José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

domingo, enero 12, 2014

Un éxodo sin tierra prometida


     Al comienzo parece el rescate de una comunidad de desplazados. Enseguida, nos damos cuenta de que se trata del horror sin fin de una guerra absurda. 430 personas son conducidas, a través de la selva, por unos hombres armados que ejercen sobre ellas todo tipo de violencia mediante conductas arbitrarias. Los pobladores no saben si son prisioneros o rescatados, ni hacia donde los llevan. Durante la marcha, se van dando cuenta de que son prisioneros de una guerra absurda y que solo pueden ser conducidos hacia la muerte. En medio este desplazamiento forzoso, Óscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942) construye, en su novela Tierra quemada (Mondadori, 2013) historias personales que humanizan esta narración de violencia asfixiante.
     Elena, el personaje principal de la novela, es una joven maestra que camina con Julieta, su hija de once meses, y su prima Elvira, una adolescente de 14 años “que ha enmudecido de pánico”. En ella se concentran las desventuras del éxodo y también la esperanza de la lucha por la vida; Elena no desarrolla su heroísmo como si fuera un personaje extraordinario: ella es una heroína de la cotidianidad que resiste, al borde de lo que humanamente es posible, la sevicia a la que los desplazados son sometidos. Elena, aún en la más dura de las humillaciones, mantiene la dignidad espiritual necesaria para tener el valor de continuar. El abuso sexual al que la somete el comandante Anselmo le enseña a utilizar su cuerpo para seguir con vida: “Con lo pendejos que son los hombres, son capaces de creer las declaraciones de amor de la mujer que están violando.” (p. 126). Es como si, durante la guerra, el cuerpo de la mujer fuera convertido en tierra quemada por la sevicia de los hombres.
       El ambiente que envuelve a los protagonistas de Tierra quemada es apocalíptico. Una selva devastada por la guerra; unos seres humanos deshumanizados por la violencia; unos combatientes que parecen zombis en tarea de exterminio a la humanidad. El Estado carece de presencia institucional y Dios es apenas un lejano recuerdo de cuando se podía creer. “Las ciudades habían sido blindadas en cada uno de sus flancos, impidiendo el acceso de refugiados del campo. […] El campo era a duras penas habitado por quienes sobrevivían en medio de la resaca de las guerras.” (p. 351). La maldad atraviesa la esencia de todos los bandos: las fuerzas regulares del Estado, la Empresa y los insurgentes, también llamados bandidos. A su paso, todo ser humano es considerado sospechoso de colaborar con el enemigo; la tierra y los seres vivos que la habitan son arrasados si así lo determina el miedo disfrazado de fuerza de los combatientes, sin que importe a qué bando pertenecen.
       Estamos ante una guerra carente de ideales que, por el carácter alegórico de la novela, podría ocurrir en cualquier parte pero que tiene una clara semejanza con el conflicto colombiano. En la novela de Collazos, el narrador va entretejiendo una red de alianzas y rivalidades entre los diferentes bandos que hace de la guerra un fin en sí mismo: en el momento en que aparecen los personajes de esta historia de crueldades, ya no se sabe por qué se combate, o contra quién, o hasta cuándo. Hay quienes creen que son vencedores y que la guerra está próxima a su fin por lo que sus ataques deben multiplicarse: “Pasaba al final de toda las guerras; los derrotados no aceptan la derrota, dijo uno de los vigilantes. Por eso, hay que derrotarlos muchas veces. Pisarlos como cucarachas, quemarlos vivos, si es que siguen vivos.” (p. 16)
       Tierra quemada está escrita con un estilo descarnado, sin asomo de complicidad con lectores acostumbrados a la moda de textos hedónicos con fachada de malditos. Aquí la radicalidad del texto reside en la desmitificación de la violencia histórica con una prosa limpia y con la construcción deslumbrante, por profunda y dolorosa, de personajes de todo tipo que humanizan la atmósfera apocalíptica de ese éxodo sin tierra prometida en el que se desarrolla la intriga de la novela. Al final, los pocos sobrevivientes, tienen consciencia de que son una imagen que deben “recomponer en cada una de sus partes” (p. 370) para seguir andando en la vida.
       Tierra quemada, de Óscar Collazos, es un sobrio retrato novelesco sobre una guerra sin fin —que puede estar ubicada en cualquier parte—, su violencia e irracionalidad, a partir de la historia del éxodo hacia ninguna parte de un grupo de desafortunados que son conducidos, como si fuesen prisioneros de zombis, por una columna de irregulares armados. La novela ofrece un destello de esperanza, que ilumina la resistencia de los personajes que sobreviven al horror, y permite respirar a los lectores que han sido conducidos, con una narración maestra, hasta el fondo de la deshumanización más abyecta y, al borde la asfixia, son expuestos al aire de la redención posible gracias a “una historia de amor silenciosa y profunda” (p. 369). Tierra quemada es una novela de lenguaje sustantivo escrita para lectores de literatura dura, no como moda sino como sello de autenticidad creadora.

Óscar Collazos, en la librería Ábaco, en Cartagena de Indias. (Foto de Marcela Sánchez)

martes, diciembre 03, 2013

"Pubis equinoccial conjuga lo obsceno para confrontar prejuicios"

"El libro conjuga diferentes registros que van desde lo obsceno, pasando por el tratamiento humorístico de lo pornográfico, hasta confrontar a los personajes con los prejuicios de su propia sexualidad" (Foto de Marcela Sánchez)

Por Marcelo Báez Meza, especial para El Telégrafo, 3 de diciembre de 2013

Usted ha ganado todos los premios nacionales existentes en el Ecuador y acaba de ganar uno de poesía en España. ¿Los concursos son felices accidentes o se escribe para ellos?

Jamás hay que escribir para un concurso, a no ser que uno quiera convertirse en un personaje de algún cuento de Iwasaki o Bolaño. Uno escribe porque, como en el caso del ayunador de Kafka, sencillamente, tiene que hacerlo para ratificar el sentido de la propia existencia. Los premios, por lo demás, son una alegría del momento porque, al final, en esta manía de solitarios que es la escritura, uno comprueba que la propuesta estética tiene algún valor al ser sometida el escrutinio de un jurado.

Rumiñahui de Oro
¿Cuán especial es ganar su tercer Joaquín Gallegos Lara?

Pubis equinoccial es una propuesta arriesgada pues camina, de forma provocadora, por ese territorio siempre escabroso de lo erótico. El libro conjuga diferentes registros que van desde lo obsceno, pasando por el tratamiento humorístico de lo pornográfico, hasta confrontar a los personajes con los prejuicios de su propia sexualidad. Ganar el premio significa, en lo personal, que, de alguna manera, la propuesta de escritura funciona.

Usted halló en lo erótico una veta inagotable que se evidencia en Fiesta de solitarios, Huellas de amor eterno y Pubis equinoccial. ¿Qué aporta Pubis con respecto a los otros dos cuentarios?

Pubis equinoccial es un libro en el que todos sus cuentos están atravesados por lo erótico y el lenguaje es, propositivamente, sexual, desmitificador y en el que intento romper tabúes. En Fiesta, el tema central es, más bien, la soledad; y en Huellas, la permanencia del amor en la memoria. Ciertamente en los tres, el tema del amor erótico —en el sentido en que Erich Fromm lo desarrolla en El arte de amar—, está presente como una constante.  

Literatura y política: ¿se considera usted un político que hace literatura o un literato que hace política?

Suelo decir, como en mi situación actual, que yo soy un escritor que está de embajador; como antes estuve de ministro. Lo que me define, desde siempre, es mi trabajo literario; a él le he dedicado mis estudios, mi búsqueda estética, en fin, el sentido vital de mi espíritu. En ese marco de definiciones, para mí, la política es una práctica de ciudadanía que asumo desde la ética del compromiso; me identifico, así, con los escritores románticos de siglo diecinueve latinoamericano que, al mismo tiempo que construían su escritura, contribuían a la construcción de su patria.

El trilema: ¿es usted poeta, cuentista o novelista?

Cada género tiene su momento para la escritura y cada momento busca su canal expresivo. En mi caso, aquello que requiero escribir, esa necesidad que nace de la observación del mundo, busca su género, el tipo de palabra que pueda expresarlo. En todo caso, el cuento ha sido el género en que de más amplia manera he podido rastrear, diseccionar, problematizar, convertir en literatura eso que llamamos la condición humana.

Y ya que hablamos de géneros, ¿cómo va su novela sobre el amor epistolar entre José María Velasco Ibarra y Corina Parral?

La novela está prácticamente terminada. Ahora estoy en ese lento proceso de reposo del texto. Personalmente, me gusta que un libro quede guardado por un tiempo, como si estuviera añejándose en barricas de roble, y sin que el autor lo toque. Desentenderme del texto como tal para luego poder mirarlo desde una perspectiva nueva y ver qué funciona y qué no. Es decir, se trata de una espera silenciosa hasta que llegue el tiempo de la relectura de lo que uno ha escrito, de esa revisión final que nos convierte en artesanos de la palabra.

Su faceta como estudioso de la literatura es inagotable (es antólogo, crítico, etc.). Sabemos que está haciendo un doctorado en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla. ¿Qué proyectos saldrán de esta etapa?

Estoy escribiendo mi tesis doctoral sobre la construcción de la figura del héroe como patriota y amante en algunos textos latinoamericanos del siglo diecinueve. Es una etapa apasionante de nuestra historia: escritoras y escritores, al mismo tiempo que proponen una estética latinoamericana, son actores que están construyendo la nación. Me he sumergido en las cartas de Bolívar y Manuela Sáenz; en la escritura épica de Olmedo; en los aportes de Juan León Mera a la educación y al discurso de la nación; en la figura política de Jorge Isaacs y las peripecias de un héroe vencido; en los héroes y heroínas de las novelas que fundaron la narrativa de nuestra América; y ese cierre magistral del diecinueve que es la aparición de un héroe desplazado de la construcción de la nación, como es el héroe de la narrativa modernista. Al mismo tiempo, en la escritura de mi tesis, pretendo reivindicar la escritura del ensayo literario como tal por sobre cierta jerga academicista que ha alejado a los lectores del análisis y la crítica literaria.

¿Por qué siente la necesidad de reflexionar sobre su literatura cada vez que publica un libro? Es usual ver que paralelamente publica una reflexión (sea en la prensa o en su blog) sobre por qué llegó a producir tal o cual texto.

Debe ser, tal vez, por causa de mi formación académica. Antes y durante el proceso de escritura de mis libros de ficción, me paso tomando apuntes de carácter teórico sobre lo que estoy escribiendo y acompañando tal escritura con lecturas no ficcionales al respecto. Así, en el caso, de Pubis equinoccial, estuve leyendo trabajos teóricos sobre el tema, obviamente, regresando a Freud o a Miller, releyendo los diarios de Anaïs Nin. La reflexión, durante el proceso de mi escritura de ficción, termina en una suerte de ensayo sobre el tema que me ha obsesionado durante el tiempo de creación literaria.

Usted tiene una amplia trayectoria como periodista, incluso ganó el Premio Símbolos de Libertad. ¿Extraña el periodismo? ¿Cuándo piensa volver a él?

Me gustaría volver al reportaje periodístico; ese que implica investigación fáctica, trabajo de campo, de convivencia, y, al mismo tiempo, una reivindicación de la escritura literaria. Recuerdo reportajes que hice sobre el caso de un recién nacido abandonado a orillas del río Vinces, el alucinante mundo de la extracción del oro en Nambija, las historias humanas detrás de los primeros casos de Sida en el país, o la crónica de una entrevista jamás realizada a García Márquez.

Seguimos preguntándonos de dónde saca usted tiempo y toneladas de transpiración para tener una obra tan prolífica. ¿Es cierto que busca el día propio, así como Woolf hablaba del cuarto propio?

Ya lo he dicho algunas veces: yo no veo televisión —salvo unos pocos partidos de fútbol— y, al mismo tiempo, tengo disciplina para, en algunos casos, levantarme muy temprano en la mañana a escribir, o su reverso, quedarme escribiendo hasta muy tarde en la noche. En estos tiempos, además, prefiero leer antes que estar conectado a las redes sociales. Es triste, pero en las salas de espera o en los transportes, la gente no está con un libro en la mano sino con el celular, revisando por enésima vez el mail que no ha llegado o navegando en su cuenta de tuiter.

Con Augusto Barrera, alcalde de Quito, y su esposa Andrea Nina, durante el almuerzo ofrecido por la Alcadía de Quito por la entrega del premio Joaquín Gallegos Lara, en el Museo de la Ciudad, el 28 de noviembre de 2013.

domingo, noviembre 10, 2013

Testimonio de lo cotidiano y su absurdo vital


         
Cinco jóvenes cuentistas del Ecuador
Al parecer nada los une ni los articula. Inclusive su lugar de nacimiento no corresponde al lugar en donde viven actualmente y hay quien nació en Londres. No han formado cenáculos literarios a pesar de que mantienen cierta cómplice identidad. Pertenecen a una generación que creció viendo cómo se desintegraba la Unión Soviética y se derrumbaba el Muro de Berlín, así que, de alguna manera, están vacunados contra las utopías políticas aunque no contra la esperanza. Sus mundos literarios están inmersos en un asombro y asunción de ese sentido absurdo que emana una cotidianidad que se vive sin moralejas.
            El vecindario como una escenografía. La vida de la gente del barrio vista desde una mirada infantil. En “Las tortas de la señora Griselda” la soledad y el desamor aparecen en el cuento como espectros que se agigantan y lo envuelven todo hasta que la inocencia termina por romperse. En ese cuento, María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976, vive en Madrid) ha conseguido narrar desde la ternura de la mirada infantil un drama de violencia intrafamiliar, prostitución y muerte. El tono del relato es conmovedor: la ilusión de las singulares tortas que cocina doña Griselda se ve opacada por los sucesos de esa Navidad, ajenos a la voz infantil que cuenta la historia. Aquí, la fiesta siempre ha terminado y revela su otro lado: el del drama familiar que esconde la joven prostituta que, al final, se marcha del barrio. El cuento consigue exponer la crudeza de una vida signada por el desamor desde la visión inocente de la niñez y, al mismo tiempo, logra situar la madurez de ese personaje infantil que, luego de lo sucedido con la señora Griselda, abre sus ojos a un mundo que ha perdido la inocencia.
            María Auxiliadora Balladares (Guayaquil, 1980, vivía hasta hace poco en Pittsburgh y al momento de escribir estas líneas, en Quito) ha optado por tomarle el pulso al absurdo cotidiano. En “Yo  BSC”, a partir de la búsqueda aleatoria de un hincha de Barcelona S.C. —el club de fútbol más popular del Ecuador, conocido como el “Ídolo del Astillero”— construye en dos planos una historia que sucede en el plano de la cotidianidad y otra que ocurre en el de la imaginación de la protagonista. En un momento del cuento, ambos planos parecerían fusionarse en una acción que alimenta el realismo del plano de la imaginación. Narrando de manera sustantiva, directa, con diálogos hiperrealistas, el cuento funciona como una suerte de poética de la creación literaria en medio de la vivencia cotidiana de una escritora.
            “Harold”, de Jorge Izquierdo (Londres, 1980, vive en Vancouver), es una historia contada a la manera de un thriller. Dos obsesiones se encuentran en el camino: la del narrador que quiere ser escritor pero se dedica a la abogacía y la de su primo Harold, un genio de las ciencias duras, que siente una atracción malsana por la violencia inmediata. Los personajes del cuento son seres que se ven confrontados con la fragilidad de sí mismos. Izquierdo maneja con solvencia esa tonalidad narrativa que evita cargar lo narrado con juicios de valor y narra las situaciones más escabrosas como si se tratase de sucesos comunes. Este es un cuento construido, como otros de su autor, con dureza y sin concesiones frente a la situaciones vividas por sus personajes; un cuento en donde la serenidad de lo cotidiano es destruida en un instante por un suceso inesperado que quiebra el optimismo burgués sobre la vida.
            En “Una chica como tú en un lugar como éste…”, encontramos elementos de ciencia ficción combinados con la extrañeza que demanda la literatura de anticipación y esa sutil ironía que termina convertida en un grito de horror ante un futuro que podría ser y estar deshumanizado. Solange Rodríguez (Guayaquil, 1976) gusta de lo extraño como manifestación del límite de lo humano. En este cuento de anticipación, la posibilidad del deseo humano genera la repulsa de los seres que ejercen el poder en el universo. Ese poder establecido en el nuevo orden del cosmos organiza la represión de la existencia de lo humano desde el rechazo de sus características intrínsecas: una de ellas, la reacción química del cuerpo frente a la atracción sexual. La memoria de la risa de ella es, en ese espantoso futuro, la permanencia de la ilusión del amor a pesar del despojo al que el ser humano habría sido sometido.
La ironía y la crítica cultural atraviesan una narración que, desde el humor y el desenfado, cuenta una historia de desarraigo y parodia de lo pornográfico. “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979) es un texto atravesado por el drama de la migración de los latinoamericanos a España, crítico de la segregación racial y cultural, irónico con el sentido de los valores tradicionales, y, además, un texto que habla de la desolación y la miserias humanas. La dureza de lo que cuenta se ve alivianada debido al tono irreverente que utiliza el narrador, estrategia que permite aseveraciones terribles sobre la condición humana, que son dichas con desparpajo. Por su fuerza narrativa, por su tono desenfadado y por su aguda crítica cultural, “La puta madre patria”, de Miguel Antonio Chávez, seguramente, se convertirá —con algo más de tiempo y lectores de otras latitudes—, en uno de los cuentos más memorables de la nueva narrativa ecuatoriana.
Esta selección de cinco jóvenes narradores ecuatorianos (todos ellos menores de 40 años) es una pequeña muestra de un grupo mayor del que es de justicia mencionar, para que los lectores de Hispamérica los tengan presentes, entre otros a: Juan Carlos Moya (Latacunga, 1974), Mariagusta Correa (Cuenca, 1976), Luis Felipe Aguilar (Cuenca, 1977), Marcela Noriega (Guayaquil 1978), Diego Falconí (Quito, 1979), Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), Esteban Mayorga (Quito, 1979), Eduardo Varas (Guayaquil, 1979), Luis Alberto Bravo (Milagro, 1979), Luis Monteros Arregui (Quito, 1978), Elías Urdánigo (Santo Domingo, 1980), Edwin Alcarás (Quito, 1981), Juan Fernando Andrade (Portoviejo, 1981), Luis Borja (Quito, 1981), y Andrés Cadena (Quito, 1983).
Esta muestra es también el testimonio de una mirada generacional distinta y diversa sobre una cotidianidad cargada de sueños rotos, y gobernada por el absurdo de un poder y una economía liberales que se desmoronan. Y también es la muestra de una vocación por la escritura sin concesiones a lo políticamente correcto; una literatura de palabra fresca y en crecimiento.