Jorge Aguilar Mora al referirse al ciclo de la así
llamada novela de la Revolución Mexicana, señala aquello que se asume
desde la función histórica y política de la literatura, cuando esta se
constituye en la memoria de los particulares: “La novela —la narrativa— de la
Revolución le dio voz a la pluralidad de experiencias que la Historia en
busca de acontecimientos objetivos no se iba a molestar en recordar; le dio voz a la vitalidad de
motivaciones que la Ideología deseosa de doctrinas clasificables no se iba a
molestar en recoger”[1]. Aguilar Mora está
hablando de aquella narrativa que fue escrita durante los sucesos políticos de
la Revolución y que se convirtió, por fuerza de los hechos, en la escritura
testimonial de lo cotidiano, de la vida de los personajes que no comandaban el
proceso pero que lograban que existiera como consecuencia de sus acciones
mínimas.
Velasco Ibarra y doña Corina en Mar del Plata, 1937. Foto Mazer. |
Con El perpetuo
exiliado he querido, también, construir una voz íntima para Velasco
Ibarra, quien fuera una voz pública fundamental durante cuarenta años de historia política
de mi país. He optado por
poner en primer plano la historia privada del personaje público y construir un
relato en donde el punto de vista del personaje, o sea, su subjetividad,
irrumpa constantemente ante la narración de los sucesos políticos. He
privilegiado la confrontación de las voces que hablan alrededor de un mismo
suceso incluyéndolas en decurso de la narración, de tal forma que el suceso
histórico tenga su contrapunto en la consciencia del personaje que lo
protagoniza.
El trabajo de investigación ha sido exhaustivo.
Durante, aproximadamente, catorce años me he pasado revisando bibliografía
respecto del personaje, de los acontecimientos en los que se vio envuelto, del
entorno cultural que lo acompañó; así como también he visitado Buenos Aires en
algunas ocasiones, el departamento donde vivieron Velasco y Corina; hice el
último viaje de Corina en colectivo y recorrí los lugares por donde pudieron
estar en esa ciudad. Una suerte de diario de escritura de la novela también
forma parte del collage: en los interludios anoto parte del proceso de
gestación del texto, doy pistas sobre la estrategia de escritura del mismo e
introduzco un elemento autobiográfico que, de alguna manera, me relaciona con
el personaje.
Asimismo, me pasé una semana completa, investigando
durante ocho horas diarias en la biblioteca de Casa de las Américas, en La
Habana, decenas de textos que se habían escrito sobre la novela del dictador en
América Latina, sobre la relación de la literatura, la política y la historia,
y sobre las estrategias narrativas que los diferentes autores utilizaron a la
hora de abordar sus respectivas novelas. El trabajo en la biblioteca de Casa
fue la base de mi reflexión académica y estética para llegar a entender el tipo
de novela que quería escribir, cómo debía abordar la perspectiva histórica y de
qué manera construir la estrategia narrativa.
No solo se trata de un trabajo de investigación de los
hechos históricos. Se trata, sobre todo, de una investigación minuciosa de la
cotidianidad de los tiempos del relato. Considero que hay que partir de lo
privado, de lo cotidiano, del estado del espíritu de los personajes en un momento
determinado y aquello se concreta en los detalles pequeños mucho más que en la
descripción de los grandes acontecimientos. Los grandes acontecimientos de la
historia política deben de estar definidos desde las pequeñas vivencias de lo
cotidiano, desde los hechos cargados de subjetividad de los particulares.
Aunque no se trata de un ensayo académico sino de una
novela, debo anotar que la mayoría de los hechos que se mencionan aquí son
verificables en documentos históricos pero que, al mismo tiempo, el relato de
los acontecimientos que se narra alrededor de tales sucesos pertenece
exclusivamente al estatuto de la ficción. Lo que hace la novela es crear un
estatuto imaginario alrededor de los personajes e inventarles una cotidianidad,
una vida privada alrededor de los sucesos que son conocidos o que pueden serlo
a partir de la lectura de periódicos o libros de historia.
La distancia que existe con el tiempo de los sucesos,
me ha permitido construir un discurso narrativo que, dejando a un lado cierta
tradición anti velasquista de la literatura ecuatoriana, se ubica en una
posición más cercana y piadosa para con el personaje. Por lo tanto, si bien está imbricado en la política
del Ecuador del siglo xx, el
Velasco Ibarra de El perpetuo exiliado no pertenece tanto a la Historia
como a la Literatura.
[1] Jorge Aguilar Mora, El
silencio de la Revolución y otros ensayos, México D.F., Ediciones Era,
2011, p. 15.
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