y otras organizaciones. Finalmente, el 26 de agosto de 2020, el director del INPC, Joaquín Moscoso Novillo, un experto en los temas sobre la conservación del patrimonio cultural a quien debemos el liderazgo de la puntillosa elaboración del expediente, envió la versión revisada del mismo, luego de las observaciones que UNESCO hiciera al documento del 31 de marzo.

            La UNESCO ha señalado que, para los ecuatorianos, el pasillo «se ha convertido con el correr del tiempo en una forma de expresión colectiva que constituyen signo de su identidad y un vínculo de unión con su patria. Hombres y mujeres practican indistintamente el elemento, cuya transmisión a las generaciones más jóvenes se efectúa en el seno de las familias y de centros de aprendizaje, así como por conducto de músicos ambulantes y orquestas populares y municipales».

            El punto 5 de la decisión 16.COM 8.b.11 del Comité Intergubernamental es elogioso para quienes elaboraron el expediente de la candidatura del pasillo: «Felicitar al Estado Parte por un expediente que puede servir como un buen ejemplo de cómo la inscripción de un elemento en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad puede contribuir para asegurar la visibilidad y el reconocimiento del significado del Patrimonio Cultural Intangible en general».

            En el sitio web de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO está la noticia sobre la resolución del Comité, un ameno y didáctico documental sobre el pasillo realizado por Rodolfo Muñoz, que fue parte del expediente, el expediente completo y otras informaciones relativas a la candidatura. Quienes tengan interés en revisar tales documentos pueden acceder a: "El pasillo": canto y poesía

            En el espíritu y la voz popular, el pasillo permanece como elemento de cohesión social en la historia nacional. El bardo y nuestra alma enamorada continuarán doliéndose de las ilusiones que provienen del ser amado: «Ángel de luz, de aromas y de nieves / cruzó tus labios, con flores de ambrosía / tus pupilas, románticas auroras, / que en oriente serán el albo día». Seguiremos cantando el romance del poeta que nos legó el retrato de una época en la imagen de una mujer morena, bañada en noche de ría: «Guayaquileña bonita, palomita cuculí, / fragancia de los frutales, granito de ajonjolí, / carnecita de canela, blancor de coco al reír, / pelo de noche sin luna, mirada oscura de añil, / ¡no me mires de ese modo porque me voy a morir!». Asimismo, evocaremos como propio, en la nostalgia dominguera de las soledades, el esplín del poeta: «Se va con algo mío la tarde que se aleja; / mi dolor de vivir es un dolor de amar; / y al son de la garúa, en la antigua calleja, / me invade un infinito deseo de llorar». O, invocaremos a las oficiantes de ese otro elemento de nuestra identidad como es el tejido tradicional del sombrero de paja toquilla, también Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2012: «Tus secretos no me digas / sigue en tu horma de esperanza / tejiendo sueños de almíbar / y diciendo a labios quedo / oraciones de ambrosía. / Teje teje tejedora / de dedos de clavellina; / teje tejedora / y une mis versos a tu toquilla». En fin, el pasillo, ahora incorporado al patrimonio de la humanidad, continuará siendo parte del espíritu del país en la poesía de nuestro corazón musicado.

 

             

Mis veintiún pasillos favoritos

 

            La siguiente es una lista personalísima, ya que solo responde a mi gusto por las versiones escogidas y está hecha para compartirla con quienes lean esta entrada; por lo mismo, he puesto las canciones sin más orden que el alfabético. Por si quieren escuchar estas versiones, he colocado en el título del pasillo el enlace a los videos que encontré de cada una de ellas.

 

Ángel de luz (letra y música: Benigna Dávalos Villavicencio), versión de Ovidio González y Damiano.

 

Carnaval de la vida (letra: Antonio Plaza; música: Mercedes Silva Echanique), versión de Karla Kanora.

 

El aguacate (letra y música: César Guerrero Tamayo), versión de Patricia González.

 

El alma en los labios (letra: Medardo Ángel Silva; música: Francisco Paredes Herrera), versión de Juan Fernando Velasco y Fonseca.

 

Faltándome tú (letra y música: Carlos Falquez Betancourt), versión de Paulina Tamayo.

 

Guayaquil de mis amores (letra: Lauro Dávila; música: Nicasio Safadi), versión de Julio Jaramillo.

 

Invernal (letra: José María Egas; música: Nicasio Safadi), versión de Margarita Lasso.

 

La oración del olvido (letra: Vicente Amador Flor Cedeño; música: Carlos Teodoro Solís), versión Trío Los Brillantes.

 

La tejedora manabita (letra: Francisco del Castillo; música: Filemón Macías), versión de La Toquilla.

 

Lamparilla (letra: Luz Elisa Borja Martínez; música: Miguel Ángel Casares), versión de Carlos Grijalva.

 

Manabí (letra: Elías Cedeño Jerves; música: Francisco Paredes Herrera), versión de Eduardo Brito Mieles.

 

Mis flores negras (letra: Julio Flórez; música: Carlos Amable Ortiz), versión del Dúo Benítez – Valencia.

 

Náufrago de amor (letra y música: Manuel Mesías Sánchez), versión de Julio Jaramillo.

 

Pasional (letra: Adalberto Ortiz; música: Enrique Espín Yépez), versión de los Hnos. Miño Naranjo.

 

Pequeña ciudadana (letra: Alejandro Carrión; música: Segundo Cueva Celi), versión Homero Hidrobo y el Trío Los Reales.

 

Rebeldía (letra y música: Ángel Leonidas Araujo Chiriboga), versión de Fresia Saavedra.

 

Romance criollo de la niña guayaquileña (letra: Abel Romeo Castillo; música: Nicasio Safadi), versión de Pepe Jaramillo.

 

Romance de mi destino (letra: Abel Romeo Castillo; música: Gonzalo Vera Santos), versión de Beatriz Parra.

 

Sendas distintas (letra y música: Jorge Araujo Chiriboga), versión de Beatriz Gil.

 

Se va con algo mío (letra: Medardo Ángel Silva; música: Gerardo Guevara), versión de Pamela Cortés.

 

Sombras (letra: Rosario Sansores; música: Carlos Brito), versión de Juan Diego Flórez.


domingo, noviembre 21, 2021

Poesía de ruptura sobre el lomo de un caballo mecánico en una calesita renacida

           

Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992). Ha publicado Sovoz (Lima: Hanan Harawi, 2016); Canciones desde el fin del mundo (Buenos Aires: Amauta & Yaguar, 2018); y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Valparaíso: Ediciones Libros del Cardo, 2021). Mención de honor en el Concurso de poesía Paralelo 0, 2017 y Primer lugar del Concurso Nacional de Literatura Libre Libro, categoría poesía, 2019. (Fotografía: Ricardo Bohórquez, 2021).

«He sido madre tantas veces / Innumerables partos / Partos como diosas / Partos que me hicieron agua / Doy a luz todos los días / hijos que recojo en los bares / hijos que me encuentro como astros adheridos en la arena de la playa»[1], proclama la yo lírica en un poemario que desmitifica a la familia y pone en evidencia el dolor, el desamor y la violencia sexual de una estructura patriarcal: «El abrazo de la muerte / se sufría en la vieja casa familiar / las mujeres dormíamos con un ojo abierto / con nuestra hermanas adheridas a nuestro cuerpos / paras evitar que los primos nos tocaran»[2]. El padre y la madre han engendrado una hija triste y ese ser doliente logra la reparación de la sobreviviente en el texto poético, consciente de su propia fragilidad. La hablante lírica se rebela, solidaria con sus hermanas, en la libertad del verso para asumir su propio cuerpo y el mundo en medio de dudas y descubrimientos: «Soy una cebolla de capas infinitas / E S C R I B O / para descifrar qué duerme / entre mis cortezas»[3].

            Canciones desde el fin del mundo (2018), de Yuliana Ortiz Ruano (Esmeraldas, 1992), es un poemario que trabaja sobre la violencia y la crueldad a las que se ve enfrentado el cuerpo de una mujer y, al mismo tiempo, sobre la liberación que se logra en el canto y la palabra: «Necesito escribir sobre mi cuerpo / las notas de las canciones del final de los tiempos. / Tejer en mi cabello una trenza / que sirva de oboe / y nos haga esperar la muerte dormidos»[4]. La trenza oboe, el vientre tambor, útero ocarina: el cuerpo es un instrumento que acompaña al canto y el canto es una manera de ser, de vencer la muerte y reencarnarse en la palabra poética. Es también un libro sobre el amor asumido como una experiencia diversa, libre y liberadora: «y sobre todo creer una y otra vez en la revolución de la carne que se cuece siglo tras siglo en el vientre de las niñas en el territorio / cuerpo de tus extremidades»[5]. Y es, asimismo el canto de una voz poética de mujer que habla, solidariamente fundida en la voz de otras mujeres, para construir nuevas sensibilidades de cuerpos emancipados de la tutela patriarcal y fortalecidos desde la conciencia de su propia debilidad: «Himnos nacionales se pierden / en un agujero negro. Hemos vuelto a Pangea. // Padre, / solo los débiles sobrevivimos»[6].

            Este poemario, además, tiene una suerte de poema-manifiesto. Así, en «Canción de amor para un caballo mecánico»[7], el leit motiv del «caballo de hierro en llamas» juega con la idea de velocidad, esbeltez y libertad enfrentada a lo estático, la fuerza y la coraza. La paradoja se ve envuelta en el símbolo de la pasión encendida, esa que se halla en consunción de sí misma y este juego poético le posibilita a la yo lírica la ruptura de todo orden. Un texto lleno de metáforas que revientan la inmovilidad de lo complaciente: «Mi amor / la noche no es otra cosa que el sueño idiota de un dios de barro y cristal […] Yo / única amante separada de tu cuerpo soy un caballo de hierro / en llamas». Un poema de ruptura, de rechazo al mundo tal como es en búsqueda simbólica del retorno a una idílica Pangea: «Celebro este dolor como celebraré la unión de nuestras tierras en una sola / aquí y ahora / no puede ser cierto si no te sumerges conmigo en el vientre de agua que nos vio nacer en uno solo».

           


Canciones desde el fin del mundo
, de Yuliana Ortiz Ruano, a pesar de ciertos excesos verbales, su tendencia a lo críptico y, a ratos, contradicciones en sus sentidos, es un poemario de imágenes poderosas por su apuesta contracultural, de una descarnada desconstrucción de la familia patriarcal y lleno de esperanza en las nuevas formas de amar que se expresan en el canto desde el cuerpo y la poesía: «Un poema es una gota de sangre / sobre la grupa de un blanco equino / que corre despavorido y lee el / Poema/Gota/Sangre / al corazón / de las piedras olvidadas en el río»[8]. Canciones desde el fin del mundo es cancionero de una voz de mujer que sobrevive en un mundo apocalíptico y se reencuentra con su origen como el caballo de la poesía en una calesita renacida.



[1] Yuliana Ortiz Ruano, Canciones desde el fin del mundo, 2da. ed. (Quito: Kikuyo Editorial, 2020), 214.

[2] Ortiz Ruano, Canciones…, 148.

[3] Ortiz Ruano, Canciones…, 104.

[4] Ortiz Ruano, Canciones…, 56.

[5] Ortiz Ruano, Canciones…, 180.

[6] Ortiz Ruano, Canciones…, 64.

[7] Ortiz Ruano, Canciones…, 224-240.

[8] Ortiz Ruano, Canciones…, 112.


domingo, noviembre 14, 2021

A media asta


 

En 2021, hasta noviembre, en las cárceles de Ecuador,

324 personas privadas de libertad han muerto violentamente.

.

 

Etiquetados del mal, son cadáveres que deambulan

a la espera del acta violenta de su defunción

en esa tumba donde habitan sin exequias ni piedad.

 

La patria está de duelo por los vástagos de su propio horror:

los expulsados del hogar y de las iglesias; los que blandieron

el arma culpable del pesar de otros; los desahuciados del mundo,

los que reciben el escupitajo del biempensante y la caricia

del alma estrujada de la madre; los parias sin sentencia

en ese infiernillo de esperanzas ciegas; los que robaron para saciar

el hambre de sus hijos y los rebeldes; los desechables de la vida, 

los del rostro culpable que nos hace creer que somos inocentes.

 

¡Cómo no llorar aquellas muertes enterradas

en nuestros corazones muertos! ¡Cómo no llorarnos!


domingo, octubre 24, 2021

Liturgia de poesía, vida y fe

           


«¿Qué es la poesía / sino un estado de gracia?»[1], se interroga la voz del poeta y nos entrega la imagen de Adán, en el gesto de aquel que emerge al mundo, en el fresco celestial de la Capilla Sixtina, y del que, en ese nacimiento, del cuerpo frágil y fugaz, está tocando la gracia divina y se vuelve inmortal en la eternidad del arte. Ese estado de gracia se sostiene en la mirada del mundo y sus cosas sencillas, en la contemplación de la naturaleza como la obra de Dios, en la aceptación del ser finito y trascendente a la vez; en la escritura poética como don y ofrenda: «…lo mejor de la vida / lo iluminó / un estado de gracia / que emergía de nuestra propia NADA»[2]. Misa del cuerpo, de Jorge Dávila Vázquez, es liturgia de la poesía, celebración de la vida y de la fe de su autor. Un poemario para meditar sobre el arte, la finitud del cuerpo y la trascendencia del espíritu.

            El libro se abre con la «Poética 1», cuya voz lírica interpela el sentido de lo fugaz y de lo eterno a partir de imágenes de lo natural cotidiano como el gusano y la mariposa, la estrella y la luciérnaga. El poema trabaja la paradoja de la existencia de la fugacidad y lo eterno en la naturaleza misma que envuelve la existencia humana: «Fugaces las palabras, pero también eternas, / Eterno el vuelo de la gloria y, sin embargo, efímero»[3]. Así, la fuente de Narciso se empaña un instante por la muerte, que es eterna, y el aleteo de la mariposa, que es fugaz, condensa en su vuelo el sentido de toda una vida. El poemario es una liturgia de la poesía atravesada por la memoria que perdura en la palabra de quien es efímero en el tiempo y en la noción paradójica del ser eterno y fugaz.

            Hay un verso en esta sección que es el testimonio de la eternidad del amor del hijo en el tiempo finito de la existencia física de la madre: «la imagen de la madre vuelve siempre, no importan ni los años, ni la muerte»[4]. La línea poética, de intenso lirismo, nos lleva a los dolidos versos de «Fragmento del libro de la madre» (2005), elegía que comienza con una imagen que da cuenta de la intensidad de la pena: «La vida, madre, como una espada / me ha partido en dos» y, termina, en el abrazo dolido del hijo y la madre que se enfrentan a la separación definitiva: «Porque la vida en este golpe, madre, / nos ha cortado, en dos, como una espada»[5]. Esta permanencia de la madre en la vida del poeta se halla también en el «Introito», de la Misa, en donde su presencia es fuente de gratitud y espacio en el que cabe el transcurrir del hijo: «Ana, tres letras, apenas, / y todo un universo vivo en ellas»[6].      

            Estamos, asimismo, ante un libro que celebra la vida del ser humano, pletórica de arte, en el tiempo de su ocaso y expone la condición precaria del cuerpo frente a su propia fragilidad. En «Gripe», los síntomas convierten al cuerpo en un amasijo de carne en indefensión; la metamorfosis que ocasiona la fiebre lleva al cuerpo a un estado de postración en el que la condición humana parece devenir monstruoso insecto vapuleado por el peso de la existencia:

 

Larvado, orugado, envuelto en mi propia fiebre y mis pequeños

dolores absurdos,

siento que viene la metamorfosis, llega:

nunca crisálida, mariposa jamás,

talvez solo transformación de la parentela de Gregorio Samsa.[7]

   

            No obstante, esa angustia que se concentra en los silencios nocturnos de un hospital, como un claroscuro de la vida misma, se transforma en esperanza con la claridad del día siguiente. Hay una reminiscencia romántica que, con nostalgia, expresa su fe en la vivacidad de la naturaleza. Los elementos de un mundo bucólico emergen de las sombras nocturnas e irrumpen en la urbe y el hospital, esa institución que democratiza el dolor y la enfermedad, para instaurar la esperanza vital: «Pero el amanecer se llena de sonidos de pájaros. / Llegadas son la luz y la armonía»[8].

            El arte atraviesa la vida del poeta. La danza es añorada desde la imposibilidad del cuerpo propio para desplazarse en el vuelo, la gracia y la fuerza del sublime movimiento de las bailarinas, de los bailarines; arte del cuerpo estilizado que provoca la admiración y la envidia retórica del poeta con su cuerpo sedentario a la espera del milagro de la belleza en movimiento:

 

Yo, tan terreno, mi Dios, tan afincado en este mundo

de polvo y de raíces, he sufrido el gozo

de estas envidias, como codicié la magia de Nureyev

y su princesa Aurora, la señora Fontayn,

como miraba boquiabierto

el aleteo de la inmortal Alicia Alonso

y me deleitaba con la menuda figura voladora

de Barishnikov en El Cascanueces.[9]

 

            Es también en el canto operático en donde sucede el milagro. Yo soy el humilde servidor del Genio creador. ¿Quién que anhela el arte no sacrifica su propia libertad en el ara de la creación artística? El poeta rememora la romanza de Adriana Lecouvreur —el hablante lírico nombra a Mirella Freni como intérprete— como punto de partida de la palabra poética que conjuga la música, el canto, la poesía y sus artistas: «seres fugaces / como todo lo humano / seres eternos, hacedores del arte»[10]. Y, asimismo, es la música la que todo lo llena con su belleza pura. En la búsqueda ansiosa del poeta de un concepto que defina el amor, aquel ensaya múltiples aproximaciones; una de ellas enlaza al amor con la música, creando un vínculo esencial: «Esa emoción que te inunda / y te quita la palabra, pero te llena de música por dentro»[11].

            Finalmente, la poesía de Dávila Vázquez es una conmemoración de la fe de su autor a través de la palabra poética, que es también la palabra profética que agradece la presencia de Dios en la vida y en la trascendencia del ser humano. La sección central del poemario, «Misa del cuerpo en el ocaso», nos remite al prefacio de La palabra, el silencio (2004), de cuyos poemas Jorge dijo: «Son un público acto de fe, y también un conjunto de mínimas plegarias y meditaciones»[12]. En dicho poemario, el poeta se entrega a Dios, en culto poético, desde un comienzo: «Señor: / No soy Moisés, / sin embargo / la zarza ardiente / aún crepita / en mi sangre»[13]. Recorre la vida de Jesús y nos ofrece unas imágenes de la pasión que terminan con el reconocimiento del sentido que tiene el santo sepulcro, esa tumba vacía que «es nuestro signo, / nuestra fe inconmovible / nuestra esperanza / de resucitar / también / con Él un día»[14]. Es, justamente, esta certeza de la fe, la que va a estar presente en la ceremonia del cuerpo, en decadencia física, confrontado con su final.

            La misa poética se abre con una invocación. El poeta presiente la cercanía inevitable del fin del cuerpo, la voz habla desde la aceptación de esta realidad que nos iguala a todos, con palabras que estremecen por el eco moral que generan en quien las lee: «Hay luz, todavía, es verdad, / pero ya nunca más ese esplendor de la mañana»[15]. El cuerpo y sus males físicos, la memoria del dolor y esa parte oscura de nosotros mismos que es inconfesable. Esta certeza de finitud demanda una estancia final de la palabra, una manera de meditar sobre la vida, de cara a la muerte: «¿Tendré la fuerza para entonar mi cántico, / quizás el último, antes de acogerme al silencio, / que me tienta y persigue, persigue y tienta, / desde hace tiempo?»[16]. Pero, el poeta cree en la trascendencia del ser humano, cree en la redención del espíritu luego de que la vida terrenal se haya consumado. Por eso, su voz se eleva en los versos finales del «Introito», como se elevaban las plegarias de los profetas atormentados:

 

Y en el todo y la nada,

en el sonido y el silencio,

revelándose sutil, perennemente,

Tú, mi Señor,

mi sostén en la caída,

mi secreta llama

en medio de las sombras… ¡Tú![17]

 

            En la liturgia, en el momento de aceptar nuestra condición de pecadores podemos reconocer que en el milagro de la cruz reside la redención del género humano. El poema «Confiteor» es un texto hermoso por la estremecedora verdad de sus versos. La palabra poética desnuda el alma del poeta contemplando la vida desde el ayer en un instante en que el cuerpo mira a la muerte en el mañana: «Confieso que he sido / siempre débil ante todo / lo hermoso». Confesión tremenda, en términos de la ortodoxia católica, que cuestiona el sentido mismo de la moral del catecismo y la vuelve ancilar de la estética, que descree de aquella. El poeta, además, reconoce lo que guarda, inconfesable, en sí mismo: «me atrincheré en silencios / duros e indomables, / de los que ya no lograré / salir jamás»[18]. Por eso, su fe en la redención lo lleva a invocar al Único capaz de perdonar esa condición de pecador que se confiesa, que se arrepiente, con humildad y recogimiento: «y tiéndeme tus brazos / para que no caiga en lo oscuro / sino me llene de la luz inmortal / en la hora última»[19].

            Pero en medio de la decadencia de la carne que clama por la piedad divina, existe un cántico a la naturaleza, lo humano y el arte en el «Gloria». Las pequeñas manifestaciones de la naturaleza: una flor, un arroyo, el trino de las aves; la sencillez de la vida del ser humano: su infancia y la esperanza; y en la belleza, que todo lo envuelve, del arte en sus variadas expresiones: las piedras del gótico, los frescos de Miguel Ángel, la música sacra, toda la música, siempre, la poesía mística y la letra del ingenio literario del mundo. Al final, el poeta glorifica a Dios en lo bello, ese concepto que encierra su condición de pecador y que, al mismo tiempo, lo redime, expandido en la plenitud del arte:

 

en todo cuanto habiendo sido

sueño, imaginación,

se encarnó en obra de arte. ¡Gloria a Ti, Señor,

Uno y Trino,

Tú, que iluminas

la mente y el corazón del hombre,

desde siempre

hasta siempre, Gloria![20]

 

            El poema es un cántico de gratitud del poeta que da en ofrenda su palabra, que alaba la obra del Creador y llega al éxtasis en el momento esencial de la fe, que es la consagración. Esta liturgia poética es una reafirmación de una fe que se ha construido en la belleza del arte, en la contemplación de la naturaleza, en la vivencia de las cosas sencillas del mundo y en los afectos del amor cotidiano. El poeta vislumbra al universo en su eternidad como el espacio infinito en donde se realiza el sacramento de la fe:

 

Cuando, desde la eternidad

se escucha la fórmula sagrada:

«¡Este es mi Cuerpo, mi Sangre es esta!»,

se estremecen las galaxias,

tiemblan los siglos

y, sin embargo, el milagro se repite

a cada instante y en los lugares

más remotos que imaginarse pueda.[21]

 

            Hacia el final de la liturgia, luego del sacrificio del cordero pascual, que en el poema es la ratificación de la inocencia que carga en sí la culpa del mundo para la redención de ese mismo mundo, nuevamente aparece el cuerpo cercado por la enfermedad, abrumado por su propia decadencia física, enfrentado a la única verdad sin atenuantes que es la muerte. Pero la fe en Dios es lo único que conduce a la trascendencia del espíritu. La belleza de lo tremendo, que es una de las posibilidades del arte, se magnifica en esta estrofa de «Ite, Missa Est» con la imagen del cuerpo desvaneciéndose, convirtiendo su llama en humo:

 

Y, lentamente, el cuerpo

se irá consumiendo como un cirio,

desaparecerá en el aire

como una nube de incienso,

como un puñado de sal en el mar,

como unas lágrimas

en medio del desierto.[22]

 

            Misa del cuerpo, de Jorge Dávila Vázquez, es un testimonio de la perenne búsqueda de la poesía a través de la palabra, de la necesidad del poeta en decir lo suyo, a pesar de todo el arte que existe, a pesar de toda la poesía que ya nos ha sido revelada: «¿Para qué escribir si todo ya está dicho: / en tu presencia, en tu ausencia, / tu palabra y también, dolorosamente, tu silencio»[23]. El poeta no se resigna a la mudez e interpela a la poesía y a las posibilidades del verbo, a las bellas resonancias de esa palabra que, en este poemario, ha sido consagración, plegaria, instante fugaz del poema en la eternidad de la poesía.



[1] Jorge Dávila Vázquez, Misa del cuerpo (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2021), 113. La fotografía del libro que ilustra esta entrada es mía.

[2] Jorge Dávila Vázquez, Misa…, 125.

[3] Jorge Dávila Vázquez, Misa…, 28.

[4] Dávila Vázquez, Misa…, 29.

[5] Jorge Dávila Vázquez, Río de la memoria (Cuenca: Sínsula Editores, 2005), 97 y 101.

[6] Dávila Vázquez, Misa…, 82.

[7] Dávila Vázquez, Misa…, 37.

[8] Dávila Vázquez, Misa…, 39.

[9] Dávila Vázquez, Misa…, 48.

[10] Dávila Vázquez, Misa…, 73.

[11] Dávila Vázquez, Misa…, 61.

[12] Jorge Dávila Vázquez, «La palabra, el silencio», en Temblor de la palabra. Antología poética (Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2009), 279.

[13] Dávila Vázquez, «La palabra, el silencio», 281.

[14] Dávila Vázquez, «La palabra, el silencio», 309.

[15] Dávila Vázquez, Misa…, 81.

[16] Dávila Vázquez, Misa…, 79.

[17] Dávila Vázquez, Misa…, 84.

[18] Dávila Vázquez, Misa…, 86.

[19] Dávila Vázquez, Misa…, 87.

[20] Dávila Vázquez, Misa…, 93.

[21] Dávila Vázquez, Misa…, 104.

[22] Dávila Vázquez, Misa…, 109.

[23] Dávila Vázquez, Misa…, 71.