"La civilización occidental y cristiana" (1965), León Ferrari, Banco de la República, Bogotá, 2011. |
Al grito de “¡Viva Cristo Rey!” destruyeron
algunas obras de la exposición que fue clausurada por una jueza el 17 de
diciembre. La presión social y otro fallo judicial permitieron que la
exposición fuera reabierta. La retrospectiva de Ferrari, por supuesto, incluía
el clásico “La civilización occidental y cristiana”, (1965): un Cristo
crucificado en una réplica de un avión de guerra F-105, de los que utilizó EE.UU.
en la guerra de Vietnam. En este caso, la obra, exhibida originalmente en medio
de una guerra que causó aproximadamente cuatro millones de muertos y en donde
los norteamericanos usaron bombas de napalm, es un ensamblaje, visualmente potente,
que da cuenta del maridaje del poder militar y el poder eclesiástico aliados en
lo que llamaron la lucha contra la expansión del comunismo, utilizando a la
religión para justificar la guerra.
"Piss Christ" (1987), Andrés Serrano. |
Es necesario mencionar también el escándalo
acontecido alrededor de la fotografía “Immersion (Piss Christ)” (1987), del
norteamericano Andrés Serrano. La crítica Lucy Lippard calificó la obra como “una
misteriosa y hermosa imagen fotográfica [...] El pequeño crucifijo de madera y
plástico se vuelve virtualmente monumental, ya que flota, fotográficamente
ampliado, en un profundo brillo rosado que es a la vez inquietante y glorioso.”
Los fanáticos religiosos alrededor del mundo no opinaron lo mismo y esta
fotografía, supuestamente inmersa en la orina del autor, ha sido objeto de
vandalismo en algunos lugares donde fue expuesta. Al D’Amato y Jesse Helms, senadores
republicanos, se mostraron indignados de que Serrano hubiese recibido financiamiento
del Fondo Nacional de las Artes para la realización de su obra.
En cambio, la monja católica Wendy Beckett,
crítica de arte, en una entrevista con Bill Moyers, ya en 1997, remarcando
que no es un gran trabajo, señaló que para ella la fotografía de Serrano no era
ofensiva, puesto que “eso es lo que estamos haciendo con Cristo; no lo estamos
tratando con reverencia; su gran sacrificio no es utilizado; vivimos vidas
vulgares; ponemos a Cristo en una botella de orina; en la práctica, era una
obra muy admonitoria.”
La fotografía es una pieza polémica sobre todo
por la explicación verbal añadida, pues el autor dijo que el crucifijo estaba
sumergido en su orina. Obviamente, la inmersión del crucifijo en una vaso de
orina es una provocación sacrílega. Me recuerda a aquellos que gustan del ritual
de una misa satánica, lo que vendría a ser una puesta en escena radical en
términos sacrílegos. ¿Cuál es el elemento subversivo en esta propuesta
escatológica? Estamos ante un caso más en que un objeto de mediocre valor artístico,
por el hecho de escandalizar a las buenas consciencias, se convierte en un
icono de la charlatanería que acompaña a mucho del arte conceptual.
No obstante mi apreciación estética, nada debe justificar
que ese objeto que se proclama a sí mismo como objeto artístico sea objeto de
censura o actos vandálicos. Aunque, viéndole desde otra perspectiva, el acto
vandálico en sí mismo podría ser interpretado como una performance de crítica
radical. ¿Qué tal si, en vez de darle martillazos, alguien decidía arrojar los excrementos
de una bacinilla sobre la fotografía? ¡Shit
happens!
"Mujeres en custodia", María Eugenia Trujillo. |
En agosto de 2014, en el Museo Santa Clara, de Bogotá,
la exposición Mujer en custodia, de
la artista María Eugenia Trujillo, fue suspendida por un derecho de petición
interpuesto por el político conservador Carlos Corsi Otálora, en representación
de grupos católicos. En la denuncia se acusa a la exposición de Trujillo de pretender,
desde el feminismo, “atacar los símbolos religiosos de la eucaristía y la fe
cristiana en uno de los lugares de adoración, que es la custodia del Cuerpo de
Cristo”.
La exposición constaba de varias custodias y
relicarios que fueron intervenidos por la artista, con bordados, semejando una
vagina. El crítico Halim Badawi escribió en Arcadia
sobre la muestra: “Trujillo pone en discusión la masculinidad que ha servido
como medida de todas las cosas y que ha derivado en vejámenes contra las
mujeres: discriminación, inferioridad laboral, maltrato doméstico, ataques con
ácido, violaciones sexuales, salarios menores, baja escolaridad y discriminación
dentro de la Iglesia.”
En septiembre, el Tribunal de Cundinamarca
levantó la suspensión y, en noviembre de ese año, un fallo del Consejo de
Estado, recordando que el Museo de Santa Clara, no es templo religioso desde
1969, determinó que “no es válido restringir el derecho a la libertad de
expresión de la artista”, puesto que el Estado, al definirse como laico, debe
ser neutral en materia religiosa y la exposición pudo continuar abierta al
público.
¿Es blasfema la obra de Trujillo? No solo
interviene en un elemento altamente simbólico como es la custodia (aparte de
los relicarios), sino que ataca la aceptación teológica de que en la hostia,
conservada justamente en una custodia durante las procesiones, reside el
sacramento de la fe católica. Sin embargo, los bordados, hechos con gusto
primoroso, que simulan los labios vaginales, pueden ser vistos, también, como
la encarnación de la vida en la exposición de la sexualidad femenina. En este
caso, la blasfemia actúa como una propuesta subversiva del arte entendido como
cartel político e ideológico. Vale la pena anotar que resulta paradójico,
frente a quienes reclamaban respeto para un símbolo católico, el que la artista
haya conseguido las custodias en un mercado de pulgas.
"Milagroso altar blasfemo", del colectivo boliviano Mujeres Creando. (Foto de John Guevara, El Telégrafo) |
Inaugurada el 29 de julio pasado, en el Centro
Cultural Metropolitano, de Quito, la exposición colectiva La intimidad es política, curada por la española Rosa Martínez, ha
sido objeto de una condena moral por parte de la Conferencia Episcopal
Ecuatoriana, que señaló: “Los grupos organizadores de tal
muestra pictórica, en nombre de la libertad de expresión, atentan contra los
derechos fundamentales de otras personas que disentimos de sus posiciones
ideológicas; pues supuestamente, luchan contra la homofobia, pero no dudan en
promover la burla y la fobia contra los creyentes, particularmente contra los
cristianos católicos”. (El Comercio,
online, 1 agosto 2017)
De la exposición, el blanco de las críticas fue
el mural “Milagroso altar blasfemo”, del colectivo boliviano Mujeres Creando.
Por una demanda particular, el Instituto Metropolitano de Patrimonio ordenó el
retiro del mural por cuanto había intervenido la pared de un edificio
patrimonial sin los debidos permisos. La Secretaría de Cultura, buscando
conciliar la normativa patrimonial y la libertad de creación, propuso al
colectivo Mujeres Creando que monte en otra parte del Centro dicho mural pero
hasta ahora, el colectivo se ha negado alegando que su obra fue censurada.
La negativa a cambiar de lugar el montaje de la
obra puede explicarse por la defensa de los principios de la libertad de
creación. El problema, en este caso, se agudiza por la condena que hizo la
Conferencia Episcopal y la reacción de las autoridades municipales que,
inmediatamente, impidieron la visita del público al lugar donde estaba expuesta
la obra. Sin embargo, debemos considerar que, en función del activismo en el
arte, siempre tendrá una repercusión política mayor el decir que la obra fue
censurada, antes que aceptar la reubicación de dicho montaje, puesto que esto
último podría ser considerado como una concesión a la censura.
Los casos aquí planteados, aunque con matices
que los hacen diferentes en la producción de nuevos elementos semánticos, son manifestaciones
del arte blasfemo. Intervienen en la iconografía católica para resignificar, en
términos laicos, dichos símbolos. Ciertamente este tipo del arte puede resultar
ofensivo para las personas religiosas pero al mismo tiempo, también es cierto, el
arte blasfemo genera interrogantes destinados a preguntarse por la función
social que ha jugado la institución religiosa a través de la historia.
De la blasfemia surgen preguntas que podrían
fortalecer la fe en la medida en que esta se cuestiona a sí misma. Al fin de
cuentas, no es lo mismo la espiritualidad religiosa que la institucionalidad
religiosa, esta última más ligada al poder mundano —político, económico, y, en
ocasiones, violento y guerrerista—, del que se ha nutrido. En general, estas
expresiones blasfemas cuestionan, sobre todo, el poder patriarcal y violento de
la institucionalidad religiosa a través de la intervención subversiva de sus
símbolos.
En la corriente de la blasfemia se incluyen
también quienes gustan de escandalizar al
buen burgués. Ya se han vuelto un lugar común, y por tanto, dejó de ser una
propuesta subversiva, las intervenciones que se hacen de “La última cena”, de
Leonardo Da Vinci. Parece que “La última cena” y “Halcones nocturnos”, de
Edward Hopper, son cuadros apetitosos para aquellos que gustan de la parodia
facilona. En agosto de 2005, la revista Soho
publicó unas fotos de Alejandra Azcárate, hechas por Mauricio Vélez, parodiando
la crucifixión y “La última cena”. Las fotos venían acompañadas de un aburridor
artículo de Fernando Vallejo, pero en analizar el texto de ese hijueputica rococó no voy a perder
tiempo.
El punto es que, si bien las fotos son de una sensualidad
perturbadora, tanto por el fotógrafo como por la modelo, la blasfemia no dejaba
de ser superficialemente hedonista: una mujer bella, de mirada seductora antes
que doliente, con los pechos desnudos, estaba ocupando el lugar de Cristo en su
sacrificio salvífico. La revista fue demandada en Colombia por grupos
conservadores (en Ecuador, ese número no circuló: o sea, la censura, en este
caso, vino desde adentro). El intento de castigar a la modelo y al fotógrafo se
estrelló contra una realidad: los lectores de Soho saben a qué atenerse y los que no quieren ofenderse no
deberían ni siquiera abrir la revista. Afortunadamente, para abono de la
libertad artística, la revista Soho
no perdió el juicio y Alejandra Azcárate no terminó bordando pañuelos en forma
de vaginas en el Buen Pastor.
Evo Morales obsequió la escultura del P. Luis Espinal, S.J. al papa Francisco en su visita a Bolivia. La Paz, 8 de julio de 2015 |
El 8 de julio de 2015, durante la visita a
Bolivia del papa Francisco —el mismo cardenal Bergoglio que acusó de blasfema
la exposición de Ferrari—, el presidente Evo Morales le obsequió una réplica de
la escultura que el sacerdote jesuita Luis Espinal hiciera en los 70. La
escultura semeja un Cristo crucificado sobre un martillo que tiene como base
una hoz a la que su mango atraviesa. Las críticas, sobre todo de los opositores
políticos al proceso boliviano, no se hicieron esperar y las redes sociales
estallaron: calificaron el regalo llamándolo desde “el Cristo comunista”,
pasando por “la cruz blasfema”, hasta “ese adefesio”. El sectarismo político,
tan nefasto como el fanatismo religioso, generó una conducta similar a la de
quienes gritaron “Viva Cristo Rey” contra la exposición de León Ferrari.
Lo que ignoraban quienes criticaron el regalo
es que Espinal fue un jesuita asesinado el 24 de marzo de 1980. La represión,
como siempre sucede, empezó meses antes del golpe de García Meza y algunos
activistas vinculados al movimiento popular y a la izquierda fueron
secuestrados, torturados y asesinados. La cruz de Espinal, en el contexto personal
del artista y político de la sociedad, en los que fue realizada, expone
conceptualmente la cercanía del diálogo entre marxismo y cristianismo. Su
representación es problemática en la medida en que combina símbolos de doctrinas
históricamente excluyentes entre sí. Espinal, que también era poeta y cineasta
reconocido, fue secuestrado a una cuadra de su casa. En 2007, Morales declaró
Día del Cine Boliviano el 21 de marzo, la fecha del secuestro de Espinal. Y, frente
a una montaña de La Paz, donde fue encontrado el cuerpo torturado de Espinal,
el papa Francisco se detuvo y oró.
Los casos comentados aquí, además, demostrarían
la fragilidad de la definición de arte, ya que arte vendría a ser, a fin de
cuentas, lo que una curaduría, desde su particular subjetividad, define que es
arte; y arte conceptual es lo que aceptamos, desde nuestra ideología, que así
sea. Muchos de los que celebran el “Milagroso altar blasfemo” o el “Piss Christ”, denostaron en su momento
la escultura de Espinal que Evo regaló al papa Francisco. Así las cosas,
estaríamos ante una especie de religiosidad laica marcada por la ideología
política de sus sacerdotes. Pero esto ya sería motivo de otra discusión.
En el arte, como en la vida, hay espacio para
todos. Sin embargo, con la discusión sobre “Milagroso altar blasfemo” parecería
que la capital ha renovado sus votos de ciudad franciscana. En síntesis, sería
recomendable que los cristianos y católicos que pudiesen sentirse ofendidos por
el contenido de La intimidad es política
no vayan a la exposición. Es mejor que continúen caminando hasta la Compañía y otras:
las iglesias y altares barrocos son esplendorosos aunque lleven la impronta de
la explotación a indios y mestizos para su construcción. En todo caso, lo más
importante es que nadie, en nombre de Dios, censure lo que, más allá de las
personales creencias religiosas, otros sí quieren ver.
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