Lezama y Cotázar, La Habana, 1966. |
“Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano
debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la
victoria: cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como
la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de
alegría”.
Julio Cortázar, Libro de Manuel, 1973.
Dijo que Julio Cortázar
parecía un niño grande y que, políticamente, era un ingenuo. En La Cueva había
mucha gente entusiasmada por escuchar las historias que el grupo de
Barranquilla protagonizó en aquel mítico bar. Con ese sonsonete del que encubre
con la fachada de chisme de vecindario lo que, en realidad, es pura y simple
mala fe política, Plinio Apuleyo Mendoza comentó que los cubanos siempre
utilizaron a Cortázar. En seguida, añadió que alguna vez este le contó —e imitó,
con un tono bobalicón, su pronunciación afrancesada— que no entendía el porqué los
diplomáticos cubanos no le quisieron recibir una ropita vieja que él mismo
había llevado a la embajada de Cuba en París[1].
En medio del ambiente carnavalesco que envolvía a La Cueva, el relato de Plinio
Apuleyo rezuma una perversidad política bien calculada, que se esconde tras la
mascarada del cuentero de anécdotas de las que, supuestamente, ha sido testigo.
Así, en el relato de Mendoza, con esa tergiversación profesional de los
anticomunistas de la posguerra fría, Cortázar queda reducido a un ignorante
político que actúa como una marioneta manejada por los comunistas cubanos.
Además del escritor
de la experimentación permanente del texto, de la visión siempre diferente
sobre los vericuetos de la realidad, de la búsqueda de todos los lenguajes,
el lenguaje, Julio Cortázar también fue un escritor altamente politizado, activista
de la lucha antiimperialista de los pueblos, y de aquellos que tomaron partido
por el socialismo, desde la ética y sin miedo a las críticas de los ebúrneos,
según su propia denominación. Pero, como era de esperarse, su actuación
política nunca fue la de un dogmático sino la de alguien que, como buen cronopio,
desde la sensibilidad cotidiana que está en su obra literaria y sin desdeñar la
ironía ni el sentido del humor, se comprometió con el ser humano al que
consideró siempre por encima del capital y el liberalismo burgués. Un auténtico
revolú-cronopio-nario.
Descreimiento de
la democracia burguesa
En 1969, Julio
Cortázar concedió una entrevista a la revista LIFE, en Español[2],
que este transformó en un texto reflexivo y que se ha convertido en un
documento relevante al momento de escrutar sus ideas políticas y estéticas. El
texto es una incursión en territorio ideológicamente minado, la revista LIFE,
que Cortázar aprovecha para desenmascarar y, al mismo tiempo, para decir todo
aquello que, en otra circunstancia o con otro personaje, no hubiera sido
posible de que sea publicado en dicha revista. En términos estrictos no se
trata de una respuesta a una situación coyuntural sino una crítica estructural
al sistema capitalista que requiere de las empresas periodísticas para la
reproducción ideológica del mismo sistema. De entrada, Cortázar deja sentada
las diferencias ideológicas insalvables que lo separan a él de la prensa
liberal y de cómo no se engaña frente a las veleidades democráticas de dicha
prensa:
No solamente
desconfío de las publicaciones norteamericanas del tipo de LIFE, en
cualquier idioma que aparezcan y muy especialmente en español, sino que tengo
el convencimiento de que todas ellas, por más democráticas y avanzadas que
pretendan ser, han servido, sirven y servirán la causa del imperialismo
norteamericano, que a su vez sirve por todos los medios la causa del
capitalismo.[3]
Cortázar consigue
transformar un cuestionario para una entrevista, en un artículo en el que la
pauta de lo que se dice está marcada no por la urgencia de la pregunta sino por
la meditación de la prosa reflexiva del entrevistado. Se trata de un acto
político profundo: Cortázar no cuestiona al campo ideológico contrario desde
alguna idea más o menos problemática, sino que pone en cuestión su existencia misma
desde la estructura de poder económico que sostiene a la prensa liberal. La
desconstrucción que, en términos semióticos, realiza Cortázar al comienzo de su
texto es de un contenido altamente subversivo aunque, de manera paradójica,
esté limitado en sus efectos por aparecer, justamente, en la revista que es
objeto de dicho análisis:
A mí me basta una
ojeada a cualquier de sus números para adivinar el verdadero rostro que se
oculta tras la máscara; consulten los lectores, por ejemplo, el número del 11
de marzo de 1968: en la cubierta, soldados norvietnameses ilustran una loable
voluntad de información objetiva; en el interior, Jorge Luis Borges habla larga
y bellamente de su vida y de su obra; en la contratapa, por fin, asoma la
verdadera cara: un anuncio de Coca – Cola. Variante divertida en el número del
17 de junio del mismo año: Ho Chi Min en la tapa, y los cigarrillos
Chesterfield en la contratapa. Simbólicamente, psicoanalíticamente,
capitalísticamente, LIFE entrega las claves: la tapa es la máscara, la
contratapa el verdadero rostro mirando hacia América Latina.[4]
Cortázar no se
queda en la crítica estructural al sistema capitalista y a la prensa liberal
como unos de sus instrumentos de propaganda ideológica y cultural sino que, con
un lenguaje conversacional y sin poses de politólogo, avanza propositivamente hacia
definiciones concretas respecto de su postura política y aclara que su “idea
del socialismo no pasa por Moscú sino que nace con Marx para proyectarse hacia
la realidad revolucionaria latinoamericana”[5].
Cortázar sostiene que esta última —estamos en 1969—, se expresa en la
revolución cubana y en figuras como Fidel Castro y el Che Guevara. Aclara que
su idea del socialismo “no se diluye en un tibio humanismo teñido de
tolerancia” ni acepta la alienación intrínseca que requiere el capitalismo para
reproducirse ni la que se deriva de la obediencia burocrática. Y, como parte de
su actitud lúdica desde la literatura, concluye: “parafraseando el famoso verso
de Mallarmé sobre Poe (me regocija el horror de los literatos puros que lean
esto) creo que el socialismo, y no la vaga eternidad anunciada por el poeta y
las iglesias, transformará al hombre en el hombre mismo”[6].
En esa entrevista,
Cortázar deja sentada varias razones por las que es solidario con la revolución
cubana, pero sobre todo porque considera que la lucha revolucionaria de Cuba
nace de “la primera gran tentativa en profundidad para rescatar a
América Latina del colonialismo y del subdesarrollo” y que desde Cuba se
proyecta “la lucha contra el imperialismo en todos los planos materiales y
mentales”[7].
Asimismo, define los motivos de su “sentimiento antiyanqui” desde una crítica
que cuestiona la máscara de la democracia liberal. La respuesta de Cortázar,
nuevamente, apunta a la médula de la columna vertebral de la dominación
neocolonial:
…si cualquier
sistema imperialista me es odioso, el neocolonialismo norteamericano disfrazado
de ayuda al tercer mundo, alianza para el progreso, decenio para el desarrollo
y otras boinas verdes de esa calaña me es todavía más odioso porque miente
en cada etapa, finge la democracia que niega cotidianamente a sus ciudadanos
negros, gasta millones en una política cultural y artísticas destinada a
fabricar una imagen paternal y generosa en la imaginación de las masas
desposeídas e ingenuas.[8]
Y, hacia el final
de esta sección de la entrevista, señala que en la conferencia de la UNCTAD, a
comienzos de 1968, en Nueva Delhi, un
informe oficial indicó que, en 1959, los Estados Unidos obtuvieron ganancias en
Latinoamérica por 775 millones de dólares, de los que reinvirtieron 200. Pero
no se piense que Cortázar fue un “antiyanqui” sectario y fanático. Como siempre
tuvo claridad de qué es lo que un intelectual revolucionario tenía que
combatir, a renglón seguido hace una distinción entre el capitalismo
norteamericano y los valores de Lincoln, de Poe y de Whitman, y concluye: “amo
en los Estados Unidos todo aquello que un día será la fuerza de su revolución,
[…] cuando la voz los Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras sea,
simbólicamente, la voz de Bob Dylan y no la de Robert McNamara”[9].
PD: Esta es la primera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26.
[1] Versión libre de la conversación que Plinio Apuleyo Mendoza sostuvo
con Mauricio Vargas, dentro de la programación del VIII Carnaval de las
Artes, Barranquilla, el viernes 14 de febrero de 2014.
[2] Julio Cortázar (sobre preguntas de Rita Guibert), “Julio Cortázar. Un
gran escritor y su soledad”, LIFE, en Español, (New York) v. XXXIII, n.
7 (7 abril 1969): 43 – 55.
[3] Ibídem, p. 45.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 46.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem, p. 48.
[9] Ibídem, p. 49.