José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, junio 26, 2023

Livina Santos y Marcela Vintimilla: sus primeros cuentarios

De mi archivo: En 1989, cuatro escritoras, todas exintegrantes del taller de literatura de avanzados del Banco Central de Ecuador y la CCE, Núcleo del Guayas, dirigido por Miguel Donoso Pareja, y formadas en la Escuela de Literatura de la Universidad Católica de Guayaquil: Gilda Holst, Liliana Miraglia, Livina Santos y Marcela Vintimilla publicaron sendos cuentarios que son, hasta hoy, un punto de referencia obligado para estudiar la literatura escrita por mujeres. Algunos de sus cuentos aparecieron, en 1987, en una muestra de la «Nueva narrativa ecuatoriana», publicada en la revista Hispamérica, No. 48, editada en EE. UU, fundada y dirigida por Saul Sosnowski. En la entrega del 29 de mayo reproduje las reseñas sobre los libros de Gilda Holst y Liliana Miraglia; en esta, reproduzco las reseñas de Una noche frente al espejo, de Livina Santos, y Cualquier cosa me invento para ver, de Marcela Veintimilla.

 

(Foto: R. Vallejo, 2023)

Los monos enloquecidos

Historias de todos los días

Hoy, 4 de marzo de 1991

 

            Livina Santos (Guayaquil, 1959), en su cuentario Una noche frente al espejo, plantea con sencillez y, la mayoría de las veces, con profundidad, el entrampamiento de la mujer en el mundo («Rosas rojas para mi secretaria» —la mujer cosificada en la oficina—, «Trastoque» —la mujer que necesita “ser como hombre” para vivir en un mundo organizado a la conveniencia de los hombres—, «De regreso a casa» —la mujer envuelta en su auto represión, incapaz de modificar su rutina—, «Beatriz» —la mujer que busca entre los hombres su estabilidad—, «Una mancha» —la mujer acosada sexualmente por el hombre—, «María José ha muerto» —la mujer escritora que requiere escapar de su rutina para crear—). Esta preocupación temática y su correspondiente manera de abordarla es el testimonio de una escritura de mujer, tendencialmente, está en proceso de constitución.

            Pero el universo temático de Livina Santos no se agota en la cuestión de la mujer. Ella ha optado por desarrollar, a partir de esas historias de todos los días, los temas de la cotidianidad que están presentes en las preocupaciones del ciudadano común y, entre estos, la brecha afectiva entre madre e hija («Clasificados»); los conflictos amorosos («Final de tres»); la homosexualidad y el SIDA («Figuras para desarmar»; la búsqueda de afectos («Entre amigos»).

            En los cuentos en donde lo cotidiano es reemplazado por lo extraordinario, la escritora no se mueve con facilidad. La muerte del padre en «Para ir al cielo» es completamente gratuita pues no corresponde a la sintaxis de la historia contada. En «Julia tiene los senos pequeños» hay problemas de construcción por los muchos elementos que se entrecruzan a nivel de la anécdota.

            En ocasiones, el tratamiento temático es superficial («En busca del sinamor», «Ella me quería a mí»). Es, en esos momentos, cuando los textos se alejan de la literatura y parecería que caen en la subliteratura.

            Una noche frente al espejo demuestra la decidida vocación de narrar de Livina Santos. En general, buen manejo de la anécdota y de una prosa sencilla, sustantiva; textos en busca de lectores. Tal vez por esto, los cuentos situacionales del libro resultan poco interesantes («Con olor a insomnio», «Un cuento corto con perspectiva larga» y «Situación»).

            Existe cierta inseguridad en el manejo del idioma. Solo señalaré dos ejemplos: «El día que se decida a rebanarse un tajo de sus pechos…» (el reflexivo se está usado en exceso y no es posible «rebanar un tajo»); «…sabía que aprovecharía la mínima oportunidad para seguirme agrediendo» (debió escribir: «seguir agrediéndome»).

            A pesar de lo dicho anteriormente, Una noche frente al espejo, de Livina Santos, es un libro de agradable lectura que recupera, a partir de un lenguaje y una estructura sencillos, a esos personajes y a esos hechos de la vida diaria que por comunes nos hemos olvidado de desentrañar con profundidad.

 

 

Los monos enloquecidos

Visión de lo que no se ve

Hoy, 11 de marzo de 1991

 

            En general, los cuentos de Cualquier cosa me invento para ver están impregnados de una atmósfera extraña («De calles y maquetas»), un deseo de escribir expresado en los textos («Intentando escribir la historia que acabo de soñar») y una visión —entre tierna y desencantada— de lo que puede ofrecer la vida a las personas («Para no olvidarme de ser yo»).

            De los cuatro libros comentados durante las últimas semanas, este es el más cuidado a nivel de la piel del texto. Sin embargo, creo que la corrección gramatical no define al texto literario, aunque es obvio que ofrece la posibilidad de una lectura sin ruidos. En el caso del libro de Marcela Vintimilla, esta lectura sin ruidos es posible, salvo ejemplos excepcionales como al escribir «peñizcándose» en lugar de «pellizcándose» y «volverla a mirar» y «volver a mirarla». Tanto no define al texto literario la corrección gramatical que, a pesar de que este es el libro más cuidado a ese nivel, es, al mismo tiempo, entre los cuatro, el de escritura menos madura.

Algunos cuentos no terminar de cuajar. En «La calle», por ejemplo, los indicios son amontonados sin desarrollo posterior; «Todavía sigo aquí» tiene un tratamiento manido para el tema —la iniciación sexual de un adolescente con una prostituta—; en «Lo del tenis» la actitud del padre al prohibirle jugar tenis al protagonista no responde a la lógica de los indicios.

Sin embargo, también encontramos cuentos en donde el proceso de maduración es ostensible, con buen planteamiento y desarrollo de la anécdota («Para olvidarme de ser yo»), buena construcción del mundo interior del personaje («Más íntegro que nunca el cielo sigue ahí»), buen manejo de la intriga mediante el sistema de acumular indicios y dar un golpe final («La pulsión»); en general, anotaciones/observaciones sobre los detalles de la vida que modifican la conducta de los personajes y un variado abanico temático: la necesidad de triunfar en un partido de tenis, la urgencia de una cita a la que irremediablemente se llega tarde, el deseo de agredir al prójimo, la traición del burócrata al amigo, el descubrimiento del amor y la magia, el anhelo de poseer una ciudad, etc.

La perspectiva intimista con la que asume la narración de algunos cuentos («Más íntegro que nunca el cielo sigue ahí», por ejemplo) tiene una ventaja y un problema: la intriga es sostenida por el ahondamiento en el mundo interior del personaje, pero, a su vez, esto le impide a la escritora construir un personaje antagónico que sea algo más que una sombra, lo que afecta, finalmente, a la tensión del cuento.

Cualquier cosa me invento para ver es un libro de heterogénea calidad pero que nos permite afirmar la existencia de una escritura en proceso de formación y una actitud hacia la literatura en la que cualquier cosa es posible de ser inventada para contar.


lunes, junio 19, 2023

La inversión local en cultura contribuye a erradicar la violencia de las ciudades

Casa de la Cultura, corregimiento de Altavista, Medellín, inaugurada el 10 de marzo de 2022. (Foto: R. Vallejo, 2022).
            La experiencia de Medellín, como la ciudad que implementó un sistema cultural que contribuyó a enfrentar la narcoviolencia en los años 90, es emblemática. En 1991, Medellín era considerada la ciudad más violenta del mundo: su tasa de homicidios era de 381 muertos por cada 100.000 habitantes; es decir, veinte crímenes diarios. «Con sus parques-biblioteca y otras acciones de un proyecto que multiplicó por cinco la inversión pública en cultura, Medellín logró reducir la tasa de muerte por homicidio en un 96,3 % en dos décadas».[1] Una de las políticas públicas que hay que implementar para contribuir a la erradicación de la violencia en las ciudades es la inversión de los gobiernos locales en la creación de un sistema cultural que implique la construcción de una red de centros comunitarios concebidos como parques-bibliotecas, la realización de una agenda de actividades artísticas articuladas al sistema educativo y los barrios y la puesta en marcha de programas de lectura con una amplia distribución de libros en el sistema de bibliotecas.

            Siguiendo el ejemplo de Medellín, el municipio de Guayaquil, por ejemplo, podría empezar el proceso de construcción de una infraestructura que transforme, en donde se pueda, y que cree nuevos espacios en donde no, de parques-bibliotecas concebidos como centros culturales comunitarios. Al comienzo, para aprovechar la infraestructura existente, se puede articular el centro cultural comunitario con las instituciones educativas de tal manera que se potencie el uso de lo público, lo que requiere una alianza del municipio con el Ministerio de Educación. Un parque-biblioteca concebido como un centro cultural comunitario crea convivencia social, disfrute estético del tiempo libre, seguridad ciudadana y genera empleo, pues se necesitan personas encargadas de la biblioteca, de la animación a la lectura, de los talleres de arte, de mantenimiento, etc.

            Antes de entrar al segundo punto, debo aclarar que no se trata de organizar megaespectáculos en donde los artistas actúen gratuitamente para beneficio político de la autoridad respectiva. Tampoco se trata, como sucede en muchos cantones, de contratar a un grupo de artistas, más o menos famosos, para un espectáculo musical al año y en él gastarse el presupuesto destinado a cultura. Se trata, más bien, de crear lazos entre las y los artistas locales y la escuela para la formación de público, así como con los barrios para la generación de una ciudadanía que aprecie el arte en sus múltiples manifestaciones. Por tanto, los gobiernos locales deberían financiar una política pública en cultura por la que la música, el teatro, la danza, las artes plásticas, el cine y la literatura tengan una programación permanente en las escuelas y los barrios, con la finalidad de entretener y enseñar. Al mismo tiempo, hay que considerar que un programa de esta naturaleza también genera un sinnúmero de empleos en el sector.

            En 2021, un proyecto municipal que pintó 50 murales con frases literarias terminó en un escándalo por su costo y porque no se tomó en cuenta los derechos autorales de escritoras y escritores cuyas frases fueron utilizadas en dichos murales. Qué distinto hubiera sido todo, si se convocaba a varios artistas para el diseño de los murales, a varios escritores para seleccionar con ellas y ellos los textos, a los barrios beneficiados para organizar en conjunto la inauguración del mural con lecturas de los autores e, incluso, se repartía una antología con textos de los escritores y las escritoras escogidos. Y, por supuesto, a todos se les reconocía los respectivos honorarios profesionales. Valga esta experiencia para entender que un programa de lectura debe articular a quienes escriben y a quienes leen, a quienes producen libros y a quienes animan la lectura, al sistema de bibliotecas, sin olvidarse de las bibliotecas escolares. Asimismo, el programa editorial de un plan de lectura cantonal debe considerar libros de pequeño formato para su difusión gratuita en el transporte público, libros producidos en alianza con editoriales privadas —constituidas como independientes o pymes— para el sistema de bibliotecas y su venta en librerías, quioscos y otros puntos de distribución no tradicionales.

 

Taller de lectura con madres e hijos en el Parque-Biblioteca Fernando Botero, en el corregimiento de San Cristóbal, en Medellín. (Foto: R. Vallejo, 2022).
            Medellín aumentó su inversión en cultura del 0,68%, en 2000, al 5% en 2007. Hasta 2020, esa inversión se mantuvo entre el 3% y el 5% y se centró en construcción de equipamiento culturales en los barrios más pobres y violentos.[2] «El objetivo de estos espacios era que lo público fuera un generador de equidad y calidad en todos los territorios de la ciudad», ha dicho Jorge Melguizo, consultor colombiano que estuvo vinculado al proceso de la capital antioqueña.[3] En julio de 2022, fui invitado al Festival Internacional de Poesía de Medellín y viví una experiencia maravillosa al participar de los recitales en las bibliotecas de las comunas, en los parques, en las escuelas y universidades, con un público que disfruta de la poesía. Obviamente, esto es el resultado de una política pública que ha hecho de la cultura un elemento fundamental para una ciudad que construye convivencia ciudadana en paz.



[1] Existe una extensa bibliografía sobre la experiencia de Medellín que puede ser localizada en Internet. Para quienes quieren consultar experiencias similares en Recife, Brasil, e Iztapalapa, México, recomiendo este artículo de divulgación de donde cito los datos aquí presentados: Florencia Tuchín, «Medellín o cómo erradicar la violencia a través de la cultura», El Café Latino, 6 de octubre de 2022, acceso 17 de junio de 2023, https://elcafelatino.org/es/medellin-erradicar-violencia-cultura/

[2] A lo largo de estos años, Medellín ha construido su Sistema Municipal de Cultura.

[3] Tuchín, «Medellín o cómo erradicar la violencia a través de la cultura». El 30 de noviembre de 2015, Medellín aprobó su Plan de Desarrollo Cultural a 2020.


lunes, junio 12, 2023

Crónica sobre un seguro que no te asegura


El mejor seguro es el que no se usa. Digamos que, si tomo un seguro de vida —que de ninguna manera me protege frente a la muerte—, el hecho de que no se ejecute quiere decir, ni más ni menos, que sigo vivo. Ahora, el colmo sería que me muera de un patatús y que mis deudos, por trabas burocráticas de la aseguradora, no puedan cobrar el seguro. Menos dramático, pero más común, es tomar un seguro de viaje para emergencias de salud. Lo óptimo es no usarlo porque significa que el viaje no tuvo novedades en este sentido. Pero, así como el mejor seguro es el que no se usa, el peor seguro es el que no puedes usar cuando necesitas hacerlo. Y aquí es donde comienza mi crónica sobre un seguro que tomé y que no te asegura nada.

Mi esposa, mi hija y yo viajamos a Ciudad de México invitados por mi hijo que, por motivos laborales, reside allá desde hace dos años. Al momento de reportar el viaje a VISA-Banco Pichincha, el operario de la tarjeta me ofreció un seguro de viaje que tomé confiado en la seriedad de quien me lo vendió. En menos de un segundo, la transacción estaba cobrada a través de mi tarjeta de crédito; en cambio, el intento —que, al final, fue fallido— de usar el seguro me tomó muchas horas.

Veamos los hechos. El día jueves 25 de mayo, a la noche, mi esposa presentó un inesperado e intenso dolor de muelas. No, nada tuvieron que ver ni los tacos ni los jalapaños ni las rancheras. Era un dolor de muelas sin historia que fue la entrada a un laberinto burocrático privado: el kafkiano mundo de una empresa de seguros. Esa misma noche me comuniqué al número de emergencia al que el seguro me obligaba a llamar antes de cualquier atención médica (+1 800 832 3010). Lo hice a las:

10h35 (espera de 13' 35")

10h49 (me colgaron)

10h51 (me colgaron)

10h53 (espera de 7' 21").

Nadie respondió. Solo escuché una voz robótica que decía que espere en la línea hasta que sea atendido. Nadie me atendió. Lo peor es que, en la espera desesperada, me obligaron a escuchar una melodía repetitiva y exasperante que algún relacionista público de la empresa consideró que era una manera de ir ablandando al cliente, mediante tortura musical, hasta atenderlo. Pero, en este caso, nadie contestó mi llamada de emergencia. Yo quedé con un malestar estético en el oído y me esposa continuó con su dolor de muelas.

Al día siguiente, volví a llamar al 1 800 y luego de tres intentos, finalmente, alguien respondió, a las 09h19; después de escuchar mi reclamo por lo sucedido la noche anterior, y sin ofrecerme ninguna explicación sobre aquello, me dijo que iba a comprobar nuestros datos. A las 11h42, avisaron por teléfono (al número de mi hijo que reside en Ciudad de México y que yo había señalado para la comunicación con el proveedor) para decir que mi esposa tendría una cita para el sábado 27 a las 12 del día y que volverían a llamar para indicar el lugar. Nunca llamaron de nuevo para indicar el lugar, ni enviaron correos ni mensajes de WhatsApp. Tampoco enviaron señales de humo a través de Popocatépetl. La cuestión es que mi esposa tuvo que atenderse por cuenta propia para calmar el dolor. No quiero imaginarme la escena si hubiera sido un brazo roto o algo más grave.

En síntesis, el seguro de viajes con la aseguradora AXA Partners, que VISA-Banco Pichincha me vendió, no me sirvió cuando intenté usarlo. Para empezar, la aseguradora se demoró doce horas en responder frente a una emergencia y, al final, ni siquiera completó el proceso de atención como es debido. La tarjeta, obviamente, tampoco se ha hecho responsable a pesar de actuar como broker de seguro pues no ha querido devolveme el importe pagado por un seguro que no pudo ser usado en el momento en que fue necesario. Como decía mi abuela: lagarto que traga, no vomita.

Y es que la historia no termina ahí. Cuando ya regresamos a Ecuador, llamé al número de atención al cliente de la tarjeta VISA. Repetí por tres ocasiones lo que conté arriba a sendos operarios que me enviaron en cadena uno a otro y el que me atendió, al final de la peregrinación telefónica, me dijo que volviera a llamar. Bueno, entonces me enojé y le dije que el servicio era deficiente, mediocre y que me estaban estafando. Le dije que quería que me devuelvan lo que pagué por los tres seguros. Como siempre, el hombre tenía que consultar con un supervisor para responderme. Luego de la consulta, me dijo que a quien yo tenía que hacer la reclamación era a la compañía de seguro. Es decir, que empiece nuevamente la peregrinación en otro lugar. Yo pensé: «Kafka, ¿estás ahí?». Después de insistir, me dijo que la empresa aseguradora se comunicaría por teléfono conmigo. Es lo que se llama aplicar el pendejómetro al cliente. Obviamente, la empresa aseguradora nunca se comunicó telefónicamente conmigo. Lo que sí hizo fue enviarme —¡el 6 de junio!— un correo electrónico del que hablaré más adelante.

Existe una burocracia estatal que es mediocre. La burocracia de este seguro privado es más que mediocre: es indolente, soberbia y robotizada. Me enviaron un correo el sábado 27 a las 21h01 diciéndome que no me había presentado. ¿Cómo querían que me presentara si nunca me dijeron a dónde tenía que hacerlo? Yo le respondí contándole la historia que les he contado a ustedes. El martes 6 de junio, a las 10h11, me volvieron a enviar un correo que era un copia y pega del anterior con un añadido: «déjenos saber si solicitamos reprogramación del servicio». ¿Reprogramación del pedido de un servicio de emergencia después de doce días? ¿Qué se imaginan estos tipos? ¿Qué mi esposa iba a permanecer con un pañuelo alrededor de la cabeza sujetándole la mandíbula esperando su atención? ¿Son estúpidos o qué? (Bueno, «qué» no es una opción válida).

            Se le atribuye a Einstein la frase: «solo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera». La haya dicho o no, lo cierto es que la estulticia burocrática es infinita sin lugar a duda. Ese mismo día me llegó un correo firmado por un Travel Assistance Coordinator (así, poscolonialmente, en inglés: como si al estar escrito en inglés se revistiera, automáticamente, de eficiencia) de AXA Partners, ubicada en la Calle 102 N. 17a – 61, en Bogotá D.C, Colombia. Como no quiero hacer más largo el cuento, resumo: me daban 90 días de plazo para presentar la reclamación —ellos hablan de reembolso; yo, en cambio, de devolución del importe de lo que pagué por los seguros porque el producto que me vendieron no sirve— y me piden que presente una serie de papeles que, obviamente, buscan que nadie pueda terminar la reclamación; y todo esto con la siguiente advertencia: «el envío de los documentos no implica aceptación de responsabilidad por nuestra parte, ya que los documentos entrarán en estudio con el fin de definir aprobar o no su solicitud». En otras palabras: dedíquese a recolectar todos los papeles solicitados —incluido «Cualquier otro documento que la compañía considere necesario para evaluar su caso»— y ya veremos. Esto ya es la aplicación de un pendejómetro sofisticado, cuyo inventor merece un lugar especial en el infierno de Dante.

Lo kafkiano del asunto tiene su lado siniestro. Como en una película de Stephen King, estás en una ciudad extranjera y tienes de pronto un accidente, etc. Al instante, piensas, aliviado, «tengo seguro, no hay problema”». Y es, entonces, cuando empiezan tus problemas. Debes llamar a un +1800 que nunca contesta. Al final, un tipo te dice que tiene que comprobar que existes en el sistema y que esperes un par de horas. Luego te dicen que «mañana» y que te llamarán para decirte el lugar a donde debes ir. Y después de días, te envían un correo para que reprogrames la cita. ¡Y todo esto era una emergencia! Al final, te das cuentas de que estuviste en indefensión durante todo el tiempo de tu viaje. Odiseo anduvo con más protección en su regreso a Ítaca.

Escribo, por lo tanto, sigo vivo. Y, así como muchos en la misma situación, sigo vivo, pero estafado por una aseguradora cuyos servicios me los ofreció mi tarjeta de crédito que, ahora, no se hace responsable de haberme vendido el peor seguro del mundo: el que no puedes utilizar cuando necesitas hacerlo. Tanto el seguro de AXA Partners como la tarjeta VISA-Banco Pichincha que me lo ofreció deberían irse a ese lugar en el infierno en donde los pecadores se embadurnan de estiércol. Definitivamente, Kafka es un insigne escritor del realismo social. Seguramente, sabía de todo este laberinto de las aseguradoras porque trabajó en una compañía de seguros.