José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, marzo 04, 2024

«Nadie le cree»: desesperanza de una prepago

           

Iván Egüez entrega el premio La Linares 2023 a Ernesto Torres Terán. (Casa Egüez)

La prostitución es un tema manido en la literatura y si no se lo aborda desde una perspectiva diferente se corre el riesgo de caer en estereotipos y lugares comunes. A estas alturas del desarrollo de los estudios de género, hay que tomar en cuenta el debate entre las posturas regulatorias y abolicionistas de la prostitución, así como la crítica a la visión masculina sobre el cuerpo de la mujer y su sexualidad. La novelina Nadie le cree, de Ernesto Torres Terán, premio La Linares 2023, es la historia de Amalia, una chica prepago que planea vengarse de un cliente que la ha violado y abandonado malherida en un basural, escrita con una intriga dramática que atrapa a lo largo del texto y contada con un lenguaje coloquial, desde una visión tradicional sobre la prostitución femenina.

            Nadie le cree cuenta la vida de una prostituta, en tiempos de redes sociales, con una trama armada de forma meticulosa que captura el interés, durante todo el texto, en medio de los tópicos acostumbrados: nacida en una familia pobre, víctima de abuso infantil, iniciada por una madame, Amalia se independiza y asume su prostitución como un emprendimiento: «Mantenía al pelo sus redes sociales. Facebook, el Instagram, su WhatsApp […] Los clientes fluían. De cien dólares, pasó a ciento cincuenta; la tarifa podía ser mayor si identificaba que el cliente, un genuino VIP, ni siquiera se mosqueaba al desembolsar doscientos […]»[1]. Amalia, además, tiene un historial de depresión y cuadros psicóticos, desde su adolescencia: «Y, nuevamente, a embucharse Rivotril y aguantar sesiones de psicoterapia. La plena, un día sí, otro no, había tomado sus medicinas hasta que cansada de tanta pendejada se dio de alta. Psicolocos, vendedores de humo» (26). En la vida de Amalia, tristemente, no hay un resquicio para la ilusión.

            El narrador de la novelina, una voz que todo lo sabe sobre la historia y sus personajes, utiliza un lenguaje coloquial y descarnado, en clave de realismo sucio, que no se apiada del drama que está viviendo la protagonista. La jerga del narrador, como en la propuesta de Sicoseo de finales de los 70, está llena de imágenes y dichos cotidianos, y se ubica en el mismo nivel lingüístico que el de los personajes marginales de la novelina. Así, para contar sobre la relación que Amalia entabla con las otras prostitutas del negocio de la madame Rosa, el narrador cuenta: «No se veían con frecuencia salvo cuando organizaban una party sin madame ni machos. En tal circunstancia, acaso por la desinhibición alcohólica, además del chismerío convencional o el irse de coles, algunita se iba de lengua y contaba sus intimidades, o sea su tragedia familiar, su amor no correspondido, su emputecida esclavitud con la matraca u otra droga» (30). El narrador usa cierto naturalismo para describir la violencia sufrida por Amalia, de tal forma que el personaje, ya maltratado en la trama, carece de esperanza en el relato.

           Amalia es víctima de una violación por parte de un cliente poderoso. No obstante, en la novelina se pone en duda la versión de la víctima, pues el título del capítulo primero, en donde sucede la violación y el maltrato criminal que sufre la prostituta, es: «El ataque, según Amalia». Pero, según lo narrado, la agresión es real. El narrador hace un inventario de los clientes de Amalia, lo que le da brochazos costumbristas a la novelina, pero el personaje carece de voz propia para el cuestionamiento de su propia situación. En este sentido, el punto de vista sobre la prostitución está marcado por la voz masculina del narrador, que de manera indirecta interpreta lo que podría pensar Amalia: «A estas alturas, ella ya sabía cómo tratar a los caballeros para que creyeran que estaban con un vacile y no con una mujer pagada. Desde luego, ella no se consideraba una puta. ¿Prepago? Qué feo, ni que fuera celular. ¿Chica de alterne? Más o menos. ¿De compañía? Igual, igual. ¿Escort? Suena bien, una palabrita chic» (71). Y, aunque la visión sobre la prostitución sea tradicional, la novelina también puede ser leída como un cuadro descarnado acerca del callejón sin salida en el que vive Amalia, entrampada en la violencia y la depresión.

            Nadie le cree, de Ernesto Torres Terán, es una novelina que, con los recursos de una narración coloquial, un lenguaje brutal y una trama bien construida, nos acerca al mundo sórdido y cruel de una prostituta, cuya vida está signada por la desesperanza.



[1] Ernesto Torres Terán, Nadie le cree (Quito: Campaña Nacional Eugenio Espejo por el libro y la lectura, 2024), 39. El número junto a la cita indica la página en esta edición.


lunes, febrero 26, 2024

Si quieres postre, trabaja duro, muy duro

           

Ecuador está entre los diez países del mundo con las peores condiciones laborales, según la Confederación Sindical Internacional. (Marcha del 1 de Mayo de 2022 en Quito, Agencia Xinhua)

Recientemente, el presidente Daniel Noboa, muy suelto de lengua, dijo que, si los ecuatorianos trabajasen duro como él y su gobierno, no se estarían quejando de que les faltan recursos: podrían comer de todo… hasta postre, dijo. No lo dice alguien a quien, en la lógica del individualismo capitalista, pudiésemos llamar una persona hecha a sí misma, sino el heredero de la mayor fortuna familiar del país. En sociedades inequitativas y con una institucionalidad social frágil, el discurso de que los pobres son pobres porque son vagos y quieren vivir de la caridad estatal desconoce la necesidad de aplicar políticas públicas destinadas a cerrar brechas de acceso a educación y salud de calidad, la urgencia de generar empleo sin precariedad ni explotación laboral, la obligación de aplicar políticas impositivas cuyo peso recaiga sobre los sectores de mayores ingresos y las empresas que tienen ganancias extraordinarias. La gente del campo trabaja duro, los profesionales, obreros y burócratas de la ciudad trabajan duro, el magisterio y la academia trabajan duro. Quienes escribimos trabajamos duro. Y, por supuesto, también existen pequeños y medianos empresarios que trabajan muy duro para que sus negocios crezcan. Lo que no se dice es que hay trabajos que exigen una mayor calificación que otros y que, por tanto, están mejor remunerados. El problema, entonces, no es lo que dice esa falsa y repelente consigna establecida por un capitalismo insaciable acerca de la vagancia de quienes no poseen más que su fuerza de trabajo. El problema reside en un modelo económico inequitativo, excluyente y de acumulación basada en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y en la especulación financiera, frente al que hablar de justicia social se ha convertido en una propuesta subversiva y a la que le cae el sambenito de comunista, como si todavía viviésemos en los años de la Guerra fría. Y ese modelo inequitativo es el que ha ubicado al Ecuador como el tercer país en el mundo con las peores condiciones laborales, según el Índice Global de Derechos, elaborado por la Confederación Sindical Internacional, CSI, con datos de 2023. Con la lógica presidencial, si quieren comer postre, los trabajadores del país tendrán que levantarse más temprano aún de lo que ya se levantan para trabajar duro, muy duro, porque los buses de las seis de la mañana ya están llenos con los funcionarios de este gobierno y los ricos del país y sus herederos yendo a sus trabajos.

lunes, febrero 19, 2024

«Pobres criaturas»: una Bella Baxter deslumbrante en clave hipersexualizada

Pobres criaturas (Poor Things, 2023), de Yorgos Lanthimos, tiene once nominaciones al Oscar, incluidas las de mejor película, mejor director y mejor actriz. Bella Baxter contempla el paisaje de Lisboa.

Una mujer que intenta suicidarse es rescatada, agónica, por el científico Godwin Baxter (Willem Dafoe) que lleva adelante bizarros experimentos genéticos, en el Londres victoriano del siglo XIX. La mujer, descerebrada por la caída, está embarazada y el científico decide implantarle el cerebro de su propio feto para que sobreviva. Así nace Bella Baxter (Emma Stone), una mujer con cerebro de niña, que nos recuerda a la criatura del doctor Frankenstein, en cuyo proceso de maduración, que es un proceso de liberación, se transformará en una mujer ávida de saber e hipersexualizada. Pobres criaturas (Poor Things, 2023), de Yorgos Lanthimos, ocurre en un escenario maravilloso e impredecible, actualiza el sentido cultural de la criatura del doctor Frankenstein, aunque su crítica a la hipocresía victoriana tiene un tufo patriarcal.

            Las locaciones de la película guardan un perfecto equilibrio visual que combina elementos antiguos y futuristas con un colorido estridente en una atmósfera surrealista. Así, la visión de Lisboa, por ejemplo, es nostálgicamente luminosa: la cantante de fado (Carminho) en el balcón nos entrega uno de los momentos más sensibles de la película. Y la escena de Alejandría es contundente en el develamiento de la riqueza y la pobreza irracionales del mundo, en un plano en el que los ricos están arriba y los pobres abajo, separados por una escalera sin continuidad que los mantiene distanciados por un abismo. La combinación de escenas en blanco y negro en medio del colorido desbordante del filme también resulta un acierto porque comunica los espacios de opresión y de libertad en los que vive el personaje. El hotel, el barco, París o la casa de citas son espacios luminosos, a ratos extravagantes, en función de una fotografía seductora. El vestuario es parte de una estética que vuelve ambigua las nociones de tiempo y espacio en el filme. Así, todo contribuye a que la trama sea una narración, la más de las veces, sorprendente e impredecible.

Frankenstein se humaniza a través de su sensibilización romántica, mientras que Bella lo hace a través del conocimiento racional del mundo. Anárquica, hedonista cínica, realista, Bella se transforma a lo largo del filme en un proceso que la va liberando, de a poco, de la tutela paterna, del sometimiento marital y la convierte en dueña de quehacer científico y vital. Hay un momento de quiebre que es cuando, en el barco, conoce a Martha Von Kurtzroc (Hanna Schygulla) y al nihilista Harry Astley (Jerrod Carmichael) porque con ellos descubre el placer de la lectura y el conocimiento y el cinismo que le permite dejar a un lado la inocencia infantil de su visión sobre el mundo. La actuación de Emma Stone es maravillosa y seductora: ella pasa por distintos estados motrices y emocionales, por representaciones diversas de su cuerpo, por el encumbramiento de su personaje desde sus balbuceos hasta su lógica paradójica impecable, y, al final, por la plena asunción del poder que ha descubierto en la ciencia, el saber de los libros y el disfrute de su sexualidad libre.

            De manera paradójica, Pobre criaturas, bajo la envoltura de su deslumbrante cinematografía y su planteamiento ideológico liberal, desarrolla asuntos controversiales. En un principio, Bella atrae por lo que tiene de niña, abriendo un amplio camino de normalización de la pedofilia ya que naturaliza la atracción de sus pretendientes, tanto del alumno y ayudante de su creador, Max Candles (Ramy Youssef), como del abogado dandy Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) que escapa con Bella para mostrarle el mundo, en una especie de versión libertina de Pigmalion. En su proceso de maduración, Bella descubre el placer de la sexualidad y su liberación sexual se maximiza en el ejercicio de la prostitución, bajo la idea, subversiva en tiempos victorianos, de que su cuerpo, del que es dueña, es, al mismo tiempo, su medio de producción; un tema que, más allá de su presentación liberal, hoy puede verse también como un sometimiento a las reglas del poder patriarcal sobre el cuerpo y la sexualidad, más aún si tenemos en cuenta el tiempo de desnudez de Bella en el filme y la hipersexualización que conlleva.

            Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos, tiene un fascinante despliegue visual y creativo; muestra a una Emma Stone que desarrolla su personaje con un talento desbordante; construye escenarios que deslumbran y arma una trama que respira sensualidad, a pesar de cierta manipulación bajo cánones patriarcales. Una película que cautiva a sus espectadores.