Casa Museo de Vicente Huidobro en Cartagena, Valparaíso, Chile. |
A cinco
meses de su muerte, el 2 de junio de 1948, apareció Últimos poemas, libro póstumo del chileno Vicente Huidobro. Fue
Manuela Huidobro de Yrarrázabal, hija y albacea de la obra del poeta quien
recopiló textos inéditos y otros dispersos para el libro. Ella concluye su nota
con este envío: «A
la memoria de mi padre adorado dedico este trabajo, hecho con inmensa ternura y
veneración».
El “Arte poética” de Huidobro, en El espejo de agua (1916), indicará,
desde un comienzo, el rumbo no solo de su escritura sino de su actitud estética
frente a ella: «Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas! / hacedla florecer en el
poema. // […] // El poeta es un pequeño Dios». Este es el meollo de la estética
de la vanguardia frente al proceso creativo y al sentido de la poesía.
En 1931 aparece Altazor, «con
un retrato del autor por Pablo Picasso», según se indica en la portada. Este
poema extenso, concebido desde 1919, ha pasado a la historia literaria como la
obra más divulgada y estudiada de Huidobro. En cambio, el poemario Últimos poemas es quizás el menos
conocido. Este libro ha sido editado en Ecuador, por primera vez, gracias a una
alianza de la Editorial de la Universidad de las Artes y El Ángel Editor. La
cesión de derechos se debe a la generosidad de Vicente García Huidobro, nieto y
presidente de la fundación que lleva el nombre del poeta.
La recopilación de los textos de Últimos poemas da cuenta de un verso deslumbrante, por la profundidad
de su materia; limpio, por la manera diáfana como fluye la cascada de imágenes
y de conceptos; estremecedor, por el tratamiento que la voz poética da al viaje
del sujeto, a la experiencia vital, a la presencia inherente de la muerte, o al
acompañamiento permanente de la poesía en todo momento de la existencia. En Últimos poemas, el poeta ha dejado de
ser ese pequeño Dios del Creacionismo para convertirse en un transeúnte de la
vida con la poesía, inseparable compañía, a cuestas: «Así es el viaje al fin del mundo / Y ésta es la corona
de sangre de la gran experiencia / La corona regalo de mi estrella / ¿En dónde
estuve en dónde estoy?».
La condición de transeúnte
atraviesa el libro. Si en Altazor el
viaje en paracaídas implica una descomposición del lenguaje para el nacimiento
y creación de un lenguaje nuevo, en “El pasajero de su destino”, por ejemplo,
el viaje tiene un sentido humano diferente: se trata del tránsito vital del
hablante lírico que entiende el devenir de los seres humanos como una tradición
de la vida: «Es así como somos / Y como nos paseamos hoy sobre la tierra /
Precedidos por los ruidos de nuestros antepasados / y seguidos por el dolor de
nuestros hijos».
El
tema de la muerte también es una constante en estos poemas. En “Coronación de
la muerte” la voz poética hace un llamado explícito: «Yo quiero hablaros de los ojos de la muerte Del suspiro postrero / De
las maneras de morir tan distintas como los andares». El poema final, “La
muerte que alguien espera”, nos entrega una letanía —aquella cascada de
imágenes que caracteriza la poesía de Huidobro— que habla de la presencia
irremediable de la muerte a lo largo de nuestra vida. En una maniobra
inesperada, la voz poética sitúa a la muerte en dependencia de la existencia
humana: «La muerte que no
puede vivir sin nosotros», para reafirmar su fe en el hombre y paso vital, ya
señalado en “Voz de esperanza”: «Es el hombre / El hombre de pie sobre sus
sueños».
En las proximidades de la que fue su casa, en el balneario de Cartagena,
región de Valparaíso, está la tumba de este “pequeño Dios”. Su epitafio reza: «Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba;
al fondo de esta tumba se ve el mar». Esa tumba estuvo prefigurada en el
bellísimo “Monumento al mar”: «He ahí el mar / De una
ola a la otra hay el tiempo de la vida / De sus olas a mis ojos hay la
distancia de la muerte».
En
el poema que abre el libro, de hondas y luminosas resonancias sobre el tránsito
vital como una experiencia única e intensa, y el tránsito a la muerte, como un
destino inevitable y el final de todo, Huidobro nos lega su testamento poético:
«He vivido una vida que no puede vivirse / Pero tú, Poesía, no me has
abandonado un solo instante». La poesía del pequeño Dios en cuya forma la vida
es iluminada por la palabra.
Publicado
en Cartón Piedra, revista cultural de
El Telégrafo, el 26.04.19
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