Retamar y Cortázar, en Casa, 1979. |
La relación de
Cortázar con Roberto Fernández Retamar y la Casa de las Américas fue la de una
amistad sólida en lo personal y nunca complaciente en la esfera de lo político,
que comenzó en 1963, en los años iniciales del proceso revolucionario cubano.
Existen dos cartas, en medio de la copiosa correspondencia entre Cortázar y
Retamar, que he considerado emblemáticas para ejemplificar el compromiso
solidario de Cortázar con Cuba y el socialismo, así como para entender su
posición política despojada de sectarismo y expresada siempre con sentido
lúdico.
La primera carta es
del 10 de mayo de 1967 y fue publicada en la revista Casa en ese mismo
año. Cortázar la incluyó en el tomo II de Último round (1969) con una
nota que explicaba la incorporación de la carta bajo el título “Acerca de la
situación del intelectual latinoamericano”, “puesto que razones de gorilato
mayor impiden que la revista citada llegue al público latinoamericano”[1].
Lo primero que hace Cortázar es quitarle solemnidad al tono de lo que implica
el tratamiento de tal asunto volviéndolo coloquial y ubica su propio lugar de
enunciación, que es el de un escritor de ficción y no el de un teórico de la
política: “…me considero sobre todo como un cronopio que escribe cuentos y
novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios,
es decir su regocijo personal”. Casi enseguida, ensaya una primera definición
del asunto que sintetiza en esta frase: “En última instancia, tú y yo sabemos
de sobra que el problema del intelectual contemporáneo es uno solo, el de la
paz fundada en la justicia social”.
En la carta, Cortázar
desarrolla el tema del desarraigo del escritor. Reconoce, desde un inicio, la
dificultad que entraña para él hablar sobre el intelectual latinoamericano toda
vez que se marchó de Argentina en 1951 y que ha hecho de Francia su casa.
Cortázar dice que en Francia, lugar con el que se siente plenamente
identificado para vivir, escribir y envejecer dado su temperamento, descubrió
el sentido de lo latinoamericano. “De mi país se alejó un escritor para quien
la realidad, como la imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en París
nació un hombre para quien los libros deberán culminar en la realidad”.
Cortázar reconoce que sus dos viajes a Cuba, que fueron su retorno a
Latinoamérica, al mismo tiempo, marcaron su adhesión final al socialismo:
Comprendí que el
socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica
aceptable e incluso necesaria era la única corriente de los tiempos modernos
que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental
como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple,
inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará
verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del
hombre por el hombre.[2]
En esta carta a
Retamar, y dado su tono coloquial, Cortázar se muestra reacio a definiciones
cerradas y prefiere evidenciar sus dudas personales en lo que se refiere a su
propia militancia. Esta actitud de duda permanente, de búsqueda de sus propias
contradicciones, de evitar frases solemnes, es un testimonio de la sencillez de
Cortázar al momento de enfrentar temas complejos. No obstante, al momento de
afirmar su compromiso político deja en claro lo que significa su acción
personal y lo que tiene que ver con su escritura. No está de acuerdo con “el
arte al servicio de las masas” pero, al mismo tiempo, considera que todo
escritor debe ser “testigo de su tiempo”. Sobre esta dicotomía están asentadas
sus definiciones ética y estética. Esta postura es resumida así:
Por una parte, mi
hasta entonces vago compromiso personal e intelectual con la lucha por el socialismo
entraría, como ha entrado, en un terreno de definiciones concretas, de
colaboración personal allí donde pudiera ser útil. Por otra parte, mi trabajo
de escritor continuaría el rumbo que le marca mi manera de ser, y aunque en
algún momento pudiera reflejar ese compromiso (como algún cuento que conoces y
que ocurre en tu tierra) [“Reunión”] lo haría por las mismas razones de
libertad estética que ahora me están llevando a escribir una novela que ocurre
prácticamente fuera del tiempo y del espacio históricos [62 Modelo para
armar].[3]
Cortázar, en nombre
de la libertad de creación literaria, no renuncia a los textos experimentales
y, por esa misma libertad, tampoco renuncia a la inclusión de asuntos
explícitamente políticos en sus textos. Al final de la carta, cita las
declaraciones de Robert McNamara, secretario de Defensa, difundidas por la UPI,
quien especula sobre la explosión de “un número relativamente pequeño de ojivas
nucleares” destinadas a destruir cincuenta urbes de China para acabar con la
mitad de la población urbana (algo así como cincuenta millones de personas),
sus dirigentes, sus técnicos y obreros especializados. Cortázar concluye, en
términos éticos, que “un escritor digno de tal nombre no puede volver a sus
libros como si no hubiera pasado nada, no puede seguir escribiendo con el
confortable sentimiento de que su misión se cumple en el mero ejercicio de una
vocación de novelista, de poeta o de dramaturgo”[4].
Claro está,
Cortázar propone una ética para los escritores que quieren comprometerse con el
ser humano y la construcción de una sociedad justa y solidaria. Esta cuestión
tal vez resulta inentendible hoy en que los escritores están obsesionados con
el mercado editorial, con aparecer en la lista de los libros más vendidos, y
con la idea de ser partícipes de la serie de premios literarios amañados para
promover la carrera literaria de algún elegido, un concepto que a
nuestro cronopio le es extraño. En la entrevista de LIFE, él mismo se
encarga de resaltar su actitud de aficionado: “La verdad es que la literatura
con mayúscula me importa un bledo; lo único interesante es buscarse y a veces
encontrarse en ese combate con la palabra que después dará el objeto llamado
libro”[5].
El Che, La Higuera, Bolivia, 1969. |
La segunda carta,
fechada en París el 29 de octubre de 1967, responde a un acontecimiento
luctuoso para el movimiento revolucionario como fue la ejecución del Che en
Bolivia, el 9 de aquel mes y año. Se trata de un texto íntimo, en el que
Cortázar expresa toda la carga de dolor que lleva encima tras conocer la
noticia sobre la muerte del Che y de qué manera la escritura se vuelve una
dificultad frente a la fatalidad de los hechos. Después de contar que ha vuelto
de Argel, donde ha leído una y otra vez la noticia en los diarios sin querer
aceptarla como verdad, y que ha recibido el mensaje para que escriba un texto
sobre el suceso, Cortázar le responde a Retamar con una reflexión cargada de
profunda tristeza: “La verdad es que la escritura, hoy frente a esto, me parece
la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la
sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que el
silencio, hasta quién sabe cuándo”[6].
Cortázar le cuenta que no ha podido cumplir con el pedido de Lisandro Otero de
escribir 150 palabras para Cuba, “como si uno pudiera sacarse las palabras del
bolsillo, como monedas”, y que en Argel, en la oficina del organismo
internacional donde estaba trabajando, “me encerré una y otra vez en el baño
para llorar”. Al final, le envía el texto que fue capaz de escribir, “esto que
nació como un poema y que quiere que tengas y que guardes para que estemos más
juntos”, y que transcribo completo dado su valor histórico y literario:
Che
Yo tuve un hermano.
No nos vimos nunca
pero no importaba.
Yo tuve un hermano
que iba por los
montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.
No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano
despierto
mientras yo dormía,
mi hermano
mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.[7]
Otro texto que
ratifica el compromiso de Cortázar con el proceso revolucionario cubano se dio
durante el así llamado “caso Padilla”, un episodio tristemente célebre que
sirvió de pretexto para que muchos intelectuales rompieran con Cuba y su
revolución. El caso Padilla, a la distancia, es un ejemplo de la intolerancia y
las exclusiones que se presentan durante un proceso revolucionario, y dado que
el socialismo está pensando como un sistema liberador del neocolonialismo,
tanto económico como ideológico, un episodio como aquel constituye un hecho que
enajena la libertad del individuo y refuerza el poder represivo del Estado
sobre el individuo. Pero este suceso que hizo que muchos intelectuales se
espantaran del proceso cubano, tuvo en Cortázar a un escritor crítico y
autocrítico que se mantuvo solidario con Cuba, a contracorriente del mundillo
cultural, pues entendió que los procesos revolucionarios son hechos por seres
humanos y no por ángeles incapaces de contaminarse. A Vargas Llosa, por el
contrario, el “caso Padilla” le sirvió para romper no solo con Cuba sino con el
socialismo. Desde entonces, el camino político de Vargas Llosa lo ha llevado a
convertirse en un intelectual orgánico de los banqueros latinoamericanos y en
un propagandista del capitalismo, como el sistema ideal que marca el fin de la
historia.
Padilla y Roque Dalton, La Habana, 1966. |
Adjunto a una nota
dirigida a Haydée Santamaría, fechada en París el 23 de mayo de 1971, Cortázar
le envía el texto titulado “Policrítica en la hora de los chacales”, que, según
sus propias palabras, “no es una carta, ni un ensayo, ni un documento político
bien razonado; es lo que nace de mí en una hora muy amarga pero en la que hay
sin embargo una plena confianza en muchas cosas, y sobre todo en la Revolución”[8].
El texto es una toma de partido por la Revolución cubana en el momento más complejo
de su relación con los intelectuales. Su lenguaje es combativo, sin ambages,
indignado; y su crítica está centrada contra la tergiversación de los hechos
difundida por las agencias transnacionales de la información como parte de la
propaganda anticubana, y contra la idea liberal del escritor en tanto espíritu
solitario y comprometido únicamente consigo mismo. Y, al mismo tiempo, su
crítica va dirigida a la manera cómo el Estado cubano asumió el “caso Padilla”.
El texto se abre
con una frase provocadora: “De qué sirve escribir buena prosa, / […] si al otro
día los periódicos, los consejeros, las agencias, / los policías disfrazados, /
los asesores del gorila, los abogados de los trusts / se encargarán de la
versión más adecuada para consumo de inocentes o de crápulas”[9].
El tono del texto rezuma indignación debido a la manipulación que la prensa
capitalista hizo del “caso Padilla”, tergiversando, por ejemplo, la posición
del propio Cortázar frente al hecho y que este cita[10]:
“No me excuso de nada, y sobre todo / no me excuso de este lenguaje, / es la
hora del Chacal, de los chacales y de sus obedientes: / los mando a todos a la
reputa madre que los parió, / y digo lo que vivo y lo que siento y lo que sufro
y lo que espero”. El lenguaje indignado, más bien raro en él, que Cortázar
utiliza en el texto y las sutilezas de su análisis político concreto de la
realidad concreta que le ha tocado, dan cuenta de una posición que se esgrime
desde el más profundo convencimiento político.
Cortázar cuestiona
la noción misma del escritor en tanto un individuo que está más preocupado por
su nombre y su carrera literaria., antes que por el desarrollo de los procesos
sociales de su tiempo, buscando una comprensión todos los complejos conflictos
que estos conllevan, toda vez que son obras de seres humanos y no de ángeles:
“Todo escritor, Narciso, se masturba / defendiendo su nombre, el Occidente / lo
ha llamado de orgullo solitario. ¿quién soy yo / frente a pueblos que luchan
por la sal y la vida, / con qué derecho he de llenar más páginas con negaciones
y opiniones personales?”. Cortázar, en todo caso, no asume la posición
moralista de quien critica a los demás sino que se asume como parte de ese
universo de escritores que carecen de la dimensión política y humana para
comprender las contradicciones de los procesos revolucionarios, es decir, asume
esa mala conciencia pequeño burguesa, que nos carcome a casi todos los
escritores y artistas, en toda la extensión: “y si hoy me aparto para siempre
del liberal a la violeta, de los que firmas los virtuosos textos /
por-que-Cu-ba-no-es-eso-que-e-xi-gen-sus-es-que-mas-de-bu-fe-te, /no me creo
excepción, soy como ellos, qué habré hecho por Cuba más allá del amor, / qué
habré dado por Cuba más allá de un deseo, una esperanza”.
La solidaridad de
Cortázar es una adhesión crítica: “Nadie espere de mí el elogio fácil, / pero
hoy es más que nunca tiempo de decisión y de aguas claras: / diálogo pido,
encuentra en las borrascas, policríticas diaria”, que, inclusive, cuestiona
aquello que hay que cuestionar en el momento coyuntural que el proceso cubano
estaba viviendo: “no acepto la repetición de humillaciones torpes, / no acepto
confesiones que llegan siempre demasiado tarde, / no acepto risas de los
fariseos convencidos de que todo anda bien después de cada ejemplo, / no acepto
la intimidación ni la vergüenza”. El discurso de Cortázar es complejo en la
medida en que intenta abarcar todas las aristas del problema y rehúye el
maniqueísmo liberal de los que encontraron en el “caso Padilla” un suceso
intolerable para su liberalismo ideológico, de ahí que, a renglón seguido
señala: “Y es por eso que acepto / la crítica de veras, la que viene de aquel
que aguanta en el timón […] y reconozco la torpeza de pretender saberlo todo
desde un mero escritorio”. En la parte final del texto, Cortázar reafirma, en
medio de todos los problemas que pudiesen presentarse, su identificación con el
proceso cubano desde su personal y contradictoria posición de intelectual
comprometido: “Revolución hecha de hombres, / llena estarás de errores y
desvíos, llena estarás de lágrimas y ausencias / […] yo soy esta palabra mano a
mano como otros son tus ojos o tus músculos, / todos juntos iremos a la zafra
futura, / al azúcar de un tiempo si imperios ni esclavos”.
PD: Esta es la segunda de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26.
[1] Julio Cortázar, “Acerca de la situación del intelectual
latinoamericano”, carta a Roberto Fernández Retamar, 10 de mayo de 1967, en Último
round, t. 2, [1967], México DF, Siglo XXI Editores, 2009, pp. 265 – 280. A
esta carta hace referencia una nota en la contratapa del tomo 1, de la que
hablaré más adelante.
[2] Ibídem, p. 272.
[3] Ibídem, p. 274 – 5.
[4] Ibídem, p. 280.
[5] “Un gran escritor y su soledad”, p. 49.
[6] Julio Cortázar, “Carta a Roberto Fernández Retamar, 29 de octubre de 1967”, en Casa de las
Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio – Octubre 1984), pp. 76 – 77.
[7] Ibídem. Se puede escuchar en la voz de Julio Cortázar, en You
Tube: http://youtu.be/udfvoE_Yygk
[8] Julio Cortázar, “Carta a Haydée Santamaría, 23 de mayo de 1971”, en Casa
de las Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio – Octubre 1984), p. 125.
[9] Julio Cortázar, “Polícrita en la hora de los chacales”, en Casa de
las Américas (La Habana) No. 145 – 146 (Julio – Octubre 1984), p. 126 –
132.
[10] “Un solo ejemplo: ‘Padilla recuperó la libertad después de una
declaración autocrítica en que confesó haber proporcionado informes secretos a
Cortázar… etc.’ (cable de UPI, Paris, 12/5/71, publicado en El Andino,
periódico de Argentina).”, nota al pie de la página 127.
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