José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

miércoles, septiembre 11, 2013

Salvador Allende, andando libre por las alamedas



Salvador Allende y Pablo Neruda, en la campaña electoral de 1970



El golpe empezó a fraguarse apenas triunfaste en las urnas.

—Mal comienzo para una poesía, peor inicio para la esperanza,

aunque la peste del olvido hizo de Macondo un pueblo sin historia—.

Tu elección fue inaceptable para Nixon y sus heraldos de la muerte.

—¿Acaso la poesía no es el refugio de mis hesitaciones personales?

Inacabable es el sendero del desmemoriado y sus extravíos—.



El asesinato del general Schneider en octubre de 1970 fue el principio.

Yo era un flacuchento de 12 años y unos ojos espantados por el horror,

las noticias que venían desde el Sur cargadas de miedo, nos decían

que Allende era la maldad personificada del comunismo internacional.



Después vendría la escasez provocada por la burguesía, y las damas

con sus relucientes cacerolas importadas para la foto en El Mercurio:

el hambre de poder provoca la más sangrienta devastación del bosque.

Gente de alcurnia, decían, tristes por la lejanía de sus propiedades,

amenazados por sus propios trabajadores, esos rotos de la CUT. 



El juego de la democracia no admite a los jugadores que pretenden

cambiar las reglas del libre mercado, apóstatas del dios del capital,

¿Dónde están los defensores de la civilización Occidental y cristiana?

¡Qué pasa con los marines que no llegan! ¡Qué espera la CIA que no actúa! 

¡oh, venerable Walt Whitman, que invocaste el amor viril de los camaradas,

el canto optimista para aquella dama que llamaste Democracia,

tu poesía cargada de humanidad fue herida en el verso y su maroma!



Llegué a los 14 años con el nostálgico sonido de flautas, quenas y zampoñas,

escuchando los amorosos tonos metálicos del charango y la guitarra,

alimentado por los ritmos vibrantes del bajo, el bombo y los timbales. 

Entonces creíamos en las canciones y en los grupos teatrales de obreros,

en la poesía militante y la palabra encendida de los estudiantes;

creíamos que era posible el sol alumbrando la oscurana del Imperio.

¡oh, poeta de las cosas, lo terreno y el amor, Neruda de la caracola,

del caldillo de congrio, del viudo y su tango, de la turbulencia amorosa,

tu poesía cargada de América sangró torturada por los traidores!



Cuentan que el 11 de septiembre de 1973 la mañana estuvo gris, dicen

los cronistas que a las 09h03, Salvador Allende habló por Radio Magallanes:

Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo

se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre,

para construir una sociedad mejor… Las pitucas ya pudieron ordenar

que regresen sus cocineras, mariposas descoloridas en jolgorio por las calles,

las cacerolas golpistas volvieron victoriosas a sus cuarteles en Las Condes.



“El golpe de Estado en Chile ha sido casi perfecto”, —informó Patrick Ryan,

agregado naval de la Embajada norteamericana—. Entonces vino el horror

multiplicado por los miles cuyos cuerpos fueron guiñapo de torturadores,

el estadio de fútbol convertido en campo donde se acumuló el dolor y la sevicia,

los libros convertidos en piras donde fue consumida la razón por la fuerza,

el ensañamiento con Víctor Jara hasta que Amanda se esfumó de su mirada.



La poesía es un bosque de sueños invadido por los espectros de la realidad.



Ese día, al disponer de tu vida por mano propia evitaste el escarnio

de esos seres siniestros parapetados tras sus gafas oscuras y sus fusiles

y nos enseñaste que los héroes florecen con sencillez en medio de la injusticia.

Te lloré en aquel tiempo con la rabia muda del adolescente confundido,

corazón de ritmo caótico, furor que hervía en mi adentro a punto de reventar,

mas hoy te canto para horror de los neutrales y los poetas puros, Salvador Allende,

memoria sin tregua de cómo burlar a la muerte, a la traición y andas

caminando libre por las alamedas, encarnado en el alba de nuestra América.

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