José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, enero 09, 2023

Tu amor es una «Hola» de ayer

           

Vargas Llosa: «No, no, no. Los motivos de la ruptura no existen; no es verdad; no son ciertos».

«Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena […] Es el único episodio de mi remoto pasado que mi memoria no ha olvidado y que me atormenta todavía. Todas las noches, antes de dormir, pienso en Carmencita y le pido perdón […] Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. »[1]. La prensa del corazón le ha dado la vuelta a esta frase de «Los vientos», un cuento de Mario Vargas Llosa publicado en octubre de 2021, como si toda literatura fuese una confesión de la vida íntima del autor. Así, el tratamiento mediático de la ruptura de la socialite Isabel Presley y el Nobel mezcló el cuento, la vida y, paradójicamente, ha convertido al escritor en un figurante de la civilización del espectáculo sobre la que él mismo reflexionó con lucidez años atrás.  

«Los vientos» es un extenso relato, en clave de crítica cultural, desencanto y humor, narrado en primera persona por un viejo solitario que, luego de asistir a un mitin para protestar contra el cierre de las salas de cine Ideal, se olvida de donde vive. La pérdida súbita de la memoria lleva al protagonista a una caminata errante por Madrid, cuyos distintos lugares le provocan una variada gama de disquisiciones sobre el sentido de la cultura en un mundo en el que esta no tiene ya cabida, al menos en las formas de la modernidad. El narrador protagonista se pregunta: «¿Será que la cultura ya no tiene ninguna función que cumplir en esta vida? ¿Que sus razones antiguas, aguzar la sensibilidad, la imaginación, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico de las personas, ya no hacen falta a los seres humanos de hoy, pues la ciencia y la tecnología pueden sustituirlos con ventaja?».

En ese mundo posmoderno, las personas ya no van a los cines ni a los museos porque películas y exposiciones las pueden ver en sus ordenadores con el beneplácito de los académicos: «Según ellos, el objeto artístico puede verse en la pantalla con la minucia, lentitud y totalidad que la simple vista no nos permite». Los lectores encargan novelas que son fabricadas por un sistema de inteligencia artificial según el gusto del cliente y los libros de papel, ya digitalizados, deben ser incinerados para evitar la propalación de bacterias nocivas; los coleccionista compran “pinturas inmateriales”, que son cuadros que no existen salvo sus títulos y pagan por un certificado digital; la gente que asiste a la ópera está más concentrada en los ordenadores que les ofrecen información sobre esta antes que escucharla con atención. En definitiva, «El único espectador serio que se admite hoy es el que produce el propio bípedo en su artefacto portátil, ese incinerador de todo lo que es genuino y auténtico, algo que ha desaparecido prácticamente en este mundo donde solo reina y fulgura lo postizo y artificial».

Es durante la búsqueda del camino a casa que aparece, de manera tangencial, el recuerdo de su ruptura con Carmencita. Los vientos, nominación eufemística para los pedos, son el símbolo escatológico que acompañan la caminata errante y las opiniones variopintas del protagonista sobre lo que él considera la muerte de la cultura clásica en un mundo lleno de novelerías. La existencia del grupo de los “desequilibrados”, similar a los hippies de los sesenta, le permite al autor mostrar un tipo de rebelión contra la sociedad arrinconada en el extremo de lo absurdo y, por lo tanto, negar cualquier posibilidad de transformación social. Vargas Llosa aprovecha la ficción para ridiculizar al animalismo, al veganismo, a los antitaurinos y para exaltar al capitalismo liberal, pues pone en boca del narrador protagonista algunas de sus propias ideas políticas, que es cuando el cuento se torna aburrido y panfletario. El cuento, de tono ensayístico, ejemplifica, además, a través del personaje protagónico, las ideas que Vargas Llosa ha expuesto en diferentes textos sobre la civilización del espectáculo.[2]            

El cuento no habla de una ruptura sentimental, pero a la prensa rosa eso la tiene sin cuidado: el comentario literario no es su fuerte. El cuento, sin embargo, parecería una profecía del lamentable espectáculo que ofreció un Vargas Llosa, en etapa de negación, acorralado por reporteros que le preguntaban sobre el fin del romance. En el video noticioso que circula en las redes sociales, un confundido Vargas Llosa responde con fingida alegría: «Yo me encuentro muy bien. Acabo de pasar un día en París y lo único que quiero es confirmar la entrevista que ha dado Isabel en Hola». Cuando la periodista le pregunta si los motivos de la ruptura son sus celos, él se apresura a responder con poca coherencia semántica: «No, no, no. Los motivos de la ruptura no existen; no es verdad; no son ciertos». Es como si el viejo solitario del cuento, olvidado súbitamente del camino de regreso a casa, apestando a excrementos, se sintiese perdido en un mundo dominado por la crueldad de las audiencias.

En un video subido por su hijo Álvaro a su cuenta de Twitter, el 30 de diciembre, Vargas Llosa apareció leyendo en voz alta un fragmento de Madame Bovary, para despedir el año 2022. El hijo se asegura de que nos enteremos de que el libro es de 1857, el padre corrobora que se trata de la primera edición y el hijo concluye: «¡qué fantástico!». Así, simbólicamente, se busca que Presley quede al nivel de Emma Bovary y Vargas Llosa al de Flaubert. El número del circo mediático estuvo bien montado pues, en el marco de la ruptura sentimental, el cronista Martín Bianchi ya le había lavado la cara al marqués, el Día de Inocentes, en El País: «El entorno de Mario Vargas Llosa explica la ruptura con Isabel Preysler: “Eran incompatibles. A él le interesa la cultura y a ella el espectáculo”»[3]. La tosudez de los hechos, sin embargo, es más fuerte que la publicidad. La socialite y el marqués escribidor son parte del mismo tinglado: ella, como la mimada de Hola que siempre ha sido; él, como el bufón de la tendencia de moda que, vientos y excrementos incluidos, deviene función del intelectual en la civilización del espectáculo.



[1] Mario Vargas Llosa, «Los vientos», Letras Libres, 1 de octubre de 2021, acceso 6 de enero de 2023, https://letraslibres.com/ficcion/los-vientos/

[2] Mario Vargas Llosa, «La civilización del espectáculo», Letras Libres, 28 de febrero de 2009, acceso 6 de enero de 2023, https://letraslibres.com/revista-espana/la-civilizacion-del-espectaculo/

[3] Martín Bianchi, «El entorno de Mario Vargas Llosa explica la ruptura con Isabel Preysler: “Eran incompatibles. A él le interesa la cultura y a ella el espectáculo”», El País, 28 de diciembre de 2022, acceso 6 de enero de 2023, https://elpais.com/gente/2022-12-29/el-entorno-de-mario-vargas-llosa-explica-la-ruptura-con-isabel-preysler-eran-incompatibles-a-el-le-interesa-la-cultura-y-a-ella-el-espectaculo.html


lunes, enero 02, 2023

Victoria Vaccaro: poesía de un cuerpo en tránsito

Victoria Vaccaro García ganó el premio internacional de poesía escrita por mujeres «Ana María Iza» 2022.

Una edad de tránsitos, un tiempo de transiciones personales, una comunitaria transición de época. Todos somos LGBTI en el deseo, que carece de sexo, que es un arcoíris bajo cuya luminosidad diversa se cobijan el género humano, la lucha por la libertad sin alambradas del cuerpo y el regocijo por las veleidades de su corazón. Breve mitología del cuerpo original, de Victoria Vaccaro García (Guayaquil, 1998), es poesía de la transición de un cuerpo y de la génesis de la otra que lo habita, escritura que evoca la naturaleza para volverla compañera de los diversos estadios del espíritu, textualidad ceremonial de un tránsito que es, al mismo tiempo, corporal y del espíritu.

En el poemario, la naturaleza se vuelve presencia sensorial que anda junto al hablante lírico en su transición, desde el primer verso: «Esta luna que me acompaña desde la noche de mi nacimiento, imposible blancura […] Desde mi origen, ya traía lirios enterrados en la boca […] Y tú seguías inmóvil en lo alto de los cielos, impasible, con un espeso velo de gasas y serafines cubriéndote los senos, la desnudez»[1]. La voz poética revela su rechazo, espiritual y físico, a su origen biológico: «Desde el vientre oculté mi sexo, / mi primitiva vergüenza»[2]; y, así, nos va mostrando el mundo de su infancia familiar rodeado de mujeres; un mundo en donde la madre no solo es la dadora de la existencia sino también la maestra primigenia de la vida: «De ella aprendí a manejar el oculto movimiento de las lenguas. Con ella descifré la invención de mundos, a modo de los dioses»[3].

El tono confesional de la violencia inicial en el sexo es un testimonio desgarrador en la paradoja del deseo satisfecho: el yo se asume un nuevo yo, feminizada la escritura, enfrentado a un animal siniestro —pantera, tigre de montaña o monstruo de ébano— cuyo asalto es un instante en el que el yo es una presa atrapada y al final: «Me descubrí abierta sobre aquel / nuevo mar de profundas camelias. / Dos espíritus de vírgenes tendían / sobre mí sus fúnebre santuarios»[4]. La voz lírica, ya realizada su transición, se asume voz de mujer y el tono bíblico se une al ritual del martirio de Cristo: el cuerpo del martirio es amortajado amorosamente por el cuidado funerario de las mujeres, pero, a contramano de la revelación, la resurrección todavía es espera.

La naturaleza nocturna, entonces, es el refugio ceremonial del nuevo cuerpo en la bellísima purificación que emerge de la poesía y se encuentra con el amor: «La noche cubrió el huerto, / súbitamente. Los laureles ardían. / Frente a ellos desnudé espalda, / cintura; me cubrí de las fragantes / cenizas que arrastraba el viento, de / las primeras brasas. Clamaba, de / rodillas y absorta, clamaba»[5]. Y en esa naturaleza esplendente es en donde tiene lugar la hora del nuevo yo; el cuerpo es componente de un jardín florecido en el que se funde tanto para renacer como para constatar los límites que duelen en un proceso de transición que deberá enfrentarse no solo a la fatalidad biológica sino también al mundo desde el anhelo de la libertad imposible y la búsqueda de los días gloriosos que se vislumbran, que aún no llegan, pero que están presentes en la realidad del ensueño. «Hundo florecillas en mi vulva ausente, lloro, no pasa nada. Estoy colmada de salvias fragantes, de rubios pistilos»[6], reconoce la voz poética e invoca, enseguida, su necesidad de tránsito en el tránsito de su angustiosa limitación: «Dos atormentados duraznos, mis / senos no concebidos […] ¿Con qué amamantaré a hijos / amantes, a las reencarnaciones de / mi madre. ¿Quiénes serán testigos / de las deliciosas profanaciones»[7].

El cuerpo de la heroína rebelde del poemario, en una contemporánea actitud del combate romántico del yo, es un cuerpo en transición que se adueña de un nuevo ser confrontando las convenciones heteronormativas y binarias; la confesión de lo que se anhela y la subversión de lo establecido a través de la escritura de belleza libre en persecución de la epifanía, que es el sueño de la realización del deseo en libertad: «Nuestros cuerpo estaban / en punto, bullían, rebrillaban, se / agudizaban, rompiendo las ataduras / de otra vida. / Vamos al gran día, sí. / Vamos a los días de la eternidad»[8].

El año pasado, al recibir el premio internacional de poesía escrita por mujeres «Ana María Iza», en su primera edición, por Breve mitología del cuerpo original, Victoria Vaccaro escribió en su cuenta en Instagram: «Me siento orgullosa porque hace algunos años era impensable que una mujer trans tuviese distinción alguna, o peor, ser la primera en ganar un premio de poesía escrita por mujeres. El camino es largo aún, pero la esperanza nos hace avanzar a pasos agigantados. Y estoy feliz de que en mi persona y en mi palabra se haya reconocido una lucha: nuestra lucha»[9]. La poesía de Victoria Vaccaro García evoca la infancia a través de la visualización de un jardín florecido y fragante y describe tales recuerdos con un lirismo delicado aún en el desgarramiento; Breve mitología del cuerpo original es un poemario que se adentra, desde la memoria familiar del cuerpo, en el tránsito personal de la voz lírica con imágenes que, al tiempo que nos estremecen con dolor, nos conmueven con la alegría de vivir una nueva naturaleza.



[1] Victoria Vaccaro García, Breve mitología del cuerpo original (Cuenca: Universidad del Azuay / Encuentro Internacional de Poesía Paralelo Cero, 2022), 17.

[2] Vaccaro, Breve mitología…, 19.

[3] Vaccaro, Breve mitología…, 29.

[4] Vaccaro, Breve mitología…, 35.

[5] Vaccaro, Breve mitología…, 49.

[6] Vaccaro, Breve mitología…, 57.

[7] Vaccaro, Breve mitología…, 59.

[8] Vaccaro, Breve mitología…, 99.

[9] Victoria Vaccaro García (@victoriavaccarogarcia), Instagram, 2 de octubre de 2022.


lunes, diciembre 26, 2022

Instrucciones para preparar un «Cronopio»


            hay que esperar a que argentina gane un mundial de fútbol contra todo pronóstico y que messi, finalmente, levante la copa de los campeones y que le tome todas las fotos que quiera a antonela roccuzzo alzandoabrazandobesando la copa. no, no les pida a los jugadores que celebren la victoria como si fueran alumnos de un colegio del opus dei el día de su primera comunión. tampoco les pida a los porteños ni a los que llegaron de las provincias que sean andinamente humildes. más bien, disfrute de ese desborde canchero, bullicioso y desordenado del alma de los cronopios a quienes, para escándalo de los famas, no les importa dormir en la calle, con el calor de diciembre, caminar junto al autobús de los campeones que hizo doce kilómetros en tres horas, lanzarse desde un puente al autobús y desparramarse sobre el asfalto, llorar, compartir su mate amargo, gritar hasta quedarse sin voz, mientras el helicóptero, que lleva a scaloni, de paul, messi y la copa del mundo, sobrevuela la plaza del obelisco, zona de constitución, avenida nueve de julio, avenida de mayo y autopista veinticinco de mayo. en todos estos sitios, los cronopios están arracimados mientras contemplan en el cielo de buenos aires una baba del diablo que se sostiene en el aire. día de feriado nacional. los cronopios agitan banderas albicelestes, saltan, cantan. contemplan en el cielo la scaloneta aérea. así, mientras los famas, que siempre heredan los puestos de mando, mueven la cabeza de un lado al otro, calculan las pérdidas de un día sin el trabajo de los demás, los cronopios corean: ¿qué mirás, bobo? ¡andá, andá pa’yá, bobo!

            este cóctel no tiene la sencillez clásica del «fernandito» [1½ oz de fernet, coca-cola a gusto y hielo en un vaso largo], originario de la provincia de córdoba, según algunos famas, que son los entendidos en academicosas[1]. este cóctel requiere de una mayor elaboración: después de todo, la obtención de un campeonato mundial de fútbol es bastante más complicado que tomar café con medialunas en cualquier cafetería de florida; ya no en richmond, que cerró en 2011. ¡qué vachaché, nariz en discepolín!

 

Cóctel «Cronopio»

 

Ingredientes:

1oz de Fernet Branca

¾ oz de Havanna Club, añejo siete años

¾ oz de orchata

½ oz de zumo de limón amarillo

1 clara de huevo

Gotas de Peychaud

 

Preparación:

Mezclar todos los ingredientes en coctelera sin hielo y agitar unos 15".

Poner hielo en la coctelera y agitar, de nuevo, otros 15".

 

Presentación:

Servir en copa flauta.

Adornar con unas gotas de Peychaud.

 

            existe en el cóctel una pugna entre lo amargo y lo dulce, tregua catala espera, igual que un cronopio guayaco que sostiene contra su pecho dos hilos —uno es azul— y que al salir de almacenes tía advierte que su teléfono celular ya no tiene saldo. ninguna esperanza —esas bobas sedentarias siempre ávidas de certidumbres— invadirá el corazón descuidado de quienes beban este cóctel. ya sé que estoy piantao: para mi regocijo personal, algo más amargo y menos dulce. ¡buenas salenas cronopio cronopio!



[1] Wikipedia, «Fernet con coca», acceso 23 de diciembre de 2022, https://es.wikipedia.org/wiki/Fernet_con_coca

  


lunes, diciembre 19, 2022

Iracundo en el ring de la vida y la poesía



«El poeta vive en el ring / No hay tiempo de cosecha / Ni primavera / Él está siempre en el ring de la vida»[1]. Con esta declaración suena la campana y comienza el primer round: el poeta es un iracundo dispuesto a fajarse contra todo y contra todos; el poeta está furioso contra la academia, contra el mercado literario, contra la irracionalidad de la sociedad de clases, contra la inautenticidad del mundo; el poeta ha subido al ring para combatir contra lectores complacientes, contra la palabra endulcorada, contra la poesía que se resiste a la escritura del propio poeta, contra sí mismo. ¿Cómo no estar enfurecido en un mundo regido por la injusticia, el dinero y la arbitrariedad de los poderosos? ¿Cómo no hacer uso del giro irónico, del humor corrosivo, de la reivindicación de los que triunfan en su derrota?

Ramiro Oviedo (Chambo, 1952) es el poeta boxeador, de elogiosa resistencia moral, que, en El ring del poeta, regresa al cuadrilátero de la vida y la poesía para dar un combate, a doce asaltos, cargado de iracundia, nostalgia y vitalismo estético. Como él mismo lo menciona en la nota que antecede al poemario: «La poesía es un deporte de combate, la única vía donde uno se moja con el drama y la gravedad de la vida. La campana anuncia el comienzo y el fin del próximo asalto en el ring, la fábrica, la oficina, la escuela, la vida»[2].

            La imagen del poeta boxeador y la metáfora del ring como espacio vital y lugar de combate del poeta ya fue delineada por Oviedo en Cajita de bla-bla (2012). El poeta se enfrenta a quien lee con una clara estrategia de combate: «apuntar desde el primer verso al hígado, al mentón, a los nervios y a la memoria del lector», aunque es consciente de que puede ser derrotado de inmediato: «ojo: el lector posee la facultad de ponernos fuera de combate después del primer verso». Asimismo, en ese combate existe la complicidad de la lectura, pues si el poeta logra que su lector lea tres poemas de corrido, «la palabra habrá ganado, y con ella, todos los implicados»[3]. Un combate que se plantea desde la escritura del texto y que se resuelve en su lectura: «si quiere lectores, aunque sea para pelear, el poeta tiene que fajarse como un boxeador»[4], como el campeón de la Tola o el Chico de Oro.

En el tercer round de El ring del poeta, Oviedo dibuja la imagen de ese lector-rival al que hay que derrotar con una poesía agresiva, que lo saque de su enajenado aburguesamiento, que lo enfrente sin eufemismos a ese mundo hostil que se rehúsa a admitir como el mundo en el que vive con placidez:

 

El poema que muerde no envejece
Y no es con profundos abrazos
Ni con una pitada de Marlboro light
Que se engancha a los lectores, sino a patadas.

A mordiscos, en el peor de los casos.

¡Hay que replicar los golpes bajos con golpes bajos

Cuando la vida te cae a puñaladas![5]

 

            Hay una nostalgia permanente en la poesía de Oviedo. Una nostalgia de un Quito de infancia, de aquel tiempo prepetrolero que hacía de la ciudad un espacio de convivencia en la barriada. Ese tiempo es también el tiempo, evocado con una romantización hecha de momentos duros, de los boxeadores heroicos, de camaradas de la poesía que ya están muertos, de los días de radio, del poeta-profeta que augura los días de gloria de Papá Aucas. Por sus versos desfilan Eugenio Espinoza, el campeón de la Tola, Jaime Valladares, el Chico de Oro y Héctor Cisneros, el poeta de la calle. Esas figuras que Oviedo evoca con amor lo llevan a decir: «El boxeador poeta no es un ilusionista / Ni vidente ni prestidigitador. / En la poesía las palabras son actos / Que anticipan nuevos actos / Conmociones, ajustes de cuentas / Cócteles molotov en La feria del libro»[6].

            El poeta, heredero de la bohemia romántica y el malditismo, es un ser ansioso de experiencias de vida: combate con las palabras y pierde, porque el poeta, según Oviedo, tiene una enorme necesidad de decir lo suyo, de maldecir el mundo regido por los poderosos que desdeñan la poesía. «¿Ser valientes? Las pelotas / Hay que tener miedo / Es en el miedo donde se forja el campeón […] Uno está atento a lo que pasa fuera del cuadrilátero […] Así uno pasa la vida / Haciéndose romper el alma por mastodontes»[7]. Por eso, el recuerdo mitificado del poeta de la calle, Héctor Cisneros, conjuga todo aquello que debe vivir y en el ring del poeta, enfrentado a la la dura vida, esa que te de golpes bajos sin que exista un árbitro que la detenga, la palabra es una victoria apurada de la memoria: «El Héctor era un rayo luminoso / En la óptica pervertida de los espejos de Quito […] Una noche / Llegó la poesía disfrazada de tahúr / Con los dados trucados / Y el poeta de la calle desapareció» y ese poeta, al momento de su funeral es el mismo que convoca al pueblo, a ese mismo pueblo que escuchó su poesía en la calle, en el sindicato, en la barricada de la huelga obrera: «Dejaron de hacer lo que estaban haciendo / Para fundirse al trote no lejos del cortejo / Gritando en coro ¡Viva nuestro poeta! / ¡El poeta de la calle! / ¡La valiente raza!»[8]. Y esa gente del pueblo doliéndose, justamente, es la victoria del poeta en su derrota.

            Ramiro Oviedo, en El ring del poeta, retoma el combate del antipoeta peso pluma, invocando los guantes de Nicanor Parra, agobiado por sus derrotas pero no vencido, dispuesto a darlo todo, a dar su vida en el cuadrilátero del texto. Así, con el campanazo final del décimo segundo asulto, nos ha entregado a golpes, una poesía a ratos desacralizada y antiacadémica, a ratos panfletaria y declarativa, a ratos punzante y violenta, a ratos nostálgica y humanamente conmovedora.



[1] Ramiro Oviedo, El ring del poeta (Amiens: Editions La Chouette imprévue, 2022), 20.

[2] Oviedo, El ring…, 13.

[3] Ramiro Oviedo, «antes de subirse al ring», en Cajita de bla-bla (Quito: Gobierno de la Provincial de Pichincha, 2012), 147.

[4] Oviedo, «un semáforo en perfecto estado de funcionamiento», en Cajita…, 165.

[5] Oviedo, El ring…, 34.

[6] Oviedo, El ring…, 29.

[7] Oviedo, El ring…, 73 y 75.

[8] Oviedo, El ring…, 81-82.