Leonardo DiCaprio, Brad Pitt y Quentin Tarantino |
El de los hippies
fue, tal vez, el movimiento contracultural más auténtico e influyente en la
sociedad norteamericana de los 60. Se convirtió, por sus ideales y prácticas
anti consumistas, ecologistas y pacifistas, en la más fuerte crítica del
capitalismo norteamericano desde su seno. Vivían en granjas comunitarias,
producían alimentos orgánicos, promovían el amor libre, el uso recreativo y
medicinal de la marihuana y otras drogas, y se oponían a la guerra de Vietnam. Haz el amor y no la guerra.
El conservadurismo
norteamericano los desprestigió: la imagen de los hippies que los conservadores
promovieron fue la de gente ociosa, amoral, drogadicta y, luego del crimen de
Sharon Tate, de gente violenta. Esta imagen reaccionaria del hipismo es la que
Tarantino ofrece en Había una vez en
Hollywood.
El
asesinato de Sharon Tate y sus invitados ocurrió en la noche del 8 al 9 de
agosto de 1969. Del 15 al 18 de agosto de 1969 sucedió la cumbre del hipismo: Woodstock. Pero de Woodstock no se
dice una línea en la película: era imposible que en Hollywood no se hablara de
lo que sería Woodstock. La omisión de este dato reduce el movimiento hippie a los
crímenes de la Familia Manson. No es solo una alteración anecdótica de la historia, sino una
falsificación ideológica de la misma.
Esta caracterización
de los hippies le permite a Tarantino explayarse, impunemente, en la violenta
secuencia final. Claro, la violencia se justifica como un espejo: estos —los “malditos
hippies”, según Rick Dalton— hicieron lo mismo con Sharon Tate; por lo tanto,
la violencia contra tales personajes quedaría “justificada”. Es decir que, para
confrontar la violencia, si un ladrón quiere meterse en mi casa yo tengo
derecho a masacrarlo y matarlo con un lanzallamas. Me dirán que se trata de una
típica provocación de Tarantino en estos tiempos en los que ciertos
fundamentalismos de lo “políticamente correcto” parecerían estar haciéndole
daño al arte. De esta manera Tarantino justifica el que dos hombres masacren a
dos mujeres hippies, ya que son unas asesinas despiadadas.
Algunos dicen que
la modificación de los sucesos reales es para no mostrar el crimen sangriento
perpetrado contra Sharon Tate y sus amigos como una suerte de homenaje a las
víctimas. Pero Tarantino perpetra esa misma violencia contra los hippies, que
son los homicidas en la realidad. Y con eso satisface el sentido primitivo de justicia
de los espectadores. Y Cliff, el que más se ensaña golpeando a las mujeres,
pasa de simpático aunque pesa sobre él la acusación, de ambigua respuesta, de
haber asesinado a su esposa. No alcanza a ser una crítica de la violencia y la
masculinidad de Hollywood, sino una celebración de la misma. Una evasión a lo
Disney, pero en sangriento.
En Había una vez en Hollywood las mujeres son
estereotipos: Sharon Tate es una rubia naif y superficial que va a contemplarse
a sí misma en el cine y se emociona con la risa de los espectadores, una diva
superficial aunque lea Tess; la niña
actriz es una niña adulta, un poco insoportable, aunque tiene un gesto conmovedor
cuando felicita a Rick por una escena; la hippie Pussycat es una adolescente
libidinosa y pare de contar; las hippies, en general, una caricatura hecha con
los prejuicios sobre la mujer italiana. Parecería que a Tarantino solo le
importan los pies desnudos de las mujeres.
Es como si a
Tarantino estuviésemos dispuestos a aceptarle todo, incluidas las tres horas de
la película. Dicen, «qué maravilla de construcción histórica»: pero eso es lo menos
que podemos esperar de una película de época con un presupuesto de noventa
millones de dólares. Al final, es como si Tarantino hubiese decidido: «ya que
tenemos esta escenografía de una época chévere no la desperdiciemos en una
vulgar peli de hora y media». Y así, la película está llena de guiños
autorreferenciales, desplazamientos largos y aburridos, y un revisionismo
histórico que en esta ocasión no funciona, como en Bastardos sin gloria, sencillamente, porque los hippies no pueden ser comparados con los nazis: El mismo lanzallamas que Dalton usa contra los nazis es
el que utiliza para matar a la hippie.
Espero no ser
malinterpretado. Tarantino es un gran director y he visto casi todas sus
películas: aunque él lo intente, no podría hacer una película mala; pero Había una vez en Hollywood no será una
de mis favoritas. Me dejó un sabor agridulce: me gustaron algunas constantes de
Tarantino, el dúo DiCaprio – Pitt, la intertextualidad con los spaghetti westerns y la lista de
canciones; me disgustaron los excesos autorreferenciales, la misoginia, cuyo
descaro es también su cobertura, el humor xenofóbico y la visión que ofrece de
los hippies.
Había una vez en Hollywood es, antes que nada, un homenaje de Tarantino al cine
de Tarantino, y está llena de trucos tarantinescos.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 27.09.19
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