Desnudo femenino sobre la hierba, de Fernando Botero |
Me
pregunta un amigo de Quito,
si
es guapa la mujer colombiana.
Yo
le respondo que, como Florentino Ariza,
llevo
una herida de amor no correspondido
por
causa de Margarita Rosa de Francisco.
Él
sonríe y dice que eso ya lo sabía.
Le
cuento, entonces, de las muchachas
que
andan con un libro por la Séptima
que
toman sol en Bocagrande
que
bailan y trabajan duro en Quibdó
que
pescan pirañas en el Amazonas
que
celebran la desmesura del carnaval de Barranquilla
que
cantan las tonadas tristonas de los Andes
que
platican con sabiduría en Pereira; de las que sufren
más
con la mala racha del América antes que por amores.
Le
hablo de la querencia de las paisas de palabra cantarina,
de
la fuerza comunera de las bumanguesas, del vendaval
en su paso transfronterizo de las cucuteñas, de las que protegen
a
sus hijos en los territorios del conflicto armado.
Todas
ellas, ojos de perro azul, herederas
del coraje y la patria de Policarpa Salavarrieta.
Pregunta
mi amigo Ramiro, si son guapas las colombianas.
Aquí,
le digo,
—alucino con los volúmenes desnudos de Botero—
son guapas hasta las feas.
son guapas hasta las feas.
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