José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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viernes, abril 03, 2015

Las siete palabras de Cristo en la cruz


Cristo abrazado a la cruz, El Greco, 1597


1

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Lc 23,34

Los hombres levantan monumentos y atesoran monedas con la efigie del
César
se alimentan de dioses que suplen en la áspera oquedad de sus corazones
el abandono definitivo del Dios ausente.

Los hombres aguardan señales de natura, nuevos profetas, milagros que
acaricien
sus espíritus resecos por la dureza del exilio al que fueron expulsados
que perdura, que estremece, que condena.

Los hombres son ciegos que lamentan la gozosa ebriedad de sus lazarillos
extravío sediento de dioses en la inmensa soledad del Gólgota
coronación de olvido del Dios que sacrifican.





2

Realmente te digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso.
Lc 23,43

El uno

Cristo entre los dos ladrones, G. Mureau, 1885

En la vida todo, en la muerte nada.
¿De qué Paraíso nos habla este reo de igual condición que nosotros?
Somos animales que engordamos
hasta reventar.
Después, carroña para alimento de aves de mal agüero.

El otro


Tanto dolor sólo es posible si tiene sentido.
No nos agotamos en el yantar y en el yacer como otras criaturas.
Somos espíritu que mira
hacia la trascendencia.
El que nos ofrece la paz de lo eterno la lleva en sí.

El uno


La nada me envuelve en el ocaso y tránsito
hacia la noche definitiva que me espera.

En la agonía prefiero matar toda ilusión.

Este sufrimiento me enseña la puerta hacia el vacío
la oscuridad que sella para siempre nuestros párpados.

El otro


Detrás de la nada que me cobija percibo
aquello que ilumina este crepúsculo.

En el vértigo ante el vacío surge mi sueño luminoso.

Este sufrimiento me purifica frente al templo sin edad
gracia esplendente que nos conduce al infinito.


3

Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre.
Jn 19,26-27

La crucifixión de Cristo, El Greco, 1597
Los familiares acompañan a la víctima en las horas del ocaso
el paisaje es la nada ante sus ojos impregnados de agonía
sus sandalias levantan el polvo del duelo, la angustia seca;
ante el hombre moribundo se estacionan
y es el vacío
horrendo silencio de la frágil materia humana.

Son peregrinos resignados a la ejecución del hombre
junto a la cruz sólo la cruz existe y el resto es viento
sus vestidos cubren el desasosiego desde la noche de Getsemaní;
ante el moribundo las plegarias se esfuman
y es la impavidez
insondable silencio de la divinidad sobre lo humano.

La madre acepta la consumación del sacrificio ineludible
transfiguración de su anunciada maternidad herida
en el milagroso amparo de la orfandad humana;
piadoso silencio que sube desde el desgarrado
vientre que alumbró el pálpito que se extingue.

El hijo que sobrevive es huérfano del Hijo que parte
lleva consigo el desamparo, cayado que se hunde
en la tierra lacerada que es la carne exangüe de los hombres;
acongojado silencio de la humanidad transeúnte en busca
del camino y la luz entre las tinieblas de extraviadas tierras.


La pecadora redimida que los acompaña en el llanto
y la plegaria y la peregrinación sin respuesta
carece de la palabra que convierta en verdad su viudez;
innombrable silencio del escriba que no escucha
el susurro acongojado de Aquel que agoniza.


Willem Dafoe, en La última tentación de Cristo, dirigida por Martin Scorsese, 1988

4

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Mt 27,46

Huérfano en el origen
bañado en la sangre desprevenida de los inocentes.

El espíritu vaga
incapaz de hendir su semilla en la tierra estéril
solo entre los solos.

¿Dónde está el Padre?
¿Quién le impone el nombre que habrá de diferenciarlo?
Nombre entre los nombres de los hombres
que hizo de Él
un hijo único de padre ausente.

El padre no estuvo.
Mutis en la plenitud de la existencia.
El padre no es el Padre.
Tan sólo sombra desvanecida
luz que se ahoga en el mar crepuscular del horizonte.

Huérfano en el camino
cargado con la culpa original de la jactancia.

El espíritu deambula
esparciendo la palabra entre corazones sordos
solitario en la soledad.

¿Dónde está la madre?
¿Quién lo llevó en el vientre nutriéndolo de silencios?
Vida entre la vida de los hombres
que hoy es sacrificio
cordero inmolado en nombre del Padre.

La madre permanece.
Llanto en la agonía torturada de la cruz.
La madre es dolor en la palabra que sobrevive.
Renuncia al placer del hombre
ánfora en la que sembró el Padre su semilla.

Huérfano en el final
doblegado por el velo rasgado de los corazones áridos.

El espíritu transita
olvidado por Aquel que nos expulsó de sí
génesis de nuestro desamparo
solo frente a la soledad del Eterno.


5


Tengo sed.
Jn 19,28


Cristo crucificado, San Juan de la Cruz, 1572
¿Asiste el Padre a la humillante flagelación del Hijo?

El hombre es un amasijo de carne en llagas y el dolor
se clava en la fragilidad de su piel abierta.
Los victimarios beben en sus orgías la sangre del cordero
se juegan a los dados la túnica del inocente.
Un hombre atrapado en el laberinto de la tortura.

¿Acompaña el Padre la procesión del Hijo hacia el calvario?

El hombre ya no sabe lo que ocurre con la culpa de todo hombre
y si mañana será memoria, hoy es la nada acongojada del doliente.
El Imperio y sus aliados protegen su poder en el silencio y celebran
su victoria sobre el que dudó de la letra convertida en estatua de sal.
Sólo un hombre extraviado en la bruma del olvido.

¿Contempla el Padre la soledad agónica del Hijo?

El hombre es una laceración moribunda bajo el sol que acosa
la garganta, desierto despoblado de milagros y tentaciones.
Cruel sequedad que abrasa la resignación del ajusticiado,
claman sus labios durante el instante detenido de la aridez.
Es tan sólo un hombre 
íngrimo
                    dando la cara ante su muerte.



6

Todo está cumplido.
Jn 19,30

Cristo del corazón, Caspicara, s. XVIII

La carne ya no resiste el tormento del Imperio del mundo
una partícula indefensa en el universo de los que mandan
finitud humana que se deslíe en el ocaso del día
rebelión de la palabra aplastada por la pesadez del hierro
allí donde las tinieblas nos recuerdan que somos fragilidad
cántaro de barro en precario equilibrio al borde de una mesa
condenados a regresar a la nada de donde procedemos.

El cuerpo ha perdido su condición de piel de vida y es despojo
ensangrentado espejo donde se mira el poderío de la insensatez
resto de humanidad que se funde en el olvido del Padre
oscuro sendero que nos extravía sin piedad lejos del hogar
allí donde lo eterno es la soledad del que todo lo puede
agua que se esparce tras el beso del cántaro a la piedra
condenados a ese instante inmisericorde de orfandad.

Ya no más el amor de la mujer de Magdala silenciada
en la historia de los testigos que la ignoraron
oculta luna tras las nubes que los hombres soplan;
ya no más el pan y el vino compartidos
en mesa fraterna de palabra subversiva
fiesta pascual, memoria libertaria;
ya no más la mirada dulce de la Madre dolorosa
que intercede ante su hijo por el vino de las bodas
himeneo que abrió el sendero hacia la mortaja abandonada.

Ya no más la memoria
ya nada más
ya todo
consumado es.


Jesucristo superestrella, dirigida por Norman Jewison, 1973; ópera de Andrew Lloyd Webber

7

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Lc 23,46

El espíritu se esparce
río de lava que surca la tierra
implacable noche del desierto
tormentosa vigilia de bronco mar al acecho
ilumina el más íntimo resquicio de la sombra
oscura y prolongada procesión del Alma
sedienta de eternidad en las edades de lo humano
redimida por los atribulados ojos del moribundo
que nos contempla desde el hálito sin fin de la trascendencia.

El espíritu retorna
luz que derrota la física del mundo
extraviado albergue de la desazón
purificado por las lágrimas de las hijas de Jerusalén
alumbra el cosmos tenebroso de la desesperanza
triste y solitaria trashumancia del Alma
hambrienta de infinito en los laberintos de lo humano
manumitida por las palabras agónicas del Hijo
que nos convida al ágape imposible en la mesa del Ausente.