Sargento Mario Terán, el soldado al que le tocó ejecutar al Ché. |
1967
En un villorrio de las
estribaciones de los Andes bolivianos,
al sargento Mario Terán
le han dispuesto ejecutar a un bandolero.
Cuando
llegué, el Che estaba sentado en un banco.
Al
verme dijo: “Usted ha venido a matarme”.
En La Higuera dicen que
la orden vino de La Paz
y a Barrientos se lo han
ordenado desde Washington.
¿Por qué a mí? —ojos de
cuy acorralado, en su mano
una botella de singani
barato es consumida sin tregua.
Yo
no me atreví a disparar.
En
ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme.
El sargento conoce el
ronquido de las armas escondidas
su
cabeza es un fardo expuesto a las balas
y se sabe precario y
prescindible en medio de la batalla.
Pero el cuerpo se le
paraliza al entrar al aula de la escuela
el
bandolero lo espera herido, desarmado,
sosegado ante la
implacable certeza del combatiente.
Pensé
que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma.
“¡Póngase
sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”
La muerte es una certeza
fría en la profesión del guerrero
la vida es el latido de
las sienes y el dedo en el gatillo;
el resto
es literatura.
El Ché fue ejecutado, hace cincuenta años, el 9 de octubre de 1967. |
2007
El sargento Terán ha
envejecido y sus ojos se opacaron
nubosidad
cargada de tormentos
su mundo está poblado de
sombras desde La Higuera.
Un médico cubano en
misión solidaria opera
las cataratas del
sargento Terán, en Santa Cruz de la Sierra.
Las sombras desaparecen,
la nubosidad se disipa y tras la operación
el sargento Mario Terán
vuelve a contemplar al bandolero
como lo vio en el breve
momento antes de ejecutarlo.
Ante él permanece el Che,
grande, muy grande, enorme.
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