1
Padre, no sé dónde estás.
Te fuiste antes de que yo naciera y me quedé sin tu nombre y sin tu
abrazo.
Fui un perro extraviado en una playa sin fin.
Después te vi en tardes evaporadas.
Pero no me acuerdo de tus ojos, ni de tus manos, ni del sonido de tu
risa.
Eres el silencio permanente de mi extravío.
Solo recuerdo tu rostro dormido en el ataúd
rodeado de tus otros hijos, de tu otra casa.
Estabas hermoso y frío como esas estatuas esculpidas en mármol.
Me acompaña la desesperación de esa mosca que besaba tus párpados,
ofuscada y sin salida ella también dentro del féretro.
Fui esa mosca extraviada en tu muerte.
Y sin embargo, padre, somos el pálpito de la vida y yo tu progenie.
Padre, yo no pude matarte si no a través a de mi propia muerte. Todo lo
que tuve de ti en mi niñez fue esa volqueta fabricada en hierro que arrastré
por las calles polvorientas del vecindario junto a mi tristeza infantil. Yo era
un nómada sin pasado, paseante de barrio sin historia. Un día regalé la
volqueta a un niño con el rostro aún más desolado que el mío, niño de pobreza
de postal amarga. Al desprenderme de aquel juguete maté mi infancia y me quedé
nuevamente sin ti. Me convertí, padre, en un adolescente de huesos de ceniza. Sobre
mi huérfana delgadez llevé nuestros cadáveres a cuestas.
3
Padre, he vivido en orfandad sin que te hubieras enterado de tu muerte.
Ausencia a la que nos sometiste durmiendo en la cama matrimonial de tu
otro
hogar.
¿Alguna vez sentiste remordimiento por el rito de hombre que repetiste
igual que aquellos otros hombres que también carecían de futuro?
Mi orfandad tiene el rostro de un niño solitario que juega en tardes
calurosas
con amigos que solo él ve, amables fantasmas vespertinos.
Mi condición de adolescente sin padre es tan dura como la roca del
acantilado
que recibe el golpe furioso del mar e imperceptible se va desgastando.
Tu abandono, padre, me acarició desde siempre como la lluvia que besa la
playa,
que deja huellas de gotas sobre la arena que el mar borra enseguida.
Mis recuerdos de ti son como los peces muertos que los pescadores dejan
en el vientre de las canoas para que los devoren las gaviotas.
¡Padre, devuélveme esa condición de hijo tuyo que nunca tuve!
4
Padre, me debes la mirada dolorida de mi madre, sus ojos de un azul
grisáceo que nos miraban con la somnolencia de Penélope. Me debes también la
madurez apresurada de mi hermano, sus largos días de trabajo para que nuestra
mesa siempre oliera a pan fresco. Me debes los suspiros de mi hermana que
siempre te buscó como si ella fuera la que se hubiese marchado de casa. Me
debes la vergüenza pueril de andar por la vida sin padre.
Padre, no tengo una sola fotografía tuya.
Tu rostro se ha desvanecido en mi memoria
desteñido daguerrotipo del fracaso.
Eres una sonrisa difusa como neblina
una mirada opaca como cristal de mala calidad
una palabra muda como cementerio.
Eres tinta que se escurre de una acuarela humedecida en lágrimas.
¿Cómo acariciabas a un niño cuando yo era niño?
¿Dónde andabas cuando mi adolescente buscaba a quién parecerse en
espejos de
fantasmas?
Padre, eres polvo tras una lápida que no conozco,
eres desilusión del buscador de tesoros en la tumba en la que habré de
encontrarte.
Padre, nunca tu voz me leyó un cuento para proteger mi sueño. Descubrí
por mí mismo a un pequeño príncipe venido a la tierra desde un asteroide
lejano, a una niña que tras perseguir a un conejo blanco apurado llega a un
mundo de maravillas, a un burrillo que descansa entre las rosas eternas del
cielo de Moguer, a una viuda del tamarindo que espantaba el espanto del día
alrededor de una fogata nocturna. Las palabras que jamás obtuve de ti me las
dijeron los libros en los que fundí mis ojos cargados de abandono. Ahora, Padre,
yo mismo escribo los cuentos para mi desvelo y no es en vano. Escribo con las
palabras que sostienen mi agonía de ser, el verbo que me ha liberado para
siempre de tu ausencia.
Tuve un padre omni presente; pero siempre lo sentí inconmensurablemente lejos y aunque en sus últimos momentos me pidió perdón por todo su desamor ya hace mucho tiempo que yo lo había perdonado. Quiero quitarme
ResponderEliminarla atadura al miedo de asumir que estás muerto. Fue lo que escribí para él en mis años de adolescencia.