Salvador Allende y Pablo Neruda, en la campaña electoral de 1970 |
El golpe empezó a fraguarse
apenas triunfaste en las urnas.
—Mal comienzo para una
poesía, peor inicio para la esperanza,
aunque la peste del olvido hizo
de Macondo un pueblo sin historia—.
Tu elección fue inaceptable
para Nixon y sus heraldos de la muerte.
—¿Acaso la poesía no es el
refugio de mis hesitaciones personales?
Inacabable es el sendero del
desmemoriado y sus extravíos—.
El asesinato del general
Schneider en octubre de 1970 fue el principio.
Yo era un flacuchento de 12
años y unos ojos espantados por el horror,
las noticias que venían desde
el Sur cargadas de miedo, nos decían
que Allende era la maldad personificada del comunismo internacional.
Después vendría la escasez
provocada por la burguesía, y las damas
con sus relucientes cacerolas
importadas para la foto en El Mercurio:
el hambre de poder provoca la
más sangrienta devastación del bosque.
Gente de alcurnia, decían,
tristes por la lejanía de sus propiedades,
amenazados por sus propios
trabajadores, esos rotos de la CUT.
El juego de la democracia no
admite a los jugadores que pretenden
cambiar las reglas del libre
mercado, apóstatas del dios del capital,
¿Dónde están los defensores
de la civilización Occidental y cristiana?
¡Qué pasa con los marines que
no llegan! ¡Qué espera la CIA que no actúa!
¡oh, venerable Walt Whitman,
que invocaste el amor viril de los camaradas,
el canto optimista para
aquella dama que llamaste Democracia,
tu poesía cargada de
humanidad fue herida en el verso y su maroma!
Llegué a los 14 años con el
nostálgico sonido de flautas, quenas y zampoñas,
escuchando los amorosos tonos
metálicos del charango y la guitarra,
alimentado por los ritmos
vibrantes del bajo, el bombo y los timbales.
Entonces creíamos en las
canciones y en los grupos teatrales de obreros,
en la poesía militante y la
palabra encendida de los estudiantes;
creíamos que era posible el
sol alumbrando la oscurana del Imperio.
¡oh, poeta de las cosas, lo terreno y el amor, Neruda de la caracola,
del caldillo de congrio, del viudo y su tango, de la turbulencia amorosa,
tu poesía cargada de América sangró torturada por los traidores!
Cuentan que el 11 de septiembre de 1973 la mañana estuvo gris, dicen
los cronistas que a las 09h03, Salvador Allende habló por Radio
Magallanes:
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo
se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre,
para construir una sociedad mejor… Las pitucas ya pudieron
ordenar
que regresen sus cocineras, mariposas descoloridas en jolgorio por las
calles,
las cacerolas golpistas volvieron victoriosas a sus cuarteles en Las
Condes.
“El golpe de Estado en Chile ha sido casi perfecto”, —informó Patrick
Ryan,
agregado naval de la Embajada norteamericana—. Entonces vino el horror
multiplicado por los miles cuyos cuerpos fueron guiñapo de
torturadores,
el estadio de fútbol convertido en campo donde se acumuló el dolor y
la sevicia,
los libros convertidos en piras donde fue consumida la razón por la
fuerza,
el ensañamiento con Víctor Jara hasta que Amanda se esfumó de su
mirada.
La poesía es un bosque de
sueños invadido por los espectros de la realidad.
Ese día, al disponer de tu vida por mano propia evitaste el escarnio
de esos seres siniestros parapetados tras sus gafas oscuras y sus
fusiles
y nos enseñaste que los héroes florecen con sencillez en medio de la
injusticia.
Te lloré en aquel tiempo con la rabia muda del adolescente confundido,
corazón de ritmo caótico, furor que hervía en mi adentro a punto de
reventar,
mas hoy te canto para horror de los neutrales y los poetas puros,
Salvador Allende,
memoria sin tregua de cómo burlar a la muerte, a la traición y andas
caminando libre por las alamedas, encarnado en el alba de nuestra
América.