José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

sábado, febrero 20, 2016

Cortázar, revolú-cronopio-nario



Lezama y Cotázar, La Habana, 1966.
“Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando preciosamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría”.

Julio Cortázar, Libro de Manuel, 1973.


Dijo que Julio Cortázar parecía un niño grande y que, políticamente, era un ingenuo. En La Cueva había mucha gente entusiasmada por escuchar las historias que el grupo de Barranquilla protagonizó en aquel mítico bar. Con ese sonsonete del que encubre con la fachada de chisme de vecindario lo que, en realidad, es pura y simple mala fe política, Plinio Apuleyo Mendoza comentó que los cubanos siempre utilizaron a Cortázar. En seguida, añadió que alguna vez este le contó —e imitó, con un tono bobalicón, su pronunciación afrancesada— que no entendía el porqué los diplomáticos cubanos no le quisieron recibir una ropita vieja que él mismo había llevado a la embajada de Cuba en París[1]. En medio del ambiente carnavalesco que envolvía a La Cueva, el relato de Plinio Apuleyo rezuma una perversidad política bien calculada, que se esconde tras la mascarada del cuentero de anécdotas de las que, supuestamente, ha sido testigo. Así, en el relato de Mendoza, con esa tergiversación profesional de los anticomunistas de la posguerra fría, Cortázar queda reducido a un ignorante político que actúa como una marioneta manejada por los comunistas cubanos.
Además del escritor de la experimentación permanente del texto, de la visión siempre diferente sobre los vericuetos de la realidad, de la búsqueda de todos los lenguajes, el lenguaje, Julio Cortázar también fue un escritor altamente politizado, activista de la lucha antiimperialista de los pueblos, y de aquellos que tomaron partido por el socialismo, desde la ética y sin miedo a las críticas de los ebúrneos, según su propia denominación. Pero, como era de esperarse, su actuación política nunca fue la de un dogmático sino la de alguien que, como buen cronopio, desde la sensibilidad cotidiana que está en su obra literaria y sin desdeñar la ironía ni el sentido del humor, se comprometió con el ser humano al que consideró siempre por encima del capital y el liberalismo burgués. Un auténtico revolú-cronopio-nario.


Descreimiento de la democracia burguesa

En 1969, Julio Cortázar concedió una entrevista a la revista LIFE, en Español[2], que este transformó en un texto reflexivo y que se ha convertido en un documento relevante al momento de escrutar sus ideas políticas y estéticas. El texto es una incursión en territorio ideológicamente minado, la revista LIFE, que Cortázar aprovecha para desenmascarar y, al mismo tiempo, para decir todo aquello que, en otra circunstancia o con otro personaje, no hubiera sido posible de que sea publicado en dicha revista. En términos estrictos no se trata de una respuesta a una situación coyuntural sino una crítica estructural al sistema capitalista que requiere de las empresas periodísticas para la reproducción ideológica del mismo sistema. De entrada, Cortázar deja sentada las diferencias ideológicas insalvables que lo separan a él de la prensa liberal y de cómo no se engaña frente a las veleidades democráticas de dicha prensa:

No solamente desconfío de las publicaciones norteamericanas del tipo de LIFE, en cualquier idioma que aparezcan y muy especialmente en español, sino que tengo el convencimiento de que todas ellas, por más democráticas y avanzadas que pretendan ser, han servido, sirven y servirán la causa del imperialismo norteamericano, que a su vez sirve por todos los medios la causa del capitalismo.[3]

Cortázar consigue transformar un cuestionario para una entrevista, en un artículo en el que la pauta de lo que se dice está marcada no por la urgencia de la pregunta sino por la meditación de la prosa reflexiva del entrevistado. Se trata de un acto político profundo: Cortázar no cuestiona al campo ideológico contrario desde alguna idea más o menos problemática, sino que pone en cuestión su existencia misma desde la estructura de poder económico que sostiene a la prensa liberal. La desconstrucción que, en términos semióticos, realiza Cortázar al comienzo de su texto es de un contenido altamente subversivo aunque, de manera paradójica, esté limitado en sus efectos por aparecer, justamente, en la revista que es objeto de dicho análisis:

A mí me basta una ojeada a cualquier de sus números para adivinar el verdadero rostro que se oculta tras la máscara; consulten los lectores, por ejemplo, el número del 11 de marzo de 1968: en la cubierta, soldados norvietnameses ilustran una loable voluntad de información objetiva; en el interior, Jorge Luis Borges habla larga y bellamente de su vida y de su obra; en la contratapa, por fin, asoma la verdadera cara: un anuncio de Coca – Cola. Variante divertida en el número del 17 de junio del mismo año: Ho Chi Min en la tapa, y los cigarrillos Chesterfield en la contratapa. Simbólicamente, psicoanalíticamente, capitalísticamente, LIFE entrega las claves: la tapa es la máscara, la contratapa el verdadero rostro mirando hacia América Latina.[4]

Cortázar no se queda en la crítica estructural al sistema capitalista y a la prensa liberal como unos de sus instrumentos de propaganda ideológica y cultural sino que, con un lenguaje conversacional y sin poses de politólogo, avanza propositivamente hacia definiciones concretas respecto de su postura política y aclara que su “idea del socialismo no pasa por Moscú sino que nace con Marx para proyectarse hacia la realidad revolucionaria latinoamericana”[5]. Cortázar sostiene que esta última —estamos en 1969—, se expresa en la revolución cubana y en figuras como Fidel Castro y el Che Guevara. Aclara que su idea del socialismo “no se diluye en un tibio humanismo teñido de tolerancia” ni acepta la alienación intrínseca que requiere el capitalismo para reproducirse ni la que se deriva de la obediencia burocrática. Y, como parte de su actitud lúdica desde la literatura, concluye: “parafraseando el famoso verso de Mallarmé sobre Poe (me regocija el horror de los literatos puros que lean esto) creo que el socialismo, y no la vaga eternidad anunciada por el poeta y las iglesias, transformará al hombre en el hombre mismo”[6].
En esa entrevista, Cortázar deja sentada varias razones por las que es solidario con la revolución cubana, pero sobre todo porque considera que la lucha revolucionaria de Cuba nace de “la primera gran tentativa en profundidad para rescatar a América Latina del colonialismo y del subdesarrollo” y que desde Cuba se proyecta “la lucha contra el imperialismo en todos los planos materiales y mentales”[7]. Asimismo, define los motivos de su “sentimiento antiyanqui” desde una crítica que cuestiona la máscara de la democracia liberal. La respuesta de Cortázar, nuevamente, apunta a la médula de la columna vertebral de la dominación neocolonial:

…si cualquier sistema imperialista me es odioso, el neocolonialismo norteamericano disfrazado de ayuda al tercer mundo, alianza para el progreso, decenio para el desarrollo y otras boinas verdes de esa calaña me es todavía más odioso porque miente en cada etapa, finge la democracia que niega cotidianamente a sus ciudadanos negros, gasta millones en una política cultural y artísticas destinada a fabricar una imagen paternal y generosa en la imaginación de las masas desposeídas e ingenuas.[8]

Y, hacia el final de esta sección de la entrevista, señala que en la conferencia de la UNCTAD, a comienzos de 1968, en  Nueva Delhi, un informe oficial indicó que, en 1959, los Estados Unidos obtuvieron ganancias en Latinoamérica por 775 millones de dólares, de los que reinvirtieron 200. Pero no se piense que Cortázar fue un “antiyanqui” sectario y fanático. Como siempre tuvo claridad de qué es lo que un intelectual revolucionario tenía que combatir, a renglón seguido hace una distinción entre el capitalismo norteamericano y los valores de Lincoln, de Poe y de Whitman, y concluye: “amo en los Estados Unidos todo aquello que un día será la fuerza de su revolución, […] cuando la voz los Estados Unidos dentro y fuera de sus fronteras sea, simbólicamente, la voz de Bob Dylan y no la de Robert McNamara”[9].

PD: Esta es la primera de las cuatro entregas en las que he dividido el artículo "Cortázar: revolu-cronopio-nario", Casa de las América (La Habana) # 278 (enero - marzo 2015): 10-26.


[1] Versión libre de la conversación que Plinio Apuleyo Mendoza sostuvo con Mauricio Vargas, dentro de la programación del VIII Carnaval de las Artes, Barranquilla, el viernes 14 de febrero de 2014.
[2] Julio Cortázar (sobre preguntas de Rita Guibert), “Julio Cortázar. Un gran escritor y su soledad”, LIFE, en Español, (New York) v. XXXIII, n. 7 (7 abril 1969): 43 – 55.
[3] Ibídem, p. 45.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem, p. 46.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem, p. 48.
[9] Ibídem, p. 49.

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