José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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lunes, octubre 08, 2012

Che, 45 años después de su ejecución



El Che, según Andy Warhol

En una de las aulas de la escuela de La Higuera, estaba recluido el Che. El día anterior, en el combate de la quebrada del Yuro, había sido herido en sus piernas. El lunes 9 de octubre de 1967, el gobierno boliviano y la CIA decidieron la ejecución.
           En una entrevista concedida a Paris Match, en 1977, el sargento Mario Terán, quien cumplió la orden, narró el momento:

Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así es que fui. Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: “Usted ha venido a matarme”. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: “¿Qué han dicho los otros?”. Le respondí que no habían dicho nada y él contestó: “¡Eran unos valientes!”. Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. “¡Póngase sereno —me dijo— y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto.

            Hoy, los intelectuales orgánicos de la derecha con Mario Vargas Llosa a la cabeza, se han dedicado a una campaña de desprestigio de la figura del Che. Es como si quisieran asesinarlo nuevamente y matarlo en la memoria de la gente. Para ello, no dudan en llamarlo “bandolero” o “criminal” y sacan de contexto los fusilamientos de la revolución cubana a los, esos sí, criminales y torturadores de la filas de Fulgencio Batista. Con una deshonestidad intelectual perversa ocultan el hecho de que para asegurar las libertades burguesas durante la Revolución Francesa, los revolucionarios tuvieron que activar miles de veces la guillotina.
            Algunos intelectuales del Ecuador, los mismos que ayer se emocionaban con poemas al Che, se han asociado al poder mediático, perverso y mercantil, y alquilan su palabra para denigrar a los gobiernos progresistas de la región sustentados en una lectura reaccionaria de las tesis sobre el poder de Foucault. Se hacen los ciegos a la hora de solidarizarse con Cuba a pesar de que en la isla les curaron su miopía, y callan cuando se trata de la defensa del legado del Che porque ahora prefieren la visión liberal del american way of life.
Esos falsetas pretenden descalificar a quienes hemos asumidos las tareas políticas de los intelectuales, contribuyendo desde diversos campos a la Revolución Ciudadana, siguiendo al joven Marx en su tesis XI sobre Feuerbach, de 1845: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”
En medio de ese combate ideológico y político, la figura del Che se yergue como ejemplo de lo que él mismo predicó sobre el hombre nuevo, aquel individuo que debía sentirse “más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad.” El Che entregó su vida a la causa de la liberación de los pueblos y a la construcción de una sociedad más justa. Por esa entrega vital a favor de la lucha de los condenados de la tierra, Jean Paul Sartre dijo sobre el Che: “Considero que ese hombre fue no solo un intelectual sino el hombre más completo de nuestra época.”
Su mensaje a la Conferencia Tricontinental, en 1966: “Crear uno, dos, tres Vietnam es la consigna”, ha sido señalado por la derecha como la frase de un violento. Pero la consigna no se refiere a la violencia gratuita sino a la creación de focos de resistencia a la presencia militar norteamericana en el mundo. La consigna tal vez peca de voluntarista porque la resistencia de los pueblos es producto de su propia historia, pero, en Vietnam, el Imperio demostró la crueldad de la que es capaz —uso de bombas de napalm incluido— y el pueblo vietnamita mucho de la heroicidad que tienen los patriotas contra un invasor. Hoy día, la resistencia de los pueblos se expresa en los foros internacionales en donde, gobiernos revolucionarios de países como Ecuador, mantienen una posición soberana y digna frente a la iniquidades del capitalismo y de sus políticas imperiales.
            Julio Cortázar, ese cronopio que siempre tomó partido hasta mancharse, escribió en una carta a Roberto Fernández Retamar, poeta y presidente de Casa de las Américas, de Cuba, el 29 de octubre de 1967:

            Yo tuve un hermano
            […]
            No nos vimos nunca
            pero no importaba,
            mi hermano despierto
            mientras yo dormía, 
            mi hermano mostrándome
            detrás de la noche
            su estrella elegida.

            Algunos intelectuales y artistas de hoy, a pesar de nuestra pequeñez humana, nos hemos comprometido con el gobierno de la Revolución Ciudadana y luchamos por construir una sociedad más justa. En esa lucha, no exenta de errores y desalientos, intentamos seguir aquella estrella elegida.
Y como la historia está llena de paradojas vale la pena recordar que, a fines de septiembre de 2007, el oftalmólogo de una brigada de médicos cubanos que realizaban tareas solidarias en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, operó de cataratas al anciano sargento del ejército boliviano llamado Mario Terán.



Cortázar lee su poema "Yo tuve un hermano" y Pablo Milanés canta "Si el poeta eres tú"

martes, agosto 28, 2012

Vargas Llosa o el intelectual esquizofrénico


Rafael Correa, presidente del Ecuador; Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura, 2010; y Julián Assange, fundador de Wikileaks. (Composición tomada de la edición online de El Espectador, de Colombia)

Cuando a comienzos de este año terminé de leer El sueño del celta, la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, me sentí conmovido por la compleja construcción estética de un personaje tan profundamente humano, un idealista consecuente, lleno de errores y contradicciones, un solitario, secretamente homosexual y creyente: el patriota irlandés Roger Casement. Al mismo tiempo, me impactó la crudeza con la que el autor desentraña el proceso de acumulación capitalista basado en las diversas formas de esclavitud a las que fueron sometidos los pueblos más débiles, la rapacidad de la explotación colonial en el África y la Amazonia y la codicia sin freno del los pioneros del capital. Por lo dicho, cuando escucho a Vargas Llosa predicar sobre la democracia liberal y la economía de mercado no me queda nada más que el estupor y cierta tristeza ante la contradicción casi esquizofrénica que existe entre su discurso literario y su militancia política.
Su artículo “Julián Assange en el balcón”, publicado en El País, el 26 de agosto pasado, es una muestra del discurso mediático de la derecha internacional a través su intelectual orgánico. Muy a pesar de que en su escrito Vargas Llosa propone una interesante reflexión sobre la confidencialidad que requiere el ejercicio responsable del poder, el artículo terminó mediatizado –por esa misma derecha de las empresas de la información para las que piensa Vargas Llosa–, como una amalgama de superficialidades malhumoradas sobre Julián Assange y un pretexto para ratificar sus prejuicios y mentiras acerca del gobierno de Rafael Correa.
La reflexión de Vargas Llosa propone dos puntos de debate: el uno, “que la otra cara de la libertad es la legalidad y que, sin ésta, aquella desaparece a la corta o a la larga”, y, el otro, que “el derecho a la información no puede significar que en un país desaparezcan lo privado y la confidencialidad y todas las actividades de una administración deban ser inmediatamente públicas y transparentes.” Este parecería ser el meollo de la cuestión filosófica frente a lo que hizo Wikileaks en el mundo: dejar en paños menores nada menos que al servicio exterior de los Estados Unidos. La pregunta que surge, de inmediato, es obvia: ¿qué diríamos desde la izquierda si lo que hubiese quedado al descubierto hubieran sido los cables, digamos, de la cancillería cubana o de la ecuatoriana, sin ir más lejos? Julian Assange y Wikileaks, en ese sentido, parecerían encuadrarse en una posición anarquista y libertaria, en el sentido liberal del término, que pretendería minar el poder del Estado per se y, por tanto, en una concepción de la libertad de expresión sin límite alguno ni responsabilidad social y/o política. El meollo del debate reside en la tensión entre transparencia y confidencialidad que todo ejercicio de gobierno democrático lleva implícito de cara a la ciudadanía.
Pero Vargas Llosa hace mucho tiempo que tomó partido ideológico y político y no está dispuesto a debatir sino a predicar.  Él, en consecuencia con su condición de intelectual orgánico de la derecha, considera a Julián Assange como un criminal, sin mediaciones; además, convertido en vocero de lo que es una campaña montada por el poder mediático –que no es sino la representación del imaginario del poder del capital en el mundo– contra Assange, lo degrada a criminal sexual. Esta posición de Vargas Llosa no es la de un intelectual sino la de un propagandista. Él desestima la indefensión en la que el Estado australiano dejó a su ciudadano Assange, la negativa de la fiscalía sueca para interrogar a Assange en Londres y la ausencia de compromiso en firme del Estado sueco de no extraditarlo a un tercer país. Vargas Llosa pretende que somos desmemoriados y que no nos acordamos de cuando Reino Unido se negó a extraditar al dictador Pinochet requerido por la justicia española y obligó al juez Baltazar Garzón a viajar a Londres. Y, cayendo en la mediocridad de las verdades a medias, evita explicar el carácter del delito sexual que se le imputa a Assange y lo sospechoso, por decir lo menos, que resultan las denuncias al respecto.
Luego, sin tomar en cuenta que la institución del asilo no juzga la inocencia o culpabilidad de aquel a quien se le concede asilo sino las condiciones de precariedad del debido proceso de una persona, sin referirse siquiera a la amenaza de Reino Unido de asaltar la sede de la embajada de Ecuador en Londres, y sin entender que la negativa de otorgar un salvoconducto a un asilado es una actitud ilegítima e inhumana, Vargas Llosa criminaliza al gobierno ecuatoriano que es el que ha otorgado el asilo y defiende a quienes pretenden violar el derecho internacional. Vargas Llosa, que escribió Conversación en La Catedral, una magistral novela sobre el ejercicio del poder autoritario y los mecanismos de corrupción del espíritu humano en medio de dicho poder, debería acordarse, puesto que en esa época se desarrolla dicha novela, de que una actitud similar la tuvo el dictador Odría, de Perú, frente al asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre en la embajada de Colombia.
Las críticas de Vargas Llosa sobre el gobierno ecuatoriano no son nuevas; en su artículo repite prejuicios, infla mentiras y habla desde el autoritarismo que le concede su figura pública. ¿Qué periódico ha clausurado el gobierno ecuatoriano? ¿Qué emisora ha sido cerrada por sus opiniones políticas? ¿Acaso ha leído que el proyecto de Ley de Comunicación plantea, por ejemplo, una democratización de la concesión de frecuencias radiales, normalmente monopolizadas por los medios mercantiles? ¿Acaso él mismo no habla de la libertad con responsabilidad en la legalidad? Pero, como Vargas Llosa ya tiene su idea preconcebida de lo que es el gobierno ecuatoriano, entonces, no necesita ni leer ni informarse; le basta con repetir lo que los dueños de los medios politizados del Ecuador le dicen. Para Vargas Llosa no se trata, entonces, de defender la libertad de expresión, sino de publicitar el modelo de sociedad capitalista y liberal en el que él cree.
En este último sentido, todos tenemos derecho a defender nuestras creencias, pero quienes leen lo que escribimos tienen también el derecho de saber desde qué matriz ideológica y política se construye nuestro discurso. La libertad de expresión es la posibilidad de ejercer públicamente el criterio pero quienes hablamos a alguien, siempre lo hacemos desde un lugar. Ese lugar es el que debe ser visibilizado por quien escucha. Las empresas mediáticas, en general, no defienden la verdad en abstracto sino la verdad que favorezca a su negocio pero eso no lo admitirán jamás porque, imbuidas en la ideología dominante, nos quieren hacer creer no solo que son imparciales sino que lo que ellas dicen, a través de sus instrumentos mediáticos, es la única ideología posible.
El Vargas Llosa de El sueño del celta o Conversación en La Catedral, es uno: el que denuncia la opresión colonial, la discriminación racial y sexual, el militarismo y la corrupción política. El Vargas Llosa que escribe en El País, es otro: el que promociona el mismo modelo capitalista, la razón imperial y neocolonial y la soberbia dictatorial contra un ser humano, que él denuncia en sus novelas. Pero, como son la misma persona, en la figura literaria y política de Vargas Llosa se conjuga el paradigma del intelectual esquizofrénico.

domingo, marzo 04, 2012

En defensa de la democracia y la Revolución Ciudadana


Los intelectuales, artistas, científicos, profesionales independientes y ciudadanos que suscribimos este documento manifestamos nuestro repudio a los intentos de desestabilización de la democracia ecuatoriana, puestos en marcha por una alianza de fuerzas internas e internacionales, que buscan frenar al proceso de transformaciones emprendido por el pueblo del Ecuador mediante su Revolución Ciudadana.

Desde hace cinco años, el gobierno democrático de Rafael Correa, con el pleno y reiterado respaldo de una amplia mayoría ciudadana, ha efectuado notables transformaciones en la vida social, económica y política del Ecuador, especialmente orientadas a beneficiar a la población pobre, antes marginada y excluida de la atención estatal.

La salud pública es hoy totalmente gratuita y de la mejor calidad. La educación pública y laica ha sido atendida con programas de alimentación, uniformes y útiles escolares sin costo, mejorada en su infraestructura, ampliada en su gratuidad hasta el nivel universitario y enriquecida con la creación de las “Escuelas del Milenio”, equipadas con la más alta tecnología para educar a indígenas y pobladores marginales. Se ha enfrentado la falta de vivienda mediante bonos y programas masivos de construcción. Una preocupación especial han merecido los discapacitados y las gentes ubicadas en extrema pobreza, para quienes se han creado sistemas especiales de atención y protección estatal. Las reformas laborales han elevado en forma constante los salarios y su poder real de compra, y han devuelto la dignidad al trabajo humano, proclamada por la Organización Internacional del Trabajo, al suprimir las expoliadoras políticas de flexibilización laboral y tercerización del empleo. Hoy, cada trabajador ecuatoriano tiene contrato de trabajo indefinido y prestaciones sociales, y los jubilados tienen garantizadas sus pensiones y atención médica en un renovado y fortalecido Seguro Social.

Todo ello ha sido financiado, en buena medida, con los recursos producidos por una nueva política fiscal, de corte redistributivo, y por la notable disminución de la deuda externa, renegociada en términos de dignidad nacional. En fin, una enorme obra constructiva ha mejorado y multiplicado la infraestructura vial, portuaria y aeroportuaria del Ecuador, y, junto con una política de estímulo y relanzamiento de la producción nacional, han desarrollado el mercado interno, ampliado la ocupación y disminuido el desempleo y los índices de pobreza.

Ese notable proceso de cambios explica las elevadas cifras de aceptación y aprobación pública que tienen el presidente Correa y su gobierno, superiores al 70%, que han sido certificadas por diversas encuestadoras internacionales.

Sin embargo, desde el primer momento la Revolución Ciudadana ha enfrentado el acoso de los poderes fácticos vinculados a viejos privilegios y en especial del poder mediático. Así, los dueños y portavoces de los grandes medios de comunicación privados han optado por convertirse en agresivos actores políticos, reemplazando a los hoy difuminados partidos de derecha, que en las últimas décadas habían llevado al país a una situación de ruina y desesperanza colectiva. Parte de ello ha sido la campaña de escándalo mediático, encabezada por un grupo de escritores vinculados a esos mismos medios.

Queremos enfatizar que el Presidente Correa no ha clausurado medios, censurado informaciones o perseguido a inocentes periodistas, como se sostiene por parte de sus enemigos o de críticos desinformados. Por el contrario, ha recurrido a la justicia, en uso de sus derechos ciudadanos, para buscar el refrenamiento legal de un grupo de personas que han utilizado la calumnia como arma política. Y jueces de varias instancias, aplicando las leyes del país, han dictado sanciones contra los autores y propiciadores de esos delitos.

Finalmente, la digna y generosa actitud mostrada por el gobernante al perdonar legalmente a sus ofensores y pedir la remisión de las penas impuestas a ellos, es una prueba más de su vocación humanista, que ha buscado superponer los altos intereses de su pueblo a los legítimos derechos de vindicación de su honra.

Por todo lo expuesto, los abajo firmantes expresamos nuestro respaldo al pueblo ecuatoriano y su Revolución Ciudadana, y convocamos al gobierno del Ecuador a encabezar un gran esfuerzo de ampliación de su base social, mediante la negociación de acuerdos políticos con todas las fuerzas populares del Ecuador, acerca de temas vitales para la existencia presente y futura del país. Esto dejará sin piso a la nueva conspiración internacional montada en su contra.

Febrero de 2012

Roberto Fernández Retamar, Presidente Casa de las Américas, Cuba.
Nicanor Parra, Premio Cervantes 2012, Chile.
Antonio Skármeta, escritor, Chile.
Luis Eduardo Aute, cantautor. España.
Luis Britto García, escritor, Venezuela.
Jorge Boccanera, poeta y periodista, Argentina.
Frei Betto, teólogo y filósofo, Brasil.
Ignacio Ramonet, periodista, España.
Miguel d'Escoto Brockmann, sacerdote, ex ministro de RR. EE., Nicaragua.
Alfredo Molano, escritor, periodista y académico, Colombia.
Nelson Osorio Tejeda, doctor en Filosofía, Chile.
Fernando Nieto Cadena, poeta ecuatoriano, residente en México.
Jorge Núñez Sánchez, historiador y periodista, Ecuador.
Raúl Pérez Torres, escritor y comunicador social, Ecuador.
Jorge Dávila Vázquez, escritor, Ecuador
Sara Vanegas Cobeña, filóloga y escritora, Ecuador.
Juan Paz y Miño, historiador, Ecuador.
Jorge Marcos Pino, arqueólogo, Ecuador.
Ramiro Oviedo, escritor ecuatoriano, residente en Francia.
Aleyda Quevedo, poeta, Ecuador.
Jenny Londoño López, socióloga e historiadora, Ecuador.
Sergio Guerra Vilaboy, historiador, Presidente de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe.
Alfredo Vera Arrata, arquitecto y promotor cultural, Ecuador.
María Isabel Silva, arqueóloga, Ecuador.
Francisco Jaramillo Villa, músico, Ecuador.
Humberto Mata, escritor, Venezuela.
Nancy Ochoa Antich, filósofa, Ecuador.
Samuel Guerra Bravo, filósofo, Ecuador.
Margarita Zapata, socióloga, México.
Lucía Moscoso Cordero, historiadora, Ecuador.
César Paz y Miño, genetista e investigador científico, Ecuador.
Ricardo Melgar Bao, antropólogo, México.
Fina Guerrero Cássola, escultora, Ecuador.
Rosa Echeverría, socióloga, Ecuador.
José Fco. Sáez Cornejo, sociólogo y dirigente socialista, Chile.
Pilar Núñez, comunicadora social, Ecuador.
José Regatto Cordero, abogado y escritor, Ecuador.
Horacio López, escritor, Argentina.
Alfonso Monsalve Ramírez, comunicador social, Ecuador.
Xavier Lasso, periodista, Ecuador.
José Herrera Peña, politólogo, México.
Gustavo Pérez Ramírez, sociólogo y periodista, Ecuador.
Tatiana Hidrobo, historiadora y promotora cultural, Ecuador.
Sergio Grez, politólogo, Chile.
Oscar Chalá, antropólogo, Ecuador.
Wilson Vega y Vega, bibliotecario, Ecuador.
Carmen Bohórquez, historiadora, Venezuela.
Víctor Albornoz, cantante, Ecuador.
Isabel Terán, comunicadora social, Ecuador.
Rafael Julián Cedano, antropólogo, República Dominicana.
Fernando Buen Abad Domínguez, filósofo, México.
Rafael Nodarse Lanier, entrenador deportivo, Ecuador.
Jorge Enrique Elías Caro, historiador, Colombia.
Antonio Vergara Lira, editor y promotor cultural, Chile.
Julio Peña y Lillo Echeverría, politólogos, Ecuador.
Ismael González, promotor cultural, Cuba.
Norma Segades, escritora y difusora cultural, Argentina.
Marcelo Vega Arguello, Ecuador.
Medófilo Medina, historiador, Colombia.
Alejandro Pisnoy, comunicador social, Argentina.
Guadalupe Acosta, Ecuador.
Silvia Olga Starkoff, escritora, Argentina.
César Albornoz, sociólogo, Ecuador.
Lucrecia S. Cuesta, escritora, Argentina.
Cristina Villanueva, Ecuador.
Omar H. Etcehgoncelhay, escritor, Argentina.
Edgar Páez, editor, Venezuela.
Pedro Martínez Pirez, periodista, Cuba.
Salvador Morales, historiador, Cuba.
Pavel Égüez, artista plástico, Ecuador.
Linda Castillo Rodríguez, abogada, República Dominicana.
Ángela A. Fernández, catedrática universitaria, República Dominicana.
Pedro Pablo Rodríguez, filósofo e historiador, Cuba.
Pablo Imen, investigador, Argentina.
Lucas Ricci Marchand, promotor cultural, Argentina.
Eduardo Montebello, diseñador, Argentina.
Diana Coblier, sicóloga, Argentina.
Julián Andrés Monsalve Aguilar, periodista, Colombia.
Martha Gabriela Sánchez Alustiza, escritora, Argentina.
Edgar Palacios, músico, Ecuador.
Alejandro Sigüenza, farmaceútico, Ecuador.
Luz Marina Rumazo Echeverría, Ecuador.
Julia Erazo Delgado, poeta, Ecuador.
Marcos D Cappellacci, Grupo de trabajo “Hacer la Historia”, Argentina.
Leonel Muñoz Paz, historiador, Venezuela
José Stiensleger, periodista y escritor, México.
Stella Calloni, periodista y escritora, Argentina.
Yamila Cohén, escritora y promotora cultural, Cuba.
Wiston Orillo, Premio Nacional Cultural del Perú.
Marilia Guimaraes, Capítulo Brasileño de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.
Lionel Muñoz Paz, historiador, Venezuela.
María Cristina Satlari, historiadora, Argentina.
Manuel Góngora, escritor, Perú.
James Counts Early, política cultural, Estados Unidos.
Javier Couso Permuy, camarógrafo y activista contra la Impunidad, España.
Carlos Barros, historiador, España.
Manuel Abelleria Durán, estudiante de Galicia, España.
Lucrecia Maldonado, escritora de Quito, Ecuador.
Estuardo Vallejo, editor, Ecuador.
Sharvelt Kattán Hervas, escritor, Ecuador.
Paulina Vinderman, poeta, Argentina.
Juano Villafañe, artista, Argentina.
Ari Lijalad, Periodista, Argentina.
Daniel Wizenberg, periodista y politólogo, Argentina.

Beatriz Valerio, escritora, Argentina.
Julio C. Riveros, sicoanalista, Argentina.
Guillermo Saavedra, escritor y periodista, Argentina.
Julio Molina, actor, director, dramaturgo y docente teatral, Argentina.

Guillermo Saavedra
, autora y directora teatral, Argentina.

Florencia Patiño, actriz, Argentina.

Néstor Guestrin, músico, Argentina.

Hugo Francisco Rivella, poeta, Argentina.

Mario Toer, profesor universitario, Argentina.

Raúl Serrano, escritor y periodista, Ecuador.

jueves, enero 26, 2012

¿Por qué debemos enseñar acerca del Holocausto en el bachillerato?

El 27 de Enero de 1945 tuvo lugar la liberación del campo de Auschwitz por parte del ejército soviético. Ese día ha sido declarado por la ONU como el de la conmemoración del Holocausto.
(Frente del museo de Yad Vashem, en Jerusalen, que mantiene la memoria del Holocausto. Fotos mías.)


La posmodernidad ha convertido al descreimiento en un dogma. El sujeto posmoderno no debe creer en nada ni en nadie: ser cínico se convierte en una virtud, tener fe en algo resulta una pesada herencia de la modernidad. En su triunfalismo consumista y en su credo individualista, el sujeto posmoderno ha abandonado la ética de la compasión, de la piedad, del cuidado del Otro. Y ni siquiera la muerte —transformada en espectáculo banal por los mass media—, se constituye en un momento de mirarse hacia adentro puesto que, al parecer, se nos ha atrofiado la sensibilidad ante el padecimiento del prójimo.

Recordar el Holocausto resulta incómodo pues viene a constituirse en la permanencia de una historia pasada que jamás debió suceder y que desequilibra el hedonismo del presente. Justamente para que esa incomodidad nos conmueva es que se requiere la enseñanza escolarizada sobre el Holocausto. En primer lugar, para mantener viva la memoria del horror y que éste jamás se repita pues es sabido que, a medida que pasan las generaciones, la verdad de un hecho termina convertida en leyenda. Las nuevas generaciones, para quienes la muerte banalizada por el show business ya no constituye un hecho trascendente incluso cuando les toca de cerca por causa del fallecimiento de algún familiar, requieren conocer, para beneficio de su propia sensibilidad de cara a la historia, lo que el Holocausto significa para la humanidad. Además, recordar el horror de la Shoá también contribuye para que la ética de la compasión sea introducida en medio del descreimiento posmoderno.

Quienes hemos reflexionado sobre el tema sabemos que el Holocausto, o Shoá, fue la sistemática eliminación de judíos durante el régimen nazi por la sola razón de ser judío, por la sola razón de existir formando una comunidad con su historia, su cultura, y, en ella, su propia fe religiosa. Nuestros jóvenes tienen que conocer esta terrible verdad: durante el régimen nazi la sola condición de judío era razón suficiente para ser eliminado de manera cruel. Esta eliminación sistemática por el solo hecho de ser judío es lo que debemos recordar y para eso es imprescindible enseñar esta verdad a las nuevas generaciones y evitar los revisionismos destinados a su negación.

Enseñar acerca del Holocausto también nos ayuda a entender los sucesos contemporáneos del Medio Oriente. El antisemitismo es una enfermedad del ser humano que todavía no ha sido erradicada y, así, mientras el término multiculturalismo se ha desperdigado por el mundo académico para la aceptación de las múltiples formas de expresión cultural de los pueblos, todavía se continúa utilizando, en diversos foros políticos, el término sionista de manera peyorativa para segregar a la población judía y negar el derecho a la existencia y a sobrevivir que tiene el Estado de Israel.

La historia nos ha enseñado que los fundamentalismos son la antesala de la xenofobia, de la violencia terrorista —tanto de los grupos clandestinos cuanto del Estado— y de los genocidios por venir. Pretender la negación del Holocausto responde a un espíritu fundamentalista. El afán por cubrir aquel espíritu de lenguaje académico revela la existencia de ese antisemitismo patológico que aún existe como plaga y que impide la realización plena de la práctica del multiculturalismo. Contra esa promoción del olvido es que tenemos que trabajar quienes queremos formar un ser humano tolerante, compasivo, capaz de entender y aceptar al Otro.

Un problema que se presenta, por lo general, cada vez que se trata de introducir en el currículo la enseñanza del Holocausto es que dicha enseñanza se condiciona al desarrollo de una condena a la política exterior del Estado de Israel. Mas, si queremos ajustarnos al debate académico, quienes obramos de buena fe pedagógica sabemos que es incorrecto, metodológicamente hablando, condicionar la enseñanza acerca del Holocausto a la crítica de la política exterior del Estado de Israel en relación con su conflicto político – militar con Palestina y algunos países de Medio Oriente, puesto que son dos problemas distintos.

Del mismo modo, hay que evitar la conversión del término en una palabra banal. Llamar genocidio a todo acto de violencia militar o acción bélica de tipo imperial, excesivos siempre como lo es toda guerra, da como resultado una desvalorización del término y, como consecuencia de esto, el ocultamiento de la verdad histórica en la medida en que se disuelve el sentido de los genocidios u holocaustos reales que ha sufrido la humanidad.

Mencioné anteriormente que la enseñanza del Holocausto también nos permite trabajar, en tanto educadores que somos, en la ética de la compasión. Claro que no debemos entender la compasión como un acto paternalista de caridad emotiva. Por el contrario, la compasión implica la identificación plena con el dolor del Otro y la toma de partido enmarcado en el sentido profundo de la justicia. Todo lo contrario al cinismo de la posmodernidad: la ética de la compasión nos obliga a ser responsables del Otro. En el mundo de hoy, esa preocupación tiene que ver con el extranjero, ese al que se le da estatus de legal o ilegal, como si los seres humanos desde el comienzo de los tiempos no hubiésemos sido transeúntes del mundo; tiene que ver con aquellos que no viven las bondades del supuesto fin de la historia sino las inequidades del capitalismo salvaje; tiene relación con la empatía frente a los desamparados que nos sacan de la burbuja individualista a la que la ideología del éxito material parece habernos confinado.

Al conocer, comprender y analizar lo que significó la exterminación del Otro, su humillación constante, y la despiadada animalización del ser humano sufrida por los judíos durante el Holocausto, estamos dando a nuestros jóvenes herramientas que educan su sensibilidad frente al mundo contemporáneo. En la ética de la compasión se enmarcan el respeto por la vida y, por ende, la práctica de la no-violencia, la aceptación de la Otredad que implica el conocimiento del Otro y la comprensión sobre sus prácticas culturales, el consumo ecológico y la mirada afectiva sobre la propia comunidad.

Como ministro de Educación de mi país instituí la enseñanza del Holocausto en el programa de Historia Universal para el segundo año de Bachillerato, en el marco de la enseñanza de los Derechos Humanos y los genocidios que ha sufrido la humanidad. Diseñamos, en conjunto con la Unidad Educativa Experimental “Alberto Einstein”, de Quito, el material de trabajo para los docentes. Fueron capacitados alrededor de 5.000 maestros de la materia y, hoy en día, el Ministerio prepara el material de la unidad ya diseñada como texto escolar para los estudiantes y sendos concursos nacionales de ensayo dirigidos a estudiantes y a maestros.

Para finalizar, quiero resumir la respuesta a la pregunta inicial. Enseñar acerca del Holocausto en el bachillerato es una tarea imprescindible para los educadores que anhelamos una humanidad cuya memoria del horror le permita construir un mundo en el que los seres humanos, culturalmente hablando, se acepten como son. Si en el mundo y en la vida el Otro soy yo, la memoria del Holocausto me enseña que, después de Auschwitz y la macabra solución final de los nazis, yo debo mi cuidado al Otro como a mí mismo para la propia vivencia y para la pervivencia del ser humano.

En 2009, siendo ministro de Educación, participé en la ceremonia del encendido de las velas en el día de Iom Hashoá, junto a Eyal Sela, embajador de Israel en Ecuador, en el colegio Alberto Einstein, de Quito.

viernes, septiembre 30, 2011

30-S: El golpe fallido

“Señores, si quieren matar al Presidente, aquí está. Mátenlo si les da gana. Mátenlo si tienen poder. Mátenlo si tienen valor, en vez de estar en la muchedumbre cobardemente escondidos." Rafael Correa, el 30 de septiembre de 2010, hablando frente a los policías sublevados.

La mañana del jueves 30 de septiembre de 2010, el equipo de Radio Quito, con Miguel Rivadeneira a la cabeza, empezó a cubrir la intentona golpista como si se tratara de un partido de fútbol. Ellos, y otros periodistas de medios cuyos dueños son abiertamente desafectos al gobierno creyeron que con entrevistar a un grupo y a otro cumplían con su trabajo. Teleamazonas, desde temprano en la mañana —aún antes de la llegada del presidente Correa—, había instalado una microonda en el lugar de la sublevación; María Josefa Coronel, en pantalla, sugería que estábamos viviendo una situación de caos en todo el país, y Freddy Paredes, desde el Regimiento Quito, a las 9h19, informó al país, sin asidero fáctico, que las Fuerzas Armadas se habían unido a la sublevación. Resultaba extraño que periodistas que se dicen profesionales no se dieran cuenta de que se trataba de una sublevación de corte antidemocrático y no de un debate académico. ¿Creyeron tal vez que podían transformar una intentona golpista en un espectáculo mediático sin ética?

Ese día, un grupo de militares bloqueó la pista del aeropuerto de Quito; un grupo de policías cerró el paso en el puente de la Unidad Nacional. A media mañana, algunos diputados de oposición ya estaban pidiendo amnistía para los sublevados. Casi al mismo tiempo en la entrada del Palacio Legislativo, según informaciones de prensa, el sargento Mario Flores comunicaba a los medios que la sublevación era a nivel nacional y que no dejarían entrar a ningún asambleísta. Más tarde, dirigentes de la ultraizquierda maoísta quisieron infructuosamente movilizar a estudiantes secundarios y universitarios y grupo de burócratas para respaldar a los policías sublevados. Todas estas acciones fueron configurando la intentona golpista. La estrategia estaba clara: crear un vacío de poder en medio de una situación de caos generalizado.

Aproximadamente a las 10h00, el presidente Correa, dentro del Regimiento Quito se dirigió a una multitud enardecida de policías que lo amenazaba. Entonces, el presidente Rafael Correa, se zafa el nudo de la corbata y se hace escuchar: “Señores, si quieren matar al Presidente, aquí está. Mátenlo si les da gana. Mátenlo si tienen poder. Mátenlo si tienen valor, en vez de estar en la muchedumbre cobardemente escondidos. Pero seguiremos con una sola política de justicia, de dignidad. No daremos ni un paso atrás. Si quieren tomarse los cuarteles, si quieren dejar a la ciudadanía indefensa, si quieren traicionar su misión de policías, su reglamento, ¡traiciónenlo...!”. Esta escena es la que más les ha molestado a los medios hostiles al gobierno. Un presidente digno, valiente, consecuente con sus ideas; un presidente hablando desde la racionalidad democrática. Esta escena no estaba en el libreto de los golpistas. Más tarde esos mismos medios pretenderían no solo burlarse sino también culpabilizar al Presidente por esta actitud.

Ese día ocurrieron dos situaciones más que no estaban en el libreto de los golpistas. La ciudadanía salió a las calles a respaldar al Presidente. La ciudadanía se dirigió al Hospital de la Policía donde estaba secuestrado el Presidente. La ciudadanía se enfrentó a los policías sublevados para defender la democracia y rescatar a su Presidente y fue agredida con gases lacrimógenos y balas por esos policías sublevados. Y esa movilización popular, junto a la firmeza del Presidente, fue el otro factor que sostuvo el régimen de derecho en el país. Desde el exterior, la inmediata movilización de los presidentes latinoamericanos en defensa del régimen democrático fue el otro factor que descalabró los planes de los golpistas. Una vez fracasado el golpe, algunos medios, cuyos dueños son opositores al gobierno, pretendieron desdibujarlo todo y reducir la intentona golpista a una insubordinación policial que se complicó porque, según esa particular visión que criminaliza a la víctima, Correa no supo manejar la crisis. José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, en contraste con la actitud antidemocrática de los medios hostiles al gobierno, declaró: “Yo lo llamo un intento de golpe, cuando una institución del Estado como la Policía se insubordina contra la autoridad legalmente constituida, eso es técnicamente una negación de la democracia, un asalto a la democracia.”

En lo que estos mismos medios se han hecho de la vista gorda es que, cuando los golpistas se dieron cuenta de que el intento de golpe había fracasado éstos se decidieron por el magnicidio. Según el registro de la Central de Radio Patrulla, que fue publicado online por ANDES, la agencia pública de noticias, las órdenes de quienes monitoreaban a los sublevados fueron explícitas en la noche momentos antes del rescate: “mátenle al Presidente, maten a Correa, el man no sale hoy...” Nunca les interesó a los medios hostiles, actores políticos de oposición de conducta taimada, difundir este audio.

Un informe del 18 de octubre de 2010, de 14 páginas, de las Fuerzas Armadas, recientemente desclasificado por disposición del presidente Correa, confirma que el presidente estuvo secuestrado y que, a las 19h30, al momento de planificar la operación de rescate se estableció que ésta debía realizarse enseguida puesto que peligraba la vida del presidente. Una filmación del ejército determinó que en los cuatro edificios que rodean el hospital de la policía estaban los francotiradores esperando que el Presidente saliera del hospital. Finalmente, el presidente fue liberado y los únicos que dispararon en dirección al hospital de policía fueron los francotiradores que intentaron asesinar al Presidente durante su rescate y que mataron a Froilán Jiménez, uno de los policía del GIR —Grupo de Intervención y Rescate, que no participó de la sublevación— que lo rescataron.

Los medios han reclamado que ese día el gobierno ordenó un enlace nacional ininterrumpido. El Presidente de la República, que estaba secuestrado pero no inhabilitado para gobernar, en uso de sus facultades constitucionales, por la gravedad de los acontecimientos, decretó el Estado de excepción, situación excepcional como su nombre lo indica a la que lo faculta la Constitución, y, según el artículo 165: “Durante el estado de excepción la Presidenta o Presidente de la República únicamente podrá suspender o limitar el ejercicio del derecho a la inviolabilidad de domicilio, inviolabilidad de correspondencia, libertad de tránsito, libertad de asociación y reunión, y libertad de información, en los términos que señala la Constitución.” Ese día no hubo ningún atentado contra la libertad de expresión. Desde el día siguiente cada quien ha opinado lo que ha querido. Incluso se han mofado de los sucesos de aquel día, tal como lo hace hoy El Comercio en su página de humor. Pero, en el momento de los sucesos —entiéndase bien: el Presidente estaba secuestrado y su vida peligraba—, el gobierno se encuadró en el marco legal, tenía el deber político de defender la estabilidad democrática y el derecho ganado en las urnas de proteger su propia existencia.

A los golpistas les falló la utilización de la sublevación policial para concretar el golpe y el magnicidio debido a la actitud consecuente del Presidente, a la movilización ciudadana en respaldo a la democracia, a un manejo responsable de la información por parte de los medios públicos, y a la solidaridad de los gobiernos latinoamericanos.

Paz en la tumba de los caídos del 30-S en defensa de la democracia ecuatoriana.