Al Puma, su padre
intentó violarlo cuando tenía diez años y su vida es una caída hacia un fondo
de violencia criminal. El Topo tiene una madre que está presa por estafa y él
mismo se enreda en los vericuetos de la delincuencia. El Gusano aborrece a su
padre que lo maltrata y termina enfrentado a la muerte desde la escritura. La
Cucaracha, apático y depresivo, es parte de una banda de rock y odia a su
padrastro. El Buitre es un arribista capaz de todo por escalar socialmente y
odia a su padre pues lo culpa de la pobreza familiar. Todos son adolescentes de
clase media baja que viven en el sur de Guayaquil y ambicionan el tipo de vida
de los hijos de la burguesía del norte. Viven en una sórdida lucha de clases
que se desarrolla en la esfera de lo cotidiano.
Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión, es una novela de aprendizaje
vital que nos nuestra las vicisitudes de cinco adolescentes de clase media baja,
arribistas, que se ven envueltos con el lumpen de las drogas y el crimen. La
novela está narrada con gozosa fluidez, nos ofrece una galería de personajes
malditos e irredentos y disecciona con crudeza una realidad social amoral y
violenta.
Estos adolescentes
de familias disfuncionales (¿es que acaso existirá alguna familia que funcione
sin grietas ni esqueletos escondidos en el clóset?) son una concreción de la
ciudad que existe en el sur. El Gusano quiere escribir «sobre cómo experimenta
la ciudad un chico del sur». La novela plantea, de manera algo esquemática, el enfrentamiento
social que se da, en el Guayaquil de los noventa, entre el sur de la clase
media proletarizada y el norte elegante y amurallado de la burguesía. Según una
voz autoral que habla cargada de lirismo, todos ellos son personajes que «salen
a bailar sin música por el jardín invisible del tiempo».
Los cinco chicos
ambicionan la riqueza que no tienen y buscan ser aceptados por los chicos del
norte. Para ello, recurren a las drogas, el sexo y el crimen: «Fugándonos de
nuestro presente sin ingresar al futuro». La única lealtad que tienen es para
con sus amigos. Ellos son el testimonio de una sociedad inequitativa y de doble
moral, que sucumbe ante el poder del dinero. Cada uno de ellos, «si no era
excéntrico, estaba demente».
Ernesto Carrión, Cartón Piedra |
El Puma y el Topo,
por ejemplo, carecen de moral. Desprecian a sus padres, maltratan a sus madres
y, por el deseo de vivir como los ricos del norte, no dudan en convertirse en
criminales. Una escena perturbadora, que retrata la condición del Puma, es
cuando su madre le expresa su preocupación debido a que maneja sin licencia un
carro de dudosa procedencia: el Puma «interrumpió a su mamá desabrochándose el
pantalón y bajándose ligeramente los calzoncillos. […] —Mira, mamá, yo ya tengo
pelitos en la verga, así que no me jodas».
El Puma es un
personaje que recorre el infierno de la ciudad. Trafica con droga, roba
pasaportes, se prostituye y asesina a un hombre. No puede ingresar al círculo
social de los ricos del norte a pesar de la humillación a la que se somete. El
Puma termina casándose con la noviecita a la que desvirgó; ella, al final, no
tiene miedo de serle infiel con uno de los ejecutivos del banco en donde
trabaja, que son esos mismos chicos del norte. Como si fuera una moraleja, la
vida se encarga de ubicarlos a cada uno en su estrato social y en su realidad.
El Puma termina, junto a su padre, de maquinista de un montacargas en Puerto
Marítimo. Un maldito domado por la realidad de una sociedad despiadada.
Edición española |
La novela es una
disección sin concesiones de la violencia social de una ciudad —que es
Guayaquil pero que puede ser cualquier ciudad de nuestra América—. «No esperes
definiciones que te gusten. Ha sido siempre así: el sitio desde donde escribo
ya no existe», dice la voz autoral que irrumpe como una voz omnisciente de la
novela. Pero también es la disección de una cultural juvenil desencantada y
alienada, anclada al mito musical de Kurt Cobain.
Incendiamos las yeguas en la madrugada, de Ernesto Carrión, ganó el premio Casa de las
Américas en 2017 —no es el más dotado económicamente pero sí uno de los más
prestigiados de Iberoamérica— y forma parte de esta eclosión de la literatura
ecuatoriana que estamos viviendo. Una literatura que es andrógina como todo buen
arte.
Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 10.05.19