La prensa del poder —ese poder fáctico en el que se vinculan capital financiero, tradicionales oligarquías locales, representaciones corporativas, etc.—, enmascarada tras la libertad de expresión, estuvo acostumbrada a que los diferentes gobiernos le rindieran pleitesía y a carecer de crítica sobre su tipo de periodismo.
Así, el ritual del Presidente y sus ministros desfilando ante los consejos editoriales de determinados medios, con su dueño o dueña a la cabeza, fue un momento indispensable del estreno de un gobierno o una forma de paliar una coyuntura crítica. Algunas figuras de la TV y la radio solían almorzar con políticos en funciones de diversas tendencias y también con ministros y ejercieron, desde esa cercanía a los gobiernos y al poder político, su eterno poder mediático. Cambiaron los gobiernos pero las figuras de la prensa permanecieron, envejecidas sin duda pero, como la efigie de Tebas, inamovibles. Ciertos comentaristas políticos de la prensa del poder se acostumbraron a decir lo que se les ocurría, a tratar las noticias desde su óptica personal, a construir una verdad de acuerdo a sus creencias políticas e ideológicas. Todo ellos parapetados bajo las máscaras de periodistas independientes pero, aunque vergonzantes, activistas políticos a tiempo completo.
Esa prensa del poder es la que está fastidiada con el presidente Rafael Correa. No le perdona que haya incumplido el ritual de sometimiento. Les escandaliza que responda con argumentos y con fuerza mediática también cuando alguno de ellos manipula y tuerce la realidad. Les irrita que no acepte la infalibilidad del periodista, que parecería ser más dogmática que la del Papa. Les sulfura que no se adecue al taimado lenguaje palaciego y, en cambio, le diga al pan, pan y al vino, vino. En definitiva, les perturba que los haya bajado del pedestal de soberbia en que se situaron gracias al rating y las ventas, incapaces de la mínima autocrítica, y, además, que les haya mellado su coraza de intocables.
La prensa del poder difundió, desde el comienzo de la destrucción del Estado y la implementación de un modelo neoliberal a la criolla —es decir, un modelo en el que sus usufructuarios quisieron acumulación pero no competencia—, la idea de un pacto social tácito: todo estaba bien mientras el campo de interés de cada grupo no fuera tocado. El gobierno de Correa los puso al descubierto al modificar de cuajo el paradigma y socavar el poder de los grupos corporativos. Por todo aquello, esa prensa vivirá fastidiada con Correa porque Correa siempre será el que les arrancó la careta a la prensa del poder y al poder corporativo que todavía da manotazos de ahogado.
Así, el ritual del Presidente y sus ministros desfilando ante los consejos editoriales de determinados medios, con su dueño o dueña a la cabeza, fue un momento indispensable del estreno de un gobierno o una forma de paliar una coyuntura crítica. Algunas figuras de la TV y la radio solían almorzar con políticos en funciones de diversas tendencias y también con ministros y ejercieron, desde esa cercanía a los gobiernos y al poder político, su eterno poder mediático. Cambiaron los gobiernos pero las figuras de la prensa permanecieron, envejecidas sin duda pero, como la efigie de Tebas, inamovibles. Ciertos comentaristas políticos de la prensa del poder se acostumbraron a decir lo que se les ocurría, a tratar las noticias desde su óptica personal, a construir una verdad de acuerdo a sus creencias políticas e ideológicas. Todo ellos parapetados bajo las máscaras de periodistas independientes pero, aunque vergonzantes, activistas políticos a tiempo completo.
Esa prensa del poder es la que está fastidiada con el presidente Rafael Correa. No le perdona que haya incumplido el ritual de sometimiento. Les escandaliza que responda con argumentos y con fuerza mediática también cuando alguno de ellos manipula y tuerce la realidad. Les irrita que no acepte la infalibilidad del periodista, que parecería ser más dogmática que la del Papa. Les sulfura que no se adecue al taimado lenguaje palaciego y, en cambio, le diga al pan, pan y al vino, vino. En definitiva, les perturba que los haya bajado del pedestal de soberbia en que se situaron gracias al rating y las ventas, incapaces de la mínima autocrítica, y, además, que les haya mellado su coraza de intocables.
La prensa del poder difundió, desde el comienzo de la destrucción del Estado y la implementación de un modelo neoliberal a la criolla —es decir, un modelo en el que sus usufructuarios quisieron acumulación pero no competencia—, la idea de un pacto social tácito: todo estaba bien mientras el campo de interés de cada grupo no fuera tocado. El gobierno de Correa los puso al descubierto al modificar de cuajo el paradigma y socavar el poder de los grupos corporativos. Por todo aquello, esa prensa vivirá fastidiada con Correa porque Correa siempre será el que les arrancó la careta a la prensa del poder y al poder corporativo que todavía da manotazos de ahogado.