Cristo abrazado a la cruz, El Greco, 1597 |
1
Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Lc 23,34
Los
hombres levantan monumentos y atesoran monedas con la efigie del
César
se
alimentan de dioses que suplen en la áspera oquedad de sus corazones
el
abandono definitivo del Dios ausente.
Los
hombres aguardan señales de natura, nuevos profetas, milagros que
acaricien
sus
espíritus resecos por la dureza del exilio al que fueron expulsados
que
perdura, que estremece, que condena.
Los
hombres son ciegos que lamentan la gozosa ebriedad de sus lazarillos
extravío
sediento de dioses en la inmensa soledad del Gólgota
coronación
de olvido del Dios que sacrifican.
2
Realmente
te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
Lc 23,43
El uno
Cristo entre los dos ladrones, G. Mureau, 1885 |
En
la vida todo, en la muerte nada.
¿De
qué Paraíso nos habla este reo de igual condición que nosotros?
Somos
animales que engordamos
hasta
reventar.
Después,
carroña para alimento de aves de mal agüero.
El otro
Tanto
dolor sólo es posible si tiene sentido.
No
nos agotamos en el yantar y en el yacer como otras criaturas.
Somos
espíritu que mira
hacia
la trascendencia.
El
que nos ofrece la paz de lo eterno la lleva en sí.
El uno
La
nada me envuelve en el ocaso y tránsito
hacia
la noche definitiva que me espera.
En
la agonía prefiero matar toda ilusión.
Este
sufrimiento me enseña la puerta hacia el vacío
la
oscuridad que sella para siempre nuestros párpados.
El otro
Detrás
de la nada que me cobija percibo
aquello
que ilumina este crepúsculo.
En
el vértigo ante el vacío surge mi sueño luminoso.
Este
sufrimiento me purifica frente al templo sin edad
gracia
esplendente que nos conduce al infinito.
3
Mujer, ahí
tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre.
Jn 19,26-27
La crucifixión de Cristo, El Greco, 1597 |
Los
familiares acompañan a la víctima en las horas del ocaso
el
paisaje es la nada ante sus ojos impregnados de agonía
sus
sandalias levantan el polvo del duelo, la angustia seca;
ante
el hombre moribundo se estacionan
y
es el vacío
horrendo
silencio de la frágil materia humana.
Son
peregrinos resignados a la ejecución del hombre
junto
a la cruz sólo la cruz existe y el resto es viento
sus
vestidos cubren el desasosiego desde la noche de Getsemaní;
ante
el moribundo las plegarias se esfuman
y
es la impavidez
insondable
silencio de la divinidad sobre lo humano.
La
madre acepta la consumación del sacrificio ineludible
transfiguración
de su anunciada maternidad herida
en
el milagroso amparo de la orfandad humana;
piadoso
silencio que sube desde el desgarrado
vientre
que alumbró el pálpito que se extingue.
El
hijo que sobrevive es huérfano del Hijo que parte
lleva
consigo el desamparo, cayado que se hunde
en
la tierra lacerada que es la carne exangüe de los hombres;
acongojado
silencio de la humanidad transeúnte en busca
del
camino y la luz entre las tinieblas de extraviadas tierras.
La
pecadora redimida que los acompaña en el llanto
y
la plegaria y la peregrinación sin respuesta
carece
de la palabra que convierta en verdad su viudez;
innombrable
silencio del escriba que no escucha
el
susurro acongojado de Aquel que agoniza.
Willem Dafoe, en La última tentación de Cristo, dirigida por Martin Scorsese, 1988 |
4
Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Mt 27,46
Huérfano
en el origen
bañado
en la sangre desprevenida de los inocentes.
El
espíritu vaga
incapaz
de hendir su semilla en la tierra estéril
solo
entre los solos.
¿Dónde
está el Padre?
¿Quién
le impone el nombre que habrá de diferenciarlo?
Nombre
entre los nombres de los hombres
que
hizo de Él
un
hijo único de padre ausente.
El
padre no estuvo.
Mutis
en la plenitud de la existencia.
El
padre no es el Padre.
Tan
sólo sombra desvanecida
luz
que se ahoga en el mar crepuscular del horizonte.
Huérfano
en el camino
cargado
con la culpa original de la jactancia.
El
espíritu deambula
esparciendo
la palabra entre corazones sordos
solitario
en la soledad.
¿Dónde
está la madre?
¿Quién
lo llevó en el vientre nutriéndolo de silencios?
Vida
entre la vida de los hombres
que
hoy es sacrificio
cordero
inmolado en nombre del Padre.
La
madre permanece.
Llanto
en la agonía torturada de la cruz.
La
madre es dolor en la palabra que sobrevive.
Renuncia
al placer del hombre
ánfora
en la que sembró el Padre su semilla.
Huérfano
en el final
doblegado
por el velo rasgado de los corazones áridos.
El
espíritu transita
olvidado
por Aquel que nos expulsó de sí
génesis
de nuestro desamparo
solo
frente a la soledad del Eterno.
5
Tengo sed.
Jn 19,28
Cristo crucificado, San Juan de la Cruz, 1572 |
¿Asiste
el Padre a la humillante flagelación del Hijo?
El
hombre es un amasijo de carne en llagas y el dolor
se
clava en la fragilidad de su piel abierta.
Los
victimarios beben en sus orgías la sangre del cordero
se
juegan a los dados la túnica del inocente.
Un
hombre atrapado en el laberinto de la tortura.
¿Acompaña
el Padre la procesión del Hijo hacia el calvario?
El
hombre ya no sabe lo que ocurre con la culpa de todo hombre
y
si mañana será memoria, hoy es la nada acongojada del doliente.
El
Imperio y sus aliados protegen su poder en el silencio y celebran
su
victoria sobre el que dudó de la letra convertida en estatua de sal.
Sólo
un hombre extraviado en la bruma del olvido.
¿Contempla
el Padre la soledad agónica del Hijo?
El
hombre es una laceración moribunda bajo el sol que acosa
la
garganta, desierto despoblado de milagros y tentaciones.
Cruel
sequedad que abrasa la resignación del ajusticiado,
claman
sus labios durante el instante detenido de la aridez.
Es
tan sólo un hombre
íngrimo
dando la cara ante su
muerte.
6
Todo está
cumplido.
Jn 19,30
Cristo del corazón, Caspicara, s. XVIII |
La
carne ya no resiste el tormento del Imperio del mundo
una
partícula indefensa en el universo de los que mandan
finitud
humana que se deslíe en el ocaso del día
rebelión
de la palabra aplastada por la pesadez del hierro
allí
donde las tinieblas nos recuerdan que somos fragilidad
cántaro
de barro en precario equilibrio al borde de una mesa
condenados
a regresar a la nada de donde procedemos.
El
cuerpo ha perdido su condición de piel de vida y es despojo
ensangrentado
espejo donde se mira el poderío de la insensatez
resto
de humanidad que se funde en el olvido del Padre
oscuro
sendero que nos extravía sin piedad lejos del hogar
allí
donde lo eterno es la soledad del que todo lo puede
agua
que se esparce tras el beso del cántaro a la piedra
condenados
a ese instante inmisericorde de orfandad.
Ya
no más el amor de la mujer de Magdala silenciada
en
la historia de los testigos que la ignoraron
oculta
luna tras las nubes que los hombres soplan;
ya
no más el pan y el vino compartidos
en
mesa fraterna de palabra subversiva
fiesta
pascual, memoria libertaria;
ya
no más la mirada dulce de la
Madre dolorosa
que
intercede ante su hijo por el vino de las bodas
himeneo
que abrió el sendero hacia la mortaja abandonada.
Ya
no más la memoria
ya nada más
ya todo
consumado es.
Jesucristo superestrella, dirigida por Norman Jewison, 1973; ópera de Andrew Lloyd Webber |
7
Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu.
Lc 23,46
El
espíritu se esparce
río
de lava que surca la tierra
implacable
noche del desierto
tormentosa
vigilia de bronco mar al acecho
ilumina
el más íntimo resquicio de la sombra
oscura
y prolongada procesión del Alma
sedienta
de eternidad en las edades de lo humano
redimida
por los atribulados ojos del moribundo
que
nos contempla desde el hálito sin fin de la trascendencia.
El
espíritu retorna
luz
que derrota la física del mundo
extraviado
albergue de la desazón
purificado
por las lágrimas de las hijas de Jerusalén
alumbra
el cosmos tenebroso de la desesperanza
triste
y solitaria trashumancia del Alma
hambrienta
de infinito en los laberintos de lo humano
manumitida
por las palabras agónicas del Hijo
que
nos convida al ágape imposible en la mesa del Ausente.
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