José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

jueves, abril 17, 2014

La muerte y su ritual maravilloso


En La Cueva, en Barraquilla, 24 de julio de 2012.
           Úrsula Iguarán murió en un día similar al que murió Gabriel García Márquez: “Amaneció muerta el Jueves Santo. La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, la había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años. La enterraron en una cajita que era apenas más grande que la canastilla en que fue llevado Aureliano, y muy poca gente asistió al entierro, en parte porque no eran muchos quienes se acordaban de ella, y en parte porque ese mediodía hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios.” (Cien años de soledad [1967], 42da. ed., Buenos Aires, Sudamericana, 1974, p. 291) Las casualidades son más propias de la vida que de la literatura pero en este caso, como en un ceremonial de lo real maravilloso, se han combinado la vida y la literatura para la casualidad de la muerte. Y, sin embargo, García Márquez y Úrsula Iguarán vivirán como personajes de una realidad literariamente vital.
Existen, además, dos memorables momentos de muerte en Cien años de soledad. El uno, es la muerte de José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo. Una mañana, Úrsula ve acercarse a Cataure, el hermano de Visitación que había huido de la peste del insomnio, quien le dice: “He venido al sepelio del rey”. Entonces entran a la habitación de José Arcadio, pero él ya se había quedado para siempre junto a Prudencio Aguilar, en un cuarto intermedio, creyendo que se trataba del cuarto real. “Poco después, cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro.” (p. 125)
La otra muerte, por supuesto, es la del coronel Aureliano Buendía. Cuenta García Márquez que, durante la escritura de la novela, no se atrevía a matar al personaje hasta que una tarde pensó: “Ahora sí se jodió”. Y dice que subió temblando al segundo piso, donde estaba su mujer, Mercedes Barcha: “Supo lo que había ocurrido cuando me vio la cara. ‘Ya se murió el Coronel’, dijo. Me acosté en la cama y duré llorando dos horas.” (El olor de la guayaba, conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, Bogotá, La Oveja Negra, 1982, p. 34). Esa tarde había llegado el circo a Macondo y el coronel vio pasar una mujer vestido de oro sobre un elefante, un dromedario triste, un oso bailarín, payasos haciendo maromas. Cuando terminó el desfile circense, el coronel se dio cuenta de su miserable soledad. “Entonces fue al castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.” (p. 229)
En Cien años de soledad la muerte está desdramatizada y es narrada como otro acontecimiento más de la vida; cuando se trata de los personajes queridos del autor, esa muerte está enmarcada en una ceremonia de lo real maravilloso que conmociona al lector.
He visto en los periódicos la foto de García Márquez en las afueras de su casa en México DF, con un ramo de rosas amarillas, el 6 de marzo de 2013, en su cumpleaños 86: es la imagen celebratoria de quien vivió durante sus últimos años atormentado por la peste del olvido que asoló a Macondo, y que será para la vida el escritor que transformó el lenguaje de nuestras letras y recuperó para la memoria de nuestra América las historias de esa realidad mágica y maravillosa de la que somos conscientes gracia a él.

sábado, marzo 15, 2014

Cuento ecuatoriano en Cuba


       
Los registros en los que el amor y el desamor se expresan son amplios y diversos. Abarcan y atraviesan la casi totalidad de los sentimientos del ser humano. En tales registros quedan grabados para la memoria de los cuerpos: las entregas y los egoísmos, las generosidades y las miserias, el éxtasis y la desolación, la realización plena de Eros y los fracasos del deseo, la incursión de la crítica social desde las subjetividades afectivas y la alienación posmoderna, etc. Es por ello que, para la realización de una muestra del cuento ecuatoriano contemporáneo, he escogido un hilo conductor de estos cuentos que muestren a los lectores el amplio espectro de la vida y el mundo, tal como la ven los escritores y las escritoras de Ecuador.
            La literatura ecuatoriana, y en general nuestra cultura diversa, está siendo conocida aún más como resultado de que el país, en su transformación política, económica y social, ha pasado a ser protagonista de un cambio de era en la escena mundial. El gobierno de la Revolución Ciudadana ha estado trabajando en estos años por nuestra segunda independencia, luchando, en conjunto con los países de la ALBA contra la hegemonía del Imperio —el complejo militar-industrial-financiero que no tiene patria pero cuyo dominio es custodiado por esa policía del mundo que son hoy los Estados Unidos—; ha recuperado el sentido de justicia social basado en la supremacía del ser humano por sobre el capital; en definitiva, ya no solo nos están conociendo sino también reconociendo por mantener para beneficio de todos los pueblos del país, esa patria que hemos recuperado. De ahí que Ecuador tiene una nueva y diferenciada voz en el concierto mundial.
            Esta muestra, construida desde la temática general de amor, es diversa en edades de los escritores, en sus tendencias literarias, en su visión del mundo. Así, he tratado de ofrecer a los lectores, sobre todo a aquellos que no están familiarizados con la literatura ecuatoriana, un abanico de expresiones estéticas. Pero, al mismo tiempo, los lectores se encontrarán con esa mirada de entre siglos atravesada por el sentido posmoderno de la hibridez. Estos cuentos, en síntesis, constituyen una visión múltiple de la realidad, su interpretación y su transformación en literatura.
            El sentido de lo contemporáneo está dado por el tiempo de escritura de los textos: todos los cuentos, aún aquellos de los autores de mayor edad, fueron publicados entre el último cuarto del siglo que pasó hasta años recientes del presente. Ciertamente, los autores escogidos tienen distinto nivel de madurez en el conjunto de su producción literaria, pero los cuentos seleccionados para esta muestra gozan de una calidad homogénea que augura, desde los escritores jóvenes, muy buena salud para las letras ecuatorianas. Por tanto, quienes lean este muestrario de cuentos se encontrarán con una producción literaria actual y de gran factura de la narrativa de Ecuador.
            Esta muestra del cuento ecuatoriano Amor y desamor en la mitad del mundo (La Habana, Arte y Literatura, 2014) está organizada en cuatro secciones: “Sonrisas después del festín”, “Obstinación de piel”, “Corazones de extraños designios” y “Fiesta encendida de cuerpos”. Fue preparada especialmente para el disfrute de los cientos de miles de lectores que, cada año, acuden a la Feria del Libro de La Habana, que, en su edición XXIII de 2014, consideró a Ecuador como el país invitado.
            Leer la literatura de un pueblo es una manera de conocerlo en sus maneras diversas de aproximarse a la realidad y a los sueños; en sus maneras de recordar y de inventar; en sus formas de amar y desamar; y también en sus propuestas para transformar al mundo y convertirlo en lenguaje. Espero que la lectura de esta muestra de la narrativa corta de Ecuador contribuya a un mayor acercamiento de nuestros pueblos y, por tanto, a un mejor conocimiento de los mismos; de tal forma que continuemos, también desde la literatura, en el camino que requiere la profundización del sentido martiano de Nuestra América.

sábado, marzo 08, 2014

Mujer para mi libertad




¿Cómo declararte mis ganas de ti, Paulina Rubio, si en la página siguiente de Vanidades, Shakira está cantando con el ombligo más desnudo que la alegría de tus piernas largas? Te miro, Britney Spears, subiéndote a un carro al salir de una discoteca, y las fotos pirateadas en los blogs revelan que debajo de tu falda no llevas nada más que tu pubis de ángel al natural. Te persigo para colgar en Youtube el archivo sobre tu ocio sensual y escandaloso, Paris Hilton, heredera y presidiaria, tan inútil como desfachatada. ¿Cómo decirte, desnudez errante, que estás fundida a mi pupila si eres un cuerpo que se transfigura en otros cuerpos que terminan difuminados y que no me dejan ver el cuerpo junto a mí que me acaricia? Toda la sensualidad del Mediterráneo se dibuja en tus labios, Penélope Cruz, gitanilla domada por las noches glamorosas de Hollywood. ¡Ay, Alejandra Azcárate, ángel terreno, crucificada en Soho por la fe sacrílega de los hombres! Te convertiste en muñeca de vitrina, Sharon, la hechicera, me arrastraste hacia el deseo de tus pechos dulces y Vistazo te hizo la más deseada del país. Imágenes de mujer que estallan en mis ansias, mujer de imágenes por la que estallo. Años atrás te llamabas Marilyn Monroe, vestida con sólo unas gotas de Channel # 5 para la foto de calendario tomada sobre sábana escarlata aquel glorioso 1949, pero te llevaste la vida por delante antes de que la vida te marcara el rostro como lo hizo con B.B., la mujer creada por ese dios terrenal llamado Roger Vadim.
Abrazo la nada de tu belleza virtual, mujer que cada día vistes un rostro distinto, subida en un par de tacones lejanos de mí. En la imagen mutante que me esclaviza soy apenas esos zapatos abandonados; mas, me libero de aquellas imágenes para entregarme a ti, simplemente María que yaces bajo mi pecho. Acostado sobre ti, con tus piernas que me envuelven, se desvanecen todos esos cuerpos de nube y los tacones de aguja de tus zapatos —que es lo único que llevas puesto, María— rozan con pasión mis flancos. Entonces, amor, abrazo el todo de tu piel extendida para mi libertad.

De Pubis equinoccial (Bogotá, Mondadori, 2013)